La última esperanza

La última esperanza

FranciscoEnigma

15/09/2019

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España AZ 230

15/08/2087

Otra vez el mismo sueño, la misma escena transcurriendo en su cabeza. Ya no podía recordar cuando había comenzado a suceder pero si podía afirmar fehacientemente que estas pesadillas transcurrían de la misma manera en todas las ocasiones. No importaba el afán puesto en no jalar el gatillo, siempre una fuerza superior, la cual no podía explicar, hacía infructuoso este esfuerzo.

El hombre se levantó de la cama intentando comprender aquellas imágenes que lo torturaban desde hacía varios años y mientras ingresaba a la ducha comenzó a repasar el sueño en su mente. Lo que más lo asustaba no era el hecho de que se repitiera siempre de manera idéntica, ni tampoco la nula existencia del libre albedrio en el mismo. Desde chico siempre le había atemorizado la nitidez de las imágenes, que pudieran pasar días y días y tuviera la capacidad de recordar con claridad todo lo ocurrido. Parecían recuerdos más que sueños.

Siempre comenzaba igual, el muchacho se encontraba caminando por un lugar que no reconocía, a sus lados podía visualizar una gran cantidad de casas y de locales, pero ninguna le era familiar. Simplemente sabía que tenía que seguir adelante, tenía que seguir esas manchas de sangre que se esparcían por toda la calle. Algo dentro suyo se lo decía y el obedecía sin más.

Así en sueños recorrió infinitas veces el mismo lugar, pasó entre los mismos autos aparcados una y otra vez. El Corsa bordó, el reluciente Citroën C4 blanco y más adelante un coche muy viejo y decrépito, el cual necesariamente requería de una restauración para poder ser utilizado nuevamente y al cual le habían escrito diversos mensajes aprovechando el polvo que se acumulaba en él:

  • “LIMPIAME”.
  • “F y B 19/09/18” – rodeado por un corazón.
  • “Aguante el Albo”

Y cientos de mensajes y dibujos más, entre los cuales las ilustraciones del órgano viril tenían un papel preponderante ocupando poco más de la mitad del cacharro. Cuanto talento desperdiciado, pensó en más de una ocasión al ver el nivel de detalle de algunos de ellos.

Sus pasos eran lentos y silenciosos, dentro suyo deseó más de una vez poder correr para llegar de una vez al final del camino y lograr que todo terminara. Sin embargo el ritmo se mostraba siempre invariable y pausado. Con sus ojos recorría cada lugar del camino, hasta los rincones más recónditos, en búsqueda de cualquier cosa fuera de lugar que encontrara, cualquier hecho por más pequeño que fuera que cambiara esta rutina. Pero esto nunca ocurría.

De esta manera, en un lapso de tiempo que nunca superaba los 2 minutos, aunque él sentía mucho mayor, llegaba a la primera esquina. Allí sabía que al mirar a la derecha vería sobre un edificio de 6 pisos un cartel azul que rezaba en letras blancas “Alcaraz” y debajo se podían leer dos números “4300” y “4400”, a su lado una flecha apuntaba hacia donde él venía. Era un cartel de calle, eso podía asegurarlo. Aunque no podía descifrar dónde se encontraba, esa calle nunca la había escuchado en su vida. Muchas veces pasó por su cabeza la idea que todo el sueño se desarrollaba en un lugar ficticio dentro de su mente, que buscarle un sentido a su sueño carecía de lógica, y que la repetición del mismo se debía únicamente a la importancia que le daba. Sin embargo se sentía tan real…

A esa distancia ya podía comenzar a escuchar un leve gemido, una súplica que paso a paso se hacía más resonante.

Puso la mano en su cinturón sacando algo del mismo, las primeras veces que había visto lo que era, su corazón había comenzado a palpitar frenéticamente, el miedo se apoderaba de él una vez que veía la Bersa Mini Thunder en su mano izquierda.

A lo lejos escuchó un grito. Miró hacia delante y el malherido muchacho estaba cada vez más cerca. A esa distancia podía distinguir donde se encontraba la herida que había causado semejante despilfarro de sangre. La misma era muy grave y se ubicaba en el muslo derecho del desconocido, de la cual la sangre salía a borbotones.

-N…no, por favor. – Gimió

Millones de veces intentó hablar, explicarle que esto no era su voluntad, pedirle al menos una disculpa o brindarle una condolencia. Sin embargo, su boca nunca emitía ningún ruido. Desde allí podía vislumbrar ya claramente el rostro de pavor y la mirada fija en el arma que sostenía.

El agonizante muchacho se encontraba apoyado sobre una pared, la cual se encontraba pintada de dos colores. La mitad inferior era totalmente negra, mientras que la parte superior de la pared había sido pintada de blanco y contaba con una gran cantidad de ventanas que ocupaban una buena parte del espacio. Por encima de la misma podía vislumbrarse una grada, no demasiado alta, pero que lograba asomarse por encima.

Con el correr de los sueños comenzaría a comprender que eso era un estadio de fútbol, el club se llamaba C.A. All Boys según lo que había podido vislumbrar en el cartel que se encontraba a la izquierda del moribundo.

Muchos años había requerido para comprender que se encontraba frente a un estadio. En el mundo donde él vivía, a los deportes se les había vetado su aspecto de espectáculo ¿existía el fútbol o el básquet? Claro que sí. Se enseñaba en el colegio durante las clases de gimnasia, pero no existía algo más, se había removido el concepto del deportista como un trabajador. Por este motivo recién pudo comprenderlo en la clase de Historia en 4to grado, el Programa Estudiantil dictamina que ese año los alumnos tienen que estudiar las medidas tomadas en la famosa Revolución luego de la Gran Guerra. Recordaba haber abierto el manual y quedarse hipnotizado frente a una imagen, cuyo epígrafe rezaba “Estadio Nuevo Mirador”. Más allá de las grandes diferencias que tenía aquel estadio con el onírico, rápidamente encontró la relación.

Sin embargo, este dato no le daba demasiada información adicional sobre su sueño, nadie en su escuela y, posteriormente en su trabajo, había oído hablar de All Boys.

Pero allí estaba él, apunto de cometer un asesinato a sangre fría, frente a aquel estadio del que nadie en España había escuchado hablar. Se paró frente a la desconocida víctima y levantó su arma apuntándole a la cabeza. El indicador de bala en recamara se asomaba. Quitó el seguro.

-¡Piedad! – Suplicó con la poca fuerza que le quedaba.

Pero no importaba el afán puesto en no jalar el gatillo, siempre una fuerza superior, la cual no podía explicar, hacía infructuoso este esfuerzo. Y esa noche no había sido la excepción.

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