Camino Negro
Minutos antes de morir Carlitos me había dejado un número de celular. Podríamos decir que lo escribió con sangre en su brazo derecho en un código intrínseco, pero ya estamos cansados de eso; o que me lo dijo en arameo antiguo y al revés, pero quién se cree ese tipo de historias. Ya lo sé, todos alguna vez compramos un poquito de eso y otro poquito de algo peor. Basta de mentiras. Violines: Carlitos afirmó antes de expirar: “Es el número de Dios, llamálo”.
Pasó un mes hasta que me decidí a llamar al número que me dio Carlitos, un poco porque soy ateo y otro porque no me olvidaba del sentido de humor de Carlitos. Sin embargo, Carlitos ya no se podía reír de mí. Entonces, llamé.
– ¿Hola? ¿Dios?
– ¿Quién te dio mi número?
– Carlitos, el pibe de la moto, el que lo atropelló un remisero.
– ¿Quién? ¿Qué moto?
Yo había pensado que tener el celular de Dios era una ventaja enorme para un contrabandista como yo. Corté. Tenía que trabajar y no iba estar perdiendo el tiempo con un tipo que no se acuerda de su propia gente, quién le dijo que abarque más de lo que puede.
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