Todo era armonía y hermosura. Era maravilloso. Las partes del universo encajaban perfectamente, como las notas del más bello arpegio jamás oído. El recuerdo de mis hermanas era como un sueño cada vez más lejano. La dicha absoluta consistía solamente en la conciencia de existir, sin límites, sin tiempo. De pronto, una Voz con divina autoridad menciona el nombre que alguna vez usé, creyendo ser solo un hombre.
Sigo flotando en este plasma universal mientras los más sublimes coros, jamás siquiera imaginados, entonan himnos de alabanza a la Creación y su Creador. Las voces de los querubines son más dulces que las arpas mejor tañidas de la tierra. De la belleza de sus cantos parecen surgir los arco irisque colorean los cielos. ¿Cuánto tiempo desde que Esa Voz me nombró? ¿Minutos, meses, siglos, quizás? No tengo noción del devenir, aquí, en la Eternidad. Pero Su Voz permaneció en mí como un latido que renace y cuyos ecos se agigantan más y mas. Nuevamente le escucho llamarme y ya no puedo, no debo, abstraerme. Me pide dulce e imperiosamente que me levante y ande.Obedezco como el más dócil siervo y retomo la figura del que fui, del que volveré a ser por Su orden.
Me incorporo con dificultad. ¡Qué torpe y pesado es el cuerpo! Mis hermanas lloran de alegría. ¡Lázaro! gritan al verme nuevamente ¿Cómo explicarles? Veo al Hijo del Hombre a los ojos. Comprende mi dolor y me promete un pronto alivio.
Sólo poco tiempo después (¿Dias, meses, años quizás?) unos mercenarios me liberan creyendo matarme. Las hojas al vuelo y las acciones de los hombres en nada difieren al cumplir la voluntad del Supremo Hacedor. Los supuestos asesinos no comprenden que con cada puñalada me devuelven, uno a uno, los colores del arco iris.
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