Prólogo
Nunca tantos seres vivos habían dependido de un viaje. Y aunque parezca una broma del universo, la inmensa mayoría jamás lo sabría.
—Como le decía, mi querido amigo; necesitamos líderes, estadistas, gente decidida a hacer lo que sea necesario para salvar a la especie. Estoy seguro que los candidatos que hemos estudiado, tendrán mucha luz en Principal –afirmó con ímpetu el Dr. Javier Tofuca.
—¿En cuánto cree qué llegaremos a la Tierra? —preguntó su aprendiz, el Dr. Ricardo García.
—En dos semanas.
—¿Y nos habrán seguido? Recuerde que ellos tienen tres naves y no una, como nosotros.
—Sí, lo sé. Pero solo tenían energía para una. Tenemos esa información de nuestro espía. Lleva un año cargar las baterías para un viaje semejante y todavía les faltan cerca de tres meses para las otras dos.
—Dr. Tofuca —señaló García —. Sé que además de los tres hijos de nuestros amigos, que todos esperamos sean los elegidos, vinimos por esas figuras que usted mencionó. Y he estado estudiando los casos más resonantes. Pero hay uno en particular que no alcanzo a comprender. Después de todo, la fuerza física no es sinónimo de luz o de poder en Principal.
—Espere mi amigo. Veo que no ha entendido una cosa. A Miguel “el As” Fernández no lo hemos elegido por su fuerza bruta. ¿Usted cree que solo con eso podría hacer una carrera semejante? Le recordaré, porque me doy cuenta de que no conoce demasiado de boxeo.
El Dr. Tofuca continuó con la carrera de Fernández.
—El era un peso medio, de unos setenta kilogramos. A los dieciocho años se coronó campeón y partir de ahí ganó veintiséis peleas consecutivas oficiales, todas por nocaut. Sin plazos largos entre las mismas. A la vez venció en exhibiciones a los campeones de otras disciplinas y decidió retirarse luego de casarse. Veinte largos años después no se sabe bien la razón, volvió y aunque muy pocos creían en él, derrotó sin grandes problemas a los cuatro campeones del peso medio de las diferentes asociaciones. Creo que está claro que no es un hombre común.
—Y que hay de esa exhibición que perdió por puntos con el campeón de los pesos pesados?
—Coulder era un grandísimo campeón. Fue considerado uno de los más grandes campeones de la historia de los pesados. Hasta que combatió con el As y luego también, venció a todos sus rivales fácilmente. Al mismo Fernández le ganó por puntos los primeros siete rounds y lo hizo caer en el séptimo. Pero cuando Miguel se levantó era otro. Así lo describió él mismo tiempo después. Dijo textualmente “como si hubiese podido soltar, gracias a Coulder, la energía contenida”. Ganó los últimos cinco rounds, pero a pesar de que derribó a su rival en el undécimo perdió, como era lógico, por dos puntos.
—Supe que fueron grandes amigos luego de eso.
—Sí. Había detractores que decían que era un boxeador de otra época y que no podría competir con los físicos tan trabajados del momento. Y mucho menos con cuarenta y seis años. Entonces el mismo George Coulder, aprovechando su gran fama, lo presentó en la primera pelea luego del retiro como “the best fighter of all time” (el mejor peleador de todos los tiempos).
—Entiendo todo eso —dudó García. Pero ahora es solo un boxeador de dieciocho años.
—Comprendo lo que me dice, pero debemos confiar en él. Como en los miembros destacados de otras disciplinas. Y quien sabe, al llevar cien personas en total, quizás haya algunos desconocidos que nos sorprendan gratamente.
—Eso espero. Si no lo logramos, tanto nuestra gente en Principal como los habitantes de la Tierra pagaremos un precio muy alto.
Posteriormente siguieron hablando de los demás candidatos y de lo que ocurría en Principal.
Capítulo 1 – El título
A las orillas del mar Mediterráneo, se encuentra dentro de la comunidad Valenciana de España, la ciudad de Cullera. Que en este mes de octubre sigue teniendo un clima veraniego agradable para disfrutar sus grandes y bonitas playas, con temperaturas que varían entre los quince y treinta grados. Se respira un aroma a agua salada, que condice con la belleza del sitio.
Es una localidad muy turística que está construida alrededor de un monte y rodeada prácticamente en su totalidad por el mar.
En esta época del año algunos negocios que trabajan sobre todo con el turismo, cierran sus puertas. Pero como contrapartida positiva para los habitantes del lugar; se vive una tranquilidad increíble y se puede aún disfrutar del mar y de sus finos y blancos granos de arena.
Alrededor de las diez de la mañana del jueves 15 de octubre de 2020, se escuchó un grito alegre y apresurado.
—¡Madre! —gritó Paloma Vargas—. Han venido mis amigos a buscarme. Miguel va a ser campeón del mundo el sábado en Buenos Aires.
—Bueno, bueno, mi niña. Ya sé que Miguel es bueno, pero no hay que festejar antes de tiempo.
—Es que estamos contentos e indignados. Ya que piensan que es un rival fácil para continuar la racha de triunfos del campeón. Y como Miguel tiene pocas peleas creen que no tendrán problemas con él. Aunque lo bueno es que como le vieron así, además del pago le dieron pasajes y estadía para tres amigos hasta el domingo. Pero ya les va a demostrar cuanto se equivocaron.
—Ojalá hija. Mándale nuestros mejores deseos.
Paloma corrió hasta el auto en el que se encontraban sus amigos y el padre de Miguel que los llevaba hasta el aeropuerto de Manises en Valencia. De ahí tomarían un avión a Gatwick y de ahí un micro hasta Heathrow, ambos en Londres. Y finalmente largas doce horas hasta Ezeiza en Argentina.
Todos eran nacidos en Cullera y habían crecido y estudiado juntos hasta finalizar el secundario. Así que el viaje les resultó una excusa perfecta para pasarla bien. Claro, con la premisa de que Miguel gane el título.
Los otros viajeros, eran José Luis, hermano del As y Marco Dolfos. Cuando este vio llegar a Paloma, no solo veía a una joven de dieciocho años con cabello rubio lacio que pasaba los hombros y una cara angulosa. Él conocía cada detalle. Los ojos verdes y grandes. Una nariz y orejas perfectamente proporcionadas al igual que su figura. Y una expresión angelical; que podría engañar a cualquier incauto. Pero no porque no fuera una buena persona, sino porque tenía un fuerte carácter y no dudaba en darlo a conocer cuando lo creía conveniente.
Ahora venía con sus jeans y camisa blanca y olió su perfume frágil como frutos del bosque; hasta tuvo temor de que se le note la mirada y giró la cara para disimular. Hacía ya un tiempo que se había dado cuenta que sentía más que amistad por la muchacha, pero le preocupaba que pasaría si ella no sentía lo mismo.
“No puede enamorarse de mí. Mido 1,80 metros y peso 85 kilogramos”
Sentía mucha inseguridad en lo que a Paloma se refería..
—¿Cómo está tú hermana? —Preguntó para disimular.
—Andrea tiene dieciséis años y ya está igual a mí —contestó sonriendo—. O sea, muy bonita.
Ella lo dijo a modo de broma, pero Marco pensó que era totalmente cierto. No por Andrea, sino por Paloma.
—¿Qué hay de los elegidos? —preguntó García.
—Como bien sabe, al primero que iremos a buscar es a Carlos Rodríguez, que está con sus padres, nuestros amigos, en el Distrito Federal de México. Lo bueno es que en su caso, Mirta y José ya deben de haber explicado toda la situación a su hijo. Tengo muchas esperanzas en él.
—¿Y qué hay de los otros dos?
—Será a los últimos que buscaremos. Si todo sale bien, Buenos Aires y luego Mar del Plata serán nuestros últimos destinos. Ya que nuestra nave es totalmente indetectable para los terrestres de esta época siempre y cuando sea de noche. Así que nos iremos moviendo intentando no ser descubiertos. Aunque claro, supongo que no nos afectaría. Pero es mejor no alterar mucho el pasado de la Tierra —expresó Tofuca.
—Parece mentira que hace ya catorce años desde la última visita al planeta. Cuando nuestros amigos se quedaron en México para tener y criar a Carlos.
—En cambio, Richard, padre de Jimmy; y Helen, madre de Laura; al quedar viudos, optaron por dejar a sus hijos como si fueran hermanos, a esa familia en Mar del Plata. Y volver a la resistencia. Es muy triste que no vayan a conocer a sus hijos —infirió con amargura Tofuca.
—¿No piensa que si nos están persiguiendo, podrían aprovechar para comenzar su plan para con los humanos? —Dijo García—. Aunque solo vengan con una nave podrían hacerlo fácilmente. Estamos decenas de miles de años más avanzados en tecnología.
—Por la misma razón que nosotros preferimos pasar inadvertidos, ellos no se arriesgarán a cambiar nada antes del 25 de octubre de 2110.
—Lo sé, lo sé —recalcó García. Es la fecha del accidente que llevó a nuestros antecesores, de la Tierra a Principal; alrededor de doscientos cincuenta mil años antes. Recién empezaban a estudiar la composición de los agujeros negros y no se sabía si esos resultados iban a servir para usar esa tecnología como fuente de energía.
Jimmy Paterson, de origen inglés y Laura Francis, estadounidense; fueron dejados en adopción a una pareja marplatense que no había podido tener hijos. A los pocos meses de nacer. Se proveyó a esa familia de una importantísima suma de dinero que los haría vivir como ricos durante toda su vida y se les dejó instrucciones de que cuando esos niños cumplan catorce años, sus verdaderos padres irían en su búsqueda. A los niños debían decirles, cuando tengan una edad razonable, que eran adoptados, pero de una manera normal. Sus verdaderos padres les explicarían bien, más adelante.
Sus padres adoptivos les adicionaron los nombres de Roberto y Nancy respectivamente.
La ciudad de Buenos Aires, en Argentina, es una de las ciudades más importantes y conocidas de Latinoamérica. Tiene algo más de tres millones de habitantes. Es también cuna del tango. Con una construcción generalmente de tipo europea y en donde cada barrio o sector tiene su propio encanto.
Uno de ellos es Caballito. El centro geográfico de la ciudad. Es una zona de mucho movimiento y buen poder adquisitivo. Y en donde ese viernes 16 de octubre de 2020, una típica discusión ocurría, en el cuarto año de una escuela, mientras sus alumnos disfrutaban de una hora libre.
—¡Siempre la misma desconfianza, David! —espetó Matías. Mañana gana seguro el argentino. Guillermo (el Nito) Rivero. Es el campeón.
—Para empezar, si ya supiera el resultado de la pelea, no iría a verla. Claro que tengo esperanza en que va a ganar, pero podría opinar con más seguridad si supiera algo más del tal Fernández.
—Eso es cierto. Lo que ocurrió es que se lesionó hace tres semanas el que iba a ser el retador. Y nadie quiere una pelea contra el campeón sin tiempo de preparación. Aunque creo que casi todos le tienen miedo. En cambio Fernández, que recientemente fue campeón juvenil en España, es muy joven y no tiene nada que perder si no gana. Y de paso puede servirle de experiencia.
—Pero bueno, Matías; mañana, a eso de las seis de la tarde, te paso a buscar y vamos a la pelea.
—Sí, dale. Mi padre consiguió cuatro entradas en total. Así que les dije también a Ailén Morena Alimdul y a Facundo Luzorne. Vienen a esa hora para mi casa.
Los cuatro compañeros tenían dieciséis años.
—¡Buenísimo! Más divertido —concluyó David Rosso.
La directora de la escuela ingresó al aula y llamó la atención de ambos jóvenes. Sin embargo, no en forma severa, ya que conocía que no eran más que insignificancias.
—Rosso y Mingu. ¿Qué les parece si en lugar de sentarse sobre las mesas, lo hacen en las sillas?
—Nos parece bien —respondieron e hicieron caso.
David era inteligente aunque un poco displicente para con la escuela. Pero no tenía inconvenientes. Hacía variados deportes y tenía un buen sentido del humor. Lo que lo convertía en un joven bastante sociable.
Matías Mingu era de estatura media. Tenía cabello ondulado y oscuro. Al igual que su tez de piel. Era muy impulsivo y generoso. Su voz no era consecuente con su tamaño. Hablaba con una voz extremadamente grave. Sus amigos le decían ‘bajo’; pero no porque supiera cantar.
La pelea perdió mucho interés por el cambio repentino de retador. Y fue por eso que el padre de Matías, quien trabajaba en la municipalidad, pudo conseguir cuatro entradas en segunda fila, sin mayor dificultad.
Alrededor de las seis de la tarde, del día de la pelea por el título. David Rosso llegaba a la casa de su amigo Matías Mingu, al momento que vio la llegada, casi al mismo tiempo, de una bonita joven de 1,62 metros de estatura, cabello largo, lacio y rubio; aunque no un platinado, sino más bien un rubio oscuro. Que tenía ojos marrones y usaba anteojos para leer. Que por supuesto, no llevaba al evento. Sus amigos más cercanos la llamaban tanto por su primer como a veces por su segundo nombre.
Ailén Morena Alimdul observó el arribo de un muchacho de alrededor de 1,80 metros. Ojos marrones y pelo claro, tirando a castaño, el cual no usaba ni muy corto ni demasiado largo. Que se vestía generalmente con jeans clásicos (azules, pre-lavados o negros) y si bien no era demasiado formal, nunca estaba vestido para desentonar.
—Hola, Ailu.
—¿Cómo estás, David?
—Bien. ¿Y tú?
—Yo también. Estuve tocando el piano con mi hermanito.
—¿Qué edad tiene Rubén?
—Doce. Pero a mi madre le gusta que toquemos en las reuniones familiares a dúo. Así que cada tanto practicamos.
—¿Y cómo te trata el qué ella sea la profesora de música de la escuela? Nunca lo hablamos.
Ella sonrió.
—Es raro. Pero bueno. ¿Qué te puedo decir? Es muy buena pianista.
—Sí, lo sé.
—¿Y tú, David?
—En casa, nada nuevo. Mis padres preocupados por el dinero. Mi madre porque a mí no me va muy bien en inglés y mi hermano Adrián, que solo se me parece en lo físico. Aunque es buena persona.
—¿Y entonces?
—Solo que el tiene veinte años y es bastante antisocial.
—Jajaja. No se te parece mucho.
Ambos sonrieron.
—More. Me extrañó que te guste el boxeo.
—No me llama la atención. Para nada. Pero vine para salir y que luego vayamos a comer y a tomar algo. Como las entradas las consigue el padre de Matías, mis padres me dejan venir sin problemas. Ellos se conocen desde hace mucho.
—¡Genial!
Ailén y David tocaron el timbre de los Mingu y ya que Facundo estaba con Matías, procedieron a partir.
El sábado 17 de octubre, alrededor de las ocho de la noche, ya el estadio estaba colmado. El evento principal era a las ocho y media de la noche.
—Paloma —dijo Marco mientras abría el cierre de su campera y mostraba su camiseta de la selección española. Creo que somos los únicos españoles en todo el lugar. Un poquito visitantes.
—Jajaja. Quédate tranquilo que al ring solo suben dos.
En las butacas linderas, cuatro amigos de edad similar se reían abiertamente.
—Morena —consultó Matías—. ¿Qué pasa con Fernando?
—Nada, Matías. No es malo. Pero como soy la única de las que no tiene novio que no le da corte, se pone muy pesado.
—Miren a ese personaje, parece que lo sacaron de una película de vampiros, parece —comentó jocosamente Facundo Luzorne. Sus amigos lo llamaban ‘Capicúa’, porque muchas veces terminaba las frases con la primera palabra de la misma. Cuando se daba cuenta y lo pensaba, dejaba de hacerlo. Sin embargo, en cuanto se soltaba, nuevamente continuaba con esa particularidad. Era el más alto del grupo, pero claro, no era eso lo que más llamaba la atención sobre el joven.
Los tres giraron para ver a unos siete metros de ellos. Divisaron a un joven de unos veinte años, de aproximadamente 1,92mts de estatura y solo unos setenta y dos kilogramos; vestido completamente de negro igual que su cabello. De tez blanca y maquillado para estarlo más aún.
De la forma que lo dijo y como ya estaban tentados. Se escuchaba cada vez más fuerte.
Paloma y Marco oyeron y también miraron. Y no pudieron ocultar su risa.
—Para que te va a oír, Facundo —dijo riendo David.
El grupo seguía riendo con la vista hacia abajo.
David miró a su izquierda donde estaban Paloma y Marco que seguían riendo.
—Lo siento, nos tentamos con su broma —expresó Paloma.
—Wow —manifestó Matías reconociendo la tonada. ¡No pensé que viniera alguien de España!
—Somos amigos del As —contó Marco.
—Solo vinimos nosotros; Miguel; y su hermano José Luis, que entra con él, ya que es su entrenador.
—¿Qué tal es Miguel? —Preguntó Ailén. ¿Y por qué le dicen As?
As —respondió Paloma—, por su gusto por el póker. Y Miguel, al igual que nosotros dos, tiene dieciocho años, cumplió ahora, el 30 de agosto. Es muy tranquilo y muy inteligente. Terminó la escuela secundaria mientras daba sus pasos en el boxeo.
—¿El hermano también boxea? —Consultó Matías.
—No —contestó Marco—. José Luis estudia abogacía en la Universidad de Derecho de Valencia. Tiene veinte años. Hace de apoderado y entrenador de Miguel.
—¿Por qué no vienen a comer algo con nosotros luego de la pelea? —preguntó David. Prometemos no molestarlos aunque su amigo pierda —agregó sonriendo.
—Vengan un rato, vengan —agregó Facundo.
Paloma y Marco se miraron contentos y asintieron.
—Pero mira que nuestro amigo es muy bueno. El no pierde —afirmó Paloma con simpatía.
Marco asintió.
Los seis se presentaron cordialmente e intercambiaron números de móvil.
“A estos imbéciles que se visten de colores y tienen sus cabezas huecas, les debo parecer extraño. No me interesa. Solo vengo a ver un poco de violencia para ver si me entretienen y hacen olvidar un poco este mundo de mierda”.
Santiago Ataner tenía veinte años y una visión propia de la vida.
Había terminado la escuela hacía un año y trabajaba en una gomería. Vivía con su padre hasta que se peleaba e iba a vivir un tiempo con su madre. Y la situación era cíclica.
Tampoco le interesaba nada. Y no era por falta de inteligencia, ya que una vez, preocupados por el curso de su vida, sus padres lo habían mandado a hacer un test de inteligencia con una psicóloga. Y contrariamente a lo que esperaban, el resultado fue que tenía una inteligencia muy por encima del promedio. No varió cuando hicieron repetir la prueba con otra profesional.
Entonces comprobaron que simplemente no se motivaba. Y aunque esperaban que fuera algo pasajero; no lo fue.
De pronto por los altoparlantes.
—El retador. De un metro ochenta de estatura y sesenta y ocho kilogramos. ¡Miguel el As Fernández!
Entraron Miguel con su hermano y se escuchaban sobre los aplausos de compromiso, los gritos de Paloma y Marco. Y bastante apoyados ahora por sus cuatro ‘vecinos de butaca’.
En el momento en que los veían pasar, los jóvenes estudiantes, pudieron ver que ambos hermanos tenían la misma contextura física. Anchos de hombros y atléticos.
—Se nota que son hermanos —comentó Matías.
—Es cierto —respondió David.
La diferencia radicaba en que Miguel era de piel blanca y cabello castaño claro. En cambio su hermano, era de piel trigueña.
—José Luis sale más a la madre —comentó Paloma.
—¡Y la presentación del campeón! Con un metro setenta de estatura y sesenta y ocho kilogramos. ¡Guillermo Nitooo Rivero!
Y estalló el público en aplausos mientras iba y subía al cuadrilátero.
Luego se tocaron los himnos y sonó la campana.
Cuando comenzó la pelea, Guillermo (Nito) Rivero fue velozmente a hacerle sentir al novato el rigor de la visita y de pelear con el campeón. Pero se encontró sorprendido ante el primer jab. Fue muy rápido y pareció molestar mucho al argentino.
Rivero aparentó mostrar con su expresión, que no entendía como el As podía tener tanta potencia con el jab.
Y ante la cantidad de golpes arrojados con dureza y precisión por parte de Fernández, el campeón terminó el round con lo justo y totalmente confundido.
Paloma y Marco gritaban enfervorizados.
—Se los dijimos —exteriorizó ella a sus nuevos amigos.
Los cuatro se miraron con expresión de confirmación y perplejidad.
Al comienzo del segundo round el As fue a definir la pelea. Y contra toda lógica previa, derribó al hasta entonces campeón. La cuenta llegó a diez y el público quedó totalmente sorprendido. Ni siquiera hubo mucha tristeza por la derrota del local. Se daban cuenta que habían visto el comienzo de una historia.
—Ustedes fueron amables con nosotros antes de saber que nuestro amigo sería campeón —dijo Marco en tono cordial. En un par de horas si quieren nos encontramos y les presentamos a nuestros amigos. Ahora vamos con ellos.
Todos confirmaron.
“Voy a esperar a este Fernández para preguntarle que sintió. Quizás el sea parecido a mi”.
Divagaba Santiago, admirado por la capacidad de daño de Miguel.
Y se quedó en la puerta, solo y esperando.
Luego de una hora, Paloma y Marco pudieron llegar a donde estaba su amigo.
—Mi hermano está adentro arreglando el tema del dinero y otras cosas. Recién me entrevistaron. Voy a salir en la tele.
—¡Vas a salir! —exclamó Marco divertido. —¡Eres el campeón del mundo! ¿Qué esperabas!
Rieron y abrazaron a su amigo.
Le contaron sobre los cuatro argentinos y que querían que lo conociesen. El no tuvo ningún reparo.
Solo en ese momento, pudieron prestar más atención al estadio. Se notaba que había sido refaccionado hacía poco tiempo. Tenía capacidad para unas quince mil personas. Las butacas eran bastante incómodas, no obstante el lugar estaba bien provisto en cuanto a baños, pasillos y cantidad de salidas. También estaba pintado a nuevo y poseía muy buena iluminación. La vista del ring era muy buena desde todos los sectores. Daba la sensación de que si cambiaban los asientos por otros mejores, sería un lugar muy bonito para cualquier tipo de espectáculos.
—Si quieren llámenlos para que vayan viniendo.
Eso hicieron y quedaron en encontrarse en la puerta.
Cuando salió José Luis con una amplia sonrisa fueron hacia la puerta.
—¿Y? —preguntó intrigado Miguel.
—Cierto. Me olvidé de decirte (iba subiendo la vos con emoción) que cobraste mucho dinero —agregó—, ¡y vas a ser rico a partir de la próxima pelea!
Ambos se abrazaron.
—Los dos lo seremos —dijo Miguel. Y claro —mirando a Paloma y Marco— que no me olvidaré de quienes son mis amigos.
En el Distrito Federal de México, dos personas se encontraban luego de catorce años.
En el frente de una casa muy bonita. Con mármol nuevo y decorados muy modernos, se frenó el Doctor Ricardo García. Tocó timbre y atendió una mujer.
—¡Ricardo!
Se abrazaron.
—Mirta. Ya te contaré la situación. Es el momento. Dónde están José y el niño.
—Carlos está dentro. José está en San Luis. Ha reunido entre esa provincia, Santa Fe y Córdoba unas ochenta personas. Lo llamaré para que empiece a juntarlos de manera urgente. Ha estado varios años con esta premisa. Y luego haré venir de inmediato a los diez que junté aquí.
—Excelente, Mirta. Nos han hecho ganar mucho tiempo. De aquí entonces vamos primero a Japón, luego a Rusia, San Luis, Córdoba, Buenos Aires y Mar del Plata; por los otros dos elegidos.
Ella sonrió y entraron para hacer las llamadas.
El doctor García era de estatura media y aparentaba tener unos cincuenta años. Con barba y cabello canoso, pero que cubría su cabeza. Llevaba un saco blanco que daba el aspecto de doctor. Claro que en este caso coincidía con la realidad.
—Carlos, que gusto verte. ¿Cómo estás?
—Pues muy bien. Esperemos poder ayudar. Mis padres me contaron todo hace unos dos años.
Carlos Rodríguez tenía catorce años. Trigueño y con ojos pequeños. Parecía ser muy inteligente. Lo confirmó luego su madre en la corta charla con García.
En cuanto estuvieron todos en la casa, el doctor los hizo salir a la puerta. De repente todo se oscureció y ninguno de ellos estaba más ahí.
—¿Todo salió bien, García? —preguntó Tofuca.
—De maravillas. Además por la suma de dinero que les pagamos a esos hombres, nos dijeron exactamente donde están los dos de Japón y los dos de Rusia. Después de todo era dinero fácil para ellos, al ser personajes conocidos. Y no tenían idea de porque les pagaban por informar eso. Mirta me dio las ubicaciones de los cuatro.
—Perfecto —manifestó Tofuca—. Vamos a Japón primero y Rusia después.
Cuando Miguel Fernández, su hermano y sus dos amigos llegaron a la puerta, vieron a un hombre canoso, de unos cincuenta años y un traje blanco, acercarse a ellos. Por otro lado y no pareciendo tener nada que ver con él, un joven de aspecto extraño; vestido completamente de negro, de piel muy blanca y con maquillaje para estar casi albino, iba también en su dirección.
—Es el que parecía vampiro —le recordó Marco a Paloma.
—Es cierto —sonrió ella, algo nerviosa por la situación.
—¿Lo conocen? —consultó Miguel.
—No, no —estaba diciendo Marco, cuando lo cortó Paloma.
—Ahí vienen. Los cuatro argentinos buena onda.
El doctor fue el primero en llegar y se presentó.
—Buenas noches —soy el doctor Ricardo García.
Entonces Santiago llegó e interrumpió. Siendo mirado con estupor por García.
—Quiero preguntarte una cosa, Fernández.
Al mismo momento llegaron los cuatro amigos, pero al no entender la situación, se quedaron a un costado observando y esperando.
De pronto todo empezó a oscurecerse. Como si la luz no llegase a tocarlos.
—¡Esa no es nuestra nave! —gritó García desesperadamente. ¡Corran!
Nadie entendía esa locura.
Cuando la luz volvió ninguno estaba ahí.
Capítulo 2 – Rapto
Se encontraban tirados. El piso estaba frío. Cómo si fuera metálico.
—¡No puedo ver! —exclamó Ailén conmocionada.
Todos gritaban y se buscaban con desesperación.
—¿Qué está pasando? —gritó Facundo. Veo todo en penumbras, veo.
Era como una habitación a oscuras. Con el techo a unos cinco o seis metros de altura.
—¡Silencio! —Dijo García levantando la voz—. Estoy seguro de que no tenemos mucho tiempo, así que escuchen. Este es el efecto que causa la atmósfera de mi planeta en ustedes. De a poco se les irá pasando. Pero no tengo dudas de que no tenemos ese tiempo. Ni siquiera sé porque seguimos con vida. Esta nave es del dictador que rige en mi tierra. Y a pesar de que no creo que el esté a bordo, cualquiera de sus capitanes vendrá a matarnos. Sé que todo esto les resultará extraño, pero si se fijan bien, nada de esto les puede parecer normal. Si quieren vivir tómense de las manos y yo guiaré al primero.
Estaban desorientados. Sin embargo, no tenían otra opción.
Se pusieron de pie a los tumbos y llegaron hasta una puerta.
David notaba que veía un poco mejor, no demasiado, pero no tan mal como al principio.
—García, que sorpresa tan agradable.
Escucharon. Y vieron una figura humana acercarse.
—¿Qué hace un doctor cómo usted, conspirando contra nuestro amado líder?
—Déjese de payasadas capitán Torres —espetó García—. ¿Por qué seguimos con vida? ¿Qué quiere?
García no se amedrentaba ante el capitán. Este medía alrededor de 1,80 mts. Parecía estar en buena forma física. Usaba unos largos bigotes sin barba y era de tez blanca. Tenía lo que parecía ser un uniforme militar. Botas cortas y pantalones negros. Arriba un saco negro con mangas blancas, en las que tenía marcado el número seis (VI). Al igual que un círculo blanco en su espalda. Al parecer el número era una cuestión de rango.
—Se lo diré de una manera suave—. Continuó Torres. ¿Se acuerda de qué ustedes tenían un espía con vida? Jajaja. Pues bien, le sacamos información hasta que aguantó. Pero ahora al que necesito es solo a usted. A los demás los eliminaremos en este instante.
La vista de todos comenzaba a aclararse. Y se dieron cuenta que Torres no era el único. Detrás había unos diez hombres, que tenían un uniforme similar, pero con un uno (I) en numeración romana en ambas mangas y en su espalda. Comenzaron a acercarse a los jóvenes. Parecían tener como una leve luminosidad en las manos.
Miguel, a pesar de no ver bien aún, se lanzó hacia el que tenía más cerca y luego de esquivar un golpe de este, infligió un gancho al mentón que hubiera derribado a cualquiera. Pero solo hizo retroceder un poco al atacante. El soldado profirió un golpe en el cuerpo del As y a pesar de este poner sus brazos en defensa, salió despedido contra la pared quedando muy dolorido y aturdido.
La vista seguía mejorando.
Otro soldado fue por Paloma. Marco que había tomado un palo de escoba que se había transportado junto con ellos a la nave; se lanzó sobre el agresor para golpear su cabeza. No podía siquiera concebir que algo le pasara a ella. Preferible él y no su amada; pensó. Pero este frenó el palo con una mano. Entonces como si fuera electricidad bien visible, desde donde el soldado tomó el palo, hasta la otra punta, comenzó a iluminarse. No como si fuera una linterna, pero era notorio. Luego tiró del elemento para que Marco lo suelte y este no pudo evitarlo. Y lo atravesó por el estómago. Como si hubiese sido una espada. “Y pensar que nunca se lo voy a poder decir”. En ese instante pasaron por su mente su familia, sus amigos y ella. Marco observó con sufrimiento e incredulidad. Por última vez.
—Noooo!
Paloma observaba el cuerpo de su amigo Marco. Tenía toda la vida por delante con sus dieciocho años. En un segundo recordó que el joven era un muy buen jugador de fútbol, aunque nunca se lo había tomado en serio. Tenía un muy buen sentido del humor y era lo que se llama, un muchacho despreocupado. Y siempre había sido muy bueno con ella.
Todos estaban desconsolados y asustados. Ya que evidentemente eran sus últimos segundos de vida. Y como era lógico, se replegaban agitados. José Luis tenía en sus brazos a Miguel que se estaba recuperando.
No podían comprender que lo que hasta hace unos minutos era pura felicidad, ahora era una segura muerte.
“Me siento bien…. muy bien — Susurraba su mente—. Percibo el poder dentro de mí. Voy a divertirme ahora. Para sentir que estoy vivo”.
Santiago no retrocedía y tenía la cabeza como si mirase al suelo.
—Acaba con ese cobarde que ni se mueve —dijo Torres a un soldado en referencia a Santiago Ataner.
El soldado se acercó a este con un hacha al cual ya había transmitido ese brillo extraño desde sus manos.
Pero cuando iba a decapitar a Santiago, este levantó la vista y estaba sonriendo. De una manera que hizo sentir temor a quien iba a ser su verdugo. Las manos de Ataner tomaron un brillo similar a las de los soldados, pero parecían tener más intensidad. Golpeó con las palmas el pecho de su rival. Pero antes que pueda tocar a su enemigo, la luz de sus extremidades se estiró y fue como un rayo que atravesó al soldado. El cual cayó muerto.
—No puede ser —gritaba el capitán—. En quince minutos no puede haber adquirido la luz, ese maldito perecedero. ¿Qué demonios pasa! A él —indicó a los otros.
Pero Santiago comenzó a disparar cada vez con más precisión y a eliminar soldados. Estos no parecían poder hacer lo mismo y agarraban objetos contundentes para luego pasarles la energía. Pero el capitán Torres sí. Arrojó energía que apenas pudo detener Santiago con sus manos y los seis soldados restantes aprovechaban para acercarse al Vampiro (como lo habían apodado los demás jóvenes en el estadio).
—Si lo matan estamos perdidos —les dijo David al resto.
Y fue en ayuda de su reciente compañero. En cuanto pudo pensarlo, notó que sus manos despedían una leve luz. E intentó lanzar esa energía. Pero fue en vano. En el momento en que un soldado intentó golpearlo con un palo, instintivamente se cubrió. Pero ante su grata sorpresa, eso si pudo hacerlo sin sufrir daño. Y con un golpe de puño desmayó al soldado.
David se paró delante de los soldados para que estos no puedan atacar al Vampiro por sorpresa. Aunque sabía que eran muchos para él.
En ese lapso. Tanto el capitán como Santiago seguían haciendo chocar su energía. La de Santiago comenzó a ganar terreno, hasta que llegó hasta Torres y lo lanzó varios metros para atrás y lo hizo perder el sentido.
Posteriormente giró de nuevo hacia los otros cinco enemigos que rodeaban a David y los eliminó con una facilidad y frialdad asombrosa.
García no podía creer lo que veía. Nunca nadie había adquirido la luz tan rápido. Si bien en la nave había una atmósfera similar a Principal, ni en el planeta había ocurrido de esa manera. Pero esto los había salvado.
Ahora debían deshabilitar la nave. Porque él, bien sabía que era muy peligrosa y no podían dejar pasar la ocasión. Y que si se apuraban, podían llegar al cuarto de los escudos y motores. Antes que lleguen los refuerzos.
Les dijo que lo sigan y sin preguntas, todos fueron por una serie de pasillos sin poder prestar demasiada atención.
—Tenemos que destruir esas pilas —dijo señalando dos compactos aparatos que se asemejaban a un mainfrain. De un metro de ancho y dos de alto. Y otro de un metro cuadrado que según García era lo que hacía funcionar el escudo.
—¿Qué hacemos? —preguntó David.
—Romperlos —respondió García.
Santiago con cada mano lanzó respectivos rayos de luz a las dos cajas más altas y las destruyó. Y David intentó con la otra y esta vez sí pudo despedir luz y arruinarla.
Se escucharon ruidos de la habitación donde habían combatido. Señal de que estaban llegando los refuerzos. La adrenalina crecía.
—Tenemos a unos pocos metros la salida —dijo García.
—Un momento. No podemos irnos sin el cuerpo de Marco —contrapuso Paloma con la complicidad de Miguel y su hermano.
—Lo siento —contestó García—. Pero si no nos vamos, ese no va a ser el único cuerpo.
No querían admitirlo, pero todos sabían que estaba en lo cierto. Así que lo siguieron rápido y en silencio.
Fueron por unos pasillos anchos y con el techo alto. Las paredes eran de color crema y estaban en total pulcritud. No obstante, por lo que estaban viviendo, todo les parecía horrible.
—Aquí es la salida. Había una complicada botonera en esa habitación. Y García parecía manejarla con suma facilidad.
—La programé para que en diez segundos estemos abajo.
Llegaron los soldados restantes, pero justo se activó el transportador.
Todo se oscureció como cuando los habían subido. Pero esta vez no perdieron el sentido. Fue como si estuvieran bajando en una montaña rusa pero sin carros. Rápidamente sintieron el suelo y la luz volvió. Estaban en el mismo lugar donde los habían secuestrado.
Nuevamente comenzó a oscurecerse todo y estaban haciendo un viaje inverso de similares características que hacía unos segundos.
Aparecieron en el mismo cuarto donde antes habían recuperado el conocimiento.
—Nos capturaron nuevamente —dijo Matías.
—No, no. Contradijo García. Está bien. Estamos en mi nave. Ocurre que son prácticamente idénticas.
Comenzaron a andar por pasillos similares a los de la otra nave. Pero contrariamente a hace unos minutos. Las mismas paredes que antes odiaban, ahora les parecían muy cálidas y modernas.
—La temperatura ambiente de la nave —comentó García mientras caminaban—, ronda entre los dieciocho y veinticinco grados Celsius.
—García —manifestó el doctor Tofuca. Que bueno que hayan podido salir. No sabíamos si atacar o no la nave del gobierno. Quién sabe cual hubiera sido el resultado. Es muy probable que ambos hubiéramos sido destruidos.
Antes que García pudiera decir algo. Lo interrumpió Mirta.
—Nos están disparando, pero no pueden penetrar nuestro escudo.
—Tofuca! —dijo García. Hemos dañado sus motores y su escudo. Si los chocamos de frente podremos salir ilesos.
Tofuca asintió aún sin gran alegría.
—Adelante, Mirta.
Mirta maniobró una botonera.
—Los hemos abatido —comentó en voz baja.
—Vamos hacia San Luis.
—Un momento —interrumpió Paloma—. Acaban de decir que iban a chocarlos y que los destruyeron. Pero yo no sentí ningún impacto. Eso no es posible, por más tecnología que tengan.
—Voy a explicarles algunas cosas. Otras tendrán que esperar unos momentos a que terminemos de subir pasajeros. Así lo haremos una sola vez.
—Estamos esperando —expresó José Luis.
—Nuestra nave, básicamente trabaja con tecnología que utiliza energía similar a la de los agujeros negros. Y nuestro escudo también. Si su nave hubiera tenido su protección, casi seguramente ambos hubiéramos sido aniquilados. Pero no siendo así, es muy difícil que haya algo que no podamos atravesar sin recibir daño y además destruyendo completamente lo que chocáramos. Inclusive haríamos un agujero en un planeta.
Todos se miraron anonadados.
—¿De dónde son ustedes? —preguntó Matías con su vos grave.
—Eso se los explicaremos en un par de horas.
—¿Hay más gente a bordo? —consultó Ailén.
—Sí. Once personas que vienen de México que están en sus compartimientos. Además dos de Japón y dos de Rusia que están durmiendo en forma obligada, ya que tuvimos que insertarles el idioma español. Eso lleva unas tres horas de descanso para estar bien.
—¡Insertarles el idioma! ¿Qué quiere decir?
—Mediante un micro-rayo ocular, pasamos la información directo a la memoria de largo plazo del cerebro. Es bastante molesto pero rápido. Y con un descanso estarán como nuevos.
Tanto los argentinos como los españoles, se miraron con desconfianza.
—Veo que tienen dudas. Pero ya conocerán a esos jóvenes.
—¿Les muestro sus habitaciones, doctor? —propuso Mirta al doctor Tofuca.
—Sí, gracias. En cuanto estén todos los llamaremos para informarles completamente de la situación.
Todos la siguieron.
La nave era gigantesca. Parecía una mansión. La sala principal, donde habían hablado con Tofuca, era aproximadamente de unos quince metros cuadrados y el techo era como una cúpula que en su parte superior llegaba aproximadamente a los seis metros.
Ahora iban por un pasillo que cada tres metros tenía una puerta de cada lado.
Mirta les iba explicando cosas básicas.
—Cada puerta es una habitación y todas tienen baño privado. Tanto la comida como la bebida están comprimidas por una cuestión de espacio. En las habitaciones tienen una muda de ropa, pero claro, si tienen inconvenientes con el talle, o si es para diferente sexo, pueden intercambiarse. Y si no les proveeremos del almacén. Les daremos más cuando lleguemos a destino.
—¿Destino? —interrogó Miguel.
Sí, pero no soy la persona indicada para explicarles eso. A partir de aquí tienen habitaciones libres. Elijan las que deseen.
Santiago (el vampiro) Ataner parecía ser el más tranquilo con toda esa situación.
—Juntémonos en media hora en mi habitación para charlar —propuso José Luis.
Todos asintieron.
—Fue increíble —terminaba de contar García a Tofuca.
—Que haya vencido a Torres —exclamaba Tofuca—. Un capitán. Si bien, era el menos poderoso de los seis capitanes, era más que cualquiera de los demás soldados.
—Exacto. ¡Y además como pudo adquirir tan rápido la luz! Y otra cosa. Si no fuera por él, estaría sorprendido por ese joven, David. También fue impresionante lo rápido que adquirió el poder. Solo un poco después. Ya sé que tenerlo antes no significa ni más ni menos potente. Pero creo que tenemos al menos dos casos seguros. Y creo que los demás, por supuesto incluyendo al As, también tienen potencial.
Mirta asentía sorprendida frente al relato de García.
—Estamos todos —dijo José Luis.
Paloma rompió en llanto.
—Es todo una locura. Pero en que puedo pensar… o que puedo decir. ¡Marco está muerto por protegerme!
Fue como si cayeran de pronto. Los demás guardaban un respetuoso silencio. Miguel se agarró la cabeza.
—¡Por Dios! No lo puedo creer. Ni siquiera puedo imaginar a sus padres. Vino con toda la alegría a verme ganar el campeonato.
—Estaba tan orgulloso de que su amigo iba a representar a España —señaló Paloma.
Ambos amigos se abrazaron y continuaron así unos minutos.
—Ya está —dijo la joven secándose los ojos con un pañuelo que le prestó Ailén—. Tratemos de resolver esto.
—¿Alguien entiende algo de lo que pasó aquí? —empezó José Luis Fernández—, quien era muy analítico y no solía dejar cosas libradas al azar.
—Digamos hipótesis, a pesar que suenen disparatadas —señaló Matías—. Luego las iremos discutiendo.
Todos parecieron estar de acuerdo.
—Esta gente parece ser terrestre. Pero tienen una tecnología demasiado avanzada —sentenció David.
—¿Y eso que nos dice? —preguntó José Luis— Quien era muy analítico.
—Pues una de dos —agregó David—. O no son de la Tierra, como parecen. O …, —hizo una pausa— ¿vienen del futuro!
Se sintió un tonto con la sola mención.
—O soy un tremendo idiota que no puede pensar en algo más normal. Y, que con suerte, dentro de un tiempo se reirá de semejantes estupideces.
La joven Alimdul abrazó unos segundos a su amigo al verlo ponerse colorado y sentirse mal con lo que estaba manifestando.
Santiago era el único que no hablaba y parecía estar en otra cosa. Daba la sensación de que disfrutaba el salir de su vida cotidiana.
—No creo que seas ningún idiota —agregó Paloma sonriendo levemente.
—Al contrario —sostuvo José Luis.
—Tampoco entiendo porque las dos naves eran iguales —se extrañó Matías.
—Es cierto —se sorprendió José Luis observando que se le había pasado.
—Otra cosa —señalaba Matías con su voz de tenor—. ¿Dónde estamos yendo? Digo, ahora a San Luis. Pero creí entender que de ahí seguiríamos viaje.
—Vamos a su planeta, vamos.
Todos sonrieron agotados.
—¿Tu nombre es..? —consultó Miguel al Vampiro.
—Santiago Ataner.
—¿Cómo hiciste? ¿O cómo hicieron eso de la luz? O lo que sea que fuere —amplió la pregunta mirando a David.
—Me sentí muy bien. El poder fluía dentro de mí. Éxtasis —dijo Santiago.
Ailén y Facundo se miraron con pavor.
—Pues yo no sé si lo mío fue igual. Primero sentí un calor desde las manos hasta los antebrazos y en el pecho. No era demasiado. Pero ahora que lo pienso, cuando lancé esa especie de rayo al control del escudo en esa nave, fue como si el calor hubiera aumentado, pero no me molestaba como al principio. Ahí sentí que podía —dudó un poco— direccionarlo. Espero haber sido claro. Porque no creo que pueda explicarlo mejor, al menos por ahora.
—Esperemos que nos aclaren más cosas en un rato —opinó Miguel.
Se fueron distendiendo.
—¿Alguien tiene algún dulce? —Rogó Paloma—. Muero de hambre. Lo que dijo esa señora de la comida lo entendí, pero no había en las habitaciones.
—Yo también quisiera — se sumó Ailén.
—Yo tenía, pero no sé ahora —David buscó en el bolsillo de su campera—. Sí, un pequeño chocolate todo roto y unas pastillas. Tomen.
—Muchísimas gracias.
—Acepto una pastilla —dijo José Luis.
—Gracias. Espero que nos den algo de comer pronto.
—Hasta los presos comen —manifestó Matías.
Y causó un efecto que hizo dudar a todos.
—No, lo pensé, pero no —aseguró José Luis—. No estamos presos ni raptados. No estoy seguro de que pasa. Pero los malos obviamente eran los de la otra nave.
Todos asintieron.
Estuvieron conversando media hora más. Hasta que Mirta golpeó la puerta.
—Ya están todos a bordo. El doctor Tofuca, junto con García, les van a dar una explicación a todos los pasajeros, a pesar de que algunos ya saben lo que ocurre en líneas generales. Y luego va a escuchar y contestar todas las dudas que tengan de la mejor manera posible. En diez minutos en la sala principal.
Los ocho dieron a entender que ahí estarían.
Capítulo 3 – Origen
La sala estaba repleta. Como por unas cien personas. En su mayoría de entre catorce y veinte años.
—Escuchen con atención —pidió Mirta—. Ya que somos demasiados y se volvería muy confuso si todos quieren preguntar a la vez. Algunos de ustedes, sea por mi, o por mi marido, José; ya están al tanto de varias de las cosas. Pero otros están totalmente desinformados. Así que en principio, los doctores Javier Tofuca y Ricardo García darán una explicación general y luego, de a uno por vez, se les dará la palabra para preguntar lo que quieran.
Luego miró a Tofuca y este comenzó a hablar.
—En la ciudad de Mar del Plata se creó un centro de investigaciones muy importante. Trescientos cincuenta hombres y doscientos setenta y cinco mujeres trabajaban en el. La gran mayoría de habla hispana; no obstante, había algunos científicos que venían a colaborar de Estados Unidos, Inglaterra, Japón, China y Canadá. La meta principal era descubrir si podría utilizarse el conocimiento que se tenía sobre los agujeros negros, como una fuente de energía; quizás ilimitada. Para ello, tenían que recrearlos aunque a una escala menor, con el fin de hacer sus experimentos.
Todos escuchaban expectantes.
—Fue así, como el 25 de octubre de 2110 ocurrió un terrible accidente. Todos los científicos y unos pocos hijos de estos que se encontraban en el laboratorio, fueron trasladados a otro planeta. Algo más grande que la Tierra, pero con la misma gravedad. La atmósfera es algo diferente, pero totalmente apta para la vida humana. Este lugar fue llamado por esta gente, Principal.
Todos intercambiaban miradas. Y hubo murmullos.
—Nosotros y muchos más que están en Principal, somos los descendientes de estos científicos. Y adoptamos por ser mayoría, el español como lenguaje universal. Además, como ya comprobaron algunos de nuestros invitados, no hay problemas para aprender velozmente cualquier idioma.
La mirada de Tofuca se posó en cuatro jóvenes que venían de Japón y Rusia.
—Por sustancias en la atmósfera de nuestro nuevo hogar, la vida humana se prolongó en demasía, comparada con la Tierra, o planeta Perecedero, como se dice en Principal. El promedio es entre veinte mil y veinticinco mil años terrestres.
Acontecieron miradas de incredulidad.
—Se construyó la primera ciudad y con el pasar del tiempo y la prolongada existencia, los avances tecnológicos llegaron por decantación. Incluso se continuó con el estudio de los agujeros negros. Y como verán por esta nave, se llegó a buen puerto. Igualmente una como esta no es fácil de construir, aún para nosotros. Con todo, nos lleva algunos milenios la terminación. Por supuesto no por su estructura, sino por la carga de energía ilimitada que tienen sus escudos entre otras cosas. La batería para un viaje de Principal a la Tierra y vuelta, demora un año.
Las caras de asombro se multiplicaban.
—Otra cosa —interrumpió García—. En el primer viaje a la Tierra se supo que no solo habían cambiado de planeta. Retrocedieron unos doscientos cincuenta mil años. Como supongo que algunos de ustedes habrán oído, incluso en su era, los agujeros negros pueden deformar el espacio y el tiempo. En cuanto esto último, es demasiado inestable como para controlarlo con esa tecnología; a pesar de que sobre este punto voy a retomar dentro de unos instantes. Pero en cuanto al espacio, estamos viajando por lo que llamamos ‘Agujero de gusano’, estrechando el espacio. De otra manera sería imposible un viaje de la Tierra a Principal.
—Se decidió que no se cometerían los mismos errores que en la Tierra —dijo Tofuca—, en cuanto a la contaminación indiscriminada.
—En el momento que los originales llegaron a Principal, no podían ver —comentó García—. Y con el pasar de los minutos su visión se fue aclarando. Y empezaron a percibir, lo que hasta ese momento eran extraños poderes. Como algunos pocos de ustedes ya han notado. El resto los irá adquiriendo con el pasar de los días.
Todos observaban y se escuchaban susurros que preguntaban a quienes se referiría que ya los poseían.
—Cuando en la Tierra fue el año 50 —retomó Tofuca—, unificamos los años con su planeta, por la invención de una máquina para retroceder en el tiempo. Pero no como las teorías que lo manejaban a voluntad. Lo voy a exponer con un ejemplo para que quede más claro. En el año 2050, con la misma máquina, pudimos volver al año 50. Podríamos haber elegido el 100; pero nunca podríamos viajar a un tiempo previo a la invención de la misma. Además necesitamos mil años para recargarla. La hemos utilizado muchas veces. De hecho se construyó hace unos ocho mil años. Se ha hecho funcionar cada dos mil años, es decir, cada vez que llegábamos al 2050 volvíamos al 50.
—Acá hay un par de puntos importantes —señaló García—. Uno es que cuando retrocedimos en el tiempo, nos dimos cuenta que si teníamos más de esos años de edad, rejuvenecíamos ese tiempo nuevamente. Y otra es que una vez sometidos a eso, no pudimos volver a tener hijos. Como si fuera una defensa natural contra la sobrepoblación. Antes de eso nuestras mujeres habían podido dar a luz un máximo de tres veces, en Principal.
—En el año 1900 —enfatizó Tofuca—, una especie que llamamos espinosos, comenzó a atacar asiduamente nuestras ciudades. Eran muy poderosos aunque no demasiado inteligentes. Pero claramente tenían el poder de la luz y nosotros, a pesar de nuestras armas, no podíamos detenerlos. No se los dije aún, pero los humanos nacidos en Principal no adquirimos el poder. Por lo tanto, en 1918 se realizó la primera búsqueda de Perecederos.
Se podía sentir la tensión y la atención en el ambiente.
—Tuvimos que hacer varios viajes a la Tierra con nuestras cuatro naves —contó García—. Se eligieron mil quinientos jóvenes, hombres y mujeres en igual cantidad. Pero ese fue nuestro primer error. La Tierra vivía una época de mayor violencia. Y la gente que trajimos, quizás no estuvo cuidadosamente seleccionada.
—En un principio todo funcionó de maravillas —continuó Tofuca—. Sin embargo, un tal Pedro Falamar, empezó a juntar adeptos para su propia causa. Él era muy poderoso. Más que ningún otro que hayamos visto. Y pronto fueron muchos sus seguidores. Vimos lo que estaba pasando y tratamos de impedirlo. Pero de los mil quinientos, solo unos trescientos siguieron las enseñanzas de los originales. Y en la guerra civil fueron acabados. Algunos de nosotros pudimos escapar con una nave y luego de escondernos en una plataforma que los perecederos no conocían, formamos una leve resistencia. El resto vive bajo una terrible dictadura. Muchos han sido asesinados sin contemplación. Y cuando alguien muere por medio de la luz, no vuelve a la vida aunque se retroceda en la cámara temporal.
Los murmullos se habían transformado en bullicio.
—Un momento —reclamó Mirta—. Una cosa más antes de las preguntas.
—Teníamos un espía que por desgracia ha sido asesinado —declaró García—. Pero antes que suceda nos pudo hacer llegar el plan final de Falamar, —a quien ahora se le dice solo, General—. Es esperar hasta después de la fecha del accidente que nos llevó a Principal y luego destruir la Tierra, o devastarla, dejando solo mano de obra esclava que provea materia prima continua, de cualquier tipo. Dejando a los perecederos como menos que ganado. Luego de ese evento resetearán la máquina para que no se pueda volver más allá de esa fecha y recién ahí, dejar correr como antes los dos mil años. Eso para evitar que alguien pueda volver en el tiempo y frustrar sus planes. Así tendrían esclavos eternamente. Y si además nosotros ya no estamos, nadie nunca más va a poder traer terrestres que con la luz, puedan intentar enfrentarlos.
—Pueden empezar a preguntar —dijo Tofuca—. Levante su mano el que quiera hacerlo.
—¿Por qué el gobierno de Principal no atacó antes la Tierra? —preguntó una joven de unos dieciséis años.
—Porque cualquier ingerencia antes de la fecha del accidente podría causar una paradoja temporal. Que no sabemos cuanto daño nos haría. Quizás nada. Pero es un riesgo que nadie quiere correr.
—¿Por qué no regresaron a la Tierra una vez que fabricaron las naves? —consultó otra joven.
—Tardamos mucho en hacerlas. Para cuando las creamos, la gente pertenecía a Principal. Nadie quiso regresar al planeta Perecedero. Era otro mundo y otra vida. Además de muy corta.
—Veo que todos los que vinimos tenemos entre catorce y veinte años —interrogó Miguel—. ¿Cuál es el significado?
—Pensamos que los jóvenes se adaptarían más rápido y mejor. Y con menos de diez años de edad nunca adquirirían sus poderes. Eso lo sabemos porque en el viaje de los originales, había algunos hijos de esos científicos.
—Con el poder que tienen sus naves —habló Santiago—. ¿Por qué el gobierno no puede encontrarlos ni destruirlos?
—La resistencia está muy bien oculta en un planeta algo más grande que la Tierra y con no más de quince mil habitantes. Los soldados son alrededor de mil. Pero lo más importante. Los originales, si bien cometieron un error al traer la primera generación, tomaron precauciones ante cualquier accidente, para cuidar este planeta. Que quizás sin querer, nos están manteniendo a salvo por ahora. Las naves tienen un complejo sistema de coordenadas que tiene incluido claramente a Principal. Cualquier nave que se acerque al planeta, automáticamente pierde el escudo protector y se le desactivan todas las armas. Además en Principal, solo pueden encenderse los impulsores en una plataforma y salir verticalmente hasta pasar la atmósfera. Si no, se desconectarían.
—¿Por qué no fabrican nuevas? —expuso José Luis—. ¿Cuatro naves?
—El gobierno tenía tres y gracias a ustedes ahora solo dos. Pero no tienen los conocimientos. Es una de las razones por las cuales tratan de capturar a alguno de los que quedamos con vida. Como intentaron hace poco con García. Y nosotros que tenemos solo esta, no tenemos el lugar, que debiera ser gigantesco, el cual sería fácil de detectar; ni todos los elementos disponibles. Igualmente a alguien que posea la luz, no se lo puede destruir con armas comunes. Aunque supongo que si con el escudo de la nave.
—¿Qué se pretende de nosotros? —quiso saber Paloma.
La respuesta parecía evidente, pero le costó un poco al doctor Tofuca, ya que al decirlo en vos alta, resaltaba que era mucho lo que se estaba solicitando.
—Que nos ayuden a salvar Principal y a la Tierra; derrocando al General.
—Facilísimo! —exclamó Matías.
Hubo sonrisas generalizadas.
Vayan por el pasillo y suban por la escalera o por el ascensor —agregó Mirta—, donde está el comedor.
Capítulo 4 – El viaje
El restaurante no era un lugar muy moderno. De hecho no parecía parte de la misma nave. Como si fuese un comedor escolar. Se accedía por escaleras o por ascensores. Con varias mesas rectangulares para unas ocho personas. Para bien de ellos, las sillas eran de una comodidad extrema. Hasta era comentario de la mayoría. Con un acolchado de color plateado y esponjoso que no daban ganas de querer levantarse nunca. También eran adaptables para la altura y la inclinación.
—Antes que nada queríamos decir que lamentamos mucho lo de su amigo Marco —expresó David en nombre de los cuatro amigos—, mirando a Paloma y a los hermanos Fernández.
Ellos dieron muestras de entender y apreciar el comentario.
—Hola —dijo Mirta—, teniendo a su lado a quien aparentaba ser su marido y un joven de unos catorce años. Este es mi esposo, José. Los jóvenes pudieron observar que José era un hombre de baja estatura que al igual que Mirta aparentaba tener unos cuarenta y cinco años. No obstante, era imposible calcularles su edad, siendo nacidos en Principal. Trigueño y con unos prominentes bigotes. Daba el aspecto de buena persona.
—Y él, es nuestro hijo, Carlos.
En su caso, al ser este de la Tierra, era más fácil darse cuenta que tenía catorce años. Su mirada penetrante a pesar de su baja edad, permitía apreciar que era tenaz y muy inteligente. Pero no dejaba escapar, como su padre, un aspecto amable. También era de contextura pequeña y piel trigueña.
Todos se presentaron. Ailén notó en la mirada de Carlos un poco de temor al saludar a Santiago.
Sé que ustedes ya han entrado en combate —expresó Mirta refiriéndose a David y a Santiago—. De ser posible, dentro de tres días, cuando la mayoría ya tenga sus poderes, me gustaría que pudieran darnos una breve charla al respecto. De a poco, entre todos nos iremos ayudando.
—No hay problema —dijo David—. No sé si podré ser muy útil, pero lo intentaré.
El vampiro se mostró un poco reacio pero asintió.
Mirta y José se mostraron complacidos y agradecidos.
—¿Podría alguno de los dos contarle mañana algo a Carlos? —Preguntó José—. Y también a Jimmy y Laura. Son hijos de dos parejas que perecieron en la causa.
José y Mirta les contaron todo sobre esos dos jóvenes y la manera en que fueron adoptados. Y que sería mejor que los llamen por los nombres que habían usado sus padres adoptivos. Roberto y Nancy.
—¿A quién de los dos se lo pedimos, Carlos? —preguntó José sin notar que incomodaba al joven.
—No sé, supongo que es igual.
Ailén dándose cuenta de que a Carlos le hubiese resultado imposible decir que no quería que el vampiro les enseñe, se anticipó a todos.
—No se preocupen. Mañana yo acompaño a David y así de paso conozco a los chicos.
—Bárbaro, gracias. Hasta luego.
—Adiós.
Los ocho quedaron en la mesa y siguieron conversando mientras saciaban el hambre y sed. Sabían que la comida terrestre no alcanzaría para todo el viaje y que luego comerían como astronautas. Así que estaban disfrutando de pastas en este caso.
—Estaba muriendo de hambre, estaba.
—¿Qué? —preguntó Matías en tono burlón.
—Que tenía hambre. Pero al darse cuenta no repitió la primera palabra.
A no ser Santiago, que solía estar en su propia dimensión, los demás rieron.
—Lo más lógico y probable es que cuando me despierte mañana por la mañana —comentó Matías—, me de cuenta que fue un sueño. Supongo que hasta podría escribir un libro sobre esta historia.
—Pues yo iría a ver esta película al cine —rió Paloma.
Terminaron de comer y se llevaron agua para sus habitaciones. —La verdad es que estoy agotado —confesó David—. Voy a dormir.
Coincidieron y se fueron yendo, quedando en verse los que no se encontraren antes, en la comida del día siguiente al mediodía.
Ailén aceleró un poco el paso y alcanzó a David.
—¿Estás enojado?
—¿Por qué? —dijo sorprendido.
—Por el compromiso que te puse para con esos chicos. Es que noté que Carlos había mirado con algo de temor al Vampiro. Y me salió de adentro darle una mano. Pero claro, no era mi mano si no la tuya. Lo siento.
—No había reparado en eso, More. Supongo que eres más perceptiva que yo. Pero la verdad es que no me molesta para nada lo de mañana. Quédate tranquila.
—¡Gracias! Hasta mañana.
—Hasta mañana.
A la mañana siguiente, los ocho jóvenes tuvieron diferentes actividades.
Mientras David y Ailén Morena esperaban por Carlos, Roberto (Jimmy) y Nancy (Laura); Miguel y José Luis fueron a una charla con el doctor Tofuca; en tanto Santiago, Paloma, Facundo y Matías fueron a recorrer la nave.
El doctor Tofuca estaba con cuatro jóvenes, cuando llegaron los hermanos Fernández. En la sala de juntas, que no era tan grande como el comedor, pero tenía el tamaño de cuatro habitaciones. Con una sola mesa redonda en el medio, con lugar para unas treinta personas. Todos se saludaron y tomaron asiento.
—Quise esperar para que estén todos —confesó Tofuca—. Quiero contarles la razón por las que los elegimos a ustedes.
—¿No fue al azar? —preguntó Miguel.
—En el caso de tu hermano y tus amigos fue porque estaban contigo. El de ellos cuatro también fue premeditado.
Se miraron con asombro.
—Como ya les dije, luego del accidente retrocedimos en el tiempo, al margen de aparecer en Principal. Y nosotros estamos fluctuando entre el año 50 y 2050 desde hace ya unas diez veces. Entiendan que conocemos cosas de la historia más allá de 2020. Por ejemplo sabíamos que Miguel ganaría el título mundial. ¿Les interesa qué les diga porque trajimos a cada uno?
Contestaron al unísono afirmativamente.
—Les diré primero los datos que ya conocen, para que sirvan de presentación entre ustedes. Y luego los que todavía no han sucedido.
—Sasha Safarova de quince años. Nacida en Rusia y pianista clásica excepcional. Luchó durante años por la libertad de expresión y dueña de una integridad e inteligencia que causó admiración en todo el mundo.
Ella poseía unos ojos grandes color miel. Cabello castaño oscuro y muy largo. Varias pecas en la cara, buena altura y bella figura. Era hija única.
—Micke Katanov es hoy con dieciocho años una joven promesa del ajedrez ruso. Pero en poco tiempo se convertirá en un gran campeón. Considerado luego de su retiro, uno de los más grandes de la historia.
Micke esbozó una leve sonrisa. Él medía 1,80 mts y usaba el pelo muy corto. Tez blanca y cuerpo bastante delgado. Era el mayor de dos hermanos. Muy reservado y observador.
—Nadsuki Haruno de catorce años. Campeona juvenil de karate. Representante de Japón. Dio un gran impulso al deporte. Más adelante fundó una asociación civil que se instaló en varios lugares del mundo y sacó de las calles a decenas de miles de niños. Sin palabras.
La joven era de baja estatura y pelo oscuro. De tez característica del Japón. Tenía un carácter amable y siempre estaba dispuesta a ayudar sin reparos.
—Takumi Susuke. Quince años. En un año se convertirá en el campeón japonés de ajedrez de todas las categorías. Dos años después abandonaría por razones personales.
Era muy delgado. Un talento extraordinario. Un ser un poco ciclotímico y a veces le costaba motivarse.
Micke sonrió cuando vio otro ajedrecista en el grupo.
—Por último, Miguel Fernández. El As. Acaba de ganar el título medio de boxeo con dieciocho años. Era un desconocido.
Tofuca siguió contando la gran carrera de Miguel y de cómo volvió a los cuarenta y seis años y todos quedaron asombrados.
—Espero mucho de ustedes —finalizó Tofuca—. Los dejo para que se conozcan.
—En un rato llegarán los jóvenes —comentó Ailén.
—Sí, espero no ser una decepción. Aún no tengo muy claro, el manejo de la luz —contestó David.
—Seguro que lo entiendes mejor que todos los demás.
—A excepción del Vampiro Santiago.
Ambos sonrieron.
—Es un poco raro, ¿no? —dijo con algo de duda David.
—Jajaja. Diría que más que un poco.
—¿Estás segura More, qué Carlos tuvo un poco de temor de Santiago? Porque quizás, por como se dieron las cosas, él haya pensado que el que mejor pueda explicarle es el Vampiro. O quizás tuvo algo de miedo, pero al contarle a los otros dos, estos le dijeran que estando los tres no debían temer y se hayan ido a buscarlo a él.
—No —afirmó Ailén—. Seguro que vienen. Y si tal no fuera el caso, aunque sea un ratito, ¿me explicarías a mí? Ya sé que puede ser aburrido para una sola persona. Así que si no te parece, esperamos a que sean más.
David asintió con una sonrisa.
Golpearon la puerta de la habitación de David.
—Hola —dijo al abrir.
Carlos, Roberto y Nancy pasaron saludando.
—¿Cómo quieren qué les digamos? —consultó Ailén a Roberto (Jimmy) y Nancy (Laura).
—A mi Nancy. Todo es una locura, pero quisiera al menos no perder mi nombre.
Era de tez muy blanca y cabello largo, ondulado y castaño claro. Medía alrededor de 1,60 mts y pesaba unos cincuenta kilogramos. Sus ojos eran celestes y grandes. Era una excelente estudiante. Siempre atenta a lo que podía aprender. Y también, como su hermano, amaba la música. Prefería las canciones melódicas. Además le encantaban las carteras y llenarlas con objetos de todo tipo, desde cosas prácticas, hasta elementos que la gran mayoría de la gente nunca encontraría de utilidad.
—A mi también.
Ailén y David miraron sin comprender bien.
El chico volvió a hablar.
—A mi también díganme Nancy.
Y comenzó a reír.
—Claro, dos Nancy serían un lío —prosiguió Roberto (Jimmy)—. Fuera de broma, Jimmy está bien. Es el nombre de algunos guitarristas. Así que me gusta más que Roberto.
Era alto y muy delgado. Su pelo ondulado y de color rojo llamaba la atención. Claro que su ropa de varios colores aportaba a eso. Tenía ojos pequeños y una leve deformación en el tabique nasal. Era muy extrovertido y tocaba guitarra desde hacía varios años. Su música favorita era el rock. Y con un grupo de amigos, se juntaban para hacer música y divertirse.
Los cinco rieron y con el hielo roto, comenzaron.
David les contó rápidamente todo hasta que estaban rodeando a Santiago. Y que el pensó que si lo vencían, todos morirían. Entonces se lanzó sin saber todavía que tenía la luz.
—¿Alguno de ustedes siente algo? —preguntó.
—Yo sí, dijo Nancy
Los otros dos negaron.
—Veamos Nancy. Toma.
Le dio una cuchara pequeña.
—¿Sientes el calor en tus manos y en el pecho?
—Sí. Desde hoy, hace unas dos horas.
—Perfecto. Así empecé yo. Imagina que el calor que sientes en la mano, lo vas trasladando al mango de la cuchara.
Una tenue luz se evidenció desde sus manos hasta el mango. Y luego siguió al final de la misma. Ella y los demás miraban asombrados.
—Quisiera que probáramos con algo que pudiéramos romper —repetía David en voz baja.
—Yo tengo —sonrió Nancy abriendo su cartera.
Y sacó una piedra amatista. Grande. De unos 7cm de largo y 5cm de ancho.
Ailén y Carlos miraban incrédulos. Roberto conocía suficiente a Nancy para no sorprenderse de su ‘cartera mágica’. Y David, solo se rió.
—Para que no parezca que la rompí yo. Voy a pedirte Jimmy que sostengas la piedra.
Este la agarró desconfiado.
—Bien. Ahora Nancy, apoya la cuchara en la piedra. Pero no la golpees. Suavemente. Una vez que sientas que está apoyada, empújala muy despacio contra la amatista. Y tú, solo sostenla.
La piedra se destruyó como si la hubiesen golpeado con potencia inusitada.
—Wowwwwwwww
—¡Lo logré!
Juntaron los trozos de piedra y Nancy los guardó.
—Si quieren, mañana seguimos. Quizás alguno pueda lanzar rayos, más adelante.
—Muchísimas gracias, David.
—Al contrario.
—Nos estamos viendo.
Los restantes amigos se habían encontrado con el doctor García en su recorrido por la nave.
La sala principal, desembocaba a todos los demás lugares. Tenía dos ascensores que iban al comedor y pasillos hacia las habitaciones, la sala de juntas y la de entrenamiento. También había escaleras espaciando los cuartos que llevaban al restaurante. Al cuarto de los escudos y motores, solo se accedía por un pasillo.
—¿Cuánto tenemos de viaje? —quiso saber Paloma.
—Poco menos de un mes. Está en la Vía Láctea, al igual que la Tierra. No sabemos las razones por lo cual, el accidente nos llevó a Principal y no a otro lugar. Tenemos muchas teorías; todas improbables.
—¿Alcanzarán las provisiones?
—En cuanto al agua seguro. Porque la tenemos comprimida y les aseguro que hay de sobra.
—¿Y la comida? —se preocupó Facundo.
—Pienso que alcanzarán las provisiones de la Tierra. Pero de no ser así, hay también comida comprimida. Que no es tan sabrosa, por supuesto, pero que nos alimentará de igual manera.
—Tengo dos preguntas —dijo Matías.
—Sí, dime.
—¿Qué habrá de comer en Principal? Y ¿qué tipo de energía manejan?
—La energía es solar. Para todo, menos para la nave. Que utiliza la tecnología que les conté en la sala principal —prosiguió Tofuca—. Para comer es parecido a la Tierra. Vegetales, peces y animales. Son diferentes especies, pero es igual. Aunque hay una cosa que creo no mencioné. Para cazar, sean peces o animales, nunca hay que usar la luz. Porque matar un ser vivo con ella, causa que aunque retrocedamos en el tiempo, estos seres ya no existan. No pudimos averiguar la causa, pero es suficiente motivo para no hacerlo. Es igual con los humanos.
—Los jóvenes asintieron y se despidieron.
En esa misma cena intercambiaron las cosas que les habían sucedido.
A la mañana siguiente, Matías salió emocionado de su habitación. Y vio muy cerca a Miguel y a Paloma.
—Miguel, Paloma —llamó.
Ambos lo saludaron con una sonrisa.
—Son los primeros que veo —dijo inquieto—. Ya tengo la luz. No como el Vampiro. Pero siento el calor en las manos y en el pecho y pude ver una leve luz.
Ellos sonrieron.
—Te felicito —manifestó Miguel—. Paloma está en la misma situación que tú. En cambio yo, todavía tengo que esperar.
—Bien Paloma. Quizás hoy le pida a Santiago o a David que me den un par de consejos para apresurar el manejo.
—Preferiría pedirle a David, pero creo que está ocupadísimo con eso. Quizás convenga esperar un día más que van a dar una charla genérica.
—Te entiendo. Pero quizás en el almuerzo alguna cosita nos pueda decir. Nos vemos luego.
Y Matías se alejó tan rápido como había llegado.
Paloma se quedó con la impresión de que iba a ser imposible evitar que le pregunte, ya que se lo veía muy alterado. Sonrió y siguió con Miguel en busca de algo para tomar.
Luego de escuchar el golpe en su puerta abrió y vio a Ailén con una feliz sonrisa.
—¡La tengo! —expresó antes que David pueda preguntar.
—¡Hey! Te felicito y me alegra.
—¿La tendrán los otros también?
—Ni idea. Al mediodía lo veremos.
En unos minutos llegaron Carlos, Nancy y Jimmy. Se saludaron alegremente.
—Ya tenemos la luz —dijo Carlos.
—Buenísimo —contestó David—. More también.
—¿En que estado están? —Preguntó Ailén Morena—. Yo aún siento el calor.
—Nosotros también —contestó Jimmy—. Pero Nancy ya no.
—Perfecto —remarcó David.
—Traje un mini obsequio —dijo Nancy sacando unas cadenitas de la cartera—. Hice cinco, con las piedritas que rompí ayer. Les hice el agujerito usando la luz. Con un cuchillo de punta fina. Estoy muy contenta y agradecida de que sean mis amigos.
Todos le correspondieron y dieron un beso en la mejilla. Y por supuesto se colgaron la amatista.
—Bien —comenzó David—. Primero, Ailu, Carlos y Jimmy van a hacer algo similar a lo que hizo Nancy.
Los tres lo lograron haciendo un agujero en un pedazo de hierro que Carlos había pedido al doctor García.
—Nancy, esto es un poco más difícil. Yo tampoco lo manejo muy bien. Trata de mover la energía. De direccionarla.
Intentó varias veces pero no pudo.
—Quizás en unos días puedas — la animó Jimmy.
—Es que no sé muy bien como explicarlo —se excusó David. Lo siento. Yo tampoco soy antiguo en esto.
—Tranquilo David —se apresuró Carlos—. Haz hecho mucho sin tener los medios y te estamos realmente agradecidos. Al pasar de los días nos daremos cuenta de hasta donde podemos llegar.
—Además —agregó Carlos, por lo que tengo entendido, no todos podremos lanzar rayos.
—Mañana no nos juntaremos aquí, ya que va a haber una charla general sobre el tema en el comedor.
Los tres jóvenes se fueron.
Ailén antes de irse habló con David.
—Tienes que dejar de preocuparte por todo como si pudieras resolverlo. Haces lo mejor posible. Y te admiro por eso. Pero no todo lo que no sale bien es tu responsabilidad. ¿Me entiendes?
—Sí, gracias. —dijo David sonriendo.
Se saludaron y quedaron en verse al mediodía con los demás en el almuerzo.
Matías llegó primero a la mesa. Estaba ansioso por contarle al resto de sus amigos que ya poseía la luz. El sabía que además de David y el Vampiro, Paloma estaba en su mismo estado. Pero no sabía más nada del resto. Luego llegaron los tres españoles y se sentaron en las confortables sillas.
—Hola Matías.
—Hola. ¿Cómo están?
—Bien —contestó José Luis—. Así que ya te ha llegado. Felicitaciones. De nosotros, por ahora, solo a Paloma.
Llegaron al mismo tiempo Santiago y Ailén. Y se saludaron con el resto.
El grupo notaba como el Vampiro llamaba la atención del resto de la gente en el comedor.
—Mira Morena —dijo rápidamente Matías—. Mostrando un leve resplandor en sus manos y antebrazos.
—¡Te felicito! Yo también la tengo. Hoy por la mañana pude probarlo. ¡Es increíble!
En ese momento llegó David. Que tardaba porque lo paraban en el camino desde los tres jóvenes; Carlos, Nancy o Jimmy; Tofuca, que estaba muy contento con los avances que había ayudado a lograr con ellos; O Mirta, que le agradecía en especial la mano que le daba a Carlos.
—Parece que querían que esos tres sean buenos cuando lleguen a Principal —comentaba Paloma hablando bien bajo, para que solo escuchen en la mesa—. Ya que como son hijos de habitantes de su planeta, aunque algunos ya estén muertos, eso motivaría mucho más a la resistencia.
—Hola celebridad —le dijo Matías sonriente a David.
—Jajaja. ¿Cómo están?
Todos lo saludaron. Incluso Santiago esbozaba un saludo al punto en que un ser humano podía escucharlo. Nada efusivo, pero mucho más que con los demás, que eran leves asentimientos.
—Ahí viene Facundo —observó Miguel.
—Hola Facu. ¿Ya tienes la luz?
—Para nada, Matías. ¿Y tú?
—Sí —comentó como si apenas le importara.
—Solo faltamos Miguel, tú y yo —le comentó José Luis.
—Descubrí algo —alzó la voz Matías y haciendo una pausa para sembrar una incógnita.
—¿Qué? —se preguntaron todos ante algo que parecía de bastante importancia.
Hasta el Vampiro prestó caso.
—¡Morena y David tienen la misma piedra colgada!
El grupo los miró; no obstante reprobaban aunque alegremente la forma de Matías de llamar la atención. El Vampiro ya dejó de escuchar sobre que hablaban. Y los dos se pusieron bastante colorados tratando de explicar.
—Nos lo regaló Nancy.
Y procedieron a contar lo sucedido.
Al día siguiente, se encontraron unos minutos antes de la reunión general. Ahí corroboraron que todos tenían la luz, a excepción de Facundo.
—¡No lo puedo creer, no lo puedo!
Llegaron Tofuca, García, Mirta y José.
Mirta comenzó a hablar.
—Quiénes todavía no tengan la luz, levanten la mano.
Solo eran diez. Incluyendo a Capicúa.
—No pueden hacer nada más que esperar —les dijo—. Todavía hay bastante tiempo.
—En cuanto a los demás, sepárense en grupos de no más de diez y no menos de cinco personas.
—A medida que los que faltan vayan adquiriendo la luz —concluyó Tofuca—, se irán sumando a los grupos de entrenamiento. La semana próxima a esta misma hora, veremos cuanto han aprendido.
Mirta llamó a David y a Ailén.
—Disculpen que los moleste. Sé que tienen ya su grupo. Pero quisiera pedirles que además de practicar con ellos, colaboren con el grupo de Carlos, Jimmy y Nancy. Estarán con dos jóvenes de Rusia y dos de Japón. Sé que han estado muy cómodos con ustedes.
—No hay problema —contestó David mirando a Ailén, quien asintió—. Intentaremos estar con ambos grupos.
—Muchas gracias. Nos vemos.
Ambos la saludaron y volvieron con sus amigos.
—¿Por qué tienen que estar con dos grupos? —preguntó Facundo sin su característico Capicúa.
—No sé, supongo que quieren que les demos una mano a Carlos, Nancy y Jimmy; que son de los más chicos. Los otros cuatro son a los que les insertaron el idioma. Tengo intriga de cómo lo hablarán.
—Hablan normal —comentó Miguel—. Quizás una leve tonadita. Pero supongo que eso es normal. Entre nosotros mismos, seguro que no nos escuchamos en forma idéntica.
Al día siguiente comenzaron a practicar. Fue en la sala de entrenamiento, ya que eran muchos para una habitación.
—Nos dejaron varias tablas de hierro para que practiquemos —comentó David—. Y otros elementos para experimentar un poco. Que pedí especialmente.
Facundo miraba aburrido.
—Hagan una fila —dijo David—. Yo voy a sostener la tabla a dos metros de ustedes. El primero en la fila, intentará marcar o agujerear el hierro. Cuando lo hayan hecho todos, pasará otro a tenerla y así, hasta que todos lo hagamos.
Empezó Ailén.
—Es muy difícil. Siento la energía pero no me sale. No sé —manifestó enfurruñada—. Pero aprendí esto de verte, David.
Se acercó al hierro de treinta centímetros de espesor y lo golpeó con su dedo índice. Dejando un hueco cuan largo hizo entrar su extremidad; unos cinco centímetros.
Fue el turno de Paloma.
—¡Hey! ¿Cómo hacen para lanzar esos rayos?
—Prueba con esto —observó David, pasándole un cuchillo pequeño—. Intenta pasarle la luz desde el mango hasta la punta.
Paloma lo tomó un poco dubitativa.
Pero ante su sorpresa, lo logró. Se acercó y clavó con total facilidad el cuchillo. Como si entrara en manteca. Luego lo extrajo.
Miguel y José Luis tampoco pudieron tirar a distancia. El As hizo una tremenda abolladura con su puño mientras su hermano hizo lo mismo que su amiga pero con un tenedor.
Por último le tocaba a Santiago.
Sus brazos comenzaron a brillar con intensidad y al menos sin aparente esfuerzo, arrojó un rayo de luz que pasó fácilmente por el hierro, dejando un boquete y dañando la pared que estaba detrás.
—Ahora lo tengo yo —balbuceó con tranquilidad, mientras tomaba otra plancha de hierro y ocupaba el lugar de David.
Todos lo miraban atónitos.
Ahora empezaba él, quien todavía no había probado.
Sintió como su energía fluía y la direccionó rápidamente hacia sus manos y fuera. La energía de David hizo impacto en el hierro y aunque tardó más, logró hacer un hoyo, aunque más pequeño.
A este le resultó extenuante y sintió un leve mareo. Situación notada por Facundo quien salió de su mutismo para gritarle a Ailén que estaba más cerca, para que lo sostenga.
—Está bien. Ya pasó. Fue solo un segundo. Creo que despedir energía desgasta más que las otras cosas. Supongo que será hasta que nos acostumbremos, porque a Santiago no lo cansa.
—Me cansa —corrigió el Vampiro—. No llegué al punto de marearme. Seguro nos iremos acostumbrando.
—Veo por que pediste tener la plancha de metal —expresó Miguel.
—Antes de seguir quisiera probar una cosa —propuso David.
Tomó una pequeña bolita de metal. Y le pasó su energía por unos segundos. Posteriormente la lanzó contra la plancha. Logrando entrar unos quince centímetros.
—Esto casi no cansa. No obstante, hay que ir probando cuanto tiempo los objetos retienen la luz.
—Muy buena —dijo Paloma con una sonrisa—. Tengo que probar eso.
Ese día solo Santiago logró los mismos resultados que David, arrojando una bolita de metal.
Prontamente se fueron a descansar.
Ya se habían conocido en el comedor. Así que la presentación fue rápida.
Se encontraban en la habitación de Jimmy. Que como todas, tenía su baño con ducha. Una cama que podía plegarse bajo un sillón de tres cuerpos y varias sillas plegables, que podían usar a su antojo. Además poseía una mesa rectangular desmontable, que podía servir cómodamente para unas seis personas.
—¿Tardarán mucho? —Preguntaba impaciente Takumi Susuke—. ¿Hace falta esperarlos?
—Seguro llegan enseguida —contestó Nancy—. Lo que ocurre es que ellos dos, tienen que practicar antes con otro grupo.
—Sí, escuché eso —respondió Sasha Safarova—. Parece que les tienen mucha confianza. A pesar de que están en la misma situación que nosotros. Y de que vinieron por casualidad. No habían sido seleccionados.
—Supongo que el hecho de que entraran en combate debe influir en eso —agregó Nadsuki Haruno.
—Espero que por eso, no sean un par de creídos —observó Takumi.
—No, nada que ver —expuso firmemente Nancy—. Son buenas personas y yo los considero amigos.
Jimmy asintió.
—Me interesa tu opinión, Carlos —manifestó Takumi.
—Estoy de acuerdo con Nancy.
—Siendo así, confiaremos en ellos.
—Golpean —se apresuró Jimmy—. Seguro son ellos.
Nancy abrió con el botón la puerta corrediza.
—Hola Nancy.
—Hola. Veo que tienen puesto mi regalito —comentó con alegría.
Nancy los presentó con los que no conocían.
—Disculpen el retraso —se excusó David.
—No hay problema —respondieron.
—¿Descubrieron algo interesante? —preguntó Takumi.
—Tal vez —contestó cautelosamente David—. Creo que hay mucho para probar. Pero bueno, para eso estamos.
—¿Podrías mostrarnos eso de arrojar la luz? —Pidió Sasha—. Nancy ya nos mostró como cargar objetos y lo estuvimos practicando.
—Sí.
—No —levantó la voz Ailén—. ¡No hoy! Lo siento, pero lo hizo hace muy poco y le causó un gran desgaste. No sabemos si puede traerle consecuencias más adelante.
—Hagamos una cosa, dijo David. Comencemos con lo otro que quería ver. Y luego, si todavía puedo, intentaré mostrar como arrojar luz.
—Concuerdo con Ailu —se sumó Nancy.
—Probemos esto —dijo David—, evitando el tema por el momento.
Sacó una bolita de acero y pidió a Ailén que sostenga una plancha de hierro. A posteriori cargó el elemento con la energía y la lanzó contra el metal. Logrando el mismo efecto que antes.
—¡Wow! Exclamó Jimmy.
Todos miraron sorprendidos.
—¿Podrías probar con un objeto más grande? —sugirió Carlos.
—Sí. Supongo que tardará más y será más larga la carga.
Tomó un cuchillo y lo cargó. Efectivamente tardó un poco más. Pero el efecto fue el mismo. Entró unos quince centímetros.
—Habría que probar hasta que punto conviene cargar objetos de diferentes tamaños y materiales —sugirió Takumi interesado.
—Veamos una cosa —manifestó Micke tomando una de las bolitas en una mano y un cuchillo en la otra.
Entonces cargó los dos a la vez. El cuchillo tardó un poco más.
—A ver cual se descarga primero.
Ahí concluyeron que aunque tarde más en cargarse, en unos seis o siete segundos, ambos se descargaron al unísono.
—Otra prueba —se apresuró Jimmy.
Tomo dos cuchillos iguales y a uno le cortó la punta. Los cargó y arrojó de a uno. Pero el que no tenía punta penetró unos centímetros menos que el otro. Con lo que dedujeron que la luz también aprovechaba eso.
Estaban muy entusiasmados.
—Terminemos por hoy intentando lanzar rayos —dijo Micke.
De a uno, a pesar de las indicaciones de David, intentaron sin mayor resultado.
—Está bien, dijo. Voy a hacerlo una vez. Y luego vamos a descansar.
—¿Estás seguro? —Planteó Jimmy.
A pesar de querer ver, no quería abusar de su amigo.
—Intentaré.
—¿Quién tiene la plancha?
—Yo no —espetó Ailén. Ya dije lo que pienso.
—Ni yo —agregó Nancy.
—Ufff —dijo Micke—. Yo la sostengo.
David emitió un rayo y de igual manera que antes con sus amigos, logró hacer un agujero.
“Se me nubla la vista. Quiero… dormir”.
Y antes de que caiga al suelo lo sostuvieron entre Jimmy y Nancy.
Rápidamente abrió los ojos y observó que todos lo miraban.
—¡Idiota! ¿Te crees súperman? —gritó la joven Alimdul.
—Lo siento More —dijo en voz baja; aún un poco cansado.
—Lo siento More —repitió esta, con voz burlona sin disimular su enojo—. Algo diferente a su habitual buen carácter.
Nancy le tocó la espalda para llamar su atención.
—Rétalo luego. Ahora está agotado. Solo no quería decepcionar.
—Sí, lo sé. Ya me va a escuchar. Voy a acompañarlo a la habitación y luego a informarle a Tofuca. Para que avise de los rayos y que se prueben con precaución.
En unos minutos Ailén y David, ya recuperado, se fueron y despidieron.
—Tenían razón —dijo Takumi.
Los demás no entendieron.
—Son gente valiosa.
—Se los dije —reafirmó Nancy, orgullosa.
Día a día siguieron probando cosas.
Gracias a la idea de Micke, descubrieron que también podían proteger la plancha de hierro con luz. Y esto la hacía mucho más resistente.
David y Ailén pasaban los descubrimientos de ambos equipos de trabajo, entre sí. Aunque en general los avances ocurrían más en el grupo de los más jóvenes.
El día de la prueba, en el comedor, casi ningún grupo había logrado nada más que mostrar el efecto de dar un golpe con sus puños. Que con el efecto de la luz, tomaban mucha potencia. Solo un grupo había probado pasar la energía a un objeto y con este atizar a la plancha de hierro.
El cambio ocurrió cuando del grupo pasó Santiago. Hizo un gran agujero en el hierro con su rayo. El resto del equipo mostró como lanzar elementos cargados y sus efectos. David con su rayo de luz hizo un círculo en el hierro y Miguel golpeó en el centro del mismo con su puño. Logrando expulsar toda la superficie del círculo marcado. Dejando una gran abertura en la plancha.
Al final el grupo de los más jóvenes, incluyendo a Ailén, demostró como arrojar los objetos y también como variaba el efecto causado, cuando se protegía la plancha con la luz.
Fueron los dos grupos más aplaudidos.
Además de Facundo Capicúa, solo otros dos jóvenes no tenían la luz. Estaba algo deprimido.
—Terminamos por hoy —habló Tofuca—. La semana que viene volveremos a probar. Hemos avanzado mucho. Espero que hayan observado y aprendido entre sí. Gracias a todos.
Con el pasar de los días, fueron mejorando.
Paloma y Jimmy, consiguieron lanzar algún rayo. Santiago y David, cada vez podían resistir más luego de arrojar energía; parecía ser, que el uso de la luz, era como un músculo a entrenar; desgastaba y ejercitaba a la vez. Ailén y Sasha se convirtieron en expertas en tirar objetos cargados. Carlos, Nancy, Takumi y Nadsuki trabajaban mucho para que los objetos grandes puedan servir de protección, cubriéndolos de energía. Lo cual también llevaba un desgaste importante.
David observaba todo el tiempo. Faltando solo tres días para llegar a Principal, pidió a los miembros de los dos grupos una reunión.
Como eran demasiados, se juntaron en el comedor.
Luego de presentarse. Ya que algunos no se conocían, inició la junta.
—Creo que se puede hacer algo más —empezó David—. Me refiero a una combinación entre arrojar objetos y rayos de luz. Estuve probando algo. No es requisito poder arrojar rayos para esta mezcla. Les mostraré.
Pronto tomó un cuchillo y lo cargó. Le pidió a Matías que sujete una plancha de hierro y se coloque a unos cinco metros. Posteriormente a cuatro voluntarios que se pongan delante de él, para evitar que pueda lanzar en línea recta. Con calma arrojó el cuchillo por el costado derecho de la barrera humana. Pero increíblemente el objeto fue girando hasta impactar en el centro de la plancha.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Matías.
—Yo entendí, dijo Carlos. Pero no sé cómo. Mantuviste el brazo estirado hasta que impactó. O sea que seguías conectado al cuchillo.
—Exacto. Es un pequeñísimo hilo de luz. Pero con eso, se puede maniobrar un poco, solo un poco, el objeto arrojado. Y además no se descarga casi nada en el trayecto. Ya que sigue conectado.
—Prueben sin la barrera.
Nadsuki y Micke miraron a Carlos con gesto de aprobación.
Estuvieron probando un largo rato. Paloma, Nancy y Jimmy fueron los únicos que lograron dar una breve curvatura al lanzamiento. Habría que seguir practicando.
—Creo que esto no es lo mío —dijo mientras se iba Santiago, algo resignado.
—Nos vemos mañana —se saludaron.
—¿Quieres que te de una mano, More? —Preguntó David.
—Gracias. Temía pedírtelo.
—¿Por qué?
—Es que siempre estás ocupado. Y yo siempre te reto porque no descansas.
—Jajaja. Dale. En media hora paso por tu habitación.
—Paloma, ¿nos ayudas con esto? —Preguntó José Luis por él mismo y por Matías. No queremos molestar siempre a David.
—Sí, claro.
—Yo creo que lo mío son los puños —comentó Miguel un poco contrariado.
En otra parte, Nancy y Jimmy intentaban ayudar a Carlos, Nadsuki, Takumi, Micke y Sasha.
Dos días después, Tofuca estaba buscando a David.
—Perfecto —expresó David—, creo que lo haces mejor que yo.
Ambos se miraron fijamente y sonriendo.
En ese instante, se escuchó el golpe a la puerta.
—Hola David, Ailén.
—Hola doctor Tofuca.
—Ya están todos en la habitación de Miguel. Quisiera contarles unas cosas a todos ustedes.
Cuando llegaron estaban los dos grupos completos.
Se saludaron.
—Al fin tengo la luz, chicos —exclamó Facundo sin repetir.
—Buenísimo —expresaron todos con alegría.
—Quería contarles algunas cosas del régimen en Principal. Esa gente no dudará en matarlos a ustedes o a quienquiera que sea para seguir en el poder. Aún a los que no están abiertamente entre los rebeldes, los tienen atemorizados. Si hay alguna persona de la que quieren algo, pueden o bien matarla, o encarcelarla por centenares de años, o torturarla sin piedad. O cualquiera de estas cosas con sus seres queridos, con tal de obtener lo que deseen. Son implacables.
—¿A qué se refiere con lo que deseen? —consultó Ailén.
—Cualquier cosa —remarcó Tofuca, hablando pausado y sin vacilar—. Imaginen lo que harían con la Tierra.
—Comprendemos la responsabilidad que tenemos —expresó José Luis.
—Lo sé y se los agradezco. En este momento, Mirta, José y García están hablando con los demás. Pero bueno, los dejo descansar que estamos a muy poco de arribar a Principal. Los veo en el almuerzo mañana.
Se despidieron y fueron a sus habitaciones quedando en comer todos juntos en el último almuerzo en la nave.
—En unas cuatro horas llegamos —comentó Carlos—, me contó García. ¿Quién pudo hacer eso de arrojar los objetos semi-dirigidos? Yo no.
—Nosotros sí —se refirió Paloma a ella, José Luis y Matías.
—Bien —exclamó David ante la alegría de Paloma y Matías.
—Yo también —comentó Ailén sonriente.
—Buenísimo More —la felicitó Matías.
—Y nosotros —manifestó Jimmy, señalando además a Nancy, Takumi y Sasha.
—Quiero desearles suerte a todos antes de llegar —dijo Carlos.
—Todos brindaron con sus copas de agua. Ya que era lo único que tenían para tomar en la nave.
Una hora antes de llegar, Matías pasó por la habitación de David.
—Hey Matías. No tuvimos tiempo ni de hablar en casi todo el viaje.
—Es así, amigo. Como nos cambió la vida, ¿no?
—Sí, no se puede creer. Lo más extraño es que existe la posibilidad, si todo sale bien, de volver solo un día después de que nos fuimos. Sería difícil, explicar que pasó si faltamos un año o más.
—Jejeje. Tal cual. Veremos que nos depara todo esto. Nos vemos en unos minutos, cuando haya que bajar.
—Dale, nos vemos.
Capítulo 5 – Principal
La nave descendió directamente a la plataforma. Con lo cual no pudieron ver el paisaje del planeta.
—Comiencen a descender —llamó Ricardo García con voz calma—. Les presentaremos al resto de la resistencia. O al menos los declarados rebeldes, ya que hay más personas que no dan a conocer que están contra el gobierno, pero que nos ayudan de otras maneras.
El techo por el que había ingresado la nave, era corredizo. El lugar donde se encontraban era el salón principal de la base rebelde. Medía alrededor de trescientos metros cuadrados y la altura de unos veinte metros. La iluminación era mucha, con luces blancas sistemáticamente distribuidas. Muchos faroles de formato antiguo, que poseían bolas que parecían de boliche y poseían una potente luz. Otras en cambio, colgaban de diferentes sectores y a diferentes alturas. Daban un bello formato y una estética singular que era el comentario de los recién llegados.
—Hola More, Mati —Saludó David—. ¿Y Facundo?
—No sé —contestó Matías—, debe estar entre la muchedumbre.
De a poco, nadie quedó en la nave.
Evidentemente la plataforma estaba bajo tierra. Para que no sea descubierta.
Había unas veinte personas que aparentaban edades similares con Tofuca y García.
Se tomaron un tiempo para ir presentándose.
—Miguel, Paloma. Les presento a mi esposa, Marta —dijo Tofuca.
Marta era una mujer morena de grandes ojos y una figura esbelta. Usaba unos pequeños lentes. Tenía el pelo más allá de los hombros y una encantadora sonrisa.
Se saludaron amablemente.
—García —llamó José Luis.
—Hola. Ella es María Clara.
García le presentó a José Luis, a su pareja. Quien era de estatura media, piel blanca, pelo corto, oscuro y ondulado.
—Dime, José.
—Tengo una duda sobre los espinosos. ¿Por qué tienen el poder de la luz si son de este planeta?
—Es una buena pregunta. No lo sabemos a ciencia cierta. Es la única especie que ha demostrado el poder. De cualquier manera, no es como el que tienen los humanos nacidos en la Tierra. De hecho, suponemos en realidad, que es algo similar, pero no igual. Por ejemplo, ellos no brillan. Ni nunca vimos que pudieran lanzar rayos de luz. Solo utilizan su cuerpo. Que como su nombre lo indica tiene espinas. Y al arrojarlas pueden matarnos fácilmente a nosotros y también pueden llegar a matar, aunque con mayor dificultad, a un perecedero. El punto clave es que las personas muertas por ellos, no volvieron a aparecer cuando retrocedimos en el tiempo. Además eran inmunes a nuestras armas.
—¿Eran?
—En realidad hace tiempo que no vemos ninguno. Cuando el General tomó el poder, una de las cosas que hizo, fue emprender una campaña para disminuir drásticamente el número de espinosos. Aunque también le sirvió como excusa para militarizar los caminos y las ciudades. De hecho una de las tres, es llamada Ciudad Militar. En cuanto a las rutas que las conectan entre sí, están vigiladas para supuestamente, proteger a los viajeros de los espinosos.
—Ahora comprendo mejor. Muchas gracias.
—De nada. ¿Tienes alguna otra duda?
—Pues, ya que lo menciona. ¿Cómo es qué no descubren este escondite?
—Como les había explicado, hay una sola forma de descender con la nave sin que se desconecte. En forma vertical sobre una plataforma. Estamos dentro de una montaña con una abertura que cerramos con un techo corredizo; y hay un holograma en su cúpula y otro en la entrada de a pie, para que parezca normal. De cualquier manera es difícil que vean desde arriba. Y la otra está bastante oculta, porque detrás está la roca fina que utilizamos como puerta levadiza.
—Entiendo.
—En unos momentos daremos una charla general para que se vayan ubicando. Nos vemos luego.
José Luis fue en busca de sus amigos y una vez reunidos les contó los detalles de la charla con García.
—Queridos amigos —comenzó Tofuca con tono cordial—. Estamos aquí con una misión más importante que nosotros mismos. Y por supuesto estamos muy contentos y agradecidos de que estén con nosotros. Ya mismo les mostraremos sus habitaciones, que como podrán observar, son más cómodas que las de la nave. También les proveeremos ropa y comida. En dos horas nos reuniremos aquí, para que una vez que se acomoden, puedan salir a ver Principal. Las primeras salidas serán en grupos pequeños, ya que si bien, esta no es una zona en la que gente del gobierno suela estar interesada, tampoco sería prudente que más de cien personas juntas salgamos a recorrer.
—Otra cosa —agregó García—. Cuando volvamos les explicaremos bien la situación. Pero la idea es no ser detectados por un plazo. Ya que ahora ustedes son alrededor de cien perecederos. Y el gobierno tiene poco menos de mil. La idea es al menos poder realizar otro viaje a la Tierra para traer más refuerzos. A no ser que el gobierno del General, deje su estrategia de no traer gente nueva, para no arriesgar el poder existente. Ya que ellos tienen aún dos naves y cada vez tendrían mayor diferencia a su favor. Pero bueno, ya hablaremos a su debido tiempo. Ahora dándoles nuevamente las gracias, los dejamos ir a acomodarse.
Fueron siendo guiados a sus habitaciones. La mayoría intentó descansar un poco, darse una ducha y cambiarse antes de salir.
—Hola David —saludó Paloma—. ¿Cómo estás?
—Muy bien. Ocurre todo demasiado rápido para digerirlo. Pero aquí estamos.
—Quería aprovechar para decirte que estoy muy agradecida porque haz hecho mucho por todos. Y mis amigos piensan igual.
—¿Te parece? Te agradezco —dijo sonriendo—, pero de verdad que no creo que sea así.
—Jajaja. Supongo que eres un tonto —dijo con cariño—, si no te das cuenta de eso.
—¿Qué pasa?
—Es que estaba recordando que hace unos días, junto con Miguel, fuimos a agradecerle a Santiago. Después de todo, estaríamos muertos si por él no fuera.
—Es cierto —confirmó David—. Yo se lo hice saber.
—¿A ti te contestó?
—Bueno, él no es muy elocuente. Pero sí. Dijo que no había problema. Y que yo había colaborado un poco también. Por supuesto que lo mío fue mínimo ese día.
—Está bien. Pero al menos te responde cuando saludas. Casi se le escucha. A nosotros simplemente nos hizo un leve gesto como que no importaba. Sinceramente creo que no le interesó el salvarnos, sino que le gustó sentirse fuerte.
En ese momento llegaban los demás.
—Hola chicos —dijo Mirta—. Voy a ser su guía.
Cuando estaban saliendo, surgieron Nancy y Jimmy.
—¿Podemos ir con ustedes?
—Hmmm. No lo sé, diez es bastante.
—Solo dos más, Mirta —pidió Ailén.
—Está bien, pero vámonos ya porque no me gustaría estar negándome a más pedidos y ya seríamos una cantidad excesiva.
Nancy y Jimmy miraron con agradecimiento y complicidad a Ailén, quien les hizo un gesto de que no era nada. Ella solía ser así; desinteresada y optimista.
—Es increíble —decía Matías con risa alegre—. Morena y David, se convirtieron en súper populares. Y pensar que David siempre pasaba desapercibido. Técnicamente un tímido torpe.
—¡Hey! —Respondió Ailén—. Menos mal que es tu amigo.
—Pero entonces, ¿por qué tu puedes decirle “idiota” u otras cosas, cuando se te ocurra?
—Es diferente…
—Déjalo Ailu —se apuró a interrumpirla David—. Lo está haciendo a propósito para divertirse con el que responda. Por eso ni Facu ni yo le contestamos nada. Es una de sus bromas favoritas.
—Ahhh, le estás avisando para que no quede mal ella. Jajaja.
—Es así —dijo David con aire de resignación, mientras Facundo asentía—. Hay que tenerle paciencia.
—Hagan silencio muchachos —observó Mirta—. Y contemplen Principal por primera vez.
La pared de piedra de unos tres metros de ancho y cuatro de alto comenzó a levantarse, luego de que Mirta presionara un botón.
La luz solar comenzó a verse, a medida que la puerta se levantaba.
—Vengan —pidió Mirta mientras avanzaba a través de la puerta.
Todos la acompañaron en silencio.
La vegetación era similar a la de la Tierra, pero parecía tener más color. Como si se viera la diferencia de nitidez entre un televisor súper moderno y otro de los primeros en fabricarse.
A unos pocos metros comenzaba una tupida arboleda. Eran en general, más altos que los que conocemos. El aroma de los mismos se percibía con total claridad.
—Mira este insecto —llamó Nancy a Ailén.
Era de un tamaño apenas mayor al de un escarabajo típico de la Tierra. Con caparazón. Caminaba muy rápido. Lo llamativo era que su cuerpo tomaba el color de la superficie por sobre donde pasaba. Era automático.
—Es una defensa natural —manifestó Mirta—. Las aves son sus predadores.
En ese instante, unas veinte aves revolotearon en el cielo azul por sobre los árboles más altos.
Al levantar la vista, pudieron observar en el horizonte, un mar.
La temperatura en ese momento era de 25º C.
Mirta les explicó que el clima era similar a la Tierra.
—Hay dos continentes. El Verde y el Antártico, que es mucho más pequeño y permanece congelado. En el Verde hay lugares fríos y cálidos según te acerques o alejes del sur, donde está el Antártico. Hay un solo desierto, por cierto bastante grande. Pero en el continente hay varios mares internos y muchos grandes ríos, lo que hace que se regule muy bien el clima.
Mientras ella continuaba con sus explicaciones, los jóvenes continuaban admirando el lugar.
—¡Que impresionante es la vegetación! —sostuvo José Luis.
—Supongo que es por el clima y la casi nula contaminación. Esperen a ver el cielo por la noche.
—Entiendo. No contaminan demasiado y además son pocos humanos para semejante planeta.
—Ni siquiera al General se le ocurriría perjudicar gravemente el medio ambiente. Quiere dominar y vivir en un planeta sano. Aquí se intenta coexistir aprovechando la tecnología, pero sin abusar.
—Vamos hasta el bosque.
El grupo la siguió.
—Miren —clamó Paloma.
Un animal bastante similar a una gacela, pero con una cabeza más ancha, se alimentaba de la vegetación.
—Presten atención —sugirió Mirta haciendo señas para que no hagan ruido—. Observen la parte de atrás de su cabeza.
—¿Es otro ojo? —preguntó Miguel.
—Sí. Muchos de los herbívoros pequeños lo tienen. Supongo que la selección natural puede dispararse en cualquier sentido.
Había muchas aves de diversos colores. Una más fascinante que la otra.
—Más al norte, donde hace más calor, existen especies de animales de mayor tamaño. Incluso un herbívoro semejante al Elefante, pero algo más grande. No tenemos ciudades en esas zonas. La idea siempre fue dejar en paz al ecosistema del planeta. Después de todo, hay lugar de sobra para todos. En cuanto a los mares, ahí hay muchísimas especies. La proporción de agua, es de alrededor del setenta por ciento en Principal. Pero al menos por ahora, no hemos visto ninguna especie que se asemeje en dimensión ni en majestuosidad a las ballenas de la Tierra. No debe ser tan fácil para la naturaleza crear algo así.
—¿Y eso es una marmota? —consultó Jimmy.
—Que no te engañe. Come tanto vegetales como roedores y otros animales pequeños. Y son presa de algunas aves grandes y reptiles. Es una típica cadena.
Los jóvenes se miraban entretenidos.
—Deben recordar, que nunca deben matar un animal utilizando la luz. A no ser, claro, que haya una vida realmente en juego.
—Recuerdo que nos explicaron eso —concordó Ailén.
—Hemos traído de la Tierra algunas vacas y ovejas. Luego de estudiar la situación, nos dimos cuenta que no alterarían el ecosistema y nos son muy útiles.
Luego de casi tres horas volvieron al escondite.
En cuanto llegaron, Nancy les pidió a Ailén y a Paloma que la acompañen a buscar algo de su habitación. Y las tres partieron.
El grupo se fue a sentar al comedor. Este era mucho más cómodo y mejor decorado que el de la nave. Las mesas eran de madera y con manteles color crema. Los cubiertos de plata, los vasos de cristal y los platos de una gran belleza y calidad de material. Por suerte para los perecederos, las sillas sí eran iguales a las del transporte interestelar, ya que estas eran muy cómodas.
Estaban en la mesa el grupo de Carlos, Sasha, Micke, Nadsuki y Takumi.
—Hola —saludó Micke—. Tenemos un ajedrez, ¿quieren jugar? Somos Takumi y yo. Y los que jueguen de ustedes.
—No, gracias —respondieron al unísono los hermanos Fernández.
—¿Y tú? —dijo el joven mirando a Santiago.
El Vampiro solo lo miró. Esto molestó a Micke, quien mantuvo su profunda mirada con la de Santiago. Pero en unos instantes sintió la necesidad de correr la vista. Todos notaron la tensión en el ambiente.
—Yo juego —dijo David intentando distender la situación.
—Yo también —agregó Facundo.
El primer encuentro entre Takumi y Facundo fue muy sencillo para Takumi, como era de esperar.
En el segundo, Micke dominaba claramente a David, cuando volvieron las chicas. Que venían riendo.
—Miren lo que trajimos —dijo Ailén contenta.
—¿Qué? —preguntó Matías muy intrigado.
—La cámara de fotos de Nancy —respondió Paloma.
—Y además tengo unas fotos sorpresa que estuve sacando —agregó ella—. No tengo como recargar las baterías, pero podemos hacer bastantes más aún.
Al principio estuvieron viendo las fotografías. Había varias de Ailén Morena, David, Jimmy y Carlos. De cuando estaban en la nave.
Luego empezaron a organizarse las fotos. Tanto del grupo completo como de las chicas juntas, o los muchachos. Santiago aceptó solamente en una foto grupal.
Se divirtieron bastante con eso.
—¿Continuamos la partida? —preguntó Micke a David.
—Dale.
—¿Estás jugando al ajedrez con Micke? —resopló incrédula Ailén.
—Jajaja. Supongo que estabas seguro de ganar —agregó Paloma riendo.
—David —manifestó Nancy—, ¿es que no sabes a que se dedica Micke?
Y le contaron.
—Ayy David, eres un despistado —manifestó Ailén—. Solo tú caes en eso.
Facundo disimulaba. Y David estaba colorado de la vergüenza.
—No lo molesten —dijo Micke—. Aunque no lo crean, juega bastante bien, para ser amateur.
El juego terminó con un claro triunfo de Micke. También fácilmente venció a Facundo, quien perdió con todos. Y el gran partido entre Takumi y el europeo, terminó luego de un par de horas, con un ajustado triunfo del ruso.
—La próxima juego con blancas —dijo Takumi ante la sonrisa de Micke.
Las salidas para reconocer el planeta fueron habituales. Los grupos se turnaban. Nancy sacaba fotografías y luego las miraban en el comedor o donde se juntaran.
También seguían los entrenamientos.
Se escuchó el golpeteo en la puerta de la habitación de Ailén.
—Hola, David. ¿Trajiste el tablero para jugar? —dijo alegremente.
El se puso colorado y se tocó la cara, mientras sonreía.
—¡Te has puesto colorado! Solo bromeo.
—Lo sé, lo sé. Contestó restando importancia al hecho.
—Tenía ganas de comentarte algunas cosas. Y quisiera saber lo que piensas, David, antes de empezar a practicar.
Se sentaron en un sillón acolchado de dos piezas.
Las habitaciones, si bien estaban una al lado de la otra, como en la nave, eran mucho más espaciosas y con más accesorios. Por ejemplo, tenían cama doble, dos sillones de dos cuerpos cada uno, una mesa de unos dos metros por uno de ancho y cuatro sillas iguales a las del comedor. Además el baño tenía ducha y bañadera. Tenían una heladera muy pequeña, que servía para alguna bebida o un poco de alimento y también poseían un guardarropas relativamente cómodo.
—Claro More, dime. Mientras no tenga que ver con el ajedrez —mencionó jocosamente.
—Tengo miedo, David.
Sus palabras sorprendieron a su amigo.
—Nosotros, en este escondite, practicamos mucho el manejo de la luz. Vemos lo que podemos hacer y creo que todos en este lugar sabemos lo que puede hacer cada uno. Incluso lo poderoso que puede ser Santiago. Y también tú, que aunque no te des cuenta, eres el más popular de todos.
—No lo sería sin ti.
Ella lo miró con tristeza, pero con agradecimiento.
—Pero no conocemos que pueden llegar a hacer los militares. ¿Cuántas cosas habrán probado desde que llegaron? Quizás ni el mismo Vampiro sea tan fuerte como creemos. ¿Qué pasará cuando luchemos contra ellos? ¿Qué cosas tan terribles pueda hacer el General? ¿Y sus capitanes? No quiero ver caer a mis valiosos amigos y compañeros en una masacre.
Ella ahogó la voz e hizo silencio.
—Mira. Yo también he estado pensando en algunas de esas cosas. Y te daré mi punto de vista.
Ailén lo observó con atención.
—Recuerda que el Vampiro venció no solo a soldados, sino a uno de sus capitanes; que si bien parece que era el más débil de los seis, podía más que cualquier soldado raso. Yo logré hacerles frente a estos. Y aún no sabíamos como manejar la luz. Ahora, sí tengo temor de lo que puedan hacer tanto el General como sus otros capitanes. Y además por la cantidad de enemigos, que según le confió Mirta a Carlos, descontando los que murieron en la nave que nos raptó, deben quedar algo más de novecientos. Pero confío en que no somos tan débiles.
—Quizás tengas razón.
—¿Estás bien? —Consultó David, al ver la cara de Ailén.
—¿Extrañas? —preguntó ella.
—Sí, —dijo el muchacho haciendo una leve pausa y continuó—. Te entiendo. Hace más de un mes que desaparecimos de nuestros hogares. Y no sabemos nada de cómo estarán nuestras familias.
Ella lloró un poco y giró la cara para que no la vea David. Pero era muy notorio. Este la abrazó con cuidado y no dijo nada.
—Deben estar tremendamente preocupados, ¿verdad?
—Es inevitable. Yo trato de no pensarlo. Pero es duro. Te aseguro que si nos ayudamos lograremos pasar esto.
—Lo siento —dijo Ailén dejando de llorar.
En la habitación de Carlos, Micke y Takumi tomaban un descanso luego de entrenar. Estaban esperando a Nadsuki y a Sasha, para ir al comedor.
—Me preocupa que dependamos de ese muchacho —repetía Micke.
—Te entiendo —contestó Carlos con un dejo de seriedad—. Es muy poderoso, pero no creo que pueda ser un líder. Ni que le interese.
José Luis y Miguel le contaban a Paloma lo que había sucedido con Santiago y Micke.
—Y eso que Micke tiene una mirada penetrante. Quizás por la concentración que aplica en el ajedrez —contestaba Paloma.
—Pero Santiago tiene algo —expresó Miguel, dudando si seguir—, … que da escalofríos.
—Jimmy —consultó Nancy muy tranquila, mientras se despedía para ir a descansar—. ¿Qué piensas de la situación en la que estamos? Y ¿qué opinas de la gente que conocimos?
—Hermanita, que preguntitas livianas para antes de ir a dormir.
Ambos rieron.
—En cuanto a la situación, creo que estamos jodidos. En cuanto a la gente, en general vamos muy bien.
—Yo creo que saldremos adelante. Y estoy muy feliz de los amigos que hicimos. La mayoría me cae muy bien. Sobre todo Ailu y David. Los adoro. Carlos también es muy bueno.
—Ya sé que entre toda esta locura —expresó Jimmy—, nos enteramos que no somos hermanos de sangre. Pero siempre lo seremos y voy a cuidarte. Que descanses.
Ambos se abrazaron y después se fueron a descansar.
—¿Quieres venir Santiago? —Preguntó Matías—. Vamos con Facundo al comedor. Queremos comer algo antes de ir a dormir.
—No, gracias.
Ambos amigos se fueron y siguieron conversando.
—Al menos contestó.
—Supongo que porque nadie lo invita nunca, supongo.
—Puede ser.
—Hemos mejorado mucho. Estoy contento.
—Sí, yo también, Matías.
—Hace rato que no podemos traer a David.
—Parece que estaba con Morena, parece —comentó sonriendo.
—Jejeje. Ya lo sé. Que extraño es todo desde el día de la pelea.
—Brindemos porque todo vaya bien, brindemos.
Matías con algo parecido a la cerveza y Capicúa con un jugo de una fruta de sabor dulce, semejante a la pera. Tomaron algo y se fueron a descansar. Los hilos del futuro los esperaban, para que sean parte de los titiriteros, que influirían en el destino de muchos.
Capítulo 6 – El gobierno
—¿Por qué demonios tengo que hacerles caso? —vociferaba para sí Danilo Goldaxe, que aparentaba tener unos cuarenta años de edad, si viviera en la Tierra. Estatura baja y de contextura media. Cabello oscuro y con flequillo hasta la nariz. Piel trigueña y en la cara sobresalían unos desprolijos bigotes—. Y a esa maldita Aífos la odio más que al General —repetía con rencor mientras se acercaba a Ciudad militar—. Creo que si dependiera de esa bastarda, yo ya estaría muerto.
La ciudad era una fortaleza impenetrable. Rodeada circularmente por una muralla de piedra de unos quince metros de altura. Dentro del muro, al ras de la piedra y también en todo el suelo de la ciudad, una capa de catorce centímetros de femante (un metal mucho más resistente que todo lo conocido en la Tierra y muy manejable). Dentro de la misma, vivían todos los militares, cuando no estaban en alguna misión o custodiando alguna de las otras ciudades.
La construcción dentro de las murallas era en general semejante a la de la Tierra. Con excepción de las casas del General, los capitanes y los sargentos. Que en ese orden de importancia tenían más espacio y seguridad en sus hogares; teniendo muchas partes rodeadas de femante (al igual que el exterior y otras partes de las naves). Además había algunos galpones hechos totalmente de ese metal.
En un borde de la ciudad, se hallaba la cámara de tiempo; era el lugar donde se encontraba la máquina para ir al pasado.
Danilo llegó a la entrada de la ciudad donde se lo hizo esperar.
Allí había una puerta doble hoja de femante, de unos treinta centímetros de espesor. Que se trancaba por dentro. Cuatro soldados la custodiaban a toda hora.
Cuando este llegó. Uno de los soldados habló con un handy.
—Sígueme.
—¿Va a recibirme el General?
—No. La capitana Nayla Aífos.
Primero detestó la idea. Pero luego supo que de ser el General y él no tener datos que darle, podría haber sido mucho peor.
Llegaron hasta un pequeño cuartel. El soldado golpeó y desde adentro una voz femenina y muy firme dio el permiso para que pasen.
El frente del lugar era de color marrón oscuro. Estaba hecho de femante. Muy sobrio. Al filo del mal gusto. Se podría decir que era deprimente. Pero no era algo raro para el General, quien no era amante de los colores ni de los adornos o accesorios.
El soldado se retiró y dejó a Danilo con la capitana y un sargento.Danilo Goldaxe se sentía intimidado ante Nayla Aífos, quien medía algo más de un metro con setenta centímetros. Su rostro reflejaba lo que en el planeta perecedero serían unos veintidós años. Tenía pelo oscuro, no muy largo y levemente ondulado. Piel muy blanca. Sus ojos eran verdes y con una mirada dura. Su cara angulosa y de rasgos perfectos. Orejas y nariz concordantes con su belleza. Su figura atlética y con curvas que bien podían haberla hecho modelo en la Tierra, marcaban una dicotomía con su fuerte carácter. Muy orgullosa. Era la segunda al mando luego del General. Y no por su hermosura, sino por su poder. Tenía fama de justa pero muy intolerante. A su cargo directo poseía cinco sargentos, cada uno con diecinueve soldados bajo su mando. Y ella tenía otros tantos en forma directa. En realidad esa era la estructura de mando de los oficiales. El General a su vez tenía quince sargentos y unos trescientos soldados bajo su mando directo, es decir, sin intermediar capitanes.
—Como le va mi señora —saludó Danilo Goldaxe, intentando sonar amable.
—Sin formalidades —dijo Aífos cortante—. Quiero saber que tienes. ¿Sabes algo de la resistencia? ¿Han vuelto de la Tierra?
—Me temo que no mi señora —contestó Danilo—. Probablemente no hayan vuelto aún. O se hayan destruido con la nave del capitán Torres.
—Es probable. Pero lo que sabemos a esta altura es que Torres murió. Si no, ya hubiese regresado. Y no hay forma de comprobar que pasó con los rebeldes. No podemos darnos el lujo de confiarnos.
—No, claro que no —manifestaba Goldaxe con tono sumiso.
—Recuerda una cosa. Si ayudas al General a acabar con la resistencia tendrás todo lo que quieras. Pero si no lo haces, lo pagarás eternamente. Ahora vete y vuelve con noticias.
—Adiós mi señora.
El sargento lo miraba con desprecio.
—No podemos confiar en esa escoria —manifestó Gastón Reyes, de 1,85 mts. y aparentes treinta años.
De tez trigueña y bigotes. Como la gran mayoría de los hombres y mujeres bajo el mando de Aífos, admiraban y respetaban mucho a su capitana. De no ser por ella, probablemente la mayoría no hubieran seguido al General.
—Claro que no, Reyes. Ni es necesario hacerlo. Pero esas basuras sin honor, cuando tienen miedo no mienten. Quisiera matarlo. Pero hasta eso sería demasiado bueno para él. Además el General dice que podemos utilizarlo. Y no puedo contradecirlo.
El grupo seguía saliendo a investigar día por medio.
—Mira eso, Nancy —exclamó Jimmy—. ¿Por qué no le sacas una foto?
Un animal con cuatro patas. De un metro de altura hasta el torso, el cual tenía aproximadamente un metro de largo y unos cuarenta centímetros de ancho. Poseía un plumaje blanco. Pero lo que más llamaban la atención eran sus dos cabezas. Cada una con su propio cuello de un metro de longitud; del estilo del avestruz.
—Es un sigma —explicó Mirta ante la curiosidad del grupo—. Son herbívoros. Las dos cabezas le sirven pero una es la principal. Hemos visto casos, en los que algún depredador había dañado seriamente el cuello secundario (generalmente el izquierdo) y el sigma sobrevive. Con el tiempo desecha el cuello inservible y le vuelve a crecer otro. En un par de meses completa el cambio. En las zonas más cálidas del planeta, se encuentra un pariente de esta especie. Es un poco más alto, corpulento y omnívoro. Se le llama comesantino. Fue un juego de palabras, ya que la descubrió una de las originales, llamada Débora Dos Santos.
Cuando regresaron a la base, quedaron en encontrarse nuevamente en el comedor.
—Jimmy, Nancy —llamó Carlos antes de que se fueran.
El resto se marchó.
Nancy, que estaba con Carlos y Jimmy, corrió hacia David.
—Hey —propuso la joven—, ¿podemos pasar por tu habitación antes de venir al comedor?
—Sí, claro. ¿De qué se trata?
—Luego te decimos. Nos vemos.
Matías y Ailén se acercaron para preguntarle que sucedía.
—No lo sé, solo me dijo que pasarían dentro de un rato.
—¿Podemos ir a ver? —Consultó Matías—. Quizás sea solo un truco de esa chica para estar a solas contigo. Si es así nos iremos. Jajaja. Fuera de broma, si resulta ser algo privado, nos marchamos.
David ignoró el comentario sobre estar a solas.
—No tengo idea de que querrán hablarme. Pero por supuesto pueden venir. ¿Qué puede ser qué no puedan escuchar? A no ser que justo alguno de ustedes cumpla años y lo que estén planeando, sea hacerles una fiesta sorpresa.
—¿No sabes cuando son nuestros cumpleaños? —interrogó Ailén.
—Si, Ailu. Era una broma.
—¿Cuando? —se apresuró Matías.
—Me voy que me esperan. Si quieren venir, no hay drama.
—No sé —dijo Matías alegremente, esperando algún gesto en Morena que nunca se produjo—, no quisiéramos interrumpir tu cita.
—No te preocupes Matías. Tú siempre interrumpes aunque no haya nada importante. De hecho tu presencia es una interrupción a la cordura.
—Por ahora empatamos —gritó Matías.
El capitán Diego Romero, se encontró con su colega Ariel Gorostiaga; el cual medía 1,90 mts y pesaba unos cien kilogramos de fibrosos músculos. Como le quedaba muy poco cabello optaba por mantenerse calvo. Tez oscura y rasgos que mostraban la agresividad en su cara. Era muy temido y le decían el Femante, por el aspecto de indestructible (como el muy resistente metal).
—¿Sabes para qué nos llamó el General?, Gorostiaga.
—Supongo que algún informe, Romero. Pero no tengo certezas. Solo sé que es reunión de capitanes.
Diego Romero era de estatura y peso medio. Cabello largo y colorado. Barba pronunciada. Al igual que el Femante aparentaba unos cuarenta años. Le decían quitasangre, en comparación con una especie que habitaba en algunos lagos de Principal; muy parecidos a las sanguijuelas de la Tierra.
—¿Cómo les va? —saludó la capitana Emily Mackintosh; quien era de ascendencia escocesa. Aunque su familia estaba hacía dos generaciones en Uruguay cuando ella partió hacia Principal. Era una dotada en el uso de la luz. Estatura media y una esbelta figura. Daba el aspecto de una joven de dieciocho años. Su cabello era castaño oscuro, lacio y corto. Ojos azules y piel blanca. Sus orejas eran pequeñas aunque un poco salidas. Era muy calmada hasta el momento del combate. Ahí se convertía en la “Sádica” (como la habían apodado). Perdía prácticamente el uso de la razón, al grado de la locura; y solo disfrutaba viendo el sufrimiento ajeno. Estaba muy capacitada para la tortura. No tenía problemas en asesinar a sangre fría. Cuando terminaba, volvía a ser una persona tranquila.
—Hola.
—Llegamos —dijo Emily golpeando la puerta del General.
Les abrió la puerta el capitán Fabricio Filippo, quien tenía un aspecto de un joven de dieciocho años. Parecía que Principal lo hacía más longevo aún, que a los demás. Altura media y contextura delgada. Pelo castaño oscuro. Una barba de dos días y unos ojos marrones con mirada apacible, que lo harían pasar por un joven tranquilo. Pero era uno de los que más disfrutaba de las atrocidades. Le gustaban más que el combate en sí.
También se encontraba allí la capitana Nayla Aífos.
Los recién entrados saludaron con énfasis al líder. El general Pedro Falamar, que medía 1,80 mts. Sus rasgos faciales eran duros. Como demostrando que la vida no había pasado en vano. A pesar de que aparentaba unos cuarenta años. Poseía ojos negros. Era la mirada penetrante de un halcón. Pelo oscuro, corto y lacio. Su contextura física era media pero se notaba su muy buen estado físico. Estaba acostumbrado a que se haga lo que él diga. Solo aceptaba consejos de sus capitanes, no obstante, siempre la palabra final era la propia. Disfrutaba por sobre todo de la sensación de poder. Sin embargo, de ser factible, se deleitaba con una buena pelea. Pero había prohibido las luchas entre sus propios hombres. A no ser que solicitasen permiso; como en duelo. Él decidiría si daba o no el consentimiento. Podía llegar a matar al que desobedeciese esa premisa. Sus órdenes eran cumplidas a rajatabla.
—Buenas noches —saludó el General—, mis amigos.
—¡Buenas noches, señor! Alzaron la vos de manera unánime.
—Pueden hablar con libertad. Los he convocado para darles un informe. Capitana Aífos —dijo cediéndole la palabra.
La casa del General, era del mismo mal gusto que el cuartel. La única diferencia era su tamaño, muy grande y con más objetos para la vida cotidiana.
Nayla contó lo hablado con Danilo Goldaxe. No obstante, no podía evitar mostrar el desagrado al referirse a lo que ella consideraba, un bufón cobarde.
—Tenemos que estar atentos. El General tiene dos planes que pueden hacer salir a los rebeldes. Si es que realmente volvieron de la Tierra con refuerzos. Uno es buscar entre los habitantes y decirles que nos den información o habrá castigos severos.
—Y Eliminar alguno cada tanto —agregó el General—. Para que no lo tomen a la ligera. No queremos que piensen que somos bromistas.
—Golpea Facundo —pidió Matías.
—Hola David. —¿Estás solo?
El joven había desocupado la mesa y dejado las sillas ordenadas.
—Sí, por ahora no vino nadie. Pasen. ¿Y Ailén?
—Estaba cansada —respondió Matías.
En pocos minutos llegaron Nancy, Jimmy y Carlos. Y después de saludarse, comenzaron a explicar.
—Sabemos que es posible que en cualquier momento tengamos algún altercado con los militares —comenzó Carlos—. Ellos ya tienen que reconocer que algún problema tienen. Por el no regreso de la nave que enviaron a la Tierra. Lo lógico sería que nos estén buscando.
—Sí, lo sé. Pero todavía sigo sin entender el motivo de la reunión.
—La cuestión es —continuó Nancy—, que todavía no estamos organizados para el combate.
—Somos cien personas —volvió a hablar Carlos—. Necesitamos dividirnos en diez grupos, cada uno con un organizador o jefe, como quieran decirle. Y a su vez uno que dirija a los diez líderes. Es básico.
—¿Y ustedes quieren que yo sea el jefe de mi grupo?
—No —contestó Jimmy—. El líder de los diez.
—Los mayores nos dijeron que debíamos decidirlo nosotros. Y si no era posible, organizar una votación. Para el líder de los diez están de acuerdo, si tú lo estás. Para los grupos pensamos, que una votación interna es lo ideal.
David Rosso se puso blanco.
—¿Qué hay de Santiago? —Señaló David con incredulidad—. Él es el más fuerte. No creo que le guste no ser elegido.
Quizás lo sea, no es muy versátil; pero puede ser peligroso —confesó Carlos—. Sabemos que es muy poderoso, pero no creemos que pueda ser un referente.
—¿Puedo contestarles mañana?
—Sí, claro —contestaron.
—Mañana a esta misma hora, si pueden pasen por aquí y les daré una respuesta.
Mientras se iban siguieron hablando.
—Te gané la apuesta Jimmy —dijo Nancy contenta—. Tú dijiste que aceptaría sin miramientos.
—El que no quiera el poder —intervino Carlos—, lo hace mejor aún para esa posición. ¿Qué creen qué hubiera contestado Santiago si se lo pedíamos?
—En un segundo ya nos estaría dando órdenes vestido de soldado.
Y se alejaron riendo.
—¿Qué vas a hacer, líder? —comentó jocoso Matías.
—Esperamos las órdenes, esperamos —incluso Facundo se animó a bromear.
—No lo sé —expresó David muy pensativo y ensimismado—. Si no les molesta me quiero quedar solo un rato. Después los veo.
—No entiendo por qué lo consideras tanto. Pero bueno, si quieres cuando lo pienses lo hablamos.
—Dale. Nos vemos.
Se hizo la hora de la cena y David seguía meditando en su habitación.
Los jóvenes conversaban mientras comían pastas.
—Creo que era lógico —opinó Paloma mientras cenaban—. Lo que no entiendo es por qué no aceptó aún.
Se miraron con gestos que mostraban que no tenían idea de la razón.
—¿Y por qué no vino a comer? —Preguntó José Luis.
—Supongo que no va a querer comer con sus subordinados —dijo Matías.
—A veces puedes ser un tonto —expresó Ailén mientras lo mataba con la mirada—. ¡Hablar así de nuestro amigo!
—More, More. Te presento a alguien. Broma —dijo mientras miraba a un lugar vacío— ella es Morena. Morena ella es broma.
Ailén pareció entender y relajó su rostro de indignación.
—Yo pienso que sería un buen líder —expresó Miguel—. Pero no me parece mal que lo esté cavilando. Al contrario. ¿Han pensado qué harían ustedes?
—Entiendo lo que dices, entiendo. Supongo que las personas serían como fichas en un tablero de ajedrez. Y a veces hay que sacrificar piezas para ganar la partida. No es algo lindo. A no ser que no te importe ninguna en particular.
—No lo había pensado —comentó Paloma—. Máxime con su personalidad.
Los demás observaron pensativos.
—Confiemos en que decidirá lo mejor.
Finalizaron la cena y se marcharon a sus habitaciones.
Ailén vaciló unos instantes.
“¿Lo voy a ver? ¿Cómo estará? No, mejor le doy tiempo para que decida tranquilo. Mañana paso”.
—Habías dicho dos planes, Aífos —dijo Emily Mackintosh en tono sarcástico—. Supongo que es una cuenta muy complicada.
—Tal vez pueda aclararte la duda, si pedimos permiso de combate ahora al General. Así podrás observar que puedo contar los segundos que tardaría en matarte —respondió rápidamente Nayla.
—Tranquilas —observó el General mirando severamente a ambas.
Las dos hicieron caso de la orden.
—Continúa.
—El segundo plan es fundamental que no salga de aquí. Ni siquiera a los sargentos hay que comentarles. Se hará correr la voz de que el General cambió de opinión. Y que cuando las baterías estén cargadas, partiremos con las dos naves hacia la Tierra, para atacarla. Aunque no haya pasado la fecha del accidente. Si están aquí, seguramente tendrán que mostrarse para intentar detenernos.
—Y no podrán —agregó Gorostiaga.
—No obstante —dijo el General—, estoy pensando seriamente en adelantar el plan de ataque a la Tierra, si es que los rebeldes no se presentan.
Al mediodía siguiente, David tampoco fue a comer.
—Quisiera saber que va a decidir —dijo Matías—. En un par de horas voy para ver que les contesta.
—Yo también —agregó Ailén.
—Pues yo voy a decirle que venga a alimentarse o se va a morir de inanición —puntualizó Paloma entre broma y realidad.
A la hora de la reunión llegaron Matías Mingu y Ailén Alimdul. Quienes llevaban algunas frutas para su amigo.
—Hola chicos —saludaron.
Carlos, Jimmy y Nancy recién habían llegado.
—Hola —dijeron al mismo tiempo.
—No voy a dar más vueltas. Aunque primero me gustaría darles mi opinión sobre el mando. Creo que no debiera ser una sola persona la que decida las cosas.
—Hemos pensado en eso —contestó Carlos—. Las decisiones a mediano o largo plazo las planificaremos entre varios. La cabeza tomará la responsabilidad de manera unilateral, solo cuando sean cosas urgentes. Como en medio de una batalla, por ejemplo.
—Lo siento —dijo David—, agradezco el ofrecimiento, pero no puedo aceptar.
—¿Cuál es el motivo? —Consultó Carlos.
—No creo que pueda soportar el peso de la vida o la muerte de tanta gente. Además, me lo planteé de otra manera. Supongamos que en alguna situación hay que mandar a una persona o grupo, para una misión peligrosa. Y alguno de mis allegados fuera por características más apto para cumplirla. No sé si podría mandar a mi amigo o amiga, en lugar de a xxx. Y creo que para un cargo así … Creo que no tengo las aptitudes para eso.
—Está bien —manifestó Nancy ante el silencio del resto, dándole a David una sonrisa—. Lo entendemos.
—Lo siento. Igualmente sepan que voy a colaborar con todo lo que necesiten.
—Tranquilo —agregó Carlos—. Valoramos mucho tu actitud.
—¿Puedo hacerles una pregunta? No es sobre este tema —preguntó Matías intrigado.
—Claro.
—No recuerdo si Tofuca o García nos dijeron que luego de usar la cámara del tiempo, no habían podido tener más hijos. Pero yo los veo a ustedes aquí. ¿Podrían explicarnos?
—Una forma de que eso no ocurra, es si al entrar a la cámara tienes menos de cien años. En ese caso no habría consecuencias de ese tipo. En el caso de nuestros padres, ellos no entraron —contestó Carlos—. Funciona así. Toda la gente tiene que estar dentro de ciudad militar al momento de encenderla. Por lo que me dijeron son unos pocos segundos. Luego se produce el retroceso temporal y el rejuvenecimiento del tiempo que se haya retrocedido. Aunque esto último está supeditado a que tengas más edad que lo que retrocedes. Es decir, si tienes mil años y retrocedes dos mil, no te pasa nada. También produce el olvido de muchas cosas. Supongo que eso podría ser como un recambio de neuronas. Así que nuestros padres que no habían entrado, pudieron poner al tanto a los demás de varias cosas. A partir de entonces, se optó por dejar notas fuera de la ciudad para temas importantes. Igualmente con el tiempo, iban recordando.
—Claro como el agua —aceptó Matías.
—Estaba pensando en otra cosa —salió David del silencio—. En realidad lo llevo en mi cabeza desde hace un tiempo. Es solo una teoría, claro. La razón de que el accidente en la Tierra trajera a los originales a Principal, un planeta tan parecido a la Tierra y no a uno en donde la vida no fuera posible, que son la mayoría. ¿Será casualidad o causalidad?
—Entiendo lo que dices —reflexionó Carlos pensativo—. Posiblemente el agujero de gusano funcione entre lugares de características semejantes. Voy a comentarlo con el doctor Tofuca.
—¿Vamos yendo? —preguntó Jimmy.
—Sí. Luego nos vemos —saludaron.
Matías y Ailén se quedaron otro rato.
—¿Estás seguro?
—Sí, Matías. En realidad, no. Pero justamente. Si no estoy seguro, no puedo tomar esa responsabilidad.
—Como quieras. Es tu decisión. Pero me imagino que vas a volver a comer.
—Jajaja. Sí, claro. Solo tenía que pensar. Pero a la noche voy.
—Nos vemos luego —saludó Matías—. ¿Te quedas Morena?
—Sí, un ratito más.
Matías se marchó y se hizo un corto silencio.
—Dime Ailu. Te conozco —dijo David secamente, esperando el reto de Ailén.
—¿Estás bien?
La pregunta descolocó a David. Y lo hizo sonreír.
—Gracias. Y abrazó unos segundos a Ailén, quien correspondió.
—No tienes que justificarte más.
—¿Los decepcioné?
—Para serte sincera —David la observaba en silencio—, me hubiera gustado que aceptaras. Pero te aseguro que estoy muy lejos de estar decepcionada de ti. Entendí tus razones. Y como me considero dentro de la gente que no querrías arriesgar, también estoy agradecida.
Ailén intentó levantarle el ánimo. Y lo consiguió.
—Paloma y los Fernández también estaban preocupados de que no vayas a comer. Como verás, algo bien debes de hacer. Y termínala, que me cansa estar elogiándote —dijo alegremente.
—¿Estarás ocupada?
—¿Por?
—Si no lo estás. ¿Te molestaría quedarte conmigo hasta ir a cenar?
—Tenía pensado ir a ensayar piano con Sasha Safarova, aprovechando que es una pianista de excepción y está tan cerca. Lo siento.
—No te preocupes —dijo él disimulando la decepción.
—Jajaja —Podría haberte dicho que iba a la escuela y lo habrías creído. Era solo una broma. Y aunque fuera cierto, no te dejaría en ese estado melancólico. Tú no lo hubieses hecho conmigo.
El sonrió agradecido y se quedaron hasta el momento de la cena conversando y recordando cosas.
Capítulo 7 – Aprendizaje
—Miren quien decidió no morir de hambre —avisó Paloma mientras llegaban David y Ailén a la mesa.
El joven sonrió y se ruborizó.
Todos actuaban como si nada hubiera pasado. Lo cual tranquilizó a David.
—Amigos —llamó Tofuca en voz alta—. Les pido un minuto de su atención.
Se hizo silencio.
—Como creo que sabrán, teníamos que buscar un organizador. Y además hemos armado diez grupos. Los cuales deberán sea por consenso o votación, seleccionar un líder referente. Carlos les seguirá informando.
—Ahora pasaremos dándoles a cada uno el número de grupo que les toca. Les pedimos que para mañana a esta hora tengan el nombre del líder de grupo. Además hemos elegido a Micke Katanov como líder general. Esto no es la milicia. Estos liderazgos son solo para la batalla contra el gobierno. No estamos eligiendo un gobernante.
—¿Qué piensan? —Consultó José Luis.
—Puede ser un buen estratega —sugirió David.
—Pues a mi me recuerda lo de las piezas de ajedrez que mencionó ayer Paloma.
—Si no te importan las piezas…. —repitió ella.
—Es un imbécil —rompió su silencio Santiago—. A decir verdad, creo que de no ser yo, debiera ser David, o quizás Miguel. Pero no confío en alguien débil y cobarde.
Se hizo un breve silencio con estupefacción.
—Termina con las indirectas —dijo Matías bromeando para cambiar el ambiente.
—Jajaja. ¡Indirectas! —Rió Paloma.
—Hola —saludaron Nancy y Jimmy—. Estamos en su grupo.
—Hola.
—¿Qué opinan de la elección de Micke?
Todos echaron a reír mientras miraban a Santiago y ante la sorpresa de Nancy y Jimmy.
—Hagámoslo simple —dijo José Luis—. Para hoy a la hora de la cena. Traigamos un papel con el nombre de quien pensamos pueda ser el organizador del grupo. Los ponemos en una bolsa y luego los contamos.
—No quiero pecar de engreído —manifestó David—. Solo por las dudas que alguno pensara votarme. No creo que fuera lógico que apenas rechacé el cargo de organizador general, aparezca como líder de grupo. Pensarían que soy un egoísta.
—Vale chaval —dijo Paloma—. Sin embargo creo que estás exagerando. Pero claro, respetaremos lo que pides.
Terminaron de comer y se retiraron.
Ailén y David se fueron juntos, camino a las habitaciones.
—¿A quién vas a votar? —Preguntó la joven.
—No sé si puedo decirte —contestaba bromeando—. El voto es secreto.
—Dale. Yo te digo a quien voto.
—A Miguel. ¿Y tú?
—Me arrepentí. Tienes razón. El voto es secreto.
—¡Hey!
—Jajaja. Está bien, está bien. A Paloma.
—Ahora voy a descansar. ¿Quieres entrenar a la tarde?
—Buenísimo. Luego paso.
Llegó el momento de la cena y solo faltaban la joven Alimdul y David.
—Ahí vienen —dijo Matías.
—Nos quedamos entrenando y nos pasamos un poquito.
—Está bien —respondió José Luis—. Llegaron justo. ¿Trajeron sus votos? Pónganlos aquí.
Ambos pusieron los papeles en la bolsa.
Hicieron el recuento y quedó de la siguiente manera:
Un voto para José Luis; uno para Santiago; tres para Paloma; y cinco para Miguel.
—Un aplauso —pidió Paloma y Miguel se sonrojó.
En el almuerzo, Carlos pasó por todos los grupos pidiendo el nombre del jefe de grupo. Y les avisó que el suyo era el grupo siete.
La misma tarde el grupo completo comenzó los entrenamientos.
—Quien tiene alguna idea de cómo empezar —dijo en señal de consulta Miguel— lo escucho.
—Pienso que podríamos practicar defensa y ataque —expresó Paloma—. Tenemos a una experta en proteger objetos —mirando a Nancy—, aprovechémosla.
—Bien —asintió el reciente líder—. Salgamos. Utilizaremos esos relieves para que se protejan los equipos defensivos. Nancy, con Paloma y José Luis. Tratarán de escapar. Los demás seremos la ofensiva.
No hacían los ataques con la luz para que nadie resulte herido en un entrenamiento. Lanzaban unas pelotas de goma, con cierto peso. Pero que no podían herir a nadie que viniera de la Tierra, estando en Principal. Nancy tenía una tabla de madera de unos cincuenta centímetros de alto por otros treinta de ancho. Al pasarle la luz servía a modo de escudo. Entonces mientras ella retrocedía tenía que evitar que los atacantes impactaran en ella o sus dos compañeros. Al principio era imposible. Pero con la práctica comenzaron a retroceder más en línea y mejoraron mucho. Posteriormente se fueron rotando.
—Por hoy está bien —comentó Miguel—. Lo que me preocupa, es lo que no conocemos de nuestros enemigos. No sabemos de qué cosas serán capaces y eso tendremos que resolverlo sobre la marcha. Pero la práctica nos puede dar experiencia para enfrentar más fríamente esas situaciones.
Todos coincidieron.
Carlos fue a la habitación de Miguel.
—Hola —saludó el joven—. Venía a buscarte. Hay una reunión urgente en la sala de juntas. Te pido que busques también a Ailén y a David. Nancy y Jimmy ya están ahí. Voy a buscar a los demás líderes de grupo.
El As hizo lo que le pidió el joven. Cuando llegaron se encontraron con los líderes de grupo. También estaban Nadsuki, Takumi y Sasha; que no eran jefes grupales y estaban en el grupo de Carlos.
La sala de juntas era similar a la de la nave. Con una mesa de madera redonda, con capacidad aproximada para unas treinta personas y sus sillas respectivas. También poseía algunos sillones, cerca de las paredes color amarillo claro.
Luego llegaron el doctor Tofuca, García, el señor y la señora Rodríguez y otros cuatro de los habitantes de Principal.
—Los hemos reunido —comenzó rápidamente Tofuca—, porque tenemos información de que Falamar piensa acelerar su plan de ataque a la Tierra. No va a esperar a que pase la fecha del accidente. No sabemos que lo ha hecho cambiar de idea, pero si es así, nos quedan aproximadamente un mes y medio. Tenemos que resolver aquí y ahora que vamos a hacer.
—Teníamos temor de contarles otra cosa —adicionó Mirta—, pero creo que no hay alternativa.
—¿Qué puede ser peor, Mirta? —preguntó Ailén con tono de preocupación.
—No es que me extrañe de Falamar, no obstante, no deja de ser terrible. Dentro de dos días, en las ciudades civiles, Nueva Tierra y Ciudad Futuro; matarán durante un mes a un habitante por día y por ciudad. Hasta que los rebeldes den la cara. Lo peor es que no tienen forma de saber si nuestra nave volvió a Principal.
—¿Entonces por qué lo hacen? —consultó Nancy.
—Simple —contestó Tofuca—. Dan por hecho que si volvimos, no dejaremos morir impunemente a tantos inocentes. Y si no, pues sencillamente no les molestará matar sesenta personas. De hecho una de las capitanas, Emily Mackintosh; encargada de cubrir Ciudad Futuro, disfrutará mucho torturando a la persona que ella misma elija, antes de asesinarla. En Nueva Tierra hay tres sargentos con sus soldados del capitán Gorostiaga, a quien se le dice Femante. O sea unos treinta en total.
—¿Podemos confiar en esa información? —consultó uno de los líderes grupales.
—Sí —respondió Mirta con calma—. Son los propios habitantes los que nos van dando los datos.
—Sin embargo —intervino Tofuca—. En el caso de Nueva Tierra. Es muy probable que el Femante y el resto de las unidades se encuentres cerca. Creo que puede ser una trampa.
—Vinimos a salvar vidas —manifestó El As—. Creo que no hay nada que discutir al respecto. Solo necesitamos una estrategia para hacerlo.
Luego de pensar un rato, Micke diseñó una.
—Enviaremos tres grupos a Nueva Tierra. Dos se encargarán de evitar el primer asesinato y el tercero de retaguardia, para retrasar al Femante, si viene con el resto de sus tropas.
—A Ciudad Futuro, mandaremos cuatro unidades. Tres intentarán detener a Mackintosh y una de reserva por si envían refuerzos. En esta ciudad quizás no pueda evitarse. Habrá que intentarlo y huir rápidamente si es que su poder es mayor o semejante al nuestro. Ya que la diferencia en número es abrumadora en su favor.
—¿Estará bien dividirnos de esa forma? —preguntó David.
—Es cierto —agregó Nancy—. Quizás al ser nuestro primer combate, nos convenga intentar ser muy superiores en cantidad. Digo, ir todos a Nueva Tierra.
Sin embargo, la decisión había sido tomada.
El aprendizaje daba lugar al ejercicio.
Capítulo 8 – Primeros encuentros
Las novedades llegaron al equipo siete, por medio de Miguel.
—Los reuní para avisarles que mañana vamos a Ciudad Futuro.
Se produjo un repentino silencio. Y tensión en el ambiente.
—Sabíamos que iba a suceder en algún momento, sabíamos.
—Sí —contestó Paloma—. Lo que no deja de hacerlo difícil.
—Nos ha tocado el papel de retaguardia. Estaremos ocultos fuera de la entrada a la ciudad, por si es una trampa y llegan refuerzos. Pero también para cubrir la retirada de los otros equipos. Ya que en esa ciudad hay un batallón completo y es probable que nos necesiten para salir con vida.
—¿Y a nosotros quién nos cubre? Preguntó Matías con una sonrisa agridulce.
—Les dije que ese Micke era un imbécil —remarcó Santiago y se retiró de la reunión.
Los demás se miraron como acostumbrados a las cosas del Vampiro.
—Puede que no tengamos trabajo en la retaguardia. O… puede que … —Nancy se quedó sin poder seguir hablando.
—Estamos juntos en esto —expresó Miguel exteriorizando una confianza que era difícil de sostener.
—¿Creen qué voy a dejar caer a mis amigos? —dijo David mirando a cada uno. Y sus ojos se fijaron en Ailén especialmente, quien le había hablado sobre ese temor.
El comentario pareció levantar los ánimos del grupo.
—Mañana a las once de la mañana nos encontramos en el comedor —finalizó Miguel—, con los demás grupos.
Todos se fueron camino a sus habitaciones. Ailén y David siguieron conversando en el trayecto.
—¿Cómo te sientes con relación a lo de mañana, Ailu?
—¿Qué te respondo? ¿Bien o te cuento? —contestó de manera agresiva, que dejó algo atónito a David.
—¿Hice algo qué te haya molestado?
—No, olvídalo. Supongo que estoy un poco tensa.
—Escúchame bien. Mañana —dijo David poniendo énfasis en cada palabra—, no te alejes de mí.
—¿Cómo vas a hacer para cuidar a todos! —espetó ella.
—Sé que no acepté ser el jefe de grupo. Y no sé si estás enojada conmigo por eso, o por otra cosa. Incluso yo mismo tengo dudas sobre lo que decidí. Pero no tenemos tiempo de hablarlo ahora. Te prometo que cuando volvamos de la misión, lo que te haya hecho enojar intentaré repararlo. Solo, no te alejes. Mañana es probable que nos veamos sorprendidos por algo. Y no sé que puede pasar en el medio del caos. Pero me he preparado mentalmente para no arrepentirme más tarde. Sin embargo necesito saber que me harás caso. Por favor.
Ailén nunca había visto así de intranquilo a David. Pero viendo que este se preocupaba por ella, se le pasó un poco el mal humor y asintió.
—Nos vemos mañana, Ailu.
—¡Dale!
“¿Por qué lo traté así? ¡Dale! ¿Qué clase de saludo es ese?”
A las once de la mañana del día siguiente, 20 de diciembre de 2020. Los siete grupos estaban en su totalidad en el comedor.
Tofuca estaba presente y les repartió un comunicador del tamaño de un teléfono celular, a cada capitán de equipo.
—Su uso es simple —explicó—. Quiero comentarles algo más. Si creen que serán capturados, deberán destruir los comunicadores, podrían servirle a nuestros enemigos. Ellos no pueden comunicarse como nosotros. Ya que cuando el conflicto comenzó, nosotros desactivamos todas las señales que pudieran utilizar. La única que les queda es en Ciudad Militar, que por obvias razones queda fuera de nuestro alcance. No les demos tecnología.
—Equipos uno, dos y tres —Llamó Micke—. Vamos a Nueva Tierra; que está a unos cuatro kilómetros. Cuatro, cinco, seis y siete. A Ciudad Futuro; a tres kilómetros en sentido inverso. Les deseo suerte. Si es que eso existe. Les recuerdo que de ninguna manera, vamos a dejar que asesinen ciudadanos. Tengan precaución y valentía.
Los grupos se dividieron y partieron hacia las dos ciudades.
Debieron ir caminando porque el uso de vehículos podría ser más fácilmente descubierto. Llevaban provisiones y carpas para acampar a una distancia prudencial de la ciudad, pero sin ser detectados.
Los grupos del cuatro al siete, luego de la caminata, se instalaron dentro de un bosque a un kilómetro de la ciudad. Decidieron descansar hasta las cuatro de la madrugada y luego comenzar con el plan. Lo mismo hicieron los otros grupos cerca de Nueva Tierra.
—Ailén —llamó David—. ¿Puedo hablar contigo?
—Claro.
Ambos jóvenes se alejaron un poco del grupo.
—Me doy cuenta que estás enfadada conmigo. Y lamento haber hecho algo para molestarte.
—¡No estoy enojada! No es eso. Es solo que no estoy preparada para matar. Una cosa fueron las prácticas. Que me encantaban. Pero no me siento lista para esto.
—Ailu, yo estuve pensando en todo esto. Quise encontrar una solución. No sé, que otro se haga cargo. Me hubiese gustado nunca enterarme de nada. Pero ahora que lo sé, ¿qué hago? Si decido no luchar, igualmente atacarán la Tierra y será terrible para todos los que amamos.
—Pensé en eso, David. Y por eso no me retracto —Ailén hizo una pausa al punto de sollozar.
—Tranquila —le dijo mientras la tomaba suavemente de los hombros—, como te dije hoy temprano. Quédate cerca de mí.
Posteriormente volvieron con el resto, que no había notado su falta porque estaban ocupados organizándose.
A la hora acordada, partieron hacia la ciudad. Caminando por el bosque de Cora, que era muy frondoso. El verde era realmente llamativo ahí. El grupo siete se quedó oculto en los límites del mismo. Mientras tanto los otros tres, se internaron en la ciudad. La misma estaba rodeada por un muro de unos cinco metros de altura. Las puertas permanecían abiertas.
Los jóvenes se ocultaron en un bar que pertenecía a un hombre que colaboraba con la resistencia. Tenía varias mesas chicas, como los bares terrestres y una barra de unos cuatro metros, para las personas que solo pasaban unos minutos. El lugar estaba oscuro por el abandono y era bastante amplio. Desde ahí se veía la avenida principal, que tenía unos veinte metros de ancho y las casas frente al negocio. Al ser pocos habitantes, la avenida principal era extremadamente cómoda en relación a los móviles circundantes. El dueño se había ofrecido a dejarles el lugar libre y fue a establecerse en el escondite rebelde. Lo mismo había ocurrido en las dos ciudades. Ya que de quedarse y ser descubiertos, hubieran sufrido un castigo mucho peor que la muerte.
La ciudad era muy pequeña, de casas bajas pero muy modernas. Sus generadores concentraban la energía solar. Y esta era utilizada por los pobladores.
—Estén listos —expresó uno de los líderes.
De pronto vieron llegar por el medio de la calle, una veintena de soldados, mayormente hombres, pero también mujeres; con uniforme negro de mangas blancas, en donde figuraba el número uno (I) en romano. También en su espalda, en un círculo blanco. A excepción de dos de ellos, quienes tenían el cuatro (IV). Parecía que esos dos daban las órdenes.
—¿Dónde está la capitana Emily Mackinstosh y el resto de su tropa? No me gusta. Atacaremos rápido y escaparemos.
—Entren a esa casa y traigan a alguno de los moradores —dijo uno de los sargentos a dos de sus dirigidos.
Ingresaron a una bonita casa con frente color roble forzando la puerta. Se escucharon gritos. Luego silencio. Y sin más salieron arrastrando a una mujer que aparentaba unos treinta años.
—¡Ciudad Futuro! —gritó un sargento de cabello largo; estatura y peso medios; y tez blanca—. Esto es lo que les sucederá día a día, hasta que sus camaradas forajidos den la cara. Si ellos son sus amigos, pues ya lo veremos.
La gente se aglomeraba cerca de los soldados pero sin atreverse a acercarse, pidiendo compasión.
—Sosténganla —pidió el sargento y levantó su mano apuntando al cuello de la víctima.
—¡Ahora! Los rebeldes comenzaron a lanzar bolas de metal, de un tamaño cómodo para las manos; que iban cargando con luz. El sargento y sus dos soldados cayeron rápidamente, como así la mayoría de los soldados. El otro suboficial arrojó un rayo de luz hacia el bar impactando de lleno en uno de los rebeldes. Dejando el cuerpo sin vida. El resto de los jóvenes salió del sitio, corriendo y atacando. El militar logró eliminar a tres más, pero finalmente cayó junto con los demás.
Mientras tanto, dentro de los límites del bosque y cerca de la ciudad, el grupo siete vigilaba las cercanías.
—Veo movimientos —dijo Paloma observando hacia el otro extremo del bosque—. Vienen hacia aquí.
—Aún no nos han visto —expresó Miguel—. Van hacia la ciudad. Es una trampa. Tenemos que retrasarlos lo más que podamos. Luego correremos hacia el acantilado y trataremos de bajar hacia la playa. Desde ahí podremos, recorriendo unos mil metros llegar a una cueva, que tiene salida a otro bosque. Así me explicó García.
Los miembros del equipo se ocultaron detrás de los árboles. Al frente de unos ciento veinte soldados, venía una mujer.
—Esa belleza no puede ser malvada —comentó Facundo extasiado; al punto de no repetir sus palabras.
—¿Y qué hacemos con los otros cien, Facu? —respondió Matías.
De pronto la capitana hizo una seña, ante la cual, sus partidarios se detuvieron.
—Sí, capitana Aífos —habló uno de los reclutas.
Solo unos veinte hombres siguieron avanzando. El que iba al frente tenía el cuatro (que asumían como sargento) en sus mangas blancas y en su espalda.
—Vienen hacia aquí —manifestó El As en voz baja—. Deberemos luchar.
Ailén estaba pálida. Aunque casi todos estaban tensos.
—Quédate a cubierto, Ailu —pidió David situándose cerca de ella.
Antes que ninguno comience a lanzar las bolas de metal cargadas, Santiago salió a descubierto al frente del suboficial. Este lo miró atónito. Ambos expulsaron luz y el militar se desplomó, dejando su corazón de latir. El resto de la unidad se abalanzó hacia el Vampiro, a pesar de eso, Santiago siguió arrojando luz y acabando con sus rivales como si fueran mosquitos. La cara de Ataner estaba desencajada. Acabó con el sargento y todos sus dependientes.
Nayla Aífos ordenó atacar, no obstante estaba sorprendida por la cantidad de energía vertida por el rebelde. Sus soldados se fueron acercando, pero ya el resto del grupo había empezado a arrojar las bolas con luz y eliminaron a varios uniformados. A la oficial, Santiago le hizo recordar al General.
Era todo un vendaval. Ruidos, luces, gritos. Aturdían. A la orden de Aífos, su gente comenzó a lanzar objetos con luz contra el grupo siete. Santiago había comenzado a irse cuando vio un grupo de jóvenes que bajaba por el acantilado, gritando de júbilo. Nayla ordenó a otro de sus sargentos que los persiga exclusivamente con su unidad. Los veinte fueron tras el Vampiro y esos rebeldes provenientes de la ciudad, hacia el despeñadero.
Eran demasiados y tan solo dos minutos después, Miguel dio la orden de retirada. Aífos arrojó un rayo que golpeó cerca de David y Ailén, destrozando el tronco de un árbol.
—Quedaremos encerrados entre los que persiguen al Vampiro y a los otros grupos, con los hombres de Aífos —expresó José Luis a los gritos.
—No tenemos alternativa —respondió Miguel—. Si es necesario, pelearemos rápidamente contra los que están delante, que son menos y seguiremos hacia la cueva.
David tomó de la mano a Ailén y esta a Nancy, que se habían quedado inmóviles tras un árbol a raíz del vértigo de las secuencias.
Una shuriken (un arma en forma de estrella) de metal cargada de luz se clavó en el brazo de Matías, quien dio un grito de dolor pero siguió huyendo.
De las casas más cercanas al lugar donde iba a llevarse a cabo la ejecución, empezaron a salir muchísimos soldados y la capitana Mackintosh. Arrojando luz y matando rebeldes con mucha facilidad y demostrando mucho poder. Ella disfrutaba de eso.
Diez de los jóvenes corrieron fuera de la ciudad y no estaban siendo perseguidos.
—No se preocupen, dijo Emily a sus subordinados. Aífos los atrapará en las puertas.
Seguía mirando y esperando. Poniéndose más tensa al ver que la otra capitana no aparecía.
—Maldita —susurró para si con odio.
Llamó a uno de sus sargentos y a sus diez unidades con dependencia directa, para que la sigan en la persecución de los insurrectos. Al resto les ordenó quedarse en la ciudad.
Los revolucionarios bajaron por el acantilado.
Mackintosh observó que algunos metros delante de ella y sus hombres, estaba Nayla persiguiendo a otros. Y comprendió que no había sido una traición de Aífos.
Cuando llegaron al borde del acantilado supieron que no tendrían tiempo de bajar si los atacaban desde arriba. Sería una masacre.
—Llévate a Matías que está herido, Ailu —dijo David.
—No soy tan tonta como crees, me dijiste que me quedara cerca de ti. Pues eso haré.
—Yo también puedo lanzar rayos —exclamó Jimmy mientras se cubría detrás de la única roca antes del comienzo del descenso.
—Y yo —recalcó Paloma mientras contraatacaba, también cubriéndose.
—No hay tiempo para discutir. Lo siento. ¡Matías! —Gritó David—. Llévate a Ailén, ya.
Este la tomo del brazo y le pidió que lo siga.
—Le va a resultar más difícil si tiene que cubrirte —manifestó Matías para convencerla. Y bajaron rápidamente tras los demás.
Jimmy, Paloma y David ya no podían levantar sus cabezas. Ya que a la gente de Nayla se habían sumado Emily Mackintosh y algunos de sus soldados. Entre los tres habían eliminado a muchos, pero ya no podían resistir.
—No tengo más energía —dijo agotado Jimmy.
—Váyanse ahora —gritó David.
Jimmy bajó rápidamente y logró huir. Luego Paloma iba a hacerlo, pero un rayo de luz de Aífos dio en su hombro y la hizo caer por el acantilado.
David sabía que si intentaba bajar lo matarían. Así que era preferible sacrificarse ahí mismo. Y al menos, hacerles perder tiempo a los militares. Para que sus amigos tengan más chances de escapar.
Mató a más de veinte y sus fuerzas flaqueaban. Incluso pudo utilizar el lanzamiento curvo de objetos para aquellos que se ocultaban tras los árboles.
Aífos lo miraba con cierto respeto.
“Es fuerte y valiente. Sabe que morirá, pero sigue luchando por los que quiere. Al menos voy a darle una muerte honorable”
—Alto el ataque —gritó la bellísima capitana.
David no entendió el motivo y la miró extrañado. Respirando con agitación.
Jimmy había observado la escena de Paloma a unos doscientos metros de distancia y ahora miraba con horror, aunque no escuchaba lo que decían.
—Te estoy retando a un duelo —exclamó Nayla mirando a David a los ojos.
—Acepto.
David sabía que dentro de las reglas de sus enemigos, estaban siendo bastante considerados con él. Aunque no sabía el motivo y claro, no era importante a esas alturas.
—A la cuenta de tres comenzamos a combatir —dijo ella y el asintió.
El sargento Reyes hizo la cuenta.
—Uno, dos, tres.
David lanzó un rayo pero la oficial hizo un pequeño escudo de luz, algo más grande que su mano y lo desvió con esfuerzo. Entonces ella emitió un haz muy potente que impactó en el pecho de Rosso, haciéndole una herida y que este perdiera el equilibrio. Pero antes de caer sacó un cuchillo al que llenó rápidamente de luz y lo arrojó. Pero como una bola curva. Eso que el joven había estado practicando tanto. Y pudo eludir el escudo de Nayla rozándole el brazo. Sin embargo en ese instante, Emily Mackintosh, echó un haz a David que golpeó a este debajo de su brazo derecho, el cual estaba estirado por el lanzamiento del cuchillo. Esto causó una grave herida.
El joven antes de caer rodando por el acantilado, miró a Aífos con expresión de decepción, por haber sido traicionado en lo que él pensaba sería un duelo justo.
—¡Nooo! —Gritó Nayla a Mackintosh—. ¿Cómo te atreves a intervenir!
—Sabes que cuando combato pierdo la compostura —lo siento, se defendió—. Es que esos bastardos mataron a la mitad de mis tropas.
—Si muere antes de que pueda volver a luchar contra él, perderás más que eso. Sabes que los duelos son ley para el General. Siempre y cuando ambos contendores hayan aceptado.
—Tráiganlo con cuidado —ordenó Aífos—. Vamos a intentar revivirlo y cuando esté bien, tendré mi duelo. De una u otra forma mantendré mi honor de guerrera.
Jimmy vio lo que sucedió y huyó rápidamente.
Más adelante sus amigos encontraron veinte cadáveres de soldados.
—Tienen que haber sido los grupos que huían de la ciudad —manifestó Matías.
—No creo —contrapuso Nancy—. Para mí, fue Santiago.
—¡Aquí viene Jimmy!
—No doy más, lo siento.
—¿Y los demás? —preguntó Miguel.
—A Paloma la mataron —hablaba con mucho esfuerzo—. Le dieron con un rayo terrible y cayó desde lo alto por el acantilado. Y David quedó solo arriba. Parecía que tenía un duelo uno a uno contra la capitana Aífos. Pero alguien le tiró luz a traición…
El joven rompió en llanto.
En cuanto pudo terminó el relato. Había visto como bajaban dos soldados. Si no habían muerto antes, se asegurarían de terminar su trabajo.
Todos quedaron devastados.
Nancy comenzó a llorar y abrazó a Ailén quien estaba aún más desconsolada.
—Él cumplió con lo que dijo —clamaba Alimdul lagrimeando—. Dijo que no iba a dejar morir a sus valiosos amigos… —no pudo continuar—.
Todos recordaban la frase de David.
Ailén Morena seguía pensando.
“¡No lo puedo creer! Y hasta el último momento me estuvo tratando de cuidar”.
Miguel estaba aturdido. Y José Luis lo abrazó por la pérdida de su querida amiga.
“Soy el responsable. Yo manejaba el grupo y dejé a otros para que cubrieran nuestro escape”.
Miguel se hundía en su mente.
Matías y Facundo no podían comprender ni creer que fuera cierto.
Solo se levantaron y comenzaron el regreso. En triste silencio.
Capítulo 9 – Paloma mensajera
Los sobrevivientes recorrieron rápidamente la cueva. Hasta que por fin salieron al Bosque de las Aves.
—Debemos sellar la salida —opinó José Luis.
Sabían que eso significaba dejar a sus amigos atrás. Pero también comprendían que no vendrían.
Jimmy emitió un haz de luz hacia el techo de la salida y este se derrumbó.
Los jóvenes emprendieron el camino a la base.
El Bosque de las Aves, como su nombre lo indicaba, atesoraba una gran cantidad y variedad de especies. No obstante, en esos momentos, nadie ponía atención al paisaje.
—No debimos dividirnos siendo tan pocos —manifestó Miguel.
—Es cierto —confirmó Nancy sollozando aún—. Sobre todo en nuestra primera batalla. No pudimos aplicar ninguna de las tácticas que habíamos practicado. Eso no puede volver a pasar.
—David me lo había dicho —decía Ailén con una voz agria y melancólica—. Insistía en que probablemente nos viéramos superados por la situación y que él se estaba preparando mentalmente para no arrepentirse luego. Y a pesar de que no lo traté bien, me pidió por favor que no me aleje de él. Y yo lo abandoné…. —volvió a llorar desconsoladamente.
Nancy la abrazó y siguieron caminando.
Se hizo de noche y llegaron al refugio preparado de antemano por la resistencia. Una cueva bastante higienizada y con algunas provisiones. Temían que los persigan, pero estaban agotados. Pudieron beber y comer algo.
Algunos se permitieron dormir, aunque muy poco. Prefirieron seguir adelante y llegar a la base lo antes posible.
A los pocos minutos de la partida, sintieron ruidos a la distancia.
—Cúbranse —pidió Miguel—. Todavía no estamos en la zona protegida.
Efectivamente un grupo de unos veinte militares se estaba acercando.
—Esta vez no nos vamos a marear —dijo Miguel en voz baja—. Nancy, saca las tablas para usarlas de escudo. José Luis y Facundo te ayudarán a cubrirnos. Los demás atacaremos protegidos, como lo practicamos. Ailén, ¿podrás hacerlo? ¿O prefieres un escudo?
—Nunca más fallaré. Haré mi mejor esfuerzo.
Los jóvenes se ocultaron tras los árboles.
En cuanto estuvieron a una distancia apropiada Miguel dio la orden de atacar.
Se pusieron coordinadamente en fila, los tres cubriendo con escudos y el resto lanzando objetos por detrás. Mientras Jimmy utilizando sus rayos a distancia, derribó en primer lugar al sargento.
Ailén impactó con lanzamientos curvos a tres que se cubrían tras los árboles y el resto tampoco falló. Los escudos funcionaron a la perfección, aún cuando era un esfuerzo. Y al último soldado lo eliminó Miguel con un potentísimo golpe de puño.
—Vámonos ahora por si vienen más.
Reemprendieron la marcha.
—¿Qué es eso de zona protegida? —preguntó Matías.
—Cuando estemos a cierta distancia de la base —contestó Miguel—, los tres grupos que se quedaron, estarán ocultos formando un perímetro defensivo. Nosotros los pasaremos de largo sin ningún aviso. Pero por espacio de dos horas, si alguien viene siguiéndonos, nuestros compañeros los atacarán por sorpresa. O sea que cuando lleguemos a esa zona estaremos a salvo.
Los jóvenes se miraron aliviados.
Siguieron caminando hasta que Miguel dijo que ya habían entrado a la zona.
En pocos minutos más alcanzaron la base.
La puerta se abrió y los esperaban Tofuca, García y Mirta.
—Pasen —pidió Mirta con expresión de preocupación y ansiedad.
—De los treinta que fueron a Ciudad Futuro lograron llegar diez. Nos contaron que fue una emboscada, pero que ustedes pudieron frenar a otra tropa enemiga, que les habría cerrado la huida. Después de ellos llegó Santiago, pero no contestó nada y se fue a su habitación. Pensamos entonces que ustedes…
—Pero veo que no están todos —dijo Tofuca con pesadumbre.
Y viendo las expresiones de los chicos, no siguió con el tema.
—De los grupos que fueron a Nueva Tierra, todavía no tenemos noticias.
—Vayan a reponerse —sugirió García—. Más tarde hablaremos y nos pondremos al tanto.
Miguel se quedó para contar lo sucedido y el resto fue a sus habitaciones.
Dos horas más tarde llegaron los supervivientes de la otra ciudad.
Miguel, Nancy y Jimmy fueron a la reunión en representación del grupo siete. Ailén pidió que la excusen en esta ocasión.
Cuando llegaron solo estaban Tofuca, Carlos y ellos.
El doctor ya le había contado las peripecias del grupo, a Carlos. Y este comenzó su relato.
Había sucedido de manera similar a lo que les pasó a ellos.
—Fue una trampa, pero ustedes tuvieron más fortuna o capacidad. Nuestro grupo de retaguardia fue destruido y apenas pudimos escapar. Algunos. Micke murió para salvarnos. Creo que se sentía culpable por lo que consideró ‘un error táctico imperdonable’. Solo sobrevivimos Nadsuki, Takumi, Sasha Safarova y yo. Y calculo que no hemos eliminado a más de cuarenta.
—Por lo que nos cuentan, según los cálculos en total eliminaron unos ciento ochenta enemigos. Deben quedar alrededor de ochocientos.
—Nosotros hemos perdido a cuarenta y ocho valiosas personas —agregó Carlos—. Quedamos cincuenta y dos. De esta manera no podremos vencer.
—¿Qué pasó con Santiago? —Consultó Carlos que había escuchado versiones.
Miguel y Nancy contaron lo sucedido.
—¡Ese está muy loco! —Respondió—. Pero es tan poderoso que a esta altura lo necesitamos. No tenemos opción.
—¿Está vivo? —Preguntó Aífos a sus dos hombres. ¿Y la otra?
—Está por morir en cualquier momento. La otra no está, capitana. Deben de haberse llevado el cuerpo. Ya que cayó con bastante antelación.
—Llévenlo a la tienda médica y que no se muera. ¿Está claro?
—Por supuesto mi capitana —respondieron al unísono.
—Parece que Danilo Goldaxe hizo algo bien —apareció Mackintosh sorpresivamente—. Me refiero a hacer correr la voz en ambas ciudades. Digo, logró que los rebeldes cayeran.
—Sí —dijo con enojo—, creo que el General no me permitirá matarlo. Le resultó útil.
—¿Y qué vas a hacer con el prisionero?
—Primero, que le pongan los cicatrizantes. Luego esperar que sea tan fuerte como parecía y se salve. Y …
—¿Por qué no te lo quedas? Ahora que lo he visto fríamente, es lindo.
—Iba a decir hacerlo hablar sobre el escondite rebelde y tal vez batirme a duelo. Pero que extraño en ti. ¿No te dieron ganas de torturarlo hasta la muerte? —contestó Nayla de manera irónica.
—Eso es solo cuando estoy en acción. Viéndolo tranquilamente, creo que sería un desperdicio. A no ser, claro, que el General pida su tortura.
—No es normal que me des consejos gratis.
—No son regalados. Son solo una disculpa oficial por intervenir en tu lucha. No es que no te odie. Pero sin querer, rompí una regla de Falamar. Así que por eso, te estoy diciendo lo que pienso sin segundas intenciones. Claro que para que puedas tenerlo, deberá jurar lealtad. Y curarse. Si fuera un nacido aquí, ni con nuestras medicinas podría salvarse. Pero en su caso, observando que además tiene bastante poder, yo diría que tiene casi un 50% de probabilidades.
—Veremos que ocurre.
—Si quieres, puedo obligarlo a obedecerte. Me refiero a romper su voluntad.
—Eso te divertiría. Pero si es tan fácil de doblegar y vende a sus camaradas, para que me sirve. Aunque por la forma en que se quedó cubriendo a su gente, no parece ser ese tipo de basura.
—Como quieras. Pero cuando se entere, el General querrá hacerlo hablar. Lo sabes. Te estoy diciendo esto porque tengo una deuda de guerrera.
Ambas capitanas se despidieron y Nayla fue a ver como estaba su prisionero, siempre con custodia, en la tienda donde lo habían dejado. Esta era muy espaciosa, con el techo a unos dos metros de altura. La tela de color marrón oscuro y casi totalmente impermeable. A David lo habían dejado en una bolsa de dormir bastante confortable.
—¿Cómo está? —preguntó a una soldado que lo estaba atendiendo.
—Está delirando por la fiebre y muy débil. Las heridas las tratamos con cicatrizante molecular y seguramente no son el mayor inconveniente.
—Dejémoslo dormir. Esta noche será clave para él.
Aífos se fue a su tienda.
David estaba en un estado alfa constante. Su fiebre subía y bajaba y aún podía sentir las punzadas de dolor. Hasta que los calmantes comenzaron a surtir efecto.
“¿Dónde estoy? Se veía solo en una playa. En la arena. Deliraba entre sueños en que veía su casa, su familia, la escuela, sus amigos. De pronto la imagen de Ailén, Matías y Facundo quedó más nítida. Y en el aula el resto de sus compañeros se habían convertido en Paloma, los hermanos Fernández, Nancy y Jimmy. Luego el aula cambió por un bosque; un acantilado. Adrenalina. Miedo por él y sus camaradas. El recuerdo de la batalla algo bifurcado y nublado. La tranquilidad al ver que todos habían podido bajar. La desesperanza al saber que no saldría de allí con vida. Las sensaciones se combinaban. La cara de su enemiga. Quien le ofrecía un duelo. De pronto veía como en cámara lenta, como Nayla formaba un escudo con su mano. Como si fuera un reproductor de alta calidad, podía observarlo cuadro por cuadro. No es difícil, pensó. Luego sintió una herida debajo del brazo. ¿Lo habían traicionado? Pudo sentir el grito de Aífos. Ella no lo planeó. No sé quien me atacó”.
David seguía delirando y a veces se lo escuchaba hablar en voz alta. Los guardias eran indiferentes, a sabiendas de que estaba alucinando. Lo que a él le resultaban horas, eran solo instantes en tiempo real.
Nuevamente recordaba la batalla con la capitana.
“¿Cómo hace para formar tan rápido el escudo? Otra vez veía la mano de Nayla haciéndolo. Le pasó varias veces en la noche. ¿Y qué pasaría si quiero hacerlo con cada dedo? Entre ilusiones se contemplaba tratando de despedir luz con los dedos. Era difícil. Había que concentrar la luz en cada extremidad. Intentó hacerlo muchas veces. Tuvo toda la noche para practicarlo; que dentro del sueño fueron días”.
De pronto sintió una inmensa bocanada de aire entrar a sus pulmones. Abrió los ojos y vio a Nayla nuevamente. “¿Estoy soñando?”.
Se sobresaltó.
—¿Cómo te sientes, rebelde?
En la base ya estaban pensando nuevas estrategias. Deberían atacar como grupos guerrilleros, para ir disminuyendo el número de soldados. Esa fue la conclusión. No obstante, conocían perfectamente que se encontraban en una situación límite.
A la hora del almuerzo del día siguiente a las batallas, se encontraron en el comedor.
—Hola chicos —saludó Ailén.
—Hola —contestaron intentando disimular el desánimo.
—¿Alguien sabe si hay algún plan?
—Sí —respondió Miguel—. Contándoles el nuevo tipo de combate. Además, los cuatro que quedaron del ataque a Nueva Tierra, van a ser parte de nuestro grupo. Ya los conocen. En cuanto a los diez que sobrevivieron en Ciudad Futuro, se unificarán en un solo equipo. Ya que pertenecían a tres diferentes.
En cuanto terminó su alimento, Santiago, quien no había pronunciado una palabra, se retiró a su habitación.
—Está cada vez peor —dijo Matías—. Desde que no está David, creo que empeoró su actitud.
—Y yo creía que eso era imposible —agregó Nancy.
Los jóvenes terminaron de hablar luego de algunos minutos y se fueron a descansar.
Por la tarde se juntaron en la habitación de Ailén. Todos, menos Santiago. Para oficializar a los otros cuatro miembros del grupo. Carlos, Nadsuki, Sasha y Takumi.
—Mañana comenzaremos con las embestidas contra los militares —avisó Miguel—. Tofuca me dijo que descubrieron al traidor que nos hizo caer en la emboscada. Un tal Danilo Goldaxe. Uno de los pobladores de Nueva Tierra lo mató ayer, en un arranque de furia. Parece que Goldaxe había estado bebiendo y hablando de más. Y cuando comentó riendo, que gracias a él habían acabado a muchos rebeldes, este hombre lo apuñaló. Una pena, porque quizás podría habernos dado información.
—Bien muerto está —declaró Matías con voz que denotaba mucho rencor.
—No se podría confiar en datos de alguien de esa calaña —sugirió Carlos—. Como sea, vamos a enfocarnos en uno de los capitanes. Ahora que tenemos información confiable de nuevo. Diego Romero. Es un sanguinario. Está con toda su gente en Nueva Tierra. Deben quedarle unos cien soldados.
—La razón por la que tenemos esperanza —expresó Miguel con convicción—, es que ellos esperan que nos escondamos como ratas.
—Y les vamos a patear el … —iba a continuar Facundo cuando lo interrumpió Matías.
—Hey, hey.
—Iba a decir trasero.
—Pero casi dices, culo.
El grupo echó a reír.
David no comprendía la situación. Estaba muy débil, dolorido a más no poder y sentía su cuerpo húmedo de sudor.
—¿Por qué estoy vivo? —Preguntó con voz tenue a su capturadora.
—Es una buena pregunta, pero no es aún, el momento de responderla. Si despertaste es porque vas a sobrevivir. Así que habrá tiempo para que hablemos. Ah, puedes darte un baño en el lago. Ahí tienes ropa para cambiarte. Luego te traerán alimentos.
—Gracias.
—No lo agradezcas. Quizás para ti, hubiera sido mejor morir.
Aífos ordenó a dos de sus hombres que acompañen a David al lago. Este se levantó con dificultad y fue a higienizarse y cambiarse de ropas. Cuando volvió tenía comida y bebida. Al terminar, no pudo resistir el sueño y se durmió nuevamente.
—¡Oye tú! —Espetó el sargento Reyes—. Te está hablando la capitana. ¡Despierta!
—Gracias Reyes. Puedes retirarte.
El sargento obedeció dejando a Aífos con el joven rebelde.
—Veo que ahora pareces un ser humano. ¿Cuál es tú nombre?
—David Rosso. ¿Y tú eres?
—La capitana Nayla Aífos —respondió cortante.
—¿Entiendes que eres prisionero?
—Sí. ¿Puedo preguntar por qué no me mataron?
—Hay dos razones. La primera es que teníamos un duelo. ¿Lo recuerdas?
—Sí. Creo que estabas ganando, pero alguien más me atacó.
—Así es. Pero la suposición del triunfo no me conforma. Además no fue mi voluntad, que intervengan en nuestro combate.
—Lo sé.
Ella se sorprendió por la respuesta.
—¿Cómo lo sabes?
—Tuve un sueño en el que recordé como fueron los hechos. Y me pareció que tú gritabas que no lo hagan.
Ella lo miraba fijo.
—¿Crees qué miento? —consultó él.
—Para nada. Nadie inventaría semejante disparate estando prisionero.
—¿Y cuál es la otra?
—¿Otra?
—Dijiste que había dos razones por las cuales seguía con vida.
—Ah, debes de imaginarlo —contestó con rostro serio.
—Si es lo que pienso. Ambas cosas son incompatibles.
Ella lo miró extrañada.
—¿Por qué?
—A pesar de que me interroguen, no voy a darles información, en cuyo caso tendrían que matarme antes del desafío. Si tenemos un duelo y tu ganas. Moriré. Si yo gano, quizás tus soldados me maten o me dejen ir. Pero en ningún caso les sería útil.
—Eres sincero a pesar de las circunstancias y lo respeto. Pero te aseguro que hay gente que puede hacerte hablar.
David bajó la mirada.
—Por supuesto que no quiero ser torturado. Pero aún así, prefiero matarme si no puedo resistir, que ser un traidor.
Nayla dudaba de sus palabras. Sin embargo le gustó lo que escuchó.
—¿Puedo preguntarte algo? —Pidió David.
—Puedes hacerlo. Luego veré si puedo contestarte.
—¿Estás de acuerdo con las torturas?
—¿A qué viene esa duda?
—Es que no pareces ser ese tipo de persona.
—¡Hablamos unos minutos y crees conocerme?
—Lo siento.
—Ya seguiremos la conversación —dijo ella mientras se iba.
Pero la capitana sabía que el joven tenía razón. Ella era una gran guerrera. No una sádica. Pero no quiso dar el gusto al prisionero con su respuesta.
Al día siguiente el grupo siete salió junto a los otros cuatro. El mando de los ataques se había repartido entre Carlos, Miguel y Takumi. El plan era eliminar al capitán Romero.
El equipo de Miguel se infiltró en la ciudad. Una hora después los otros se presentaron para retar a Romero.
—¡Romero! —comenzó gritando en la puerta de la ciudad uno de los insurrectos—. Ven a pelear. Vamos a destruir a todos los capitanes. Pero queremos empezar por el más débil. ¡Romero!
El capitán escuchó la provocación. Y decidió enviar a los tres sargentos que le quedaban con vida junto con sesenta soldados para acabarlos. El quedó con cuarenta subordinados en la calle principal de la ciudad.
—No voy a caer en una trampa, idiotas.
Los jóvenes se habían ocultado en la propiedad de otro de los ciudadanos, que había ido a vivir a la base rebelde. Esta era amplia, sin embargo no era muy habitable. Quizás porque la persona ya tenía pensado abandonar ese hogar. Y no le interesaba cuidarlo demasiado.
Ailén arrojó con cada mano un cuchillo conectado para poder controlarlos, a dos de los guardias personales del capitán, ajusticiándolos. Sasha y Takumi la siguieron con el ataque. Jimmy arrojó haces de luz a varios con el mismo y rápido resultado. Matías, José Luis, Carlos y Miguel, usaron palos a los que habían transmitido la luz y se cruzaron cuerpo a cuerpo con los militares que usaban la misma técnica.
Romero lanzó sus rayos contra Jimmy. Quien los detuvo con los propios. La energía de Romero estaba haciendo retroceder la luz del joven y casi lo tocaba. Sin pensarlo siquiera, Nancy se tiró con su escudo en mano para frenar los rayos de Romero. Lo consiguió, pero la potencia era mucha e hizo perder el control de las manos de la chica. Y tanto ella como su hermano salieron despedidos hacia atrás y al piso.
En ese instante y antes que el oficial acabe con ellos, el Vampiro hizo su aparición. Sus brazos se iluminaron como destellos fosforescentes y atacó. Romero lo frenó con su luz, pero Santiago era muy poderoso y lo hacía retroceder.
—Atáquenlo —gritó.
Y seis soldados dejaron la lucha contra los demás para apoyarlo. El Vampiro siguió manteniéndolo a raya con una sola mano. Y con la otra, con una facilidad espasmódica, mató a los refuerzos con un lanzamiento de luz por cada uno. Después de eso, unificó la luz de sus brazos y la energía se hizo demasiada como para que el capitán pudiera resistirla. En pocos segundos había perecido.
Mientras tanto, el resto del equipo siete terminaba con sus enemigos.
—Voy afuera —dijo Ataner como si nada.
Y se marchó a combatir a los de afuera de la ciudad.
El resto del equipo se apresuró para hacer lo mismo.
Los restantes revolucionarios habían guiado a sus perseguidores, en una supuesta huída, a una trampa. Habían cavado con antelación y cubierto un gran pozo de pocos metros de profundidad, pero con mucho barro y paredes resbalosas. Lo cual dificultaba la salida. Cayeron unos veinte. El resto empezó a combatir.
Habían muerto apenas algunos guerreros de cada bando. En el momento que llegó el equipo siete por detrás. Algo que no esperaban los militares. Ya que supuestamente, a sus espaldas, estaban sus propios refuerzos de la ciudad. La sorpresa y el daño fueron muy grandes. Y el equipo siete ya era muy activo y valeroso. Además poseía una gran cantidad de variantes, tanto ofensivas como defensivas.
—Tomemos de rehenes a algunos de los que están en el pozo —pidió Carlos.
Pero el Vampiro los exterminó en segundos. Fue un shock para todos. Sin embargo, nadie hizo comentarios.
El saldo fue toda la unidad de Romero destruida y ocho insurgentes fallecidos. Los números fueron favorables, pero habían muerto camaradas, así que no había festejos ni nada que se le parezca. Esta vez, pudieron enterrar a sus muertos con algo del respeto que merecían.
A la mañana siguiente, día de Navidad sin ningún tipo de celebración, ya en la base rebelde, el grupo siete tenía una reunión en la habitación de Ailén.
—Funcionamos bien —expresó Takumi.
—Sí —respondió Nancy—, pero no creo que podamos hacer algo así nuevamente. Además quedan los capitanes más fuertes y el General, que no tengo idea de lo que es capaz.
—Asimismo —agregó Jimmy—, si no fuera por Santiago, no sé si podríamos haber vencido tan fácilmente a Romero. Yo no pude frenarlo con mis rayos, al margen de que mis haces de luz no son de los más poderosos. Pero nos había derrotado a mí y a mi hermana juntos. Quizás a la larga lo habríamos detenido, pero seguro tendríamos más bajas.
—A propósito —se preguntó José Luis—, ¿dónde está el Vampiro?
Se escuchó tocar a la puerta.
—Adelante —ofreció Ailén suponiendo que era Santiago.
—Hola —respondió ante su sorpresa, el doctor Tofuca.
—¿Pasó algo?
—Sí, Ailén. Tengo malas noticias. Santiago se ha ido.
—¿Cómo qué se fue! —Gritaron al unísono.
—Juntó sus cosas, algo de ropa, alimentos y se marchó. García le preguntó si se iba con los militares y lo negó. Dijo que se iba por su cuenta. Que no nos soportaba y que a ellos tampoco. Creo que está un poco fallado de la cabeza.
—Eso lo sentíamos —contestó Miguel—. Pero lo necesitábamos. Es muy, muy poderoso. Creo que desde que …—dudó si seguir—. Desde que perdimos a nuestros amigos en la batalla de Ciudad Futuro, se puso peor.
—Además de que es muy fuerte y nos hiere sensiblemente su alejamiento —opinó Carlos preocupado—. ¿Qué pasará si habla sobre nuestra ubicación al enemigo?
—Sería terrible —contestó Tofuca—. Pero no el final. Roguemos que no nos ataque junto a los militares. Porque emana una luz poderosísima. Pero además el gobierno, debe tener unos setecientos combatientes, a pesar de las muertes que sufrieron. Si vienen, es muy probable que tengamos que huir de la base. Pero eso lo teníamos pensado si capturaban a alguno con vida. Tenemos un plan alternativo. No podemos hablar de ello por obvias razones. Pero si hay que escapar, tendremos donde quedarnos. Es más pequeño el lugar, pero ahora, lamentablemente somos muchos menos. Así que ese no sería un problema. Claro que es una opción que nos dejaría contra la espada y la pared.
Se escuchó el llamado a la puerta.
—Hola chicos, Javier, tienes que ver algo. Todos, vengan.
—¿Qué ocurre, Mirta?
—Vamos hacia la enfermería, pero quiere decirles algo antes.
—¿Qué pasa?
—La estamos llevando en una camilla. No la toquen siquiera porque puede ser muy doloroso e incluso dañino. Ya que no sabemos si hay algo interno.
—¡Paloma! —Se acercó Miguel rápidamente, cuando Mirta le recordó que no la tocase.
Estaba en un estado deplorable. Parecía mentira que esté con vida, máxime con el aspecto que ofrecía.
—Luego les cuento bien —dijo con dificultad. Pero es posible que David no esté muerto. Algunos soldados lo subieron por el acantilado, por pedido de la capitana Aífos. Parece ser que lo había retado a duelo y que Emily Mackintosh lo atacó por sorpresa en la mitad de la lucha…
Perdió el conocimiento y no pudo seguir.
—Debemos irnos urgente —continuó Mirta. Lo siento.
Capítulo 10 – La decisión de Santiago
—No puedo creer lo que está sucediendo —dijo Matías.
—Que bueno lo de Paloma —expresó Miguel con una radiante sonrisa—. Esperemos que salga bien del tratamiento.
—Y que nos cuente que sucedió —agregó Ailén—. Al fin una buena noticia.
—Es muy bueno lo de Paloma —consideró Carlos—, pero igual estoy muy preocupado por la ida de Santiago. Y por David.
—¿Piensas que estará vivo? —preguntó Nancy con expectativas.
—No lo sé. Habrá que escuchar que es lo que ocurrió.
—Ahora es el momento de sacarle información, Aífos —sostuvo Emily Mackintosh—. Si dejamos que se recupere más, puede querer luchar y tendría que matarlo.
El sargento Reyes, quien estaba cerca de las capitanas, no pudo escuchar el resto de la conversación de las mismas, que parecían discutir entre susurros.
—Por supuesto —señaló Aífos—. Él representa la pureza del poder.
Ella detestaba lo que iba a suceder.
—Reyes estará presente —señaló Aífos.
—Nos estamos entendiendo.
Aífos hizo llamar al sargento Reyes.
—Tendrás que presenciar esa basura. Estaré fuera de la cabaña.
—¿Le parece que no hablará?
—No lo sé.
David fue trasladado a una cabaña. Esta poseía varios elementos, que fácilmente daban a entender, que en ese lugar se cometían aberraciones, como la tortura de diversas formas. El joven no quería mirar, pero sin proponérselo, pudo observar una cadena que colgaba de una viga. Esposas. Elementos que servían para clavar espinas muy delgadas de metal. Armas. Una jaula y David ya no quiso presuponer más lo que sería de él.
—Hola rebelde —saludó Mackintosh sonriendo—. Es un bonito día para que nos digas donde está tu guarida —mantenía una mirada llena de sadismo—. ¿Quieres hablar?
—No —contestó David fríamente, sabiendo lo que le esperaba—. Gracias por el ofrecimiento.
No dejaron permanecer a ningún soldado en las cercanías de la cabaña. Solo Nayla estaba fuera escuchando y tratando de mantener la compostura. Pero por dentro se retorcía.
Reyes mientras tanto, observaba con desagrado.
—Si te resistes será peor.
David no podía hacerlo. Se encontraba demasiado frágil.
Mackintosh le colocó esposas de femante en las manos y pies, que en su estado, ni podría soñar con romper. Y las sujetó a un gancho que salía del suelo, dejándolo boca abajo. Le tiró agua sobre su torso desnudo y utilizó algo similar a una batería para darle electricidad.
Luego de unos segundos volvió a preguntarle si hablaría y este se negó. Esta escena se repitió varios minutos. Hasta que el joven perdió el conocimiento.
Cuando despertó, estaba colgado boca abajo y atado. Y vio que por debajo de su cabeza, había un barril lleno de agua.
—Habla ahora o empezaremos a comprobar tus pulmones.
—Mátame.
—No, gracias —contestó Mackintosh esbozando una sonrisa inmunda.
Comenzó a bajar la cadena, hasta que David no pudo evitar sumergirse.
“No puedo respirar. Pero por Dios, que me mate. Como podría traicionar a mis amigos. Si me deja salir de este barril intentaré escapar para que tenga que eliminarme”.
No obstante, Emily lo hacía salir unos segundos; preguntaba si hablaría y volvía a hundirlo. Cada vez más segundos. En una de las ocasiones, la capitana le aplicó un golpe en el estómago.
Reyes miraba preocupado ya que no lo sacaba. El empezó a largar el aire y Mackintosh lo levantó del barril.
El muchacho no podía ni siquiera intentar escapar.
Nayla escuchaba e imaginaba lo que sucedía. Pero no podía intervenir.
La sádica cortó la soga y lo tiró al suelo enfurecida. Volvió a colocarlo con las esposas como al principio, se sentó sobre su espalda y se la acarició.
—¿Estás disfrutando, rebelde?
La presionó con las manos, primero suave y luego con mucha fuerza, hasta clavarle algunas uñas y luego lo soltó. Las heridas le sangraban
Mackintosh aprovechó para colocarle sal en las mismas.
Él trataba de resistir pero no podía evitar gritar.
—¿Así o más salado?
El exclamó nuevamente cuando la sádica le presionó con más sal.
Brotaba más sangre y se mezclaba con la sal, dando un horrible espectáculo.
—Esta es tu última oportunidad —dijo ella—. Si no hablas te cortaré una mano, luego la otra y así hasta que nos cansemos. O tú te canses —comentó con cara desenfocada.
Reyes no sabía si hablaba en serio.
—¡Habla!
—¡No!
Pateó duramente las heridas que ella misma le había infligido, salpicando el lugar con sangre del joven. También las costillas y el estómago, en reiteradas oportunidades. Posteriormente cargó un hacha con luz.
Nayla entró a la cabaña.
Unos centímetros antes de golpear la mano del joven con el arma, se detuvo.
—¡Maldito! Y pateó nuevamente a David, pero ya sin demasiada fuerza.
—¡Basta! —exclamó Nayla mirando fijamente a su camarada.
—Sí, lo sé, lo sé. Cumpliré mi promesa. Supongo que no es un cobarde —comentó volviendo a sus cabales—. Es todo tuyo.
—Está bien Reyes —discúlpame por hacerte participar de esto. Puedes retirarte.
—Gracias mi capitana —saludó el sargento y procedió a salir de la tienda.
Aífos le aplicó el cicatrizante en las heridas causadas por las uñas de Mackintosh.
David tenía los ojos rojos y se avergonzaba por ello. No quería levantar la mirada.
—Lo siento —dijo la capitana en voz baja—. Esto no volverá a pasar. Te lo aseguro.
Y procedió a cortar sus amarras y destrabar las esposas.
—¿Esto es el trato para un prisionero de guerra?
—Un soldado te traerá los alimentos. Mañana estarás mejor y hablaremos. Ahora te llevarán de regreso a la tienda.
Nayla no quería admitir delante del joven, que hacían algunas cosas abominables bajo el mando del General.
El grupo siete se reunió en la sala de juntas esperando por Tofuca y Paloma. Quien había sobrevivido a la intervención y quería hablar con sus amigos.
—Aquí vienen —dijo Nancy.
Paloma era traída con una silla de ruedas por Tofuca. Tenía la pierna derecha enyesada, desde el tobillo hasta por encima de la rodilla.
Fue recibida con mucho cariño, especialmente por Miguel y José Luis. Pero todo el grupo la saludó afectuosamente.
—¿Puedes contarnos qué pasó? —propuso Tofuca.
—Esa tal Aífos me golpeó con un rayo de luz. Es muy fuerte. Caí, como ya lo saben. Pensé que moriría, pero supongo que es cierto que la luz nos ha hecho más resistentes. Me lastimé la pierna y estaba muy dolorida. No podía correr y sabía que arriba, entre decenas de soldados y esa capitana, solo quedaba David. Jimmy, él y yo intentamos cubrir a los demás, ya que éramos los únicos que podíamos lanzar luz.
—Eso nos lo contaron —interrumpió Tofuca—. ¿Qué ocurrió luego de tu caída?
—Como sabía que no podía huir, me escondí tras unos arbustos, al borde casi del acantilado y me cubrí la mayor parte del cuerpo con arena. A los pocos minutos, más de lo que pensé que duraría nuestro amigo, escuché aparentemente la voz de Aífos pidiéndole un duelo. Luego oí ruidos y la misma voz gritar “cómo te atreves a interferir”. O algo así. Cuando David cayó mal herido. Pude espiar y de arriba estaban observando. No podía salir.
—¿Y entonces?
—Bajaron dos soldados y revisaron a David. Dijeron que vivía. Y maldecían a Mackintosh por interrumpir el duelo de honor de su capitana. No sé porque no lo mataron.
Todos estaban atónitos.
—Hay dos posibilidades según mi entender —explicó Tofuca—. Una es que Aífos quiera tener un combate justo con David. Otra es que quieran sacarle información. Depende de quien se haga cargo. Si es Mackintosh… No quiero ni pensarlo. Pobre David. Y además estamos en peligro aquí.
—Nunca nos delataría.
—Yo sé que es un gran joven —dijo Tofuca con verdadero sentimiento—. Pero te aseguro que si Emily Mackintosh, puede disponer de David. Hará lo que sea.
—¿Lo torturarán? —consultó Matías temiendo y conociendo la respuesta.
—Estaría mejor muerto. Debimos pensar en repartir pastillas para suicidio. Pero no quisimos verlo. Ojalá Aífos se apiade y lo deje morir en paz.
—Un segundo —pidió José Luis—. ¿Tienen pastillas que pueden eliminar a la gente que posee la luz?
—Sí. Paran el corazón en tres minutos. Y creemos que es totalmente indoloro. Pero creo que se hacia donde vas. En otros tiempos algunos quisieron luchar contra los militares. No obstante, si alguien quisiera administrarte a ti esa pastilla, tu cuerpo, mediante la luz, la rechazaría inmediatamente. Tendrías que ser tu mismo quien lo haga.
—A partir de ahora nadie saldrá a una misión sin llevar una —declaró Tofuca—. Será decisión propia si ingerirla o no. Igualmente estamos en alerta. Ya hemos despejado la otra salida, por si han podido sacar información de David.
—Buenos días —saludó Nayla.
—Hola. Quería disculparme contigo.
Ella se sorprendió.
—Sé que gracias a ti, no continuaron con las torturas.
—Está bien —dijo con un gesto que restaba importancia—. ¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor.
Ella le contó que Mackintosh le había prometido no causarle daños permanentes y que Reyes estaba para controlar que eso sea así. Pero que no podía contarle a él sobre eso previamente, ya que era una condición de Emily para cumplir sin denunciarla con el general.
—¿Puedo preguntarte algo? —pidió Aífos.
—Mientras no sea sobre el escondite.
—No. Solo hablemos.
—Bien.
—¿Por qué estás aquí? Me refiero a este planeta.
—En realidad fue un accidente. Lugar y momento equivocados.
—No estaba tratando de sacarte información. Me refería a por qué razón proteges a esa gente tan débil y cobarde. ¿No te molesta?
—¿Puedo responder sin que me golpeen?
—No seas injusto, David. No soy el líder.
—Lo sé —se arrepintió al comentarlo—, lo siento, Nayla. Fue un golpe bajo innecesario. Creo que cuando me dan dolores se resiente mi ánimo.
—Dime.
—En cuanto a la cobardía, asumo que a nadie le puede gustar. Te aclaro que yo tengo miedos, solo trato de vencerlos.
—Sí, sí. Entiendo que el miedo es normal. Me refiero al cobarde. Que deja que este lo paralice, mande en su vida y deja de hacer las cosas por el temor. No puedo soportar eso.
—Pero, ¿por qué piensas qué el ser débil tiene que ver con la cobardía en si? Digo, ¿no es más difícil ser valiente si uno no tiene la fuerza para defenderse? O para ser más preciso. ¿Es más intrépido alguien qué pelea sabiendo que puede morir u otro que conoce que vencerá de seguro?
—Me estás mareando. Pero voy entendiendo tus razones.
—¿Por qué tú apoyas al General?
—Porque centra el poder en la frontalidad. No intrigas, ni ratas traicioneras, que como sienten miedo de luchar, prefieren ir por la espalda. Odio esos gobiernos populistas, que al fin y al cabo se aprovechan de la estupidez de los que les creen y realmente solo piensan en beneficio propio.
—Nayla, creo que no hay un bando que tenga toda la razón. Pero te dejo dos cosas para que consultes con la almohada. Lo que me hicieron a mí, viendo lo que hay en esa cabaña, asumo que no es la primera vez que pasa, no es algo frontal. Y matar ciudadanos al azar, o a gusto de algún capitán, tampoco.
—Yo no estoy de acuerdo con esos métodos. Pasaré luego, después de cenar.
—Lo sé. Por eso estoy hablando de esto contigo. No me gustaría que tengamos otro duelo —manifestó el joven.
—¿Por qué? —consultó la oficial con una sonrisa dubitativa. ¿No quieres morir?
—No quiero morir. Ni que tú lo hagas.
—¿No me perdonarías la vida? —sonrió ella abiertamente.
—Claro. Pero sé que tampoco querrías ser derrotada delante de tus soldados.
—Hasta luego, rebelde.
—No me muevo de aquí.
Santiago se alejó de las ciudades y de la base rebelde, instalándose una tienda. Llevaba algo de comida, ropa y algunos artefactos para la vida diaria.
“Tengo hambre. ¿Qué hay a mí alrededor? Ese animal grande con dos cabezas. No recuerdo el nombre. Pero voy a probar cómo sabe”.
Lanzó una luz y mató al sigma. Para luego cocinarlo y alimentarse.
“Al demonio con sus reglas. Militares o resistencia. No son nada. Haré lo que me plazca. Y jamás regresaré a vivir entre ninguno de ellos”.
Rió abiertamente.
—¡Haré lo que me plazca!
—Me decían Vampiro. Pues ahora será de la única forma en la que me llamarán.
Capítulo 11 – Intercambio
Repetidas veces, la capitana Aífos iba a la tienda del prisionero y ahí charlaban de diversas cosas.
Los soldados se preguntaban que sería del joven. No sabían si el duelo pendiente con Nayla se llevaría acabo. O si había brindado información y por eso se lo dejaba tranquilo. Pero como la oficial era muy respetada, nadie ponía en duda lo que hacía.
—¿Podrías prometerme que no intentarás escapar? Yo te daría más libertades dentro del campamento.
—Lo siento —respondió bajando la vista—. No quiero mentirte. De verdad que agradezco mucho tu ofrecimiento.
—¿Por qué bajas la mirada? Al menos sé que puedo seguir confiando en ti. Sin embargo pienso que podrías haberme dicho una leve mentira.
—¿Por qué lo dices?
—Así, podrías escapar —respondió ella en voz baja—. Es muy probable que el General venga al campamento en estos días. Si es así, ya no conseguirás irte. Conociéndote en estos pocos días, sé que terminarás torturado y quizás muerto. Realmente no sé quien, si tú o yo tenemos razones más valederas. Sin embargo, reconozco que no quiero verte morir. Quizás nos encontremos nuevamente como enemigos, no lo sé. Tengo mucho en que pensar. Pero no creo que tengas mucho tiempo. Entiendo que estás recuperado y que eres fuerte. Estoy segura que si te dejo algunas facilidades, conseguirás huir.
—Me pones en un brete. Arriesgándote por mí. Lograrás meterte en problemas. ¿Cómo puedo irme tranquilo? Si quien me ayuda, sufre por mi culpa.
—Ya hablé con Emily y mantendrá su promesa. Esta noche escaparás. Cuando corras te dispararemos y no podremos capturarte. Lo que es probable y de esto sé que no te fiarás, es que Mackintosh te siga para encontrar el escondite rebelde. De eso no tengo su promesa. Pero no te tocará.
—Imaginé que así sería, pero te agradezco mucho el consejo. Espero que cuando volvamos a vernos, seamos amigos.
—Yo también. Eso creo.
Nayla acercó lentamente su cara a la de David y lo besó suavemente en los labios. Este respondió dulce pero dubitativamente. Aunque no se apartó.
—¿No te parezco bonita?
—Tendría que ser ciego para no ver tu belleza.
—Entonces creo que estás enamorado. No me digas nada. Pero admito que siento envidia. Es muy afortunada.
—Yo…
—Shhh. Ella lo hizo callar, poniendo ligeramente su mano en la boca de David. No respondas. Recuerda, hoy a las ocho de la noche, sal de la tienda desmayando al guardia y corre. Nosotras fallaremos.
—Te lo agradezco nuevamente. Fue un placer y un honor haberte conocido, Nayla Aífos.
—El placer fue mío. Nunca imaginé decirle esto a un rebelde —comentó mientras partía de la tienda.
Faltando cinco minutos para las ocho, el joven estaba muy tenso. Ya se sentía fuerte otra vez. Quizás incluso más que antes. Aunque dolorido.
A la hora señalada, iluminó levemente su mano derecha y golpeó al guardia, con cuidado de no matarlo. Claramente los planes de escape, no incluían un asesinato por la espalda de un soldado.
David vio a Nayla y a Emily y corrió pasando cerca de ellas. Sabiendo que era por ese lugar donde tenía que hacerlo.
—¡Alto ahí! —gritó Nayla mientras ambas arrojaban rayos cerca del joven.
—¿Valió la pena? —preguntó Mackintosh.
—Sí. Respondió con una sonrisa, atípica en ella.
—Ya veo. Sabes que esto fue una excepción.
—Por supuesto.
Cuando más soldados aparecieron, las capitanas dijeron que no se preocupen, había escapado. Pero ya capturarían a otro. Ya no era útil.
El grupo siete se había convertido, definitivamente, en el líder de los equipos. Ya que tenía a todos los referentes de la resistencia.
El equipo estaba reunido en la sala de juntas.
—¿Cuál será el próximo objetivo? —preguntó Matías mientras bebía algo similar a la cerveza.
—Todos serán difíciles ahora —contestó Carlos—. Ya que estarán avisados y hay otros capitanes muy poderosos. También resentiremos la falta de Santiago.
—Quizás debiéramos ir por Aífos y Mackintosh, quizás.
—De ellas solo sabemos que están en el bosque de Cora —respondió José Luis—. Pero por más que entre las dos, ahora tengan la misma cantidad de soldados, que antes una sola de ellas, no creo que sea buena idea, mientras nos sea posible, atacar a dos capitanes a la vez. Quizás convenga ir primero por el Femante.
—Entiendo que si encontramos a Aífos y Mackintosh —opinó Ailén—, podríamos saber algo de David.
—Voy a tomar un poco de aire —dijo Paloma—. Quien estaba enyesada y a pesar de los avanzados tratamientos, no podría ver acción por unos quince días.
David corrió bastante. Consciente de que probablemente lo estén siguiendo. No podía arriesgar a toda la resistencia.
Cuando se vio fuera de la vista de cualquier posible perseguidor, trepó a un árbol, bien alto. Era de noche y a pesar que el cielo de Principal mostraba muchas más estrellas que el de la Tierra y la luna era de similar tamaño; estaba en la fase nueva. Y eso causaba que haya poca visibilidad.
A los pocos minutos, escuchó ruidos a ras del suelo. Y observó un grupo de cinco soldados que caminaban tratando de no ser vistos. Sabía que intentarían seguirlo.
Cuando estuvieron suficientemente lejos, el joven bajó sin emitir sonido alguno y aprovechando la cantidad de árboles, huyó en otra dirección. Tuvo que hacer un camino más largo, pero se aseguró de no ser visto.
Al fin, llegó a la entrada de la base.
—¡¿David?! ¡No lo puedo creer! Estás vivo.
—Paloma. ¿Qué te sucedió?
—¡Tonto! Ya hablaremos. Entra para que te vean. Se te ve en muy mal estado.
—Estoy agotado.
Fueron hasta la sala donde se hallaba el equipo siete.
—Miren lo que traje —dijo eufórica Paloma entrando antes que el muchacho.
Y apareció David.
Ailén corrió a abrazarlo.
—Yo también te extrañé, Ailu —dijo con gesto de dolor—. Pero me duele.
—Lo siento —se ruborizó ella. ¿Estás herido?
Todos se acercaron a saludarlo. Había mucho bullicio.
García que escuchó se acercó hasta el lugar.
—David, por Dios. Cuéntanos todo ¿No te siguieron?
—Lo intentaron. Pero no.
—Espera que llame a Mirta y a Tofuca y nos dirás todo de una vez. Luego te pondremos al tanto de las novedades.
Estos llegaron rápidamente y luego de saludarlo con mucho afecto y hacerlo beber un poco de agua, le pidieron que narre lo acontecido.
David contó como fue su combate con Nayla Aífos y la sorpresiva intervención de Emily Mackintosh. Luego de perder el conocimiento, suponía que había dormido muchas horas.
Desperté en una tienda donde Nayla y un tal sargento Reyes me dijeron cual era mi situación. Aífos me dijo y le creo, que Mackintosh intervino por su cuenta.
—Eso lo escuché cuando estaba oculta —confirmó Paloma.
—Pero creo que fue por eso en parte, que me salvé.
—Todavía no comprendo —dijo Mirta—, pero continúa.
—Aparentemente Mackintosh quedó en deuda con Nayla por meterse en su duelo de guerrera. Y eso evitó, aunque yo me enteré luego, que la tortura llegara hasta el último extremo.
Ailén iba a hablar, pero Tofuca le hizo señas para que deje continuar al joven. No iba a ser fácil de contar y no quería que se lo hagan más difícil aún.
El habló de la picana y lo del barril con agua.
—Luego en el piso clavó sus uñas en mi espalda, me presionó las heridas con sal y me pateó desencajada. Pero eso ya no me importaba. Posteriormente tomó un hacha y apuntó a mi mano. Y dijo que iba a desmembrarme de a poco.
El joven terminó su relato y las caras de sus amigos mostraban el horror.
—¿No les dijiste nada? —consultó García.
—No. Pero les aseguro que hubiera querido morir. No voy a mentirles. Me salvé porque Mackintosh le debía a Aífos y esta no aprobaba las torturas.
—¿Se dan cuenta a lo que nos enfrentamos? —Expresó Tofuca con voz de indignación—. Por eso repartimos las pastillas. Para no sufrir eso. Muéstrales, David. Levanta tu remera.
Él se sacó la ropa del torso y se veían sus heridas de combate. Los numerosos moretones y el rastro de los daños en su espalda, causadas por Emily. Se lo notaba muy callado. Al resto también, pero Tofuca quería que entiendan.
—Hija de puta —profirió Matías.
—¿Te pusieron cicatrizante en las heridas? —Preguntó Mirta.
—Eso creo. No obstante, estaba inconsciente. De las únicas que puedo dar fe, son de las heridas en la espalda, que Aífos me colocó un cicatrizante apenas terminó Mackintosh su “trabajo”. Ella se disculpó y me dijo que no volvería a ocurrir y que me quedara tranquilo. En ese momento no sabía si creerle. Por suerte para mí, fue cierto.
—¿Querrás decir qué hizo que te atiendan? —Preguntó García.
—No entiendo. Lo siento.
—Dijiste que Aífos te había colocado cicatrizante. Solo eso.
—Sí.
—¿Estabas consciente? —Insistió García— No es importante, pero suena raro que la propia capitana lo haya hecho.
—Estoy seguro de eso.
—¿Y cómo escapaste? —Quiso averiguar Tofuca.
El joven les contó los detalles de su huída. Pero prefirió evitar los comentarios sobre el beso con Nayla y lo que hablaron en su última charla.
—Eres un maldito héroe —rió Matías.
—Me alegro muchísimo de que estés con nosotros, David —le dijo Nancy.
—Perdí el colgante que me habías dado —contestó.
—Ya te daré otro —dijo sonriendo.
Miguel le dio la mano y luego un abrazo.
—Estoy muy agradecido por lo que hiciste por nosotros.
—Tú también lo hubieras hecho.
Ailén lo abrazó y no pudo disimular sus lágrimas. Y David correspondió.
Después de la muestra de afecto, Mirta pidió que lo dejen para ir a curarle bien las heridas.
—Nos vemos luego —saludó.
—Lo verán por la mañana. Tendrá que descansar —avisó la mujer.
Camino a la enfermería. Mirta le contó sobre los resultados de los combates, lo de Santiago y lo ocurrido con Paloma.
—Tenemos dos cosas muy favorables —manifestó Tofuca—. Una es la obviedad de que David esté con nosotros y además que no haya rebelado nuestra ubicación. Y la otra es que no es imposible que se abra un frente interno en sus filas.
Por la mañana, no muy temprano, Sasha y Paloma fueron hacia la habitación de David.
—Hola amigas, pasen.
—Hola David —saludó Paloma—. ¿No vino nadie?
—¿Qué te dijo Mirta? —Agregó Sasha.
—Facundo y Matías vinieron muy temprano por si necesitaba algo. Pero estaba medio dormido y quedé que los veía en el almuerzo.
—En cuanto a Mirta —continuó el joven—, me dijo que fue una suerte que me aplicaran el cicatrizante a tiempo. Pero igualmente tendré que hacer cierto reposo por una semana. Me prohibió salir hasta entonces.
—Supongo que debemos agradecerle a Nayla Aífos el poder tenerte con nosotros —comentó Paloma.
El hizo un gesto de aprobación. Pues sabía que realmente era así.
Al mismo tiempo, llegaron Ailén, Nancy y Jimmy.
Luego de saludarse, la charla prosiguió.
—No vas a poder venir mañana —agregó Sasha, entonces. Al patrullaje.
—No. Lo siento.
—No. Lo siento —repitió Ailén con voz burlona—. Deja de disculparte. No solo el grupo, sino todos están orgullosos y admirados, David. Eres el más famoso —dijo sonriendo.
—Es que si seguimos perdiendo gente, voy a ser famoso entre cuatro —comentó con una broma agridulce.
—Nos vemos luego —saludaron Paloma y Sasha—, dejando al trío de recién llegados con David Rosso.
—David —exclamó Ailén—, ahora somos más fuertes que antes. Te mostraré que es lo que puedo hacer. Sostén esto.
Le dio al joven para que sostenga un palo de madera.
—Mantenlo lejos de ti.
Ailén Morena lanzó un cuchillo dirigido con el pequeño hilo de luz. Este giró alrededor del palo, enredando el filamento en la madera. Entonces tiró de su mano y el bastón se rompió. David la miraba maravillado.
—¡Eres genial!
Ella se ruborizó frente al elogio.
—¿Alguien más puede hacer eso?
—No —contestaron Nancy y Jimmy al unísono.
—Pero hemos mejorado muchísimo —completó Ailén—. Ya lo verás.
—Supongo que tendré que esperar unos días. Pero yo también quisiera mostrarles algo. Todavía no lo he probado. O mejor dicho, en sueños… —Supo que sonaría muy extraño y se lo guardó—. Mira.
—Espera —pidió Nancy—. No sé cuál es tu locura, pero si vas a esforzarte no vamos a permitirlo.
Y que ni se te ocurra hacerlo cuando estén todos —adhirió Ailén sonriente pero segura de sí—, porque te haré pasar el papelón de retarte delante de ellos. Te aseguro que queremos verlo, no te enojes, pero podemos hacerlo mañana. ¿Dale? Date un descanso.
—Está bien —dijo suspirando resignado.
Ellos sabían que si él se había rendido tan rápido, era porque hubiera sido un gran esfuerzo en su estado.
—¿Puedo hacerte una pregunta —consultó Jimmy—, David? Pero si no tienes ganas de hablar de ello, lo entenderé.
—Dime. Mientras no sea sobre los detalles de la tortura, amigo. Va a impresionarles.
—Eso sería si nos interesáramos por ti —manifestó bromeando, Nancy—. Pero como no es así, puedes decirlo tranquilo, que no nos causará ningún impacto.
—¡Hey!
—Jajaja. No te enojes.
—Volviendo al tema —dijo Ailén—. En realidad quisiéramos saber sobre eso, pero no los detalles. Si no saber que sentiste. Si es que quieres hablar de ello.
—¿Están listos para esto?
—Por supuesto. Quedará entre nosotros.
—Además del dolor físico. Era un gran temor por lo que vendría. Que no sabía que sería. Yo estaba muy débil aún y sentía mucha impotencia. Me sentí muy humillado —hizo una pausa y miró hacia abajo—. Cuando me dio electricidad, sufría el dolor, pero aún así, estaba más temeroso por lo que podría seguir. En el momento que me puso en el barril con agua quise morir. Cuando pensé que iban a desmembrarme, sentí terror. Realmente lo creí y aún hoy, pienso que ella estaba dispuesta a hacerlo sin siquiera inmutarse. Fue horrible sentirme tratado como una basura; más que el dolor de los golpes. Al tiempo que Nayla vino a sacarla, no podía mirarla a la cara. No sé, hasta me sentía culpable y avergonzado. Como si fuera mi culpa lo que sucedió. No sé explicarlo bien. Como si mi vida no valiera nada. No voy a permitir que eso le pase a ninguno de ustedes.
—Estás aquí con nosotros —dijeron Nancy y Ailén casi al unísono y con los ojos brillantes—. Tranquilo.
Los tres abrazaron a David por unos instantes.
—Gracias, pude sacarme un peso de encima.
Nancy y Jimmy se despidieron hasta la hora de la comida.
Ailén y David se quedaron charlando hasta la hora del almuerzo. Y fueron juntos hacia el comedor.
—Hola.
—Hola —saludaron a la vez.
—Que bueno tenerte nuevamente, amigo —dijo Matías.
—Estábamos preocupados por ti, estábamos.
—Gracias —contestó sonriendo agradecido a sus amigos.
—Te he traído un nuevo colgante —expresó Nancy mientras se lo entregaba—. Igual al anterior.
—Muchas gracias —se lo colocó demostrando su reconocimiento.
—Ahora —observó Matías—, David, cuando la profesora de inglés te diga que te calles, voy a tener que decirle “¡un momento! Usted no tiene idea de con quien está hablando. Desubicada”
El grupo festejó el comentario.
—Se que estarás fuera de acción por unos días —dijo Miguel—. Apresúrate que te necesitamos.
—Sí, lo —Ailén lo miró con furia cuando se dio cuenta que él iba a disculparse—, lo tengo que hacer —cambió la oración a tiempo y se miraron en forma cómplice—. Supe que hiciste un gran trabajo y que ahora son más fuertes. Gracias por cuidarlos.
Miguel levantó el vaso en señal de brindar con su amigo y este correspondió.
Luego de almorzar, la mayoría fue a descansar. Algunos prefirieron entrenar un poco.
Por la noche, en la cena, José Luis propuso un brindis.
—No vamos a quedarnos hasta las doce. Por eso quisiera hacer un brindis por el año nuevo, nuestros seres queridos a la distancia y los camaradas que han perecido. Y claro, por nosotros.
El grupo lo hizo.
—Mañana vamos solo a reconocer posibles blancos futuros. Tenemos que aprovechar cada oportunidad —propuso Takumi.
—Eso es correcto —confirmó Miguel—. Iremos con el equipo cuatro.
—Yo me despido hasta mañana —saludó David—. Los dejo trabajar tranquilos.
—Yo también —dijo Paloma—. Los inválidos nos retiramos.
—Pueden quedarse —expresó José Luis—. A pesar de no poder venir mañana, son parte del equipo.
—Gracias —contestó David—, pero lo lógico es que estén los involucrados.
—Tal cual —cuídense y den lo mejor—. Saludó Paloma.
El resto de los miembros del grupo se quedó un rato más conversando sobre lo que harían a la mañana siguiente.
Ailén llegó a su habitación y debajo de la puerta tenía un papel escrito. “Que descanses y mañana cuídate mucho”. Sonrió y se acostó a descansar.
Bien temprano, los dos equipos estuvieron listos para partir. Y así lo hicieron.
—Vamos a investigar en el Bosque de las Aves.
Caminaron mucho hasta llegar. El grupo cuatro iba unos cincuenta metros por delante.
—Llegamos —dijo El As—. No hablen de no ser necesario, avancemos ocultos.
En el bosque penetraba poca luz solar, debido a la cantidad y altura de los árboles.
El equipo siete comenzó así la inspección del lugar.
Luego de unos minutos se escuchó un estruendo desde el sector donde se encontraba el otro grupo.
—¡Nos descubrieron estamos rodeados! —Avisó un miembro del grupo cuatro, que no estaba a la vista por lo denso del bosque.
—Tenemos que sacarlos —pidió Matías.
Pero cuando la cuadrilla iba al rescate, recibieron el ataque con shuriken de varios soldados. Lo que los obligó a tirarse cuerpo a tierra.
Delante escucharon varios gritos desesperados y sonidos de la batalla.
—¡Ahora! —Gritó Miguel y el equipo se paró al mismo tiempo—. Jimmy eliminó a dos con sus rayos a distancia y cuando otro lo atacaba con un hacha por la espalda, Nadsuki (experta en Karate) realizó un giro y propinó una patada en el pómulo del atacante, quien cayó desmayado. Ailén atacó a la vez con dos cuchillos conectados por la luz, uno en cada mano, enredando a ambos militares los hilos de energía en sus cuellos. Eliminando así a sus enemigos.
Carlos y Takumi arrojaban objetos con el fin de cubrir a sus compañeros, no obstante no estaban obteniendo buenos resultados.
Sasha Safarova, Ailén Alimdul y Facundo empezaron a cubrir el avance de Matías y José Luis hacia el grupo cuatro. Mientras Miguel combatía cuerpo a cuerpo con los soldados que podían saltear los objetos iluminados que arrojaban esos cuatro miembros del equipo.
—Apúrense Matías, José Luis —exclamó Miguel mientras seguía luchando. No podremos detenerlos por mucho tiempo.
Jimmy disparaba mientras Nancy y Carlos, ahora se ocupaban de protegerlos con escudos energizados por ellos mismos.
Matías y José Luis llegaron hasta el grupo cuatro pero estaban rodeados. De un lado tenían unos veinte militares y del lugar donde venían ellos, habría unos ocho. Pero solo quedaban seis miembros del equipo con vida.
—¡Viene el General! Se escuchó el alarido atronador.
Matías y José Luis observaron como los soldados que estaban en el sector desde donde llegaba Falamar, dejaban de combatir y hacían una reverencia. Un miembro del equipo cuatro le lanzó una piedra cargada con luz, pero el General la rechazó fácilmente con su mano y con la otra arrojó un haz tan poderoso que atravesó al rebelde, eliminándolo.
Mingu y Fernández aprovecharon ese momento para atacar a los que tapaban la salida de los revolucionarios; matando a tres. Y pidieron al grupo que huya rápidamente.
Estos comenzaron a correr mientras José Luis y Matías intentaban apoyarlos. Cuando los cinco jóvenes pasaron, los dos miembros del equipo siete también emprendieron el escape.
Pero Falamar disparó un rayo a Matías y otro que dio en un joven del grupo cuatro. Ambos en las piernas y causando la caída de los mismos.
Cuando el hermano del As miró atrás, ya era tarde. Detrás del General, venía la capitana Nayla Aífos con unos cuarenta subordinados.
La capitana observaba a los rebeldes.
“No veo a David. Debe estar recuperándose. Estoy segura que este era su grupo, porque reconozco a algunos de los que están luchando. Sobre todo ese que está en el piso. Tampoco veo al que parecía tan poderoso. Es extraño”.
José Luis y cuatro miembros (tres varones y una joven) del otro grupo llegaron a donde estaba el equipo siete cubriendo la salida.
—Vámonos —pidió Miguel—. ¿Están todos?
—No estamos todos —respondió José Luis con furia resignada—. ¡Pero fue imposible!
El resto escuchó la respuesta pero no podían todavía saber quien faltaba. De pronto la persecución se detuvo.
—Ya tenemos lo que queremos —recalcó Falamar con una sonrisa que daba temor y observando a Matías y al otro muchacho—. Avísenle a Emily que tiene trabajo.
Matías recordó perfectamente ese nombre. Y supo en un segundo que estando el General, las torturas no se detendrían. Y no quería ser un traidor.
—Tenemos que tomarlas —le dijo al otro joven.
—No quiero morir.
—Lo siento. Pero nuestro destino está jugado.
—¡Noo! Lo siento.
—¡Estúpido! —Espetó Matías— Va a ser mucho peor.
Los soldados iban a apresarlos. Y Matías sacó rápidamente una cápsula de su bolsillo. La puso en su boca y la tragó.
—Deténganlos —ordenó el General—. Que no puedan tomar eso. Rápido.
Los soldados los agarraron.
Matías sonrió.
—Conmigo no van a poder divertirse. ¡Imbéciles!
Antes de que pudieran hacer nada; el corazón del joven se había detenido. Y su cara exponía una sonrisa pacífica.
—Revísenlo.
Al muchacho del equipo cuatro, le encontraron una cápsula similar en uno de sus bolsillos.
Nayla Aífos miró son sequedad. Evaluaba la actitud de los jóvenes y recordaba a David. Pero claramente el sobreviviente no era como el rebelde al que ella había permitido escapar. Estaba segura de que este hablaría.
También sintió un leve dolor por el guerrero que había preferido la muerte.
Capítulo 12 – Contraataque
—Mantengan el ritmo —sugirió Carlos muy agitado—. No podemos confiarnos hasta llegar a la zona segura.
—En cuanto lleguemos —agregó Nancy—, tenemos que avisarle a Tofuca y a los demás.
En el momento en el que ingresaron a la zona, los guardias rebeldes, al verlos entrar casi corriendo, dieron aviso.
Paloma y David estaban junto a Tofuca, García y Mirta en la entrada de la base.
Era un aturdimiento. Intentaban explicarse todos a la vez. Y eso producía el efecto contrario.
Esperen un segundo —llamó Tofuca a la tranquilidad—. Por favor, intenten hablar de uno a la vez. Miguel.
—Nos descubrieron antes que nosotros a ellos. Y nos emboscaron. No sé si al principio detectaron al grupo cuatro o a los dos a la vez. Voy a tratar de explicarlo de forma secuencial y luego que José Luis siga con la otra parte.
—Continúa.
Miguel contó hasta que Matías y José Luis fueron a tratar de salvar al grupo cuatro de la emboscada, mientras ellos mantenían a raya a los otros militares.
Posteriormente José Luis explicó lo que había sucedido. Y los sobrevivientes rescatados corroboraron los dichos. Matías y otro joven habían sido capturados con heridas no mortales. Y estaban el General y Nayla Aífos.
—Eso quiere decir, que como Nayla me había explicado, Falamar iría a su campamento. Y claro, ahí también está…
—La hija de perra de Mackintosh —interrumpió Paloma.
David, Facundo y la joven Alimdul estaban acongojados. Sabían lo que le esperaba a su amigo.
—No sabemos si ambos habrán usado las pastillas . Pero si no es así, no solo ellos, sino toda la base, está en serio peligro.
—Yo me salvé por Nayla —continuó David—. Pero estando el General… ¡Mierda!
—Lo siento amigo —dijo Miguel apesadumbrado—. Fue una locura. No pudimos hacer nada.
—No lo digo por eso. Sé que hicieron lo que pudieron.
—Divisé algo del poder de Falamar —confesó José Luis con algo de temor en su voz—. Es tremendo. Desconozco si alguien podría vencerlo. Tendría que ser un ataque masivo. Y aún así, no lo sé.
—Como primera medida —declaró el doctor Tofuca— García y Mirta prepararán la nave para llevarla al siguiente refugio. Ya tiene energía de sobra para algo tan básico. Los demás estén listos para dejar la base. Junten sus cosas con calma, pero sin pausa.
—Avisen a todos —pidió Mirta.
—Nos iremos por precaución —manifestó García—, dejando alarmas silenciosas. Si en una semana no han irrumpido, volveremos a esta base. Ya que será signo de que no consiguieron información de nuestros amigos. Iremos en la nave. Así que nadie reconocerá un camino para llegar de un refugio al otro, si es que vuelven a tomar un prisionero.
Se dio aviso y en dos horas todos estuvieron prestos a abordar la nave. Y aunque no había señal del enemigo, despegaron. Lo hicieron en forma recta y vertical hasta salir de la atmósfera del planeta. Y posteriormente García digitó unos botones y dijo que ya estaba programada para ir hacia el otro refugio. La nave volvió a descender de la misma forma que anteriormente había ascendido y al abrir la compuerta, estaban en otro lugar.
La nueva base se notaba más pequeña, pero al menos disimulaba que la cantidad de residentes era menor. El formato era similar a la primaria, aunque le faltaba un poco de limpieza, producto del uso menos frecuente.
Los miembros del grupo siete, tomaron habitaciones contiguas.
Facundo, Ailén y David fueron al comedor del lugar a consumir y a conversar un poco.
—No puedo creer lo de Matías —dijo David—. Quería pensar que todos saldríamos de esta situación.
—Y yo —respondió Facundo mientras Ailén asentía.
Siguieron charlando sobre que estarían haciendo sus familias. Y que se hablaría en la escuela de que los cuatro habían desaparecido.
—Igualmente si vencemos, nadie sabrá que no estuvimos, igualmente.
—Claro —reafirmó David—, porque volveríamos solo un día después de haber partido.
—¡Un momento! —Exclamó Ailén—. Creo que hay una posibilidad para que podamos reaparecer a Matías. Solo si ganamos, por supuesto.
—Viste muchas películas, viste. Ojalá fuera cierto, ojalá.
—Explícate More. No comprendo. Recuerda que nos dijeron que cualquier ser vivo eliminado mediante la luz, no volvía a existir aunque retrocedieran el tiempo.
—Sí, lo sé. Pero, ¿qué tal si no muere mediante el uso de la luz? Por ejemplo, si se suicida tomando una pastilla.
—¡Es cierto!
—Miren ahí está Mirta, miren.
Ella llegaba de la zona de la sala de juntas.
Los jóvenes la llamaron.
—Hola chicos. ¿Se les ofrece algo?
—Queríamos hacerte una pregunta —manifestó Ailén—. ¿Qué ocurriría si alguno de nosotros muere pero tomando la pastilla para detener el corazón? ¿Volvería a aparecer si retrocedemos el tiempo?
—Imagino que lo dices por Matías.
—Sí.
—Voy a contarles algo, pero tienen que prometerme que va a quedar entre nosotros. Vamos a mi habitación porque no quiero que nos interrumpan.
Los amigos la siguieron intrigados.
La habitación de Mirta, era más grande que las de ellos. Ya que la compartía con su esposo, José. Pero tenía la misma cantidad de sillas y sillones. Poseía dos guardarropas y tenía colgadas algunas fotografías de ella con su familia y amigos.
Al tiempo en que llegaron a destino, La madre de Carlos comenzó la explicación.
—En teoría cualquier muerte que no sea causada en forma directa por la luz —como las pastillas—, no debieran ser impedimento para que la persona esté viva en el pasado. Ahora, si se lo hirió con un arma iluminada, o un rayo, o cualquier derivado y esa persona fallece por esa herida, aunque no sea en el momento; nunca volverá.
—No entiendo por qué nos trajiste aquí con tanto misterio, no entiendo.
—Primero que nada, no sabemos de que manera han muerto ninguno de los dos jóvenes; si es que eso sucedió. Pero el tema fundamental, es que no tiene que hablarse sobre eso en la base.
—Creo que voy comprendiendo —afirmó Ailén—. Con el temor y el desánimo latentes, serían varios los que preferirían tomarse la pastilla ahora y no correr el riesgo de ser asesinados con la luz. Y si eso ocurre, podría convertirse en un círculo vicioso. Y los que nos quedemos, tendríamos muchas menos posibilidades de vencer que ahora. Que ya estamos complicados.
—Lo dijiste por mí —sonrió Mirta.
—En un lugar donde la vida es casi eterna, es más complicado que la gente se arriesgue a perderla.
—No me preocupa su grupo. Pero esto no tiene que salir de ahí. Es imperativo.
—No te preocupes —tranquilizó David—, Mirta. No haríamos algo semejante.
—Adiós y gracias —saludaron.
—Fue un placer, chicos.
Los tres amigos volvieron a sus habitaciones.
Antes de llegar, se cruzaron con Nancy.
—Hola —saludó visiblemente alegre de encontrarlos—. ¿Me acompañan al comedor? Quisiera tomar algo. Estos días tenemos orden de no asomar fuera. Y se pone un poco aburrido.
—Yo te agradezco, pero voy a descansar un poco —respondió Facundo.
La joven miró con cara de súplica a Ailén y a David. Y ellos respondieron con una sonrisa de aceptación. Esta les dio un abrazo a ambos y fueron hacia el bufé.
—Supe que se volvieron muy buenos en mi ausencia —expresó David a Nancy.
—La verdad es que mejoramos. Igualmente fue una baja fundamental la de Santiago. Y claro, es una bendición que estés de vuelta.
—No se lo digas mucho —mencionó Ailén a Nancy—, porque me parece que está un poco vanidoso.
—¡Hey! —Contestó David rápidamente—, no es cierto. Yo iba a mostrarles algo, pero ahora Nancy va a pensar que lo hago de presumido. Y tras que no estoy seguro de poder lograrlo, me voy a avergonzar de probar frente a ustedes.
—¡Tonto! Es solo una broma. Sé que puedo decir esto delante de ella porque seguramente lo entiende así.
—Claro, David. Yo los quiero mucho a los dos y me di cuenta que era un chiste. Ella nunca diría eso seriamente de ti.
—Jejeje. Lo siento.
—No importa —respondió Ailén quien continuaba con la burla—, sabemos que eres bueno pero un poco lento. Pero igual te soportamos.
—Me rindo —dijo el joven con voz seria—. Dos contra uno. Voy a buscar mi ego, que andaba arrastrándose por el suelo. Cuando lo encuentre, quizás le muestre a alguien que me aprecie, lo que espero resulte una nueva técnica. Nos vemos luego.
Se levantó para ir a su habitación.
—¿Se ofendió en serio? —Preguntó atónita Ailén a Nancy.
—No sé. Habrá quedado algo triste desde que… Tú sabes.
Ailén se levantó rápidamente y tomó del brazo a David, que había hecho varios pasos alejándose del lugar, con destino a las habitaciones.
—Lo sentimos, estábamos bromeando. ¿Te sientes bien?
—Jajaja. Yo lo siento, chicas.
—Está bien, caímos.
—La hiciste bien —rió Nancy.
—Lo otro era cierto, voy a practicar algo que … Es largo de explicar. Quiero probar un par de cosas. ¿Me ayudan?
—¿Tú entendiste que no tenías que esforzarte? —Dijo sarcásticamente Ailén.
—Ailu, habíamos quedado que hoy lo haría.
—Sí, pero te veo con demasiados preparativos. Puedes hacerlo, pero sin pasarte de la raya.
Los tres jóvenes se dirigieron a la habitación de David.
—En mi encuentro con Nayla. Ella formó un escudo solo con su energía. Mientras estuve inconsciente, tuve varios sueños y creo que aprendí con ellos a usar la luz de esa manera.
—Nayla —repitió Nancy riendo—. ¿No era la capitana Aífos?
David se ruborizó.
—¿La qué te pasó el cicatrizante? —Agregó Ailén.
—Hoy me están volviendo loco —respondió resignado—. Por favor, no puedo hacerlo solo. Simplemente quise explicarles, a pesar de que suene ridículo, como fue que pensé en estas dos cosas.
—Dale —pidió Ailén—. No te enojes. Continúa.
—Me cuesta contar esto y si me toman el pelo me van a cohibir. Y no voy a poder explicarles.
—Lo siento —expresó Nancy dulcemente—. Es que cuando estamos juntas nos potenciamos. Pero te aseguro que te apreciamos mucho. Prometemos colaborar.
—Gracias —esbozó una sonrisa—. Les decía que en mi duelo, Aífos formó un escudo solo con su energía. Creo que es más estable que hacerlo con algún elemento. Les pediría que carguen algunos objetos y los lancen. Yo voy a tratar de formar el escudo de luz y veremos.
—Espera —solicitó Ailén—. Si no funciona te vamos a herir. Nancy ten una tabla de metal al costado de David. Y él tendrá que evitar que yo pueda golpearla. Sin ponerse delante. Así si falla, solo pasará de largo.
—¡Buena idea!
—Gracias. Lanzaré cosas sin filo y despacio. Al menos al principio.
David imitó los movimientos de Aífos y concentró luz en sus manos y luego esta se expandió al igual que había hecho Nayla.
—Wow —expresó Nancy estupefacta.
Ailén arrojó una bola de metal y con ese escudo, David pudo rechazarla.
—Funciona —se emocionó Ailén.
Siguió arrojando objetos. Ya con más fuerza y David preparaba el escudo cada vez más rápido. El resultado fue positivo en todas las ocasiones.
—Claro que ahora me faltaría probar con el Vampiro, para ver que tal funciona con alguien que lance rayos con esa potencia.
—¡Te felicito! —Exclamó Nancy—. Siempre nos sorprendes.
—Quisiera probar otra cosa. Esto no es copia. Y no sé si es posible.
—¿Cómo te sientes? —Consultó Ailén—. No sé si será bueno que en tu estado, hagas tanto desgaste. ¿No prefieres esperar un día más?
—Gracias More, pero desearía intentarlo. Solo una vez. Si no funciona, probaré dentro de un par de días. Pero es que estoy ansioso.
—Bien, pero no te sobreexijas.
—¿Podrían sostener la tabla de metal sin ponerse detrás de ella?
Las muchachas se colocaron con la tabla, al otro lado de la mesa del que se encontraba David, para darle distancia.
Nancy y Ailén tomaron la plancha metálica, una de cada lado con sus dos manos.
—A ver si puedo.
David estiró su brazo derecho, separando los dedos de su mano.
“Concentro mi luz en cada dedo. Tranquilo pero sin pausa. Me siento mucho más fuerte ahora. Y lanzo”
De las cinco extremidades salieron haces de luz. Con menor dispersión que cuando usaban sus brazos enteros. Como la diferencia entre la luz normal y la de un láser. Hicieron impacto y atravesaron la plancha metálica, dejando cinco orificios. Y marcando profundamente la pared de su habitación.
El joven sintió un mareo y perdió el conocimiento.
—¡Hey! ¡David! ¡Despierta!
El muchacho abrió los ojos y vio a Ailén. Se dio cuenta que estaba recostado en la cama y sintió una leve molestia en el párpado izquierdo.
—No te toques —Ailén le sacó la mano antes de que haga contacto—. Nancy fue por Mirta.
Volvió Nancy y avisó que Mirta ya vendría.
—Te cortaste el párpado en la caída —detalló Nancy—. No llegamos a tiempo a sostenerte.
—Te pasé cicatrizante en la zona lastimada —explicó Ailén—. Por eso no debes tocarte por un rato. Lamento que no hayamos podido ubicar a Nayla —mencionó con tono burlón— para que te lo aplique. Tendrás que conformarte.
—David —espetó Nancy—. Nos dijiste que estabas bien.
—Lo siento. No pensé que me llevaría tanta energía. Quizás sea como cuando empezamos a lanzar luz. Que al principio nos agotaba mucho y luego de a poco, pudimos mejorar.
—Puede ser —respondió Ailén muy enojada—. ¿Pero cómo puedes estar seguro? Por unos días no quiero ni escuchar hablar sobre el tema.
—Lo siento. Y gracias, Ailu.
—Lo siento y gracias, Ailu —repitió ella usando su mejor tono sarcástico.
—Siento mucho de verdad el haberlas preocupado. Y gracias por ponerme el cicatrizante y cuidarme.
David la tomó de la mano y la muchacha se relajó. Al instante llegó Mirta.
Le contaron lo sucedido y recomendó que no haga pruebas hasta dentro de varios días.
—Al ser un terreno inexplorado, no sabemos si ocurrirá lo mismo que con los haces de luz, o si puede ser peligroso para ti. Debemos ir con cuidado.
—Está bien. Gracias.
—Ahora descansa.
—Pasaré antes de la cena para ver si puedes ir al comedor —le comentó Ailén—. Si no es así, te traeré algo. Nos vemos luego.
—Adiós —saludó Nancy bromeando—. Recuerda que eres tonto pero no queremos que te lastimes.
—No se abusen de un herido —contestó sonriendo y se quedó dormido.
Un rato antes de la hora de la cena, David llamó a Ailén por el comunicador que les había dejado Mirta. Esta se dirigió a la habitación del joven.
—Hola David. ¿Estás bien?
—Sí, gracias.
—Es que no te entendía bien y me preocupé.
—Lo hice un poco de broma. No obstante quería que vinieras. Y como pensé que estarías enojada, supuse que si me escuchabas bien no lo harías.
—¡Que tonto! No sé si estoy enojada. Me preocupé, pero sé que esta vez no habías hecho un gran esfuerzo que justifique el desmayo. Entiendo que lo que intentas es para ayudarnos. Pero imagina, verte caer al piso ya se está haciendo una desagradable costumbre. Además venías de estar unos días muerto, porque eso es lo que creíamos. Reviviste y comprobamos que eran ciertos los temores de las torturas. ¿Me comprendes? ¡Es demasiado! No es un reproche, porque se que a ti te pasan todas esas cosas. Pero a los que te queremos nos duele y tenemos miedo de perderte.
El joven abrazó a Ailén.
—Gracias, More.
—Además si te mueres aquí, no podrás estar para mi cumpleaños.
Ambos rieron.
—Tienes razón —contestó sonriendo—, a veces me desubico. No querría perdérmelo por nada.
En la cena, el resto del grupo sabía lo ocurrido por intermedio de Nancy.
—Hola David —saludó Miguel—. ¿Cómo estás?
—Muy bien. Solo me agoté con esa prueba. Pero quiero pensar que va a ser como cuando empezamos a arrojar rayos.
—Algunos pocos pudieron, algunos.
—Me gustaría intentarlo —dijo Paloma.
—A mí también —se sumó Jimmy.
—En un par de días. Me dijo Mirta que es lo mínimo que puedo tomarme.
—Lógico —señaló Sasha Safarova—. Con lo que te pasó, me parece que fuiste bastante inconsciente en hacer algo así.
Ailén sonrió satisfecha.
—Hasta que no estés bien —remarcó Miguel—, no deberías hacer ningún esfuerzo extra.
Al finalizar la cena, Ailén se fue charlando con David.
—Estuvo divertido. ¿No?
—Sí —respondió el joven—. Hemos conformado un lindo grupo de gente.
—Cuando te sientas bien. ¿Podrías tratar de enseñarme a hacer el escudo?
—Claro. Si quieres, como eso me infiere mucho menos desgaste; podemos verlo mañana.
—No, no. Te estoy todo el día retando para que no hagas desarreglos y no voy a causártelos yo misma. No, dentro de unos días, si estás bien.
Pasaron tres días y David ya se sentía mejor. Casi sin dolor en sus heridas y con mucha energía.
Jimmy, Nancy y Paloma, pasaron a buscar a Ailén. Para luego ir a ver a David Rosso.
—Hola, ¿cómo están?
—Bien. Saludaron a la vez.
—¿Quieren que probemos las nuevas técnicas? Ya me siento bien.
—Fantástico —expresó Nancy.
—Yo solo vine a ver —adicionó Paloma—. Ya que me recomendaron cuidarme al menos diez días más.
David le mostró a Jimmy como arrojar haces de luz con sus dedos. Pero no estaba dando resultados. En cuanto a Nancy y a Ailén, les explicaba lo del escudo de energía. Y ellas de a poco, pero iban logrando avances.
En medio de la práctica llegó Facundo.
—Miren lo que puedo hacer, miren. David, sostén la plancha de metal.
Facundo arrojó un rayo con su mano e hizo un hoyo de unos quince centímetros de profundidad.
—¡Wow! —Exclamaron—. Lo lograste.
—Parece increíble que después de tanto tiempo hayas adquirido ese poder —señaló David—. Bienvenido sea.
Los días pasaron y la semana transitó sin sobresaltos. Decidieron estirar a diez los días en ese refugio. En los cuales siguieron entrenando. Y llegó el momento del regreso a la base primaria. El viaje sería de la misma forma en la que se habían ido.
—Suban a la nave. No se olviden nada.
Una vez que había despegado. José Luis fue a hablar con Tofuca, quien se encontraba en la sala principal.
—Quisiera hacerle una pregunta.
—Sí, claro.
—En la base tienen cámaras. Y en la entrada. ¿Por qué no colocan también algunas a cierta distancia? Para formar un perímetro. De esa manera, veríamos a los militares llegar con algo más de antelación.
—Entiendo lo que dices. Eso sería lógico en la Tierra. Pero aquí estamos priorizando el quedar ocultos. Y con los detectores de metal de más alcance, el gobierno podría ubicarnos más fácilmente, cuanto más abarquemos. ¿Eso contesta tu pregunta?
—Sí, muchas gracias.
La nave dejó a los rebeldes nuevamente en la base primaria.
De a poco retomaron la vida anterior. Pero estaban suspendidas las incursiones contra los enemigos. No podía haber más errores.
En unos días Paloma pudo sacarse el yeso y también comenzó a practicar el lanzamiento de rayos con sus dedos. Pero no obtuvo buenos resultados. En cambio Nancy y Ailén dominaron bastante bien el escudo de luz.
Dieron por hecho que los dos jóvenes capturados no habían hablado. Suponiendo que habían utilizado la pastilla para el suicidio.
Pero la relativa tranquilidad, se quebró drásticamente.
Cuatro jóvenes que habían salido por las cercanías vieron llegar un número elevadísimo de soldados y al General. Iban claramente hacia la base.
Comenzaron a correr para dar el aviso. Pero los militares llevaban automóviles que funcionaban a luz solar. Y podían ir a unos sesenta kilómetros por hora.
Tres fueron eliminados antes de llegar a la base, pero uno de ellos cayó por un rayo, muy cerca del refugio. Y fue divisado por las cámaras del interior.
Sonó una alarma dentro y los altoparlantes pidieron a todos que rápidamente suban a la nave. “No hay tiempo para recoger cosas”. Decía el mensaje.
La mayoría no había llegado y Carlos tuvo una idea.
—Debemos cargar la puerta de la entrada con luz. Así quizás dure un poco más y nos de tiempo de huir.
El grupo siete fue a hacia la puerta y comenzó el trabajo de carga de luz. Cada uno apoyaba sus manos en un sector diferente para hacerlo más velozmente.
—¡Suban rápido! —Gritaban Tofuca y los demás científicos.
En la puerta se encontraba el General, con sus aproximadamente trescientos soldados y quince sargentos.
—La puerta está bastante cargada. Dijo Nancy, pero hay muchos afuera. No sé qué puede pasar.
—¡Equipo siete! —Gritaba Mirta desde la nave. Ya estamos todos. Suban ahora.
Falamar comenzó disparando unos potentes rayos y los quince sargentos lo imitaron.
La puerta resistió unos quince segundos hasta que explotó en pedazos. Pero fue tiempo suficiente para que los jóvenes lleguen al interestelar transporte.
—Espero que nos alcance la energía —rogó García. Si no, estamos perdidos.
En el momento que llegó Falamar el transporte rebelde estaba lo suficientemente alto.
Cuando estaba tomando altitud, se sintió un leve temblor.
—¡La energía no alcanza! —Expresó García muy preocupado.
Se hizo un breve silencio.
—Se estabilizó —tranquilizó Tofuca—. Pudimos salir a la atmósfera. Sin embargo no podemos arriesgarnos a no llegar a la base. Debemos aterrizar en el punto intermedio.
—¿En la selva de Itat? —Preguntó García.
—Sí. Es el punto de aterrizaje más cercano.
—¿Hay tres bases? —Consultó Nadsuki Haruno.
—No. Esto no es una base. Es una plataforma, donde podemos aterrizar sin que se pare el motor. Pero es solo para emergencias. Si perdiéramos las bases tendríamos algunas de ellas para despegar y descender. Recuerden que sin las plataformas, en Principal, ni siquiera podríamos encender los impulsores. Es el bloqueo que dejaron los primeros habitantes de este planeta, cuando crearon las astronaves.
Hubo caras de tranquilidad, pero también de tristeza.
Habían perdido a manos de Falamar, el lugar que por un tiempo habían llamado “Hogar”.
Capítulo 13 – La selva de Itat
El vehículo espacial logró aterrizar en la plataforma.
En el momento en que salieron, se encontraron con una vista muy diferente a las demás ocasiones en las que habían volado. Aquí no había ninguna base. Era un descampado. Había solo lugar para la nave y a pocos metros, comenzaba la espesa selva de Itat.
Luego de bajar las pocas cosas que había en la nave, que fueran imprescindibles para el largo trayecto que les esperaba, comenzaron a caminar hacia la base secundaria. Cuarenta y seis jóvenes y casi veinte investigadores. Debían hacer unos diez kilómetros por caminos complicados.
—Asegúrense de llevar el agua —explicó Tofuca—, algunos alimentos y las tiendas de acampe. No creo que el gobierno sepa donde estamos, pero no podemos arriesgarnos. Debemos emprender rápidamente nuestro camino.
—Menos mal que no tengo más el yeso —decía aliviada Paloma.
—Sin embargo —respondió Takumi mientras espantaba algunos insectos—, quizás te sería útil para evitar tantos bichos, al menos en la parte cubierta.
—Estamos muy desordenados —llamó la atención Carlos—. Si nos llegan a encontrar así, nos van a destruir.
—Es cierto —dijo David—. Debemos mandar un grupo delante y otro en la retaguardia. ¿Por qué no les dices?
—Es que van a hacerte más caso a ti, que a mí.
—Está bien —concedió David—. Esta vez voy a involucrarme más. Facu, ¿podrías ir hasta delante y avisar que paren?
—Voy.
Facundo avisó que David estaba pidiendo que paren un minuto, para organizar la caravana.
—Doctor Tofuca, quisiera que alguno de ustedes vaya por delante con el grupo uno, para enseñarles el camino. Irán unos cien metros por delante. Nuestro grupo irá a una distancia similar, pero en la retaguardia. Sería bueno que otro de ustedes nos acompañe, ya que con la espesura de la selva, nos perderíamos.
—Padre —llamó Carlos—. ¿Quieres ir con el grupo de adelante o con nosotros?
—No tengo problemas en ningún caso, conozco bien el camino.
Rápidamente José, fue con el grupo uno, a liderar la expedición y Mirta fue detrás con el equipo siete.
Al principio estaban muy alertas y con el pasar de los minutos, se fueron relajando.
Pero había algo más en la selva además de ellos.
“¡Nos atacan!” —Se escuchó delante—. Sin embargo, antes que pudieran reaccionar, Ailén vio a un extraño sujeto, del tamaño y forma de un ser humano, pero con espinas de unos cinco centímetros de diámetro y veinte de largo en toda la parte trasera del cuerpo. Su rostro era como la mezcla entre un hombre y un sapo. Este tenía una de esas espinas en su mano. Casi al instante vio aparecer a otros tantos.
Uno de esos seres lanzó una hacia David. E iba derecho a la espalda de este. Y el que ella había observado en un principio, le arrojó a la propia Ailén.
No había tiempo ni de gritar. Formó un escudo con su luz y detuvo la espina destinada a ella y cubrió con su cuerpo al joven Rosso. Cuando
David giró, contempló a Ailén caer por haberlo salvado, con una espina clavada en su espalda. Y sintió que la vida de la chica se desvanecía. Entonces perdió el control que solía tener sobre sí mismo. Antes que sus compañeros atinaran a contraatacar, David emprendió un ataque contra los muchos espinosos que salían de detrás de los árboles. Con los dedos de su mano derecha proyectaba haces de luz de una potencia inusitada. Y con su mano izquierda generó un escudo para protegerse de los espinosos que intentaban atacarlo.
La visión del joven parecía una mira telescópica, como un videojuego, en el que lo único importante, era destruir a los asesinos de Ailén. No podía ver ni escuchar otra cosa.
En un abrir y cerrar de ojos, había aniquilado a los diez que habían intentado atacar la retaguardia del convoy. Sin mediar palabra, el muchacho avanzó hacia el frente de la caravana, a paso rápido y decidido a través de los árboles. Matando a cuanto enemigo se cruzara.
—Vamos a cubrirlo —requirió Jimmy—, hermana. Porque me parece que está enceguecido y no se está protegiendo de los que puedan venir por la retaguardia.
A ellos dos, se sumó Facundo. Y mientras David avanzaba, ellos tres iban unos metros por detrás. Jimmy eliminó a uno que había aparecido por la espalda. No obstante, no era demasiado el trabajo que tenían. Ya que la mayoría huía o perecía.
En los lugares donde estaban batallando, la lucha terminaba a medida que él pasaba y destruía a los enemigos.
Al momento en que llegó a donde se encontraba el grupo uno, el cual ya había eliminado a algunos; los cuatro extraños seres que quedaban, huyeron, dejando el saldo de cinco muertos en el equipo. Había más heridos entre los demás, pero no de alta gravedad.
David corrió a donde había caído Ailén.
Sus amigos lo miraban atónitos.
Mirta tenía a Ailén en sus brazos.
—Tranquilo chaval —dijo Paloma—. Pudo ser peor.
—La niña vivirá —manifestó Mirta mirándolo a los ojos—, David.
La visión del joven, que hasta ese momento parecía un binocular de corto alcance, donde solo veía enemigos a destruir; volvió a hacerse panorámica y pudo observar a Mirta, agachada, con su amiga en los brazos; y el gesto de Ailén, quien le dedicaba una suave sonrisa.
Mirta acababa de extraerle la espina y de colocarle el cicatrizante molecular en la herida. David se arrodilló frente a Ailén Alimdul y la abrazó.
—Yo también te extrañé —comentó con una sonrisa cansada y feliz—, David. Pero me duele.
—Oh, lo siento. Y la soltó.
—Jaja. Volviste a caer. Recuérdame que te rete por disculparte de nuevo.
—Dale.
El muchacho sintió que el alma regresaba a su sitio.
—Acamparemos aquí por unas horas —declaró Tofuca—. Haremos guardias, no obstante, con lo que acaba de suceder, no creo que se atrevan a acercarse. De cualquier manera en unas tres horas nos marcharemos.
Armaron las tiendas y se prepararon para un descanso leve.
Algunos enterraron a los fallecidos.
—Duerme este rato —pidió David—, More. Y muchas gracias.
—¿Por qué?
—Te pusiste entre la espina y yo.
—Todos cometemos errores. Jajaja. Tú lo hubieras hecho por mí —dijo y se durmió.
—Por supuesto —contestó él en voz baja—. Observando que ella estaba ya descansando.
Las fuerzas militares se habían esparcido en busca de los rebeldes.
—Sargento —llamó una de las soldados—. Acabamos de divisar una tienda a un kilómetro de nosotros.
—¡Solo una! ¿Está segura?
—Sí, señor.
—Vayamos con cuidado. Somos veinte, pero sé que algunos de ellos son poderosos. En una carpa puede haber cuatro o cinco rebeldes. Sería muy bueno poder decirle a nuestro capitán, el Femante, que matamos o capturamos a algunos insurrectos.
Los soldados se acercaron sigilosamente.
—¿Se les ofrece algo, chicos? —Preguntó Santiago.
—¿Dónde están los otros? —Repreguntó el sargento.
—¿Otros? ¿No ven que la tienda ha quedado vacía? ¡Imbéciles!
—Demasiado valiente, para estar solo.
—Demasiado cobarde, para ser soldado.
—¿Quién demonios eres?
Santiago sonrió con seguridad.
—El Vampiro.
—Mátenlo —ordenó el sargento.
Santiago comenzó a disparar en forma rápida y potente. Con una tranquilidad asombrosa. Los soldados caían como moscas.
El sargento disparó su luz contra el Vampiro. Pero este lo detuvo con facilidad con su propia energía. Para luego contrarrestarla con sus rayos. Y al hacer impacto en el suboficial, dejó a este tendido y sin vida. Los subordinados se retiraban, pero el Vampiro siguió lanzando rayos, hasta dejar solo a dos con vida.
—Tráiganme más —gritó Ataner—. Que me aburro.
—¡Vaya que funciona tu nueva técnica, David! —Afirmó Paloma.
—Sí. Me dejó muy cansado.
—Vale. No es para menos. Estabas irreconocible. Parecías la segunda versión del Vampiro.
—¿Di esa imagen? —Consultó David avergonzándose un poco—. Lo siento.
—Jajaja. No lo sientas. Tú nunca serás como él. No lo imagino disculpándose, ni enojándose si hieren a alguien querido. Y a falta de Ailén, soy yo la que te va a mandar a descansar. Aunque más no sea por un rato.
—Sí, es cierto. Quedé muerto. Gracias amiga.
—No hay de que.
Facundo conversaba con Nancy, Jimmy y Nadsuki Haruno sobre lo que había acontecido. Mientras bebían agua, fuera de una tienda.
—Estos son los espinosos —contaba Nancy—. Parece ser que hacía rato que no se los veía.
—Sí —contestó Jimmy—. Si la herida que le hicieron a Ailén, la hubiese sufrido un nacido aquí, ya estaría muerto. Por suerte no fue así.
—Y por mala suerte para ellos —agregó Nadsuki—. Ailén es muy apreciada por David.
—Nunca lo vi así, nunca. Y hace varios años que lo conozco.
—¿Por qué hablas así, Facundo? —Preguntó Nadsuki.
—No sé, creo que es porque soy muy nervioso. Cuando presto atención no lo hago. Como ahora. Pero en cuanto me distraigo, caigo nuevamente en lo mismo.
—¿Y vos hermanito?
—¿Qué? Yo no hablo así.
—Ya que puedes lanzar rayos. ¿No podrías hacerlo con los dedos?
—Es muy difícil, Nancy. Intenté pero no me sale. Tampoco les salió a Facundo ni a Paloma. Y sé positivamente que ella tiene más potencia que yo, con los rayos. No sé él.
—A mi tampoco me funciona. No sé si es cuestión de potencia, n… —se frenó Facundo antes de repetir—. Pero al único que vi poder hacer eso es a David. Pero bueno, él fue el que nos enseñó casi todo.
—Es cierto —se sumó Nancy—. No sé que hubiéramos hecho sin él. Me preocupó que haya descuidado tanto su espalda. Hubo uno que quizás lo hubiese herido.
—Al que le di yo. Sin embargo, quizás sabía que nosotros lo estábamos cubriendo. No lo sé.
—Si estaría Matías haría un chiste —continuó Luzorne—. Sobre lo famoso que se había vuelto.
Jimmy le dio una palmadita en la espalda en señal de apoyo.
En otra tienda, Carlos dialogaba con Sasha, Takumi y los hermanos Fernández. En el momento que apareció Paloma.
—Le dije que se acostara un rato. Estaba muy cansado.
—Sí —coincidió Miguel—, está bien.
—Pues claro que está bien. Como todo lo que yo digo.
Miguel le hizo una sonrisa de aceptación.
—Fuera de toda broma —expresó Takumi muy convencido—. ¡Este David sí que tiene talento!
Es verdad —asintió Sasha—. Y no está creído. Ni parece un loco como Santiago.
—Tuvimos suerte —contó Miguel mirando a su hermano y a Paloma—, de que los dos hayan venido a ver la pelea.
Aprovecharon la situación para contarles como se habían conocido con los argentinos. De la muerte de Marco Dolfos y como habían venido a parar aquí.
Decidieron quedarse cuatro horas, ya que muchos de los viajeros seguían descansando. Luego fueron despertando a todos y retomaron el éxodo.
—¿Cómo estás, More? —Consultó Nancy a su amiga, apenas empezaron la caminata.
—Bien. Me duele un poco la herida. Pero creo que ese cicatrizante es algo buenísimo.
—Me alegra.
—¿Hubo más heridos?
—Sufrimos cinco muertes en el grupo uno.
—¡Dios! Cada vez quedamos menos —se lamentó Ailén—. No sé de qué forma podremos ganar, si seguimos de esta manera.
—Hola chicas —saludaron Facundo, Paloma y Jimmy.
—Hola. ¿Dónde van con paso tan rápido?
—Vamos a alcanzar al grupo uno en el frente —respondió Jimmy mientras se alejaban—. Para servirles de refuerzo. Quedaron muy pocos.
—Tengan cuidado —dijeron ambas.
—Nos vemos luego.
—Mi General. Ha llegado un enviado del capitán Gorostiaga. Dice que una patrulla suya fue aniquilada por un solo rebelde. Que acampa en la zona norte a unos cuantos kilómetros de aquí.
—Avísenle que por ahora no se acerque. Primero quiero saber qué más encontramos en la búsqueda masiva que estamos realizando. Posteriormente asignaré las prioridades.
—Sí, señor. Ah, dice que ese insurrecto se hace llamar Vampiro.
—Está bien. Lo tendré en cuenta.
“Además quiero ver si encuentro eso. Y todo será más fácil y seguro”.
Después de unas horas de caminar. Los jóvenes que iban delante en la caravana, se encontraron de frente con una patrulla militar.
El combate fue inevitable.
Se lanzaron objetos cargados de luz y cargaron con palos y hachas de la misma forma.
Jimmy, Facundo y Paloma, procedieron a arrojar haces de energía a sus enemigos.
El resto de la caravana oyó los sonidos de la lucha. Y los rebeldes corrieron hacia el lugar, para unirse a la contienda.
Facundo se cruzó con el sargento. Los rayos de ambos se empujaban mutuamente. Pero Capicúa pudo más y logró eliminar al suboficial.
Al caer su líder de batalla, los demás fueron rápidamente destruidos por Jimmy, Paloma, Luzorne y los miembros del grupo uno.
Cuando llegaron los primeros refuerzos ya la batalla había finalizado.
—No podemos quedarnos aquí —se apuró a decir Tofuca—. Estos no son espinosos. Es probable que descubran lo que pasó e intenten rastrearnos. Debemos poner distancia con este lugar, rápidamente.
La caravana siguió viaje.
—Hey —llamó David admirado—, Facu. Hace poco no podías lanzar rayos y ahora le ganaste a un sargento.
—Y recuerda que fui el último de todos en obtener la luz —comentó riendo—. Dentro de poco voy a ser más fuerte que tú y el Vampiro juntos.
—¿Y nosotros nada? —Preguntó Paloma—. Y tú —mirando a Facundo—, ten cuidado de no indigestarte con tu propio ego.
—Ustedes también estuvieron geniales —contestó sonriendo David y a sabiendas de la broma.
—Cuando esto termine, van a tener que cambiar algunas cosas. Por ejemplo, al Bosque de las Aves; le van a tener que llamar, el Bosque de Paloma.
—Jajaja —rió Facundo—. Te la has buscado justo.
David fue nuevamente hacia atrás de la expedición.
Ailén iba charlando con Nancy.
—Hola chicas.
—Hola —contestaron al unísono.
—¡Recordaste que existimos! —Reclamó Ailén sarcásticamente, mientras Nancy asentía.
—Quería saber cómo estabas de tu herida.
—Y, ya pasó tanto tiempo que tiene que estar curada.
—Tardaste demasiado en interesarte —agregó Nancy muy seriamente—. Y ella que se expuso por ti. ¡Qué lamentable!
—Lo siento. No me di cuenta. Es que con lo del ataque, quise ver cómo estaban adelante. Les juro que no es que no me importe. Tienen que creerme.
Las chicas lo miraban secamente. Hasta que estallaron de la risa.
—Lo siento More —dijo riendo plenamente Nancy—. No pude aguantar.
—Te vamos ganando David —expresó Ailén.
—Supongo que a ustedes dos juntas, no puedo tomarlas en serio.
—¡Hey! —Repuso Nancy—. No es para tanto. Solo te bromeamos.
—Está bien, está bien. ¿Estás mejor?
—Sí, gracias.
—Voy a ver si me necesitan para algo.
—Te conozco, David. No te enfades. Quédate un rato con nosotras.
—No me enojo.
—¿Les gusta el clima de aquí? —Consultó Nancy, como si estuvieran de vacaciones—. A mi me encanta. Ojalá cuando todo esto termine, podamos ir unos días a la playa que estaba cerca de nuestra primera base.
—Pues a mi también —respondió Ailén—. Y coincido con lo de la playa.
—¿Y a ti, David? ¿Qué clima te gusta?
—Esta temperatura me encanta. Sobre todo salir a la mañana, con sol y luego de que la noche anterior haya llovido. Sí, me gusta eso.
—¿Y a la arena vas a venir? —Insistió Nancy.
—Claro, sería genial.
—¡Miren! —Señaló Ailén—. Llegamos al final de la selva. Hay un lago.
La caravana llegó hasta el lago Nuevo Huapi. El cual tenía unos ciento cincuenta kilómetros cuadrados de superficie. Y una pequeña isla en medio. El agua era muy fría y transparente. Era un paisaje fantástico. Su vertiente principal, provenía de un deshielo muy al sur del continente verde.
—¿Y eso que sale de ahí son espinosos? —Consultó Sasha preocupada.
Del otro lado del lago. Muy lejos, pero a la vista. Se encontraban cuatro espinosos, que parecían discutir con otros diez, entre los que había una cría; que tenía aproximadamente un metro de estatura. Miraron hacia donde se encontraban los rebeldes. Los cuatro parecían ser los que habían escapado en la batalla anterior.
Los insurrectos los observaban expectantes.
De pronto, los que habían atacado, uno del otro grupo y lo que parecía ser su vástago, se fueron acercando caminando hacia los revolucionarios.
—Parece que quieren intentar razonar —comentó García—. Pero tengan cuidado.
—Me adelantaré con dos que me acompañen —dijo David.
—Yo iré —agregó Miguel.
—Y yo —se sumó Facundo.
—Voy con ustedes —García quiso participar.
Caminaron bordeando el lago hasta que a mitad de camino, convergieron.
No sabían que misterio podía develarse con este encuentro.
Capítulo 14 – Encuentro en el lago
El espinoso que no había estado en la batalla, parecía querer decirles algo. Pero sus sonidos resultaban inentendibles.
—Graasnaahh —señalando a David.
—¿Entiendes algo de esto, Ricardo? —Preguntó el joven.
—Ni idea —respondió García—. Si pudiera grabar algunas de sus palabras, sabiendo su significado, las pondría en la máquina para insertar idiomas y la usaría en mí.
—¿Con unas palabras alcanza? —Consultó Miguel.
—Serviría para que la máquina pueda deducir otras más. Entonces yo podría comunicarme con ellos y preguntarles más aún. En poco tiempo, podríamos hablar su idioma y hacer que ellos hablen el nuestro.
—Turbiteeeee graasnaahh —señalando a David y a sí mismo.
El espinoso parecía pedir un combate con David. Y además, que los demás no intervengan.
—Creo que te pide una lucha uno a uno —expresó García.
—Uff, hace unos meses, mi único problema, era que no me iba bien en inglés en el colegio. Ahora me quieren matar hasta los espinosos; que ni sabía que existían. Como para hacer un resumen.
—Cosas de famosos, cosas.
Los demás rebeldes observaban a la distancia.
—Está bien —aceptó David resignado—. Voy a pelear. Trataré de no matarlo, para que intentemos comunicarnos con ellos.
Hizo señas al espinoso como para que entienda que aceptaba el desafío.
—Está bien, David —sugirió García—. Pero no te arriesgues más de lo necesario.
—Ricardo, avísales al resto lo que está pasando para que no se sobresalten e intenten intervenir.
García corrió hasta donde se encontraban los demás rebeldes y les explicó la situación.
—¿Está bien esto? —Se intrigó Nancy—. Digo, ¿será seguro que intente luchar controlándose de esa forma?
—Espero que sí. Le dije de todas maneras, que no se arriesgue demasiado. Lo siento, voy para allá.
García corrió nuevamente hacia el lugar del encuentro.
Los demás espinosos se alejaron. Y David lo tomó como la señal de que estaría por empezar el combate. Miguel, Facundo y García hicieron lo propio.
—¡Agar! Gritó el enemigo. Y tomó dos espinas de su propia espalda.
David observaba. El espinoso lanzó una, pero el joven tenía su escudo preparado en la mano izquierda y lo desvió fácilmente. Luego tiró la otra con un hilo de luz. El representante de los rebeldes, recordó lo que hacía Ailén. Entonces formó otro escudo con su mano derecha. Y con ambos bloqueó su cuello y rompió el pequeño hilo de luz. En ese instante, el extraño ser comenzó a correr como para embestir al muchacho. Este impulsó un haz de luz pero con su mano completa, esperando que sea suficiente para detenerlo. Y lo fue.
El espinoso pareció chocar contra una pared, rebotando contra el rayo un par de metros, cayendo de espaldas. Y quedó mirando hacia arriba, respirando cansado.
No había resultado una lucha difícil.
David se acercó al ser verde oscuro. Entonces la aparente cría del mismo, se arrojó sobre el cuerpo de su padre; cubriéndolo y dándole la espalda al joven. Este miró a los ojos a su rival en el piso. E intentó que le entienda mediante señas. Señaló al niño espinoso como para que se hiciese a un lado. El padre dijo algo a uno de sus acompañantes y uno fue a retirar al pequeño; quien salió por la fuerza y a los gritos.
En ese momento, David señaló al vencido y luego a él mismo. Y mostró el camino a donde estaban los rebeldes. Luego lo ayudó a levantarse. Este sin entender que ocurría, obedeció como si percibiera que debía hacerlo por haber sido derrotado y no asesinado. Al menos hasta el momento.
Los cuatro humanos y el verde oscuro ser, fueron caminando hacia los demás insurrectos.
García fue rápidamente a buscar la máquina para insertar idiomas.
—¿No te parece qué te confiaste demasiado, David? —Interpeló Ailén algo ofuscada.
—No More, de verdad que si hubiera sentido peligro, lo hubiese tomado más en serio. Pero si podía no matarlo. Tenía que intentarlo.
—No lo retes por eso —acudió Capicúa en ayuda de su amigo—, Ailén. Además, es probable que podamos obtener mucha información de estos seres.
—Lo sé, lo sé.
Mientras tanto, García trabajaba para cargar la máquina con palabras del idioma de los espinosos. Le mostraba un objeto y le decía de qué manera lo llamaban en castellano y el espinoso pronunciaba su idioma.
Una vez obtenidas unas cuarenta palabras. García se insertó lo que había del idioma. Seguidamente fue a una tienda a descansar, ya que esa actividad causa algunos mareos y necesita de unas tres horas de sueño para recuperarse.
En ese lapso, decidieron abrir las otras tiendas y reposar un poco.
Facundo, David, Ailén, los hermanos Fernández y Paloma, se adentraron en una de las carpas para conversar, algo alejados de los insectos.
—Ustedes tres y Matías —consultó Paloma—. ¿Siempre fueron tan unidos?
—Nos conocemos desde los trece —señaló David—. En primer año del secundario. Como grupo completo. Matías se conocía conmigo desde los diez y con Ailén desde más chicos, creo.
—Conmigo desde pequeña —observó Ailén—, ya que nuestros padres eran amigos de antaño.
—Y a Facu lo conocí a los doce, cuando entró a la misma escuela que yo. Pero nos hicimos amigos cuando al año siguiente, vimos que estábamos en el mismo secundario.
—¿Y cuando comenzaron a salir en grupo juntos? ¿O fue solo por casualidad qué vinieron a la pelea de Miguel?
—En realidad —expresó bromeando Facundo—, Morena quería salir con un tal Fernando, pero no sé que pasó que terminó viniendo con nosotros.
Todos la miraron.
—Nada que ver. Mentira. Es un compañero que se pone un poco pesado. ¡Pero jamás dije que saldría con él!
—Era una broma, era.
—Lo siento —dijo sonrojándose.
—Creo que hace unos dos años que solemos vernos en grupo —calculó David—. Incluso las cosas de la escuela, si eran equipos de cuatro estábamos fijos. Supongo que nos llevábamos bien.
—¿Llevábamos? —Corrigió Ailén.
—Sí. Porque me di cuenta que a ustedes dos ya no los soporto demasiado. Jajaja. Es broma, Facundo me cae bien.
—¡Hey! —Ailén golpeó livianamente a David, con una campera que estaba usando para taparse.
—Bien que enloqueciste cuando la viste herida —atacó Paloma ruborizando a los dos jóvenes.
El resto se divirtió con los comentarios.
—Ahora digan ustedes —pidió Ailén.
—Lo nuestro es si se quiere —respondió José Luis—, más previsible. Como ya saben, somos de Cullera, en España. Los tres nacidos ahí. También nuestro amigo Marco, que en paz descanse. Yo soy un par de años mayor, pero se puede decir que crecimos juntos. El lugar, fuera de la temporada alta, no está demasiado poblado, así que estábamos siempre juntos.
García, ya repuesto, hablaba con el espinoso en su idioma. Le explicó el uso de la máquina y este colaboró para ingresar muchas más palabras.
Entonces utilizaron la máquina nuevamente en Ricardo García, para completar el idioma y en el espinoso, con el propósito de que aprenda el castellano. Ambos fueron a reposar durante unas horas.
Al transcurrir el lapso de tiempo de descanso. Mandaron llamar al grupo siete completo, para intentar conversar con el extraño ser.
A la reunión asistieron García, Mirta, Tofuca y el equipo siete.
—No quise más gente —manifestó Tofuca—, porque ya somos demasiados y podríamos atosigar a nuestro invitado.
Así y todo somos muchos —añadió García—. Intentemos ser pausados.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó Mirta.
—Grograr.
—A partir de ahora —interrumpió Jimmy—, para nosotros serás Espi.
—Espi —Respondió—. Todavía no puedo creer, que nos estemos comunicando.
—Quisiera que nos digas la razón —precisó Tofuca—, de por qué nos atacaron.
—Es una pregunta simple, pero tiene una explicación larga. ¿Me darán el tiempo necesario?
—Claro.
—En nuestra raza, la que nosotros mismos llamamos “los portadores”, hay dos facciones bien diferenciadas. Esto se produjo desde los tiempos en que sus ancestros llegaron a nuestro planeta.
—Continúa, por favor.
El ‘portador’ hablaba lentamente.
—Una de esas facciones, quería destruir a los nuevos visitantes y la otra no. Como los que estaban por la negativa eran mayoría, se convivió a la distancia sin problemas. No obstante las cosas cambiaron cuando se equilibraron las fuerzas. Algunos grupos más radicalizados, decidieron desobedecer la consigna y comenzaron a atacar a los descendientes de los visitantes.
—¿Qué ocurrió luego?
—Tiempo después, vinieron refuerzos de su raza, con el poder de la luz. Y alguno en particular, demasiado poderoso. Primero acabaron con nuestros grupos radicales. Y luego comenzaron a perseguirnos a todos. Entiendo que no sabían que éramos dos facciones. Pero no tuvimos más remedio que escapar. Muchos a tierras lejanas. Otros viviendo entre el agua y la tierra. Ya que nosotros somos, lo que ustedes llaman ‘anfibios’.
—Pues nosotros también padecemos de dos grupos —comentó Paloma—. El que ustedes temen, debe ser el General. Pero nosotros somos sus enemigos. Si el vence, acabará con nosotros y con ustedes.
—Los últimos vestigios de nuestros grupos más extremos, supieron de una caravana que recorría la selva y decidieron combatirla. Pero solo sobrevivieron cuatro. Y nos dijeron que seguro iba el que ustedes llaman General, en la misma. Ya que era muy poderoso. Y que además venían hacia el lago. Y por supuesto pensamos que venían a acabarnos.
—¿Ustedes pensaron que David era el General? —Preguntó Tofuca señalando al joven.
—Sí. Entonces yo, como representante de nuestro pueblo, decidí retarlo para evitar que destruyan a todo nuestro poblado. O nos dejen recluidos bajo el agua.
—Quisiera hacerle una pregunta —solicitó Carlos—¿Por qué ustedes, aunque quizás no con la potencia de algunos humanos, pueden usar la luz? Digo, porque son la única especie que conocemos de los nacidos en este planeta, que puede hacerlo.
—No tenemos certezas. Lo que tomamos como una posibilidad, es que el mismo planeta se encarga de ayudar a los no nacidos aquí a sobrevivir. Quizás si no fuera por la luz, morirían. Y no sabemos a ciencia cierta porque nuestra especie, pasa la luz de generación en generación. Pero por eso nos llamamos portadores. Pensábamos que era algo divino, hasta que sus ancestros llegaron aquí. A partir de ahí, cambió toda nuestra perspectiva sobre el tema. Una posibilidad de las más aceptadas entre nuestro pueblo, es que en épocas de antaño, nuestros propios primeros ancestros, llegaran aquí de alguna manera y tampoco seamos originarios de este planeta. Y que a diferencia de ustedes, nosotros necesitemos obligadamente de la luz para mantenernos con vida.
—Suena muy lógico —añadió Tofuca—. Quien sabe de dónde serán sus ancestros.
—¿Qué va a ser de mí?
Todos se miraron.
—Nada. Vete con tu gente. Solo les pedimos que sean cuidadosos y no vuelvan a confundirnos con los militares.
El portador se gratificó con la respuesta obtenida. Y aclaró que el grupo radicalizado, ya no tenía fuerza ni número entre los suyos.
—¿Podrían transferirle su idioma a otros portadores?
—Está bien.
Espi fue con los miembros de su especie y les narró lo sucedido.
En una hora volvió con una veintena de portadores. Entre los que se encontraba el hijo del líder.
García se ocupó de pasarles nuestro idioma.
Espi preguntó si podía venir con nosotros en unos días, para saber más de nuestra cultura.
—Ya vendremos a buscarte —respondió Tofuca—, cuando estemos nuevamente instalados. Mientras tanto, cuídense de los militares. Antes de llegar aquí, tuvimos un encuentro con una patrulla. Así que es posible que haya más por la zona.
Los dos grupos se despidieron, con la promesa de paz entre su gente.
—Adiós Espi —saludó Jimmy—. Y el espinoso contestó, como si ese fuera el nombre que hubiese tenido toda la vida.
Capítulo 15 – ¿Aliados o enemigos?
Los rebeldes llegaron a la base secundaria.
Estaban agotados por todo lo sucedido.
A pesar de ser más pequeña que la base primaria, los viajeros estaban felices de reemplazar la inclemencia de la selva, por las comodidades del escondite secundario.
Estuvieron dos días recobrando fuerzas, haciendo suposiciones e intentando hacer planes.
El grupo siete en pleno, estaba reunido con Mirta, García y Tofuca.
—Sería bueno que los portadores nos ayudaran a luchar contra los militares —opinó Carlos.
—Sin embargo, no parecen muy poderosos —respondió Takumi.
—Pero a esta altura, toda ayuda es bienvenida —remarcó Tofuca con preocupación—. Los plazos se nos están terminando. Creo que debiéramos hablar con Espi y organizar un plan para derrocar a Falamar.
En ese instante entró el marido de Mirta.
—Hola José.
—Hola. Traigo un mensaje de Nueva Tierra. Pero esta vez, si bien la fuente es confiable, como siempre, me permito preocuparme.
—Habla papá.
—La capitana Nayla Aífos, quiere encontrarse con David Rosso, en el lugar donde desemboca la cueva que utilizaron los demás rebeldes para escapar, el día que él fue capturado. Por seguridad, no ha mandado ningún mensaje.
—Es en el Bosque de las Aves —recordó David pensativo.
—¿No estarás pensándolo siquiera? —Consultó Nancy incrédula.
—Es que con suerte, no lo sé, podría llegar a ser una aliada.
—Creo que con suerte, podrías llegar a recuperar parte de tu cerebro —contestó Ailén.
—Piénsalo David —manifestó García—. ¿No te parece demasiado conveniente lo que pasó? Parece preparado.
Luego de que te capturan, ella misma te pasa el cicatrizante molecular. Cosa que no es lógica para Aífos. Posteriormente te deja escapar, al ver que no dirías nada. Ahora que cambiamos de base, tienes otra información que la gente de Falamar, podría utilizar. Es muy probable que sea eso lo que están intentando.
—Nunca los traicionaría ni aunque me torturaran. No obstante, tampoco permitiría que vuelva a pasarme algo semejante. Llegado el caso, tomaré la pastilla.
—Lo que dices nadie lo pone en duda —expresó Sasha Safarova—. Pero no entiendo, por qué debes pasar por esa situación. Además, claramente sin ti, estaríamos todos en peor situación.
Ailén asentía satisfecha.
—Sin embargo —contradijo Tofuca—. Creo que está claro que necesitamos aliados. Y Nayla Aífos, sería una formidable. Es una situación demasiado complicada, para que lo resolvamos nosotros. Creo que debe ser David quien tome la decisión. Los demás te apoyaremos en lo que decidas.
—¿Por qué siempre tiene que pasarla él? —Preguntó Ailén agresivamente, contrario a su forma natural.
—Es cierto —apoyó Nancy—. ¿No tuvo ya suficiente? ¡Tofuca! Usted sabe que el es un tonto responsable y que va a volver a arriesgarse. Su opinión fue bastante desubicada.
Todos miraron asombrados.
—Lo siento, no fue mi intención. Creo que es cierto, aunque no concuerde con que es un tonto. Pero me declaro fuera de lugar en este tema.
—Les agradezco a todos el aprecio. Pero no veo muchas opciones, con respecto a poder derrotar al General.
—Un momento —Pidió Paloma—. Ahora yo lo siento. Pero llamo a una reunión cerrada. Los que más lo conocen. Facundo, Ailén, los tres españoles y Nancy. El resto podrá opinar sobre lo que decida. Pero luego.
Ante la autoridad que impuso Paloma, el resto salió del sitio sin poner reparos.
—Bien —continuó Paloma—. Discutamos esto entre nosotros. Quiero escuchar que opina cada uno.
—Creo que lo que pienso está claro —dijo Nancy.
—Yo concuerdo con ella —expresó Ailén seriamente.
—Creo lo mismo que las chicas —agregó Paloma—, David. Aprendí a conocerte y sé que ahora, estás pensando un discursito cursi para decirnos que irás. Pero me parece una tontería.
—Me ofrezco para ir en tu lugar, me ofrezco.
—No, gracias Facundo. Pero creo que Nayla se va a dar cuenta.
—Ya lo sé, pero si no es una trampa. Luego podrías ir tú.
—Claro —agregó Ailén en forma irónica—. ¡Imposible que Nayla te confunda!
—No quise decir eso.
—Yo pienso —interrumpió Miguel—, que es una locura. Pero también que no tenemos muchas opciones. Al igual que Facundo, iría con gusto para que no te arriesgues nuevamente.
—Eso no serviría —contradijo José Luis—. La capitana no pidió a alguien de la resistencia. Fue directo hacia David. O tomamos el riesgo de que vaya, o no. Pero que se presente otra persona, sería visto como una cobardía que echaría por tierra cualquier posibilidad de alianza. Claro, si esta fuera sincera. Si no, de seguro perderíamos a nuestro amigo y obviamente pieza clave.
—Puedo ir y protegerte de ser necesario, puedo. Me estoy volviendo cada vez más fuerte.
—¿Recuerdas algo qué te dije sobre el ego? —Respondió Paloma.
—Estás equivocada, estás.
—El que está errado eres tú —continuó la joven—, Facundo. Si es una trampa, no influirías para nada. Solo tendríamos dos muertos. Y no sé lo que ves, pero si bien estoy de acuerdo en que mejoraste mucho, creo que deberías ver la realidad.
—No concuerdo.
—Pues aunque tuvieras razón; cosa que no creo para nada. El ego no es buen consejero.
—¿Puedo opinar? —Pidió David.
—Ahh, estabas aquí —respondió Paloma con sarcasmo—. Pues si quieres, pero apresúrate que estamos hablando cosas importantes.
El muchacho sonrió.
—Nuevamente agradezco. Pero la decisión ya está tomada. No creo que Aífos sea una traicionera. Y no se me ocurre otra forma de ganar. Quedamos cuarenta. Y ellos deben ser unos seiscientos.
—Hay otro tema —declaró Miguel—. Ni siquiera sabemos si el mensaje lo mandó realmente Aífos. Digo, supongamos que ella realmente sentía simpatía hacia ti. Y fuera denunciada al General. Quizás la estén utilizando, para hacerte caer también.
—Pensé en eso. Pero si es así. ¿Qué hago? ¿Dejo a su suerte a quien me salvó?
—No —comentó Ailén en voz baja—. Mejor mueres tú también. ¡Que buena idea! Ya sé lo que se va a decidir —dijo resignada—. Por lo tanto los dejo hablar. Yo me largo. No voy a darle legitimidad a esto.
La capitana Emily Mackintosh salió con un escuadrón, hacia la zona donde la gente del Femante fue destruida.
—Vamos a ver que tan fuerte es este “Vampiro”.
Encontraron su tienda a la distancia. Estaba ubicada entre algunos árboles, para protegerse del viento.
—¡Ataquen! —Ordenó a sus subordinados.
“Ya veremos cuanto resiste su voluntad, cuando lo capture. Voy a divertirme”.
—Hola —salió Santiago de la carpa—, chicos. Me estaba aburriendo.
—Pues yo también —respondió Mackintosh enloquecida.
Los soldados comenzaron el ataque, no obstante el Vampiro, con sus manos rechazaba todos los objetos que le arrojaban.
Posteriormente iluminó sus brazos y comenzó a lanzar haces de luz; y con ellos a matar a sus enemigos. Mackintosh lanzó un poderoso rayo al Vampiro. Pero este lo detuvo, aunque con dificultad. Y luego de repelerlo, envió uno a Emily. Esta se cubrió y tuvo que retroceder por la potencia inesperada del mismo.
Al mismo tiempo el resto de los subordinados de la capitana, intentaba sin éxito acercarse a Santiago. Ella veía como este los masacraba con total facilidad. Emily volvió a arrojar luz a su enemigo. Pero él lo frenó con una sola mano; mientras que con la otra seguía eliminando rivales; y enfrentó sus rayos con los de Emily. Ella era muy poderosa. Sin embargo estaba retrocediendo ante la fuerza del Vampiro. Antes de que la impacten, ella se tiró a un costado y rápidamente se puso de pie, huyó hacia su vehículo y emprendió la retirada.
“Tengo que avisarle al General. Solo él puede derrotar a este rebelde. O tendríamos que lanzar un ataque masivo en su contra”.
“La dejaré escapar. Así pronto tendré más con lo que divertirme”.
—Partiré mañana por la noche —sentenció David.
Al día siguiente Ailén y Nancy no fueron a almorzar al comedor.
Luego del almuerzo intentó ubicarlas.
—Jimmy, ¿tienes idea de en dónde está tu hermana?
—Creo que iba a almorzar con Ailén.
Por la tarde, David fue a descansar y a preparar sus cosas para el pequeño viaje. Luego salió decidido a encontrar a Ailén. Ya que si esta no iba a la cena, no podría verla antes de partir. Fue a la habitación de la joven, pero no la encontró.
Llegó el momento de la cena y como preveía, su amiga no estaba en el comedor. Pero sí estaba Nancy.
—Nancy, ¿has visto a Ailén?
—Sí, pero estaba cansada y no iba a cenar. ¿En cuánto te vas, David?
—En dos horas.
—Cuídate mucho —saludó Nancy, dándole un abrazo que denotaba tristeza.
—Tranquila. Que pienso volver.
Ella no respondió.
—Supongo que no eres muy convincente, supongo. Y dio un abrazo a su amigo.
—Adiós Chaval —saludó Paloma—. Mira que te necesitamos aquí.
Todo el grupo siete se despidió, deseándole lo mejor y despidiéndose hasta pronto.
David fue a su habitación. Descansó en la cama una media hora y tomó sus cosas. Antes de irse, pasaría una vez más por lo de Ailén. Esperando que ella estuviese despierta aún y quisiera verlo antes de marcharse.
—More, ¿estás despierta?
—Hola —dijo ella abriendo la puerta—. Pasa.
—No quería irme sin despedirme.
—Claro, eso sería algo “incorrecto”.
—¿Crees qué lo hago por eso?
—No soy tonta, David. Aunque te lo parezca. Sé que es hermosa y que además de eso, te salvó la vida. Una combinación fascinante.
—Siento aprecio por ella —Ailén miró tristemente—, pero no de la forma en la que tú piensas. Y jamás pensé que fueras tonta, More.
—¿Tanto te encegueció la idea de ver a “Nayla” —dijo con enojada ironía—, que no te das cuenta que es peligrosísimo?
David esbozó una leve sonrisa.
—¿Es qué no te das cuenta? Hasta adoro tu sarcasmo. Ailu, te aseguro que comprendo el riesgo y que puede ser una trampa. Pero de verdad, que no se me ocurren ideas para que podamos ganar. Y si perdemos, sabes lo que ocurriría. Y no, no me enceguece la idea.
Ella le dio la espalda y el la tomó por los hombros. Notó que la joven lloraba y despacio, se puso frente a ella. David sintió una emoción profunda, al observar ese bello rostro, lleno de lágrimas.
—Presiento que esta vez no vas a volver —dijo ella bajando la mirada y lubricando sus ojos con las gotas que emanaban de los mismos.
Él levantó suavemente el mentón de la joven y la besó en los labios. Ailén correspondió en lo que parecía un abrazo interminable.
Después de unos segundos, ella se separó del muchacho.
—No —expresó la joven.
David se quedó perplejo.
—Lo siento, More. ¿Me equivoqué? Sé que no es el momento, hasta que todo termine. Pero pensé que esta era una situación especial. Yo…
—No, por supuesto que no fue un error. Pero es como una película. Luego de estas escenas, el protagonista no regresa.
El la abrazó, pero ya sin besarla.
—Te amo, Ailén Alimdul. Nunca le dije eso a nadie. No lo dudes. Es solo que hasta que no resolvamos todo esto, ni siquiera podemos pensar mucho en nosotros.
—Eso lo sé. Y no me preocupa esperar. Solo, vuelve. Y luego derrotemos al maldito General. Y cuando estemos en la Tierra, tendremos mucho tiempo para lo que queramos.
El joven se despidió sin mirar atrás. Pero antes de llegar a la puerta escuchó a Ailén con una voz muy clara. Que lo hizo frenar por unos segundos y marcharse con una sonrisa en el semblante.
—Te amo, David Rosso.
Empezó rápidamente el recorrido, para acampar unas horas de madrugada.
“¡Que lindo lugar! Y que solitario es a pesar de eso”.
Al estar en soledad, percibía más las imágenes y los sonidos que le brindaba la naturaleza de Principal.
Después de descansar unas pocas horas, David continuó hacia el lugar de encuentro.
Al día siguiente, en la base rebelde, el equipo siete discutía un nuevo plan.
—No podemos esperar todo de este encuentro de David con Aífos —recalcó Carlos—. Pienso que deberíamos ir a hablar con los espinosos, para ver si nos van a apoyar en contra del General.
—Concuerdo —manifestó José Luis—. Pero dadas las circunstancias, no podemos mandar a todo el grupo. Ya que de suceder algo negativo, la rebelión quedaría algo acéfala.
—Es cierto —contestó Carlos—. Elijamos cuatro miembros, otros tantos de otro grupo y alguno de los mayores. Creo que sería bueno salir hoy mismo.
Se decidió que vayan Paloma, José Luis, Carlos y Jimmy. De los adultos iría José y cuatro miembros del grupo dos.
Unas horas más tarde, partieron.
—¿Cómo le estará yendo a David? —Preguntó Paloma intrigada.
—Esperemos que bien —respondió José Luis—. Entre eso y esta misión, están cifradas nuestras esperanzas.
Luego de unas horas, divisaron el lago, donde esperaban encontrarse a los portadores.
David Rosso estaba llegando a su destino. No parecía haber llegado tarde. Sin embargo, no veía a Nayla por ningún lado. El presentimiento de que era una trampa, se acrecentaba en su mente.
—Hey, rebelde.
El joven se dio vuelta rápidamente. Reconocía esa voz. Y luego que salió de detrás de un árbol, también a la persona.
—Nayla.
—¡Qué honor que te acuerdes de mí!
—¿Por qué lo dices? Consultó el joven sonriendo, acercándose a la capitana y saludándola con un beso en la mejilla.
—Por nada, es solo una broma.
—Por un momento temí que fuera una trampa.
—Y yo dudé sobre si vendrías. Imagino que muchos te habrán recomendado no hacerlo. Que podría ser un truco.
—Pues ya que lo mencionas. Es cierto.
—Me alegro que no hayas hecho caso.
El joven sonrió.
—¿Qué fue lo que te impulsó a querer verme, Nayla?
—¿No crees que solo verte es una buena razón?
—Pienso que no pondrías en riesgo nuestras vidas por eso.
Ella asintió.
—Quería hablar contigo algunas cosas.
—Somos dos.
—Tenemos entonces para un largo rato —aseguró ella—. Lo que hablemos no llegará a oídos de nadie del ejército. Te lo aseguro.
—Tú llamaste. Empieza.
—Siempre un caballero. Pero sí. Estoy pensando seriamente en dejar las filas del General. Son ya muchos los métodos que no comparto.
—¡Fantástico!
—En estos días tomaré la decisión y si eso ocurre, se lo haré saber antes de combatirlo. Tengo honor.
—Me parece bien. Pero si lo haces en sus dominios, te hará asesinar.
—Eso lo sé.
—Ahora yo. ¿Cómo supo cuándo atacar la base y qué pasó con los dos prisioneros?
—Uno de los tuyos soltó la lengua. Lo sabrías. Otro se suicidó antes. Fue muy valiente. Según el que habló, el que prefirió quitarse la vida se llamaba Matías —David, a pesar de imaginarlo, tuvo un lapso de tristeza y bajó la cabeza—. ¿Era amigo tuyo?
—Sí.
—Lo siento, David.
—Está bien.
—El General imaginaba que ustedes dejarían la base. Así que prefirió esperar un mes. Para ver si podía atacarlos por sorpresa, cuando ustedes estuvieran confiados de que no los habrían delatado.
—Entiendo. Y casi le sale bien.
—Sí. En cuanto al otro prisionero. El General lo eliminó, una vez que comprobó el sitio de la base.
—O sea que más claramente, te debo a ti la vida.
Ella sonrió.
—Yo de nuevo —dijo presurosa la capitana—. ¿Quién es el Vampiro? Estoy segura de haberlo visto, el día de nuestro reto fallido. Pero abandonó la batalla antes de tiempo, siendo tan fuerte. ¿Está mal de la cabeza?
—Algo así. Dicen que cuando desaparecí, se puso peor. Pero siempre fue un poco extraño. ¿Qué sabes de él?
—Sé que vive solo en una tienda. Y elimina a todo soldado que le pase cerca. Parece ser muy poderoso. El General mandó a Emily en persona a matarlo.
—No te asustes, pero no creo que pueda con él.
—Pues si ella no puede, es probable que si no lo dejo antes, yo sea su próximo rival. Soy más dura que Mackintosh.
—Preferiría que no lo hagas, Nayla.
—¿Te preocupas por mí o por él?
—¿Qué puedo responder para que no vayas? Ya sé, que espero estés en nuestro bando, antes de eso.
—Jajaja. Igualmente, no sé qué harán mis subordinados. Voy a darles libertad de acción.
—Está bien.
—Otra cosa. Debes saber que así y todo, llevaríamos las de perder. El General tiene un numeroso ejército. Además el es muy, muy poderoso.
—Mira que somos fuertes. Yo no soy el mismo que conociste.
—No entiendo a que te refieres. Pero Falamar tiene, además de una gran luz; un poder diferente al resto. Lo vi usarlo una vez. En la primer guerra. Logra iluminar todo su cuerpo y va ampliando la luz como si fuera un globo que se expande. Pero no tiene punto ciego. Explota en todas las direcciones. El único pequeño defecto, es que tarda en volver a llenar esa luz. Pero es muy potente.
—Otra cosa, Nayla. ¿Qué hay de la nave? ¿La encontraron?
—Sí. Está siempre custodiada. Porque no tenía nada de batería. Creo que la llevaron a recargar. Pero como sabes, eso tarda mucho.
Se quedaron hablando un poco más.
—Creo que debiéramos irnos —dijo ella—. En cuanto lo decida, te haré llegar mi mensaje, de la misma manera. Y nos veremos nuevamente.
Se despidieron y antes de irse, se desearon buena fortuna.
Capítulo 16 – Emboscada
Los nueve rebeldes llegaron al lago Nuevo Huapi. El día estaba totalmente despejado.
—No veo a ningún espinoso —dijo Paloma.
—¡Espi! —gritó Jimmy.
—Esperemos un poco —agregó José—. Ya vendrán. Querrán verificar que no somos militares.
Luego de un par de horas, vieron salir a un portador, del lago. Era Espi.
—Al fin —comentó Paloma—. La verdad es que me estaba cansando de esperar.
—Hola Espi —saludó Jimmy.
—Hola Jimmy. Hola a todos.
—Veníamos a proponerte algo —confesó José—. Estamos preparando un ataque contra el General. Y queríamos saber si podemos contar contigo y los tuyos.
—Ustedes saben que nosotros no somos tan poderosos.
—Y tú sabes que pasará si nos derrotan. Tu raza deberá vivir oculta por siempre. Eso con suerte.
—Yo lo entiendo. Denme tres días para hablar con mi gente. En ese plazo tendrán nuestra respuesta.
—Está bien. Algunos de nosotros vendremos a saber de ti.
—¿No ha venido David? Al que yo confundí con el jefe militar. Es que mi hijo quería saludarlo.
El pequeño portador asomaba en el lago. Expectante.
—No. Él ha ido a una peligrosa misión.
—Cuando conté lo sucedido. Mi hijo, como la mayoría de mi pueblo, quedó agradecido de que no me matase. Yo lo hubiera hecho con él. Claro, pensando que era otro. En fin, les pido le lleven nuestros saludos.
—Con gusto —contestó José Luis—. Espero que la próxima vez, puedan dárselos frente a frente.
Los rebeldes se despidieron del portador y emprendieron el regreso.
—Ah, Nayla. Antes de que me olvide. Una amiga hizo algo para ti.
—¿Qué?
David le dio un colgante, que hizo Nancy. De la piedra amatista que rompió en su primera práctica con la luz.
—Gracias. Pero no entiendo.
—Es que quería que te agradezca, por haber hecho que yo vuelva con vida. Me dijo que si no era una trampa, te la diera de su parte.
David le contó brevemente la historia de los colgantes y Aífos la aceptó con agrado.
Cuando se terminaba de colocar el obsequio, sintió una pisada que rompía una rama en el suelo. En ese momento se percataron que los espiaban.
Nayla lanzó un rayo, el cual mató rápidamente a ese soldado.
—No sé si me siguieron, o averiguaron algo en la ciudad. Pero no podemos permitir que salgan de aquí. Si no, no podré regresar al campamento y hablar con mis subordinados.
Varios soldados comenzaron a atacarlos. David con una mano formó el escudo de energía y con la otra, utilizando cada dedo, arrojaba potentes haces de luz. Que derribaban fácilmente a sus enemigos.
—¿A eso te referías, David?
El joven asintió.
—El escudo lo aprendí de una persona a la que le estoy muy agradecido. Pero no puedo decirte quien es. Lo siento.
Nayla, mientras tanto. Formó el escudo con su mano izquierda y con la otra atacaba a los soldados.
—No nos distraigamos —pidió ella—. Si alguno escapa, será un problema.
Pero ninguno pudo hacerlo. Ambos revisaron la zona. Habían acabado con veinte militares. Una unidad completa.
—Realmente te has vuelto muy poderoso, David. Me impresionan esos rayos de los dedos.
—Eso es creación propia.
—Está bien. No iba a pedirte derechos de autor.
Ambos rieron.
—Ahora sí —señaló ella—. Nos veremos lo antes posible. Te lo haré saber. Tengo que ver, si me siguen mis subordinados, donde nos estableceremos. Porque claramente no van a aceptarnos en tu base. Sería una locura. Ya que un solo traidor, destruiría la resistencia. Así que ni te preocupes en hablarlo con tu gente.
El joven sabía que era cierto.
—Nos vemos.
Se despidieron con un beso en la mejilla y buenos deseos.
—No fueron malas noticias.
—Ni buenas —contrapuso Carlos—, Jimmy. Ahora hay que esperar.
—Ojalá que a David le haya ido bien —opinó José Luis.
—Me conformaría con que no haya sido una trampa. Si además, trae buenas nuevas, pues mucho mejor.
—¿Qué piensas hacer cuando regresemos a la Tierra? —Preguntó José Luis a su amiga.
—La verdad, es que lo veo todo tan lejano —respondió con algo de melancolía—. Últimamente, me cuesta pensar más que en el día a día. A veces me pregunto lo que estarán haciendo en casa. Digo, hace tanto que nos fuimos. Deben estar muy preocupados.
Los jóvenes siguieron conversando sobre su vida y su hogar por un largo período.
“Ya son míos. Además de los propios. Traje a los soldados de Nayla y Emily. No hay forma de que salgan de aquí”.
Los militares comenzaron a salir desde todas las direcciones.
—Quiero a dos con vida —ordenó el General.
—Paloma y Jimmy derribaron a varios. Pero las shuriken lanzadas por los soldados impactaron en tres de los miembros del equipo dos. Estaban rodeados.
—Disparen hacia allá —pidió José a Paloma y a Jimmy; señalando el lugar donde había menos enemigos—. Intentemos crear un pasillo momentáneo para pasar por ahí. Es difícil, pero es la única alternativa.
Los jóvenes obedecieron. Pero justo en ese instante, un objeto cargado con luz dio en el cuello de José. Quitándole la vida.
Carlos gritaba desesperado. El último miembro del equipos dos, pereció luego de luchar valientemente, contra la multitud de soldados.
—Corre Carlos —gritó José Luis—. O la muerte de tu padre será en vano. El joven soltó llorando la mano de José y pasó por el pasillo momentáneo, formado por sus dos amigos.
Otra piedra cargada, que iba a impactar contra Jimmy, fue frenada por el escudo de luz que formó José Luis, con una tabla de madera que llevaba para ese fin.
—Ahora es tu turno, Jimmy.
—¡Está bien! Pero no se retrasen.
José Luis Fernández, sabía que no podrían salir todos. Jimmy pasó con lo justo, pero el círculo se cerraba nuevamente. Paloma sola estaba deteniéndolos. Pero era imposible.
Falamar se acercaba a ellos. Los quería vivos. Para hacerlos hablar.
José Luis sabía lo que les esperaba si los capturaban. Miró a Paloma y esta pareció entender. Ella había eliminado a muchos, pero estando delante del General, solo atinó a hacer un ataque desesperado. Arrojó haces de luz contra él. Sin embargo, este los detuvo con los propios y con los mismos venció la resistencia de la muchacha. Haciendo que esta salga despedida unos dos metros hacia atrás y al suelo. Paloma estaba aturdida.
—Voy a divertirme contigo —expresó Falamar sádicamente, mientras se acercaba a Paloma—, hermosa.
José Luis tragó, sin pensarlo más, la pastilla para terminar con su vida. Y se puso frente a Paloma.
El General, lleno de ira por ver lo que había hecho el rebelde, lanzó un tremendo rayo al joven, terminando con su existencia.
—¡Noo! —Gritó Paloma. Mientras Falamar, arrojándose sobre ella, la golpeó en su cara con fuerza medida, lastimándola e intentando mermar la resistencia de la muchacha. Pero evitando causarle daños profundos.
La joven sabía lo que sucedería y luchaba para evitarlo. También tragó la pastilla encapsulada, que había puesto en su boca por precaución. Rogaba que Falamar no se diera cuenta, hasta que ya fuese tarde.
—¡Retrocedan! —Ordenó Falamar a sus soldados.
En esos momentos, Jimmy y Carlos lograban escapar de sus perseguidores. Tuvieron que quedarse ocultos por varias horas, para estar seguros.
David decidió no descansar en su viaje de vuelta. Prefería llegar lo antes posible a la base.
En el camino, pensaba en todo lo que tenía para contar. En Ailén y en Matías, que se había suicidado; pero que al fin y al cabo, eso le daba una oportunidad de reaparecer, si vencían.
“¿Qué hará Nayla?”.
A la base militar, llegó la capitana Nayla Aífos. Y fue directamente a ver al sargento Reyes.
—Tengo algo importante que decirte, Reyes. Pero antes dime que sucedió. Veo que hubo una contienda.
—Sí, mi capitana.
El sargento Reyes le contó lo sucedido.
—Entonces, ¿no pudo conseguir tomar prisioneros?
—No. Quedaban dos. Uno tomó una pastilla. Seguramente para quitarse la vida. Y el General, muy enfadado lo eliminó antes que la misma surtiera efecto.
—¿Y el otro?
—Era una joven. Falamar intentó tomarla por la fuerza. Aparentemente, ella también tomó el comprimido. A lo lejos, vi como el General enterraba el puño en la garganta de la joven. Estaba enojado porque no pudo lograr su propósito. No obstante, no se pudo ver a la distancia, si la muchacha estaba ya muerta cuando sufrió ese golpe.
—Así que intentó violarla —dijo Nayla con amargura—. Reyes.
—Sí.
—Tomé la determinación de abandonar el ejército de Falamar. Reúna a las tropas. Vamos al descampado. Ahí explicaré lo que he resuelto y daré libertad de acción a los soldados.
Gastón Reyes estaba asombrado.
—Ya mismo, mi capitana.
—Ah, Reyes. Muchas gracias por sus servicios. Yo voy a esperarlos al lugar de encuentro.
Emily Mackintosh, volvió de su fracasada tarea, de acabar con el Vampiro. Y fue a dar el informe al General.
—Mi señor. Como le estaba contando. Ese maldito es muy poderoso. Si me hubiera quedado, estaría muerta. Le pido que nos comande en persona, para acabar con ese peligro.
—Déjame interpretar. ¿Me estás pidiendo qué vaya en persona a pelear contra él?
—Usted es el único que puede vencerlo. Por supuesto que no estoy diciendo que sea un duelo.
—Ya veré en que momento puedo hacerme un tiempo. Ahora voy a ver algunas cosas. Puedes retirarte.
Emily Mackintosh sintió una descomunal decepción.
“No lo puedo creer. Sintió el peligro y lo evitó. Ni siquiera es porque esté seguro de perder. Solo ante la posibilidad de la derrota, prefiere no luchar. Maldición. ¡Nuestro líder es un maldito, aunque poderoso, cobarde!”.
Mackintosh se retiró y le vinieron ganas de devolver. No podía creer que había dedicado tanto tiempo y devoción, a alguien así.
“Tengo que hablar con Aífos y los otros capitanes”.
—¿Alguien sabe donde está Aífos?
—Fue hacia el descampado —contestó un soldado.
Emily Mackintosh se fue en busca de Nayla.
David Rosso después de mucho trajín, llegó a la base rebelde. Dispuesto a explicar lo sucedido.
Pero en cuanto ingresó, notó que algo había sucedido. No había nadie en la entrada.
“¡¿Habrá habido un ataque?!”
—¡David!
—Hola, Nadsuki. ¿Qué ha ocurrido? —Preguntó con temor.
—Es terrible —respondió poniéndose a llorar.
La joven le narró lo que había ocurrido, luego de que el fuera al encuentro de Nayla.
—¡Mierda! —Dijo con sentida pesadumbre—. No lo puedo creer. ¿Y dónde están todos? —David se agarraba la cabeza.
—Hay estado de alerta. No se sabe si habrán podido hacer hablar a alguno de los dos.
Ambos se dirigieron a la sala de reuniones y ahí estaban Mirta, abrazando a su hijo; Sasha, tratando de consolar a un devastado Miguel. Y los miembros del equipo siete, que estaban a pleno acompañando. Pero que no sabían que hacer ni decir.
—¡David! —dijo Ailén— Por un instante, ella no pudo disimular su alegría. Pero consciente de la situación, abrazó al joven con recato. ¿Te has enterado? ¡Es tremendo!
—Me ha explicado Nadsuki. Y sigo sin creerlo. Es muy, muy doloroso. Realmente los consideraba amigos.
—Hola David —saludó Nancy—. Al menos al verte tenemos una buena noticia.
—Creo que tengo más. Aunque no para compensar esto. Voy a saludar a Miguel y si quieren, luego vamos a mi habitación para que les cuente.
—Creo que deberías descansar un poco, creo.
—Es cierto, Facu. Primero saludaré aquí. Después les contaré a ustedes y posteriormente me iré a descansar. No he dormido nada.
El joven se abrazó con Miguel y estuvo un largo rato con él. Después fue unos momentos a ver a Mirta y a Carlos. Y procedió a ir a su habitación, junto con algunos miembros del grupo y García.
Al momento que empezaba el relato, de lo que había sucedido en el viaje. Golpearon la puerta y era Tofuca.
—David, ha llegado un mensaje de la ciudad. De la misma fuente que arregló tu encuentro con Aífos. Y al tenerte aquí, veo que no te fue tan mal. El mensaje dice textualmente “Triste pero tranquilo. Fueron parecidos, a tu querido amigo”. Seguramente acotado, para prevenirse de una posible fuga de información.
—Todavía no había llegado a contarles. Pero estoy seguro que se refiere a Matías. Nayla me contó que había tomado la pastilla. No fue él quien habló.
—Creo que podemos estar tranquilos —suspiró Tofuca—, por ese lado. No obstante seguiremos en alerta amarilla.
David volvió a su relato en forma cronológica. Para que no se le pase nada.
—Ese Santiago es una caja de sorpresas —comentó Takumi—. A veces buenas, otras no tanto. Pero nunca deja de asombrar.
—Nos alegra mucho que hayas regresado. Ahora descansa. Ya planificaremos. Seguro que te llegará el mensaje de Aífos, con su respuesta final. Sería muy bueno que se nos unan.
Todos se despidieron.
—¡Otra vez tuviste que combatir! —Manifestó Nancy refunfuñando.
—Antes de la cena —dijo Ailén—, si no has venido, vendré a despertarte para que comas algo. Luego si quieres, podrás seguir descansando.
El joven se sumergió rápidamente al mundo de los sueños. Ya habría tiempo, para la realidad.
Capítulo 17 – Amplificador de luz
Nayla Aífos, esperaba que el sargento Reyes trajera, a los que hasta ese momento, habían sido sus subordinados. Pero en su lugar, venía un solo vehículo, con una mujer dentro.
—Aífos —exclamó Emily Mackintosh—. Tengo que hablar contigo. Ahora. ¿Y qué demonios haces aquí? Ya me dirás, pero primero lo primero.
Nayla la miraba con tranquila expectación.
—Cálmate Mackintosh.
—No puedo hacerlo. ¡Es una farsa!
—¿Qué es una farsa? —A la capitana, ya le daba curiosidad, la desesperación de su colega.
—Todo. El General es un maldito cobarde.
—¿Estás intentando hacerme caer en alguna trampa? Sabes que conmigo no puedes jugar.
—¡Con un demonio! Escúchame.
—Espera un momento —dijo Aífos viendo que llegaban sus soldados—. En cuanto hable con ellos, seguiremos nuestra conversación.
—Mis valientes soldados. No voy a dar un gran discurso. Solo les informaré una decisión que he tomado. Y desde ya les digo, que tienen total libertad de hacer lo que les plazca.
Mackintosh estaba desconcertada, pero solo esperaba que Nayla termine con su discurso, para poder contarle lo sucedido.
—Me alejo del mando del General. No concuerdo con demasiadas cosas y por ello, he tomado esta decisión. Voy a unirme a los rebeldes, pero antes mandaré un mensaje a Falamar, explicando mis razones.
Mackintosh y los soldados escuchaban atónitos.
—Quien quiera seguirme puede hacerlo. Yo iré por ahora hacia el norte. Y el que decida seguir bajo el mando del General, se irá de aquí en paz. Al menos hasta nuestro próximo encuentro. Gracias por haber luchado a mi lado.
—Ven si quieres seguir hablando, Mackintosh. Luego puedes volver.
—Demonios, me has sorprendido, Aífos. Nunca te andas con pequeñeces.
—¿Qué era eso tan importante que querías discutir conmigo?
Emily le contó todo sobre el Vampiro.
—Así que David tenía razón. Sería peligroso luchar con él.
—¿Hablas de ese joven qué tuviste prisionero?
Nayla no respondió.
Ante su silencio, la oficial continuó con el relato.
—Cuando le conté al General, noté cierto temor. Tuvo dudas sobre si ganaría. Y prefiere no arriesgarse. Nunca pensé eso. Ni siquiera lo quiere intentar. Yo no le pedí que tenga un duelo individual. Solo que esté presente, colaborando. Pero no quiere que alguien dude de su poder.
—Es más valiente el que lucha sin saber si ganará —dijo Nayla en voz baja, pero audible—. Recordando lo que le había dicho, tiempo atrás, el que en ese momento era su prisionero.
—Es cierto —respondió Mackintosh. Quien seguía enardecida y no captó el ensimismamiento de Aífos.
—A no ser —advirtió Nayla—. Que esté buscando una forma de hacer segura su pelea.
—¿Segura su pelea? —Preguntó Emily desconcertada—. ¿Pero cómo?
—¿No haz notado, que últimamente no hemos sabido que hace, durante varias horas al día? Siempre está apresurado. Como cuando…
—¿Te refieres a la época…?
—Sí —afirmó Nayla—. A los tiempos en que buscaba desesperadamente el amplificador de luz.
—Pero eso es una maldita leyenda. Jamás existió.
—Lo sé. Pero por lo que deduzco. Es lo que está intentando encontrar.
—Más cobarde aún. ¿Dónde queda lo qué siempre nos pregonaba? La pureza del poder y todo eso. ¡Maldición!
¿Tendrá alguna pista, o algo qué lo haya hecho volver a investigar?
—Ni idea —respondió Mackintosh—. La verdad no me interesa.
“Voy a hablar con David. Que el averigüe con los rebeldes mayores. Si hay algo, es probable que ellos puedan ayudar”.
—Mackintosh —volvió a decir Nayla—. Habla con el Femante y con Fabricio Filippo. Quiero saber si estarán conmigo o seguirán con el General. Y por supuesto, decide tú lo que harás.
—Yo voy contra el General —confirmó Emily—. Luego veré si contigo, o no. Porque claramente, no tendría lugar con los rebeldes.
—Nos vemos luego.
Nayla Aífos se marchó al norte y todos sus subordinados la siguieron. Ella envió al sargento Reyes a la ciudad, enviando un mensaje para David Rosso.
—¿Cómo está Miguel? —Preguntó David, luego de descansar, a Ailén y a Facundo.
—Está muy deprimido, está.
—No es para menos —anexó Ailén—. Debemos darle nuestro apoyo.
—Sí —confirmó David—, está más que claro.
Los amigos se encontraron con Nancy y Nadsuki en la sala de entrenamiento.
—Nadsuki quiere mostrarles algo.
Los jóvenes accedieron con gusto.
Nadsuki Haruno traía un palo y lo cargó con luz.
—Lánzame un haz de luz, por favor, David Rosso.
—No le tires con todo —sugirió Nancy en voz baja.
El joven se lo arrojó y Nadsuki, en un movimiento veloz con su arma lo desvió.
Por favor, te pido que tires varios.
Él lo hizo. Hacia diferentes puntos. Y ella los desvió uno por uno, con una agilidad sorprendente.
—¡Wow! Nadsuki. Te felicito.
Nancy, Ailén y Facundo la aplaudieron. Y ella hizo una reverencia de agradecimiento, como era su costumbre.
—¿Vamos al comedor a beber algo? —Dijo Ailén.
Los jóvenes se dirigían hacia allí. No obstante, llegó Tofuca presuroso.
—David. Ha llegado un mensaje de Nayla Aífos. Quiere encontrarse urgente. Mandó las coordenadas del lugar. Es un descampado y está a solo dos kilómetros de aquí.
—¡¿Otra vez?! —Exclamó Ailén ofuscada.
—Probablemente tenga una respuesta, Ailu. Sería importante que se nos uniera.
—David, puedes traerla. Pero como precaución, deberías vendarle los ojos. Lo entenderá. No estaría mal que habláramos con ella.
—Intentaré. Pero no prometo nada. Es muy independiente.
—Mucha suerte.
—Luego iremos a tomar algo —dijo a modo de disculpa.
—Cuídate.
—Lo haré. Gracias.
El muchacho partió hacia las coordenadas indicadas.
No tardó demasiado en encontrar a Nayla.
—Hola, rebelde.
—Hola —sonrió el joven—. Espero que hoy no nos ataquen.
—Pues resultó peor para ellos.
—Jajaja. Es cierto.
—David, tengo algunas cosas que contarte.
—Te escucho.
La capitana narró lo que se había enterado, sobre la muerte de Paloma y José Luis.
—Gracias por contarme.
Ella sonrió.
—Y dime, Nayla. ¿Has decidido que hacer? ¿Te unirás a nosotros?
—Sí.
—¡Bien! Me alegro mucho —expreso David y dio un abrazo de unos segundos a la capitana.
—Eres muy efusivo.
El joven se sonrojó.
—Lo siento. Me dejé llevar.
—No te disculpes por eso. Fue solo un comentario. No dije que fuera algo negativo. Además, supongo que sabes que si no me cayeras bien, no te lo hubiese permitido.
Él sonrió asintiendo.
Ella también le dijo lo ocurrido con Mackintosh. Que esta posiblemente luche contra el General. Pero no iba a solicitar unirse a los rebeldes, por lógicas razones.
—Tampoco yo te pediría que luches junto a ella. Además, no es confiable. Pero es mejor que esté contra Falamar y no a favor.
—Gracias por entenderlo, Nayla.
Aífos le explicó que Emily hablaría con los otros dos capitanes. Sin embargo, no hay que tener esperanzas con ellos.
—De cualquier manera, creo que a grandes rasgos, son excelentes noticias, las que me has dado.
—Pero hay otro tema, rebelde.
—Me causa mucha gracia, que me sigas llamando así. Más ahora, que te estás uniendo a nosotros.
—Supongo que me costará acostumbrarme —respondió ella con simpatía.
—Ahora estoy intrigado, Nayla. ¿Cuál es ese otro tema?
Aífos le explicó lo que sospechaba sobre el ‘amplificador de luz’. Y que posiblemente el General lo estuviese buscando.
—Aunque a mí, me parece un mito. Quizás los rebeldes mayores, tengan información al respecto.
—Nayla. ¿Querrías venir a la base? Puedo llevarte, pero por esta vez, debería vendarte los ojos para el camino.
—Sé que está por aquí cerca, David. Sin embargo, voy a chocarme con todo.
—Sí confías en mí, dame tu mano y te guiaré.
—Está bien. Creo en ti. Sin embargo. ¿Qué dirá tu novia cuando te vea llegar conmigo de la mano?
El joven se ruborizó.
—Jaja. No estoy seguro de si ya es mi novia. Pero no dudo que entenderá. Es lógico que no pudiera dejarte caminar a ciegas sin guiarte.
Ambos se pusieron en camino. Nayla con los ojos vendados y encaminada por David.
Al momento en que los vieron llegar, Tofuca les dijo a todos, que esperen dentro de la base. Ya que la idea, era que ahí le quiten la venda de los ojos.
—¿Falta mucho, David?
—No, ya estamos. Puedes quitártela.
Cuando la capitana pudo ver nuevamente, estaba rodeada de gente desconocida y que la miraba con curiosidad.
—Hola —saludó.
Y la gran mayoría respondió cortésmente.
—Tráiganle algo de beber —pidió Tofuca.
La capitana estaba un poco cohibida por el recibimiento.
—Hola, me llamo Nancy y aprovecho para agradecerte personalmente, el haber hecho que David vuelva con vida de su cautiverio.
—Ah, sonrió Nayla. Yo te doy las gracias por el regalo que me enviaste. Es muy bonito —la capitana le mostró a la joven que lo llevaba colgado.
Ailén estaba agradecida, pero no sintió deseos de decírselo.
—¿Tienes hambre? —Consultó David.
—No, gracias.
—¡Grupo siete! —Llamó Rosso—. Reunión en la sala. Tofuca, García. Sí está en condiciones, también avísenle a Mirta.
Mirta asistió. Al igual que Carlos y Miguel.
—¿Quieres qué lo cuente yo? —David quiso que su invitada no se sintiera incómoda.
—No, está bien. Gracias.
Nayla relató los hechos. Quizás no con la misma desenvoltura que con David, sin embargo, no omitió detalles.
Miguel mantuvo silencio. Sin embargo, era notable como lo embargaba la tristeza. Y también el odio hacia el General.
—Está claro que no tiene límites —manifestó Sasha.
—En referencia al amplificador de luz —dijo Tofuca—. No creo que sea un mito. Les contaré la historia.
Carlos seguía muy mal, por lo de su padre. Pero no podía dejar de prestar atención; ya que el tema le preocupaba bastante.
—El 20 de febrero de 2010, uno de nuestros amigos más brillantes, llamado Carl William, dijo que había creado un amplificador de luz. Él era nacido en la Tierra, así que poseía la misma. La verdad es que la mayoría, entre los que me incluyo, fuimos escépticos. Carl lo sabía, así que dijo que antes de mostrarnos el aparato, lo probaría solo.
—¿Y qué sucedió? —Preguntó Ailén.
—Su hijo, nacido aquí, fue el único testigo. Tenía unos veinte años. Dijo que la luz de su padre, había sido absorbida por el amplificador. Que antes de morir, su padre le comentó, que solo una persona con una luz poderosa podría utilizarlo. Y que así y todo, este le causaría daños a largo plazo; pero irreversibles. También que nunca debió crearlo y que lo destruyese. Pero el no se atrevió a hacerlo. Y lo ocultó. Pocos días después, el hijo de Carl fue asesinado por error, mientras Falamar trataba de capturarlo. Se especula que quería información sobre el amplificador.
—O sea que no saben dónde está —comentó Carlos pensativo.
—Exacto. Puede ser muy peligroso. Sobre todo en manos de Falamar.
—Si no les molesta, vuelvo con mis soldados. Ya me contactaré. Si me necesitan, estaré al norte.
—Espera —llamó Tofuca—. Toma este comunicador y podrás hablarnos aquí directamente. Puedes irte ya sin vendas, Nayla Aífos. Pero te daremos una pastilla para que lleves. Y le explicó sobre la misma.
Ella saludó a todos y fue con David hasta la entrada de la base.
—Nos vemos, rebelde.
—Jaja. Adiós Nayla.
Nayla regresó y encontró a Emily Mackintosh, esperándola junto a sus hombres.
“No voy a contarle nada de los rebeldes. No es confiable”.
—¿Dónde te has metido? Tengo novedades importantes.
—¿Y cuáles son esas noticias tan importantes?
—Un momento. Todo tiene un precio.
—Estás más loca de lo que yo pensaba. ¿Es qué necesitas unas monedas para gastar en la ciudad? Pues sigue soñando.
—No me refería a eso.
—¿Entonces? —Preguntó Nayla, que comenzaba a fastidiarse.
—Me refiero a inmunidad. Por lo que los rebeldes puedan considerar crímenes. Claro que me refiero solamente al pasado. A partir de ahora, sería una aliada. ¿Puedes prometerme eso?
—¿Confías en lo que te diga?
—Nunca dejé de hacerlo. Jamás nos llevamos bien. Porque somos muy diferentes. Pero admito que eres confiable.
—Lo que puedo hacer, es hablar en tu favor. Pero no puedo asegurarte cual será el resultado.
—Tú dime que hablarás, haciendo tu mejor esfuerzo.
—Lo haré.
—Bien. Ahora voy a contarte lo que sé. Me he arriesgado al hablar con el General.
—Me intriga que le has dicho. Asumo que no le contaste que lucharás en su contra.
—Por supuesto que no. Me habría matado. Además, ahora no tendría nada para informar. Solo le dije que tú te habías ido con los rebeldes.
—Ya se lo informé por mi cuenta.
—Lo sé. Pero eso hizo que se abriera a contarme algunas cosas.
—Sigo esperando, Mackintosh.
—En primer lugar, te aviso, que como suponíamos, ninguno de los dos capitanes se aliarán contigo. El resto es sobre el amplificador de luz.
—¿Qué sabes?
—Antes de morir, el hijo de William, dijo que estaba escondida en una nave. Y que era muy peligrosa, ya que consumía luz del usuario. Luego murió, por un exceso en la presión para hacerlo hablar. El tema es que el General, siempre había buscado la nave de los rebeldes y ahora la tiene. Sus hombres intentan hallar cualquier diferencia, entre esa nave y las de Falamar. Porque al no saber que forma tiene el arma, se hace complicada la búsqueda.
—Tengo que admitir que es interesante la información. Si logras averiguar más que eso. Te aseguraré inmunidad por lo pasado.
—Eso quería escuchar. Entonces, me voy al campamento militar. Vendré a avisarte.
“Estoy convencida que quiere muerto al General, pero que si todo sale mal. Simplemente seguirá en su rol de capitana. No obstante, la información que trajo puede ser importante”.
La capitana Aífos, informó de la situación a la base rebelde. Donde le aseguraron inmunidad para Mackintosh, si es que traía más datos sobre el amplificador.
—Mi General —llamó un sargento—. Hemos encontrado una anomalía en la nave rebelde.
—Gracias Sargento. Buen trabajo.
Falamar fue a observar. Y efectivamente, en los propulsores, había un saliente de metal, que no figuraba en sus propias naves. Era de unos veinte centímetros de alto. El ancho y el largo tenían medidas similares, aproximadamente de un metro.
El propio General, con un cuchillo cargado de luz, simulando un abrelatas, fue cortando esta especie de caja, que se adhería a la pared.
—Lo tengo.
Dentro había un objeto con la forma de una escopeta. Su empuñadura era como la de una espada y en medio de lo que sería el caño, tenía un diamante del tamaño de un puño.
—Volvemos a Ciudad Militar —ordenó.
“Ahora solo necesita un par de días de carga”.
—Mi capitana —dijo el sargento Reyes—. Viene Mackintosh.
—Gracias.
Nayla pudo observar a Emily llegar con su vehículo.
—Como lo prometí. Traje información valiosa. ¿Recuerdas nuestro trato?
—Si es tan importante como dices. Podré asegurarte la libertad, por lo hecho en el pasado. No quiere decir que tengas carta blanca de ahora en más.
—Está bien. Estoy satisfecha con eso.
—El General ha encontrado el amplificador de luz. Calcula que requiere dos días de carga de energía solar. Y ya se dirige a Ciudad Militar. Una vez que esté hecho. Nadie podrá detenerlo.
Nayla estaba sorprendida.
—Así que era verdad. Mackintosh. Vuelve en unas horas. Y te diré los pasos a seguir.
—Entiendo. Sin embargo, no creo que tengan demasiadas opciones.
—Nos vemos luego.
En la base de los revolucionarios, recibieron las novedades por parte de Nayla Aífos.
Tofuca, García, Mirta y el equipo siete, se reunieron en la sala de juntas.
—Pues solo queda algo por hacer —comenzó David—. Hablar con los espinosos para ver si nos apoyan; hoy mismo. Y de acuerdo a eso, coordinar un ataque con Nayla. Yo diría que empecemos a trabajar en las dos alternativas, mientras un mínimo grupo, se dirige al lago a ver a los portadores.
—Hay un tema más —agregó Carlos—. También tendríamos que elaborar un plan extra, por si el amplificador de luz está cargado.
—Tienes razón —aceptó David.
—Yo prefiero salir —dijo Miguel—. Voy a aclarar más mis ideas.
Miguel y Jimmy fueron los encargados de ir a ver a Espi. Los demás se quedaron, intentando generar planes potables.
—¿Cómo estás Miguel? —Preguntó el joven mientras se dirigían al lago.
—Si te dijera que bien, mentiría. Pero la verdad es que prefiero salir y caminar, que quedarme encerrado.
El final estaba cerca. Solo faltaban unas cuantas vueltas, para saber de que lado caería la moneda.
Capítulo 18 – Ciudad Militar
En la sala de juntas, se desarrollaba una importante reunión.
—Sería bueno, poder ingresar a un grupo pequeño a la ciudad —comenzó a explicar David—. Para intentar destruir el amplificador de luz, antes que comience la batalla.
—Es muy difícil entrar sin ser descubierto —contrapuso Tofuca.
—Lo sé. Por eso, necesitaríamos de una distracción a gran escala, para poder alejar a muchos soldados. Para esta estrategia, sin duda, vamos a requerir los servicios de Espi y su pueblo.
—No quiero presionarte —mencionó García seriamente—, David. Pero esta vez, tienes que dirigir el ataque. Incluso organizar la coordinación entre nosotros; Aífos y sus hombres; y si aceptan, los portadores.
—Voy a hacerme cargo —respondió el joven, firme y decidido—, Ricardo. No hay tiempo para vacilaciones.
García agradeció con un gesto de aprobación. Y todos estuvieron de acuerdo.
—No quiero ser negativo —manifestó Takumi—. Pero parece una misión suicida. ¿Cuántos te parece qué debieran entrar antes a la ciudad?
—Voy a hablar con Nayla. Depende. Pero como estimativo, te diría que entre tres y cinco. Y lo más probable, es que una deba ser ella. Ya que es la única que conoce perfectamente Ciudad Militar.
—Ya sé —expresó Ailén conteniendo el enojo—. No digas nada. Otro que va a entrar seguro eres tú. ¿Me equivoco?
—No erraste —respondió el joven, fingiendo no darse cuenta del tono de Ailén—. Pero no nos apresuremos. Voy a llamar a Aífos para que venga. Posteriormente, esperaremos a que vuelvan Miguel y Jimmy con las noticias. Y de acuerdo a eso cerraremos un plan. Si les parece, tomemos un descanso.
David había hablado con mucha convicción y había captado la atención de todos. Y no era difícil, que accedieran a sus directivas.
Ailén lo alcanzó, mientras este se dirigía al comunicador.
El muchacho se comunicó con la capitana y le pidió si podía ir pronto a la base. Nayla accedió y quedó en llegar lo antes posible.
—Quisiera que estés cuando me reúna con Nayla.
—No hay problema —respondió Ailén contenta, aunque simulando indiferencia.
Mirta, García y Tofuca, fueron al comedor a beber algo, mientras hacían tiempo.
—¿Qué opinan? —Preguntó Tofuca.
—Me parece bárbaro —contestó Ricardo García—. Estábamos necesitando que lo haga.
—¿De qué me perdí? —Se intrigó Mirta.
—De David Rosso.
—Creo que siempre fue el líder —agregó Mirta—. Solo le faltaba convencimiento de que así era. Pero los demás lo aprecian y respetan. Incluso logró que se nos una Aífos. Y si los espinosos, también lo hacen, será en parte por él.
—Es cierto. Roguemos que nos alcance.
Nayla llegó a la base y preguntó por David.
—Hola rebelde.
—Hola, Nayla. Ella es Ailén Alimdul.
—Es un gusto conocerte.
—Lo mismo digo.
—Queríamos hablar contigo de algo importante.
—Adelante.
David le contó de sus planes para entrar a Ciudad Militar.
—Tú sabes que yo no tengo miedo, David. Pero hay un problema con tu estrategia. Si yo entro contigo, puedo dejar a Reyes al mando, pero no puedo garantizar que los soldados, lo sigan de la misma manera si las cosas se ponen difíciles.
—No lo había pensado.
—Hay otra alternativa, pero es un poco desagradable. Que entre contigo Emily Mackintosh.
—¡Esa basura! —Expresó Ailén con furia.
—Sí —respondió Nayla sin inmutarse. Además podría ser la solución, aunque arriesgada, para ingresar a la ciudad. Podrían ir disfrazados de soldados. Mezclados con un grupo que realmente lo sean.
—Admito que es una muy buena idea, Nayla. Pero crees que pueda confiar en ella. Al margen de mi repulsión.
—No es de confianza. Le diremos que te haga entrar seguro. A ti y a uno, o dos más. Y que si quiere, con eso de por realizada su tarea. Pero también le advertiré, que si te pasa algo y sospechamos que fue una traición. Ante la sola duda, morirá. Sabe que debe creerme.
—¿No es un poco complicado? —Consultó Ailén, preocupada—. ¿Qué ocurriría si cuando llegan los espinosos, decide salir el General; y con el amplificador?
—Lo pensé, More. Improvisaré si es debido.
—Mis soldados y yo te apoyaremos. Pero es cierto lo que dice Ailén.
—Les pido que confíen en mí. Haré lo necesario.
Ailén estaba algo angustiada y para esconder sus sentimientos, prefirió irse unos minutos con la excusa de buscar una bebida.
—Escúchame, rebelde. Tal vez tu novia no se haya dado cuenta. Sin embargo creo que tú intentarás matar al General, si ocurre lo que ella dijo. Y a pesar de lo que te conté sobre él. No se porque te aprecio tanto, pero tengo que insistir. Es una opción suicida. Piensa en otra cosa.
—Gracias —respondió David muy pensativo—, Nayla. Agradezco mucho lo que dices.
Ailén regresó y había mejorado su semblante.
—Tengo novedades —dijo sonriendo—. Bastante positivas.
—Dinos —pidió el muchacho—, por favor.
—No sé. ¿Qué les puedo cobrar?
—¡More!
—Jaja. Jimmy y Miguel regresaron. Con Espi.
—¿Espi?
—Espi le puso Jimmy al líder de los espinosos. O portadores, como se hacen llamar ellos mismos.
—¡Espi! —Sonrió Nayla.
Los tres fueron a buscar al portador, para conversar con él y organizar bien el plan.
Espi estaba junto a Jimmy y a Miguel. Luego de saludarse, David requirió que vayan los seis a la sala de juntas.
—Mi pueblo ha confiado en mí, amigo. Y también en ti. Acatarán lo que les diga. Con mayor razón, no puedo traicionar la confianza que nos han depositado. Y necesito hacerte una pregunta.
—Espero poder responderla —señaló David con cierta intriga.
—¿Realmente piensas qué podremos vencer? Y otra cosa, conozco tu fortaleza, pero, ¿será suficiente para combatir a ese tal General? Dicen que es terriblemente poderoso.
—Podríamos decir que va a ser facilísimo. Pero sería mentira. Lo que sí puedo asegurarte, es que dejaré mi vida en ello, si es necesario. Y como yo, todos nosotros. Además, si el arma nueva de Falamar, el amplificador de luz, es tan poderosa como se dice, no habrá lugar donde esconderse. Ni siquiera el interior de los lagos, mantendrán a tu raza a salvo.
Espi lo observaba pensativo.
—Está bien. —Resolvió—. Has hablado con sinceridad. Y los portadores no vamos a huir. ¿Tienes un plan?
—Sí. Los reuní a ustedes aquí para mostrárselos. Además, quiero que se conozcan. He aceptado conducir esto, pero la batalla no puede depender de una sola persona. Mírense a la cara y prometan que trabajarán en equipo, en la lucha que está por venir. Más allá de mi persona.
—¿Piensas morir, rebelde? —Preguntó Nayla.
—Claro que no. Pero debemos contemplar todas las opciones.
—Adoro tu optimismo —manifestó Ailén.
El joven detalló el plan.
—Ahora voy a pedir un voluntario del grupo siete, que venga conmigo y con Mackintosh.
—Yo iré —afirmó Ailén.
—También podemos con eso —agregaron Jimmy y Miguel.
—No, lo siento. Pero los traje a esta reunión porque ustedes también son referentes, al igual que Miguel. Y si algo me pasa dentro, los demás los seguirán en lo que decidan.
—¡David! —Reclamó Ailén—. Yo no soy ningún referente.
—Tengo que coincidir con David —contrapuso Miguel—, Ailén. Tú eres muy importante para todos. Si algo pasa, harán lo que tú digas.
—Es cierto, More. Lo siento.
La joven suspiró decepcionada.
El resto del equipo siete, fue a la sala de reuniones ante el llamado de sus compañeros.
Se les explicó el plan y hubo caras de asombro.
—Por supuesto que estoy abierto a otras ideas —aclaró David—. Si alguno quiere decir algo, este es el momento.
Nadie propuso algo nuevo. Así que quedaron en poner en marcha el plan al día siguiente, para terminar de concatenar las piezas.
—Yo voy contigo —declaró Facundo—, David. Supongo que a esta altura soy fundamental —dijo entre engreído y sonriendo.
Espi se fue hacia el lago y Nayla volvió con sus soldados.
—Mañana a eso de las cinco de la tarde —recordó David a la capitana—, iré a buscarte con Facundo.
—Cuento con eso. Adiós.
La base era pura adrenalina. Se sentía la tensión en el ambiente.
—David, quisiera hablar unas cosas contigo.
—Claro, More.
Los jóvenes fueron hacia la habitación de la muchacha.
—Quiero saber algo, David. ¿Me has elegido de referente para qué no pelee?
—Y yo que estaba feliz, porque pensé que querías despedirte de mí y desearme buena suerte.
—Obvio que eso lo voy a hacer. Pero por favor, necesito saber la verdad. Porque de ser así, no sería justo para con los demás.
—Te voy a ser completamente sincero. Estuve tentado a colocarte totalmente a salvo. Aún sabiendo que era injusto. Pero también te conozco y se que no me lo perdonarías. Te aseguro que tendrás que luchar, aunque eso no me cause ninguna gracia. Y claro, aprovecho para pedirte que no te expongas. No voy a estar cerca de ti, More y me preocupas. Sé que eres fuerte, pero no hagas locuras.
—Ahh. ¡¿Qué tendría que decir yo?! Al fin y al cabo, yo te salvé a ti de los espinosos. Jaja. Si tú vuelves —expresó poniéndose nuevamente seria—, yo estaré allí.
La joven se acercó a David y dio a este un beso en la mejilla.
—Recuerda que no quiero que sea como en las películas —dijo Ailén—. Que luego del beso ‘eterno’, alguno muere. Lo dejaremos pendiente.
El muchacho se iba a despedir, al momento que la joven le hizo otra pregunta.
—¿Cómo estás con el hecho de tener que ir a la batalla con Mackintosh?
—No muy bien, More. Lo hago porque se juegan cosas fundamentales. Pero que puedo decirte. Creo que entenderás, que no puedo olvidar tan fácil lo que me pasó.
—Lógico. Simplemente quería saber como te sentías al respecto. Y por supuesto que entiendo, que no lo tomes como algo normal. Además, todos te agradecen este esfuerzo.
David se marchó y se despidieron hasta la cena.
En el comedor, todo el mundo estaba alborotado.
—Aliméntense bien —sugirió Mirta—. Mañana será un día crucial en el destino de todos.
Al día siguiente, luego de almorzar, David y Facundo se despidieron del resto del equipo.
—Vamos a descansar un rato y luego nos marchamos —avisó David.
—Quédense tranquilos —manifestó Capicúa—. Que viene conmigo.
Ailén sonrió preocupada. Miguel les dijo que confiaban en ellos y hubo demostraciones de afecto de los demás.
—Esta vez no pierdas el colgante —amenazó bromeando Nancy a David.
—Adiós.
Los ojos de Ailén y David se cruzaron pero trataron de evitarse. Necesitaban estar concentrados y lo sabían. Ambos rogaban por el otro.
Por fin, partieron.
En el campamento de Nayla Aífos, se hallaba Emily Mackintosh.
—Está bien, Aífos. No es difícil para mí. Luego me voy. Y no, no voy a traicionar a tu rebelde. Los hago entrar y termina mi trabajo.
—Otra cosa. Los dejarás pasar a la casa de uno de tus soldados. Que ya esté muerto, claro. Y ellos conseguirán así, manejar sus tiempos.
—Listo, no hay problema con eso. No me pidas más nada. ¿Pero estás segura de qué podrán con esto?
Mackintosh. David, ahora es más fuerte que yo. Y por consiguiente, que tú.
—¿No estás exagerando? —Sabes que te respeto como guerrera—. ¿No querrás impresionarme?
—Para nada. Lo vi en acción. Mira, aquí viene con su amigo. Creo que se llama Facundo.
—Hola, Nayla.
—Hola, rebelde. Hola, Facundo.
Con Emily fue solo un saludo de cortesía.
—Mackintosh los guiará hasta dentro de Ciudad Militar.
Aífos les explicó a los jóvenes, lo que había hablado con Emily.
—Es perfecto. Así podremos sincronizar bien las acciones.
—Cámbiense de ropa. Deberán estar vestidos como mis soldados.
Los jóvenes se cambiaron en la tienda de Nayla.
—¿Estás preparado, Facu?
—Sí, amigo. Quédate tranquilo, que estás conmigo.
David se sonrió. E imaginó a Paloma retándolo, por ser vanidoso.
—Aífos —dijo Emily—, estos son los únicos subordinados que me seguirán en batalla.
Cuando estuvieron listos, se mezclaron con los diez soldados de Mackintosh y comenzaron el recorrido.
Iban en silencio y David no podía dejar de añorar.
“¿Qué estarán haciendo en casa? Mis padres; deben estar preocupadísimos; mi hermano antisocial —y se le escapó una sonrisa al recordarlo—. La escuela; a la que jamás pensé que extrañaría. Ailén; ¡por Dios que no le pase nada! Matías; que si todo sale bien, hasta quizás podamos recuperarlo. No lo sé. Paloma; a quien conocí hace poco tiempo y fue una amiga estupenda. José Luis, quien nos sirvió de apoyo en los momentos en que nos resultaba difícil pensar con claridad. Hasta Micke; que dio su vida por ayudar a su equipo. Y en todos los amigos que dejo en el grupo siete. Este es el último momento en el que voy a poder dedicarles mis pensamientos y quiero aprovecharlo. Luego, seguramente estaré demasiado ocupado; para bien o para mal”.
Ambos jóvenes miraban el paisaje. Sabiendo, que posiblemente sería la última vez. Estaban jugados a su destino.
En la base rebelde, muchos pensaban y pedían por ellos.
El camino se hizo largo. Más de lo esperado. Quizás por la incertidumbre.
—Ahí está —dijo Mackintosh en voz alta cuando tuvieron la ciudad a la vista.
“Espero que no sea una trampa. Y que esta maldita no nos traicione”.
Los guardias saludaron con respeto a la capitana Mackintosh. Y abrieron paso al pelotón. Todo estaba saliendo bien hasta el momento. Pero los jóvenes sabían que debían estar atentos.
La ciudad era imponente. Efectivamente, no hubieran podido entrar por la fuerza. Al menos no, sin un costo de vidas elevado.
El nerviosismo acosaba a los jóvenes, ante cualquier mirada.
—Emily —llamó el Femante.
Los corazones de los jóvenes parecieron detenerse.
—Ya voy, Ariel.
—Esa es su casilla —esbozó en voz baja a los rebeldes.
David ingresó el código de Mackintosh, para abrir cualquiera de las casas de sus subordinados. Curiosamente 666 era el número elegido por Emily.
Ingresaron y vieron una casa mediana, sencilla pero completa en cuanto a artefactos. Había un aroma a abandono. Quizás porque no había entrado nadie desde que el soldado había perecido. Como estaban en pleno conflicto, no se había procedido con la limpieza del lugar, ya que al ser un soldado raso, no era requerida su propiedad para nada en especial, como sí lo hubiera sido, seguramente, la casa de un sargento o claro, capitán. Que por sus dimensiones y lujos, serían solicitadas con premura y asignadas por el General, según la jerarquía del soldado.
Por lo que pudieron ver de la ciudad, era muy diferente a las otras. Las casas eran de colores opacos y de formas muy básicas. Y las calles angostas. Como una maqueta de un principiante.
—Debemos esperar un poco más, Facu. Parece ser que no nos traicionó, después de todo.
—Es cierto. Igual estemos atentos.
Faltaba solo una hora, para que comience a ejecutarse el plan. Las cartas estaban esperando a ser echadas.
Capítulo 19 – Orgullo
Facundo y David observaban los opacos colores en la casa del soldado.
—Después de todo lo que pasamos —destacó David observando el lugar—, sería triste que estas fueran nuestras últimas imágenes.
—Quédate tranquilo, amigo, quédate. No lo serán.
Los minutos pasaron muy lentamente. Pero al final, llegó la hora cumbre.
—Van dos minutos pasados y no escucho nada —manifestó Facundo.
Justo en ese momento, se escucharon ruidos y gritos de alerta, que presumían una alarma en la ciudad.
—Debe ser Espi —comentó Capicúa—. ¡Fantástico!
Ambos jóvenes esperaron unos pocos minutos antes de salir de la casa. Iban por el amplificador de luz. No obstante, era muy probable que esa búsqueda, también los encontrara con Falamar. Deberían ir con precaución.
Emily Mackintosh, elucubraba sus propios proyectos.
“Escucho a los espinosos afuera. Ya comenzó el plan de los rebeldes. Yo solo debo asegurarme de caer parada, pase lo que pase.
Mi peor opción, es si triunfa el General. Simularé que nada pasó y que sigo siendo leal a ese bastardo cobarde. Quizás algún día se me presente una oportunidad, para derrocarlo por mi cuenta. La verdad, prefiero que Falamar muera y quedarme tranquila.
Mi segunda chance, es que ganen los rebeldes. En ese caso estoy bien. Ya que hice lo que me dijeron sin chistar. Y creo lo que prometieron. Lo único malo, es que no se si voy a tener posibilidades de tomar el poder, una vez que formen un nuevo gobierno. Igualmente, entre las dos, prefiero esta, sin dudas.
Sin embargo, se me ocurre otra posibilidad. Que sería la ideal. Si logro aprovechar la confusión, en la batalla que se aproxima y obtener el amplificador para mí. Mataría al General y a los que se me opongan y sería, de manera instantánea, la nueva líder de Principal”.
Mackintosh comenzó a buscar el amplificador de luz.
—¿Me mandó llamar, señor? —Consultó en tono respetuoso, el capitán Filippo al General, que estaba en su importante residencia.
—Sí. Quiero que salgas y aplastes a esos espinosos. ¿Cuántos se dice qué son?
—Unos cien. Hace tiempo que no encontrábamos un grupo tan grande.
—Ve con todos tus soldados. Solo déjame un pequeño puñado con vida. En unos momentos, iré a probar el arma. Aunque tenga poca carga, servirá para verla funcionar.
Filippo fue a cumplir con las órdenes de Falamar.
—Vamos —dijo David—. Ya es hora.
Los jóvenes salieron de la casa, con su vestimenta militar. Aprovechando la confusión en las afueras de la opaca ciudad. Caminaban bien cerca de la pared, como si eso pudiera evitar que alguna mirada los reconociera. Se dirigían a la casa del General.
—Es ahí —sugirió David—, o en la cámara de tiempo. Eso es lo que me recomendó Nayla. Espero haber entendido bien las instrucciones de cómo llegar a cada lugar. Ya que no hay posibilidad de preguntar a nadie aquí dentro.
—Recuerden que necesitamos a un pequeño grupo con vida —ordenó el capitán Filippo a sus soldados—. ¡Ataquen!
El combate comenzó casi en la entrada de Ciudad Militar. Unos cien portadores contra los ciento veinte efectivos de Fabricio Filippo.
Los espinosos eran desordenados. No obstante, atacaban con ferocidad con sus espinas.
Los soldados estaban más organizados. Algunos lanzaban objetos con luz. Otros atacaban con palos cargados y los sargentos y el capitán, disparaban haces de luz a discreción. Gracias a estos últimos, se producía la mayor diferencia en el combate. Y a pesar de que perecieron unos veinte subordinados de Filippo; las bajas de los portadores llegaban a más de cincuenta. En ese momento comenzaron a retirarse hacia el bosque y los soldados a perseguirlos.
—Recuerden que si no dejamos sobrevivientes, el General nos castigará. Al menos quiero a diez con vida.
Los cuerpos de los verde oscuros, caían sobre el suelo de Principal. Se estaba convirtiendo en una masacre. Los militares enceguecidos por su fácil victoria, iban con saña contra sus presas.
—¡Turbiteeeee graasnaahh! —Espi con otros trescientos portadores, lanzaron el contraataque desde el bosque.
—Ve a contarle al General —ordenó Filippo a un soldado, mientras se preparaba para una lucha más dura.
—Esto es todo lo que puedo hacer —manifestó Espi en voz baja—, David Rosso. Es lo que nos queda.
La lucha estaba empezando a darse vuelta. Por el número de espinosos. Aunque seguía siendo pareja.
—Aguantemos unos momentos hasta que lleguen los refuerzos —exigió el capitán.
“Ahí está el General con el amplificador de luz”.
Mackintosh observaba con ansia al General, quien se encontraba en la puerta de la cámara de tiempo. Tenía el amplificador de luz en su mano derecha. Aunque no lo sostenía del mango. Que por lo que ella tenía entendido, era el lugar adecuado para poder disparar luz con el mismo.
—Ahí estás —dijo Falamar—, ¿quieres probar el arma?
—Claro —respondió ella, simulando indiferencia.
—Pues tómala y ve a ayudar a Filippo, para terminar con este ataque de los espinosos. Que parece ser más grande de lo que me figuraba en un principio.
Muy cerca de allí, acababan de ocultarse David y Capicúa; quienes habían escuchado al General. Los jóvenes se escondieron tras la pared, que daba a la esquina más cercana de donde se encontraban Falamar y Emily. A unos cuantos metros de distancia y hablando muy bajo.
—Esperemos a ver que sucede —pidió Facundo—, esperemos.
—No confío en Mackintosh —contestó el joven Rosso.
—No hay alternativa. Veamos que hace ella con el arma.
—Está bien, de cualquier manera, será menos difícil intentar luchar contra uno solo, máxime teniendo en cuenta de que tienen el amplificador de luz.
“Pobre idiota. Este será su último error”.
Emily tomó el arma por el mango.
Antes de que pudiera decir o hacer algo. Ocurrió, ante la sorprendida mirada oculta de los jóvenes rebeldes, un hecho inesperado. La capitana pareció quedarse adherida al amplificador. Era como si se estuviera electrocutando. Se podía ver luz emanando de ella hacia el arma. Los ojos de esta, aterrados y asombrados por lo que ocurría. El amplificador de luz la estaba absorbiendo. Pero no su cuerpo, si no su energía vital. Cuando por fin terminó, al cabo de unos treinta segundos, Mackintosh cayó al suelo. Con vida, pero totalmente debilitada.
Facundo y David se miraban atónitos.
—Lo siento Emily —dijo sonriendo el General, mientras ella sufría convulsiones en el suelo—. ¿Crees qué no sabía que deseas mi lugar? Eres una ilusa. Pero me has servido de algo. Resulta ser que el amplificador de luz, requiere no solo de energía solar.
Emily Mackintosh lo miraba desde el piso, con cara de dolor y odio.
—Vas entendiendo. Esta arma consume al que la usa. Si tiene poco poder, el que la toma, muere rápidamente. En tu caso, has sido muy útil. Y por lo que veo, no llegó a matarte. Ahora que está más cargada, yo que tengo más luz que tú, podré utilizarla sin riesgo mortal, para eliminar de una vez por todas a esos espinosos.
Emily quería insultarlo, pero la voz no le salía.
David, a pesar de odiar lo que Mackintosh le había hecho, estaba indignado por lo que sucedía.
—¿Estás contenta? —Expresó Falamar a modo de consulta—. Y sin mediar más palabras, lanzó un haz de luz a la indefensa capitana, quitándole la vida.
—Es ahora o nunca Facu.
David corrió hacia Falamar, haciendo una diagonal, arrojándole un rayo con un dedo, al amplificador de luz. Pero no lo destruyó.
—Veo que hay basura dentro de mi ciudad. ¡Idiota!, tuviste mala suerte. Lo marcaste, pero supongo que la reciente carga de luz, blindó a mi preciosa nueva compañera.
Falamar apuntó a David con el arma. Hizo un gesto de dolor. El amplificador le quitó algo de energía. Pero no la suficiente como para detenerlo. En el momento en que iba a efectuar el disparo, otro rebelde apareció desde el lado derecho del General. Facundo apuntó directo a Falamar y le arrojó un rayo. Al mismo tiempo desde la izquierda, David se arrojó hacia delante, dando una vuelta carnero en el piso y parándose, presto a arrojarle rayos, con todos los dedos de sus manos.
Falamar disparó el amplificador, e intentó cubrirlo con un escudo de luz con la otra mano.
El arma arrojó un haz de un grosor de unos quince centímetros de diámetro. Atravesando el corazón del joven rebelde. La potencia fue tal, que siguió atravesando la ciudad, hasta dejar un orificio en la pared que rodeaba a la misma. Era imposible de detener, incluso para el femante grueso que cubría el muro. De hecho, el haz había atravesado todo a su paso, como los muros de las casas.
El General sonrió extasiado.
—¡No! —Gritó David, con incredulidad y dolor—. ¡Facundo!
En cuanto apuntó con el arma hacia el otro rebelde. Notó que no le estaba causando ningún desgaste físico.
—¿Qué sucede? —dijo Falamar mirando el amplificador.
Alguno de los rayos de David, habrían atravesado el escudo de luz, inutilizándola.
—¡Maldito apestoso! ¿Crees qué con esto ganaste? ¡Estoy enfurecido! Voy a matarte, rebelde. Violaré a sus mujeres y masacraré a tus amigos. Los haré sufrir, hasta que rueguen que los mate.
—¿Vas a seguir hablando? —Interrumpió David, con aspecto serio e indiferente a las palabras de Falamar—. ¡Basura! —declaró—. Mataste a Facundo y a mucha gente valiosa. No vales ni siquiera estas palabras. Al menos, muere en silencio.
En las afueras de la ciudad, algo importante se desencadenaba. Y toda la atención militar, estaba centrada allí.
—¿Están listos? —Preguntó Nayla Aífos a Miguel y a Ailén.
Detrás de una colina, a unos cien metros de donde combatían los portadores, en contra de Filippo y su gente, se hallaban los treinta y cinco rebeldes restantes y Aífos con sus sesenta subordinados.
—Nunca estuve tan preparado para algo —respondió Miguel.
Aífos sonrió.
—Bien. Ustedes sigan hasta la ciudad y nosotros iremos apenas derrotemos a estos.
Los soldados de Nayla, ahora vestían una letra A en lugar del símbolo que marcaba su rango.
El avance se produjo de inmediato.
El capitán Filippo, había logrado ya emparejar el combate con los espinosos. A base de su mayor poder, estaba reduciendo drásticamente el número de portadores.
Espi se sintió algo aliviado, al observar la llegada de Nayla y sus subordinados. Por el contrario, Filippo pensó en ese instante que estaba perdido.
Sin embargo, la ayuda para el capitán se acercaba. Ariel Gorostiaga, llamado por todos el “Femante”, llegaba para unirse a la batalla.
El grupo siete comandaba el avance de los insurrectos, que siguieron hacia la ciudad. Pero el As, pudo ver la llegada del Femante al enfrentamiento.
—Ailén, no podemos perder allí. Y me preocupa que Aífos sola, no pueda contra dos capitanes. Me quedaré aquí hasta cumplir con nuestros aliados. Tú comanda la entrada a la ciudad.
—Está bien —respondió Ailén Alimdul, pero con dudas.
“¿Me seguirán a mí?”
—Voy contigo —señaló Nadsuki Haruno a Miguel.
—¡A la ciudad! —Gritó Ailén.
La desconfianza de Ailén se disipó en un instante, cuando todos los rebeldes la siguieron sin vacilar.
Nayla Aífos se encontró al fin, con Filippo. Y sin mediar palabras empezaron la lucha. Los rayos de luz de ambos chocaban y se desintegraban entre sí.
—Me pregunto, si realmente eres tan fuerte como dicen —dijo el capitán.
—Lo bueno para ti, es que morirás con una respuesta.
Los dichos de Nayla enfurecieron al capitán. E hicieron que este lance haces de luz con todas sus fuerzas. Nayla Aífos los contuvo con esfuerzo, utilizando su clásico escudo de luz. Posteriormente con ambas manos arrojó rayos a las rodillas de Filippo y este cayó al suelo pesadamente. Desde ahí mismo intentó responder, pero Nayla fue más veloz y volvió a impactarlo, esta vez en el torso. Matándolo.
Los árboles del lugar, estaban siendo testigos privilegiados de la feroz guerra.
En otro sector del terreno, Miguel y Nadsuki, tras vencer a varios soldados, llegaron hasta el Femante. Este a su vez, estaba eliminando con sus propias manos, a varios espinosos y a subordinados de Aífos. Los trituraba con las manos. Poseía una fuerza física extraordinaria.
Al momento en que vio a los dos jóvenes del grupo siete, el Femante arrojó unos haces de luz, pero Nadsuki los despejó con facilidad, empleando un palo cargado con luz, el cual manejaba con mucha destreza.
—No tiene potencia en sus rayos, Miguel Fernández.
—Lo he notado.
—Al parecer su cualidad es la lucha cuerpo a cuerpo.
—Vamos a darle gusto —sugirió Miguel mientras se acercaba a Gorostiaga.
Miguel golpeó el rostro de su rival con un potente jab. Este lo sintió, pero volvió al ataque. Lanzando golpes con fuerza, pero no con suficiente velocidad, como para poder asestarle un golpe al campeón del mundo. Miguel seguía aplicando puñetazos de diversa índole. Y lograba mermar la resistencia del Femante. Sin embargo, este lo pudo atrapar con una mano en el cuello y lo levantó del mismo, sosteniéndolo en el aire.
Nadsuki se acercó rápidamente y golpeó con una patada la rodilla del enorme capitán, haciendo que este afloje su presión sobre Miguel. Pero el oficial golpeó con la otra mano a la joven. Esta se cubrió y fue arrojada hacia atrás, no obstante sin recibir mayores daños.
Miguel aprovechó esos instantes de duda del Femante y pudo soltarse del agarre. Entonces se plantó con seguridad e inició una serie de ataques, con mayor fuerza que al principio, como si hubiera soltado toda su energía. Esta vez el enorme Gorostiaga sentía los puños del As y retrocedía contra su voluntad. Hasta que cayó sin sentido al verde suelo del bosque.
Miguel y Nadsuki se miraron con satisfacción.
—Vamos con el grupo —manifestó la joven.
Pero al momento que dejaban el lugar, sintieron pasos rápidos acercándose y un grito de cólera.
El Femante, que se había levantado corría hacia ellos, con ferocidad ciega, aunque muy dañado físicamente. Fue Nadsuki quien ágilmente golpeó su rodilla izquierda, frenando su carrera. Y en un abrir y cerrar de ojos, hizo lo propio con la otra pierna y cuando el gigante caía, la joven le golpeó el cuello, con su mano derecha muy firme, haciéndolo perecer.
Con la muerte de ambos capitanes del gobierno, la batalla daba un vuelco definitivo. Los soldados no podían contener a los portadores y a Nayla Aífos con sus propios subordinados.
El resto de los rebeldes, se encontraba ya en la puerta de la ciudad y cuarenta soldados del General, habían salido a frenarlos.
Ailén, quien iba delante, lanzó un cuchillo con cada mano, adheridos con hilos de luz y enroscó a tres soldados con cada uno. Posteriormente tiró de ellos y eliminó a los seis. Jimmy lanzaba rayos de luz y derribaba enemigos a distancia, mientras Nancy lo protegía de los rayos de un sargento, con un escudo de energía, que no estaba muy bien logrado, pero que podía fácilmente frenar los haces de luz de un suboficial.
El equipo siete lideraba el ataque y estaban venciendo rápidamente a los soldados.
—Cierren las puertas —gritó un sargento desde dentro de la ciudad.
Estas obstruyeron la entrada.
—Jajaja. ¿Y quién va a matarme? Por la descripción que me dieron, tú no eres el famoso “Vampiro”.
—No, claro que no. Pero soy más que suficiente para ti.
El General lanzó un rayo de luz. El joven rebelde generó un escudo y lo detuvo con esfuerzo. El contraataque no se hizo esperar. David hizo lo propio y Falamar también se defendió con un escudo de luz.
—Anteriormente me atacaste con mayor fuerza. ¿Me estás probando, rebelde? Mira que no tendrás una segunda oportunidad.
Mientras cerraba sus palabras, el General proyectó un ataque con mucha potencia y David tuvo que protegerse con ambas manos. No obstante fue movido hacia atrás. Sin espera, David Rosso expulsó rayos con los dedos de su mano derecha y esta vez fue el militar, quien a pesar de poder protegerse, se vio obligado a retroceder.
—Ya verás, insurrecto.
El General comenzó a emitir luz, alrededor de todo su cuerpo. Cada vez más brillante. El joven recordó lo que le había comentado Nayla Aífos.
De pronto el crecimiento de la luz, se expandió fuera del General y a una velocidad vertiginosa creció en todas las direcciones. Se retorcieron paredes de casas cercanas. David intentó disparar con sus dedos, sin embargo no pudo atravesar la gigantesca ola de luz. Solo atinó a formar escudos con ambas manos. Al impactar contra esa inmensa masa de energía, fue violentamente arrojado por el aire y hacia atrás. Chocando contra una vivienda y cayendo al suelo.
Había objetos de todo tipo, rotos en el piso. El muchacho estaba consciente pero muy aturdido. Tirado, con las palmas de sus manos, sentía unos vidrios, rotos por la explosión, que molestaban su tacto. Intentaba hacer un esfuerzo y levantarse. Pero se estaba complicando y presentía que el General se acercaría a terminarlo, aunque el no pudiera verlo en esos momentos. Estaba débil, pero Falamar no lo mataba.
“¿Qué sucede?”
En la entrada de la ciudad, se habían congregado las fuerzas revolucionarias. Las cuales habían resultado victoriosas de la terrible batalla que acababa de finalizar.
Sobrevivieron unos cien portadores, Nayla y veintitantos soldados y alrededor de veinticinco rebeldes. El grupo siete, salió indemne en este combate.
Los militares dentro de las murallas, alcanzaban a ser ciento ochenta. Pero no se atrevían a salir a combatir. Se preguntaban donde estaba el General. Sin saber siquiera, que habían entrado rebeldes a la ciudad. En ese momento vieron un destello muy intenso, que provenía cerca de la zona de la cámara de tiempo.
Una unidad de veinte soldados, fue asignada por un sargento a investigar.
Sin decirlo en voz alta, para que no escuchen los militares; los revolucionarios tenían el interrogante de David y Facundo.
—Confiemos en ellos —pidió Miguel para tranquilizar a los guerreros.
El resto del grupo siete, Nayla y Espi, que habían percibido, asintieron con moderado optimismo. Nadie quería pensar en que podían haber fallado. Y mucho menos, que se cruce la idea de que estuvieran muertos. Aunque una cosa iba adherida a la otra.
David logró levantarse y pudo observar al General, que había consumido mucha energía en ese ataque. Y que claramente, ese era el motivo por el cual su vida continuaba. Pero ya estaba reponiéndose. Venía el siguiente embate.
Falamar se acercó más al joven y comenzó a iluminarse. David decidió volver a dispararle con sus dedos. Y si bien la fuerza del General, era algo menor al anterior ataque, el resultado fue similar. Esto se repitió nuevamente.
“Falamar está perdiendo fuerza. Pero yo también y sigo sin poder penetrar su defensa. Si sigo así, será mi fin. En el próximo ataque, solo me cubriré con dos escudos y trataré de juntar luz para más tarde. Es mi única esperanza”.
David hizo efectiva la estrategia y a pesar de que el General bajaba levemente su intensidad, el joven resultó muy golpeado. Sin embargo ahorró un poco de energía.
“No puedo más. En este ataque no me cubriré. Si no lo logro, moriré. Pero ya no resistiré estos embates”.
—¡Maldito rebelde! ¡¿Qué demonios esperas para morir?!
Esta quinta vez, David contraatacó con los diez dedos y sin formar ningún escudo. Los poderosos haces de luz, parecían enfrentarse con la inmensa energía que emitía el General.
Y las dos cosas ocurrieron casi al mismo tiempo.
La explosión de luz de Pedro Falamar, volvió a lanzar por el aire al rebelde. Pero esta vez. Los rayos del joven penetraron esa especie de burbuja antes de que estalle, impactando en el cuerpo del General, e hiriéndole gravemente.
Los dos cayeron.
David recordó las palabras de Nayla Aífos.
“El control central de las puertas de la ciudad, se encuentra junto a la cámara de tiempo”.
El joven rebelde intentó incorporarse, pero se tambaleaba. Observó al General en el piso. No obstante, no tenía las suficientes fuerzas para llegar hasta él y luego tener que ir hasta los controles. Ni tampoco para rematar a Falamar con un rayo. Debía administrar su energía. La decisión fue dejar entrar a sus compañeros. Aceleró el paso como pudo y logró ver los controles. Era un simple botón redondo y grande de color verde. Al momento en que iba a presionarlo, escuchó acercarse a un grupo de gente y supuso que eran soldados. Sin más, lo accionó y sintió en su espalda un dolor agudo. Al girar y antes de caer, advirtió a Pedro Falamar que con sus últimos rastros de luz, lo había atacado, aunque no con una gran potencia. Sin embargo, ese fue el acto final en la vida del General.
Un grupo de veinte soldados se acercaba y el joven supo que debía usar algo más de luz, o estaría muerto.
David quedó sentado, apoyando la espalda contra la base de los controles maestros. Tenía mucho sueño y su vista se nublaba. En ese instante, alcanzó a escuchar que el General había muerto.
Oía gritos, pero así y todo, entró al mundo de los sueños.
Capítulo 20 – Crónicas
Las puertas se abrieron y se preparaba el combate final.
—¡Ríndanse! —Ordenó Nayla Aífos—. El General ha muerto.
Ella no sabía eso. Simplemente supuso que podía ser posible, ya que de que otra manera se abrirían las puertas. No obstante, podía ser una trampa y que Falamar los aniquilara a todos al entrar, con el amplificador de luz.
Se generó una tensa calma. De pronto, el comunicador (dentro de Ciudad Militar era el único lugar en que los militares podían comunicarse de esa manera) de un sargento sonó y este se lo colocó en su oído. Su cara le confirmó a Nayla y al resto de los renegados, que sus sospechas eran ciertas. Pero no sabían por qué no estaban Facundo y David a la vista.
—Detengan todas las hostilidades o no tomaremos prisioneros —volvió a mandar Aífos.
El sargento esta vez asintió y repitió el mensaje al soldado que había confirmado la muerte de Falamar. Este a su vez, dijo al resto que no toquen al rebelde tirado contra los controles, o todos morirían.
—Busquemos a David Rosso y a Facundo Luzorne —pidió Ailén Alimdul.
El sargento dio el aviso de que sabía donde estaban.
Nayla, Espi y el grupo siete, se dirigieron al lugar a toda prisa.
—Trae las medicinas —ordenó Aífos al sargento Reyes y este se apresuró a obedecer.
—Ahí está Facundo —señaló Nadsuki.
Sasha Safarova fue la primera en acercarse y comprobar que estaba muerto.
Estaban consternados y las noticias seguían llegando con una velocidad tal, que no daban tiempo a analizar los hechos, ni los sentimientos.
—Ahí está el General —dijo Nayla.
Carlos se acercó y confirmó lo que había dicho anteriormente el sargento.
—¿Dónde está David? —Preguntó Ailén al borde de las lágrimas.
—Seguro está ahí dentro —respondió Aífos—. Vamos. Ahí donde entran tus amigos y el espinoso.
Nancy, Jimmy y Espi, fueron los primeros en entrar a la cámara de tiempo. Ahí estaba David. Sentado con la cabeza caída y sin sentido.
La joven le tomó rápidamente el pulso.
En ese instante entraron Ailén y Nayla.
Nancy lloraba y las caras del grupo se adherían a la muchacha.
—Todavía tiene. Pero está muriendo.
Nayla le colocó el cicatrizante molecular en la herida de la espalda.
—Está muy mal. No es este el mayor problema. Parece que tuviera daños internos. Seguro el General lo atacó con su poder especial. Admiro que David lo venciera. Pero, a que maldito costo.
En ese instante entró Miguel.
—Hablé con Tofuca y viene hacia aquí con un móvil y elementos de medicina de urgencias.
—A… migo —expresó Espi con tristeza.
Nancy abrazó a Ailén, que no podía contenerse.
El ejército militar se había entregado y puesto a disposición de Nayla Aífos.
También apareció el cuerpo de Emily Mackintosh. Y el amplificador de luz, que ya no funcionaba.
En pocos minutos llegaron Tofuca y Mirta. Esta estaba muy feliz de ver a su hijo sano y salvo.
—Ya hablaremos —le dijo—. Ahora tratemos de salvar a David.
—¿Vivirá? —Consultó Nancy.
—Eso espero. Trajimos una cápsula para internarlo unas horas, aquí mismo. No hay tiempo, ni conviene trasladarlo. Les pido que salgan.
Se colocó al joven en el galpón considerado la cámara de tiempo.
Todos menos Tofuca y Mirta, salieron del sitio.
—Pobre Facundo —dijo Sasha—. Ahora cuando se despierte David, seguro nos contará que le pasó.
Ailén aceptó el comentario con agradecimiento.
—Aífos —preguntó Miguel—. ¿Ganamos la guerra?
—Claro. Ahora solo falta, que la razón que nos unió, sobreviva.
—Es cierto —se sumó Nancy—. El responsable de que tanto los portadores; tú, Nayla Aífos y los soldados que te siguieron; y nosotros; trabajáramos en equipo, fue David. No quiero que se muera. Ya perdimos a muchos. Demasiados.
Pasaron tres horas y no tenían novedades de la salud del joven.
—Seamos optimistas —pidió Carlos—. Si algo malo hubiera pasado, no seguirían ahí dentro. Ya lo sabríamos.
El comentario pareció levantar el ánimo de todos. Y justo en ese momento, Mirta salió de la cámara de tiempo.
—Está vivo. Muy débil, pero sin riesgo de muerte. Solo requerirá bastante descanso y cuidados.
—¡Ehhhhh! Se escuchó en el lugar.
Los jóvenes se abrazaban con alegría.
Tofuca salió y pidió calma.
—Ya podemos trasladarlo a la base. Les pido a Espi y a Nayla Aífos, que vengan mañana. Decidiremos varias cosas.
Ambos asintieron.
—Yo me haré cargo de los prisioneros —dijo Nayla—. Seguramente, la mayoría será fiel al nuevo orden.
Mirta salió con el móvil que transportaba a David. Quien estaba durmiendo.
—Voy para la base. El resto de nosotros vendrá enseguida, para hacerse cargo de enterrar a los muertos y ordenar las cosas aquí.
Cuando llegaron a la base rebelde. Rosso fue llevado a la enfermería, pero más por precaución y atención, que por riesgos ciertos.
Sumidos en el agotamiento y el dolor por los compañeros perdidos, no hubo festejos. Sí, una tranquila alegría por el final del conflicto y el resultado del mismo.
Los espinosos volvieron al lago. Nayla quedó en custodia de los militares, aunque no parecían representar ya, una amenaza; y los rebeldes fueron a su base.
Ailén estaba muy triste por Facundo. Sin embargo, le costaba ocultar su felicidad por David.
Al día siguiente, bien temprano, se juntaron con Nancy y fueron a la enfermería. Y ahí estaba. Ya despierto y con una sonrisa, dándoles la bienvenida.
—Ya pueden verlo —dijo Mirta muy alegremente—. Pero trátenlo bien.
—Uff —respondió Nancy simulando enojo—. ¿Hay qué tratarlo así por mucho tiempo? ¿Cuándo podremos molestarlo de nuevo?
—Denle hasta mañana.
—Bueno —se sumó Ailén—. Siendo así, podremos soportarlo.
Mirta salió dejando a los jóvenes conversar.
—¿Cómo están? —Preguntó David.
—Bien —respondieron al unísono.
—¿Sabes lo de Facundo? —Consultó Ailén.
—Sí. Respondió tristemente.
El joven les relató como se había salvado gracias a Capicúa. Y los detalles del combate con Falamar.
Luego de unos minutos, Mirta volvió y pidió que lo dejen descansar. Al día siguiente, si todo iba bien, saldría de allí.
Tofuca y García, también fueron a ver al joven.
—Tengo dos solicitudes —dijo David luego de contarles los detalles de lo ocurrido—. En realidad, una de esas cosas no es negociable. La otra es un pedido.
Los doctores se miraron extrañados.
—Dinos, David. Después de lo que hiciste, no hay nada que podamos, ni queramos negarte.
El pedido es el nombre de Ciudad Militar. Me gustaría que a partir de ahora, se llamase, Facundo Luzorne. Es un pedido un poco caprichoso, porque son muchos los caídos. Pero les estaría muy agradecido.
—Estuvimos pensando en cosas de ese estilo. Aceptamos lo que solicitas. También cambiaremos el que antes se llamaba Bosque de las Aves por Bosque de Paloma. Y otros lugares tendrán nombres de José Luis Fernández, Matías Mingu, Micke Katanov y otros. Y veremos de rendirle homenaje también a los que siguen con vida. Pero para eso hay más tiempo.
—Gracias.
—¿Y qué es eso que no es negociable?
—Tráiganme el amplificador de luz.
—Está roto. Pero ahora mismo lo tendrás.
—Enseguida, García fue y volvió con el arma.
David lo colocó en el suelo.
—Aléjense —sugirió.
Los doctores se apartaron y el joven lanzó rayos muy potentes con sus dedos contra el aparato. Haciéndolo añicos.
—¿Por qué?
—Lo único que faltaba era que empiece una carrera armamentística en Principal. Además era un arma muy peligrosa.
García y Tofuca asintieron y se fueron para que el joven descanse.
Por la tarde, llegaron Espi y Nayla, quienes se reunieron con Tofuca, García y Mirta en la sala de juntas.
Al terminar, llamaron al equipo siete para hacerles saber el resultado.
—Hemos decidido un gobierno de consenso en el planeta —manifestó Tofuca—. Formaremos un consejo. Espi, Nayla Aífos, García, Mirta, yo. Y todos los miembros del equipo siete que estén en Principal, tendrán voz y voto para las decisiones a tomar.
Los jóvenes se miraron satisfechos.
—Hay una cosa más que queda por resolver —agregó Takumi Susuke—. Antes de volver, vamos a regresar en el tiempo un mes, aproximadamente, para poder volver a la Tierra un día antes de lo que partimos; en lugar de un día después, como se había previsto. Entiendo que eso facilitará nuestra reinserción en la Tierra. Pero, eso logrará que el capitán y los soldados que eliminaron sin usar la luz, en nuestro planeta, revivan.
—Ya lo hablamos —respondió Nayla—. Para ganarse la libertad, los soldados que estaban con el General, tendrán que eliminar, con mi ayuda, a esos que revivirán. Si no quieren hacerlo, tendrán que cumplir condena por lo que hicieron con Falamar.
—Perfecto.
La noticia de lo ocurrido se expandió rápidamente y las ciudades Nueva Tierra y Ciudad Futuro, estuvieron de fiesta por muchísimas horas. La alegría había regresado a Principal.
Al día siguiente, David Rosso pudo salir de la enfermería y fue a su habitación, para luego ir a almorzar con sus amigos.
Ailén lo fue a buscar a la misma.
—Todos te esperan, David.
Él se sonrió. Acarició la mejilla de la joven y ella se sonrojó.
Esta vez pudieron besarse sin miedos. Aunque con algo de melancolía por los amigos perdidos. Luego se quedaron abrazados en silencio. Se miraban con mucho amor. Había estado contenido por las circunstancias.
—Al fin —dijeron al mismo tiempo.
Más tarde, fueron al comedor y cuando los vieron llegar, estallaron los aplausos. Luego los abrazos y saludos de todos. Especialmente del equipo siete.
—¡Viva el vencedor de Falamar! —Gritó Miguel—. Que diga unas palabras.
David se sintió algo incómodo, aunque agradecía.
—Lo único que puedo decir es que no fue fácil. Si no fuera por Facundo, que me cubrió cuando iban a dispararme con el amplificador de luz, estaría muerto.
Sus amigos lo pusieron al tanto de lo hablado en la reunión del día anterior.
—Mañana activaremos la cámara de tiempo —proclamó Tofuca.
Hubo alegría y melancolía al mismo tiempo. Iban a regresar al hogar y a dejar otro.
—Tenemos que ir a despedirnos de Espi —dijo Sasha.
—Ustedes —respondió Nancy.
—¿A qué te refieres?
—Ya entiendo —adicionó David—. Ustedes tres van a quedarse. ¿Verdad?
—Sí —contestó Jimmy.
—Pero no creas que te librarás de nosotros —expresó Nancy—. Cuando podamos iremos al planeta perecedero. Como le dicen aquí. Y por supuesto, estamos seguros que ustedes vendrán a Principal. Los estaremos esperando.
—Cuenta con eso —respondieron todos.
Por la tarde, fueron a despedirse de los portadores y en particular de Espi.
Se saludaron con mucho aprecio.
Espi y su hijo saludaron muy especialmente a David.
—Amigo. Serás siempre un hermano para nuestro pueblo. Estamos orgullosos de haber peleado junto a ti.
—Yo también. Adiós y hasta pronto. No dejaré de venir.
El equipo siete regresó a la base lleno de nostalgia.
Al llegar fueron a descansar y a preparar sus cosas. Al día siguiente, activarían la cámara de tiempo y más tarde se marcharían.
En la cena había sentimientos encontrados.
—Estoy feliz de que todo haya terminado y de volver a casa —manifestó Sasha—. Pero realmente, voy a extrañar este lugar y a ustedes, por supuesto.
—Sasha —contestó David—. Después de todo lo que pasamos juntos, creo que hablo por todos, al decir que seremos amigos por siempre.
—Lo mismo digo —agregó Miguel.
El grupo estuvo de acuerdo con lo dicho.
—Mentira —dijo Jimmy mientras todos lo miraron asombrados.
Nancy lo golpeó con una servilleta.
—Siempre el mismo gracioso.
—No te enojes, hermanita. Es que no quería sonar tan melodramático.
—Falta una cosa —remarcó Carlos—. Que Aífos logre eliminar a Torres y su gente, una vez que retrocedamos en el tiempo.
—No te preocupes —respondió David—. Ella es mucho más poderosa y va a tener más subordinados. No hay forma de que la complique.
—Cierto —expresó Nancy en tono sarcástico y mirando a Ailén—. La amiga de David, ¿cómo podría fallar?
—No —refunfuñó el joven—, no otra vez.
Las muchachas rieron juntas.
La cena terminó y los jóvenes se fueron hacia sus habitaciones.
En el trayecto, Ailén, David y Nancy siguieron conversando.
—Al final, no pudimos ir a la playa.
—Un momento, Nancy. ¿Quién dijo qué no podemos ir mañana temprano?
—¿Te parece?
—Claro. ¿Tú qué dices, More?
—¡Genial!
—Bien. A las ocho de la mañana nos juntamos y vamos.
A la mañana siguiente, los tres jóvenes avisaron al resto del equipo siete. Pero la mayoría dormía y prefirió dejarlo pasar. Solo se sumaron Sasha y Takumi.
Sin el peligro de la guerra, pudieron ir en los vehículos con carga solar.
Pasaron una hermosa mañana. El agua era transparente y con una temperatura agradable. La arena similar a la de las playas terrestres y se veían pequeños peces de colores, bastante cerca de la orilla.
Disfrutaron del mar y de caminar en la arena.
Nancy y Ailén, quedaron unos momentos alejadas, conversando en la playa. Mientras los demás estaban dentro del agua.
—¿Y? —Preguntó Nancy.
—¿Y qué?
—Con David. Veo como se miran.
—Jejeje. ¿Se nota mucho?
—Pues sí. Y los felicito a ambos.
—Gracias. Te voy a extrañar, amiga.
—Yo también. Pero no te acomodes mucho. Que espero verlos seguido. Ya dijo Tofuca, que serán bienvenidos todas las veces que quieran. E incluso, hasta con precauciones, podrán traer a sus familias. Somos historia en Principal, Ailén. Y David, creo que es leyenda.
—Jejeje. Sí, es cierto. Igualmente estoy triste por Facundo. Y ojalá que pueda reaparecer Matías, una vez que retrocedamos en el tiempo.
El resto salió del mar.
—¿Volvemos? —Consultó David.
Los cinco regresaron a la base.
Luego de almorzar, todos fueron hacia la ciudad Facundo Luzorne (ex Ciudad Militar). Ahí se encontraron con Nayla Aífos y el Sargento Reyes.
—¿Estás listo, rebelde?
—No lo sé.
—Siempre me sorprendes con tus respuestas.
—¿Y tú? Estás preparada para el capitán Torres.
—Fácil.
Ambos sonrieron.
Todos entraron a la ciudad. Los civiles, dentro de la cámara de tiempo y los soldados, junto con Aífos, fuera. Para poder luchar con tranquilidad.
—Estén listos —pidió Tofuca—. Serán unos segundos. Programé la fecha 15 de septiembre de 2020.
—Ustedes también —ordenó Nayla a los soldados que deberían combatir a Torres.
Todo se oscureció por unos breves segundos. Hubo unos instantes de confusión. Y de repente, la memoria volvía a sus mentes.
Se escuchaban gritos y ruidos de lucha, fuera de la cámara.
En pocos minutos un golpe en la puerta.
—Soy yo, Nayla Aífos. Está listo.
Comenzaron a salir de la cámara y vieron los restos de la pelea.
—Algunos de los soldados se inclinaron por Torres. Pero no fueron demasiados. Con todo, han quedado unos cien, más los veinte que ya estaban conmigo desde el inicio. Estamos en paz.
Tomaron las baterías de la nave de Torres, que ya estaban cargadas.
Irían Tofuca, García y Mirta. Para acompañar a los pocos pasajeros que volverían a la Tierra. Estos eran Ailén, David, Miguel, Sasha, Nadsuki y Takumi. Los demás se quedarían en Principal.
La despedida fue triste, como todas las despedidas.
—No nos vamos diciendo adiós para siempre —dijeron.
Nancy saludó a todos, pero especialmente a David y a Ailén.
—¿Me dejas tu cámara, amiga? —Prometo traerla de regreso cuando volvamos a venir. Y te traeré un cargador.
—Claro. Eso hace más creíble que volverán.
—Adiós —dijo Nayla—, rebelde. Cuando te vi por primera vez, supe que eras valiente. Pero tengo que admitir, que no imaginaba que vencerías a Falamar. Fue un placer y un honor conocerte.
—Lo mismo digo, capitana.
Ambos sonrieron y se dieron un abrazo de despedida.
Ailén estaba expectante.
—Adiós, le dijo Nayla. Cuida al rebelde.
—Lo haré. Muchas gracias por mantenerlo con vida —Ailén sabía que lo estaba agradeciendo con retraso, pero no le importó.
Luego de despedirse uno por uno, subieron a la nave, situada en la ciudad Facundo Luzorne y partieron.
Capítulo 21 – Retorno
Los pasajeros se sentían raros. En el viaje de ida, iban más de cien personas. Ahora, solo seis, que se encontraban en el comedor de la nave.
—Es extraño —inició la conversación Takumi—, ¿verdad?
—Tal cual —respondió David—. No solo porque seamos muy pocos. También porque nos faltan muchos.
—Dímelo a mí. Cuando salí de casa para ir a Buenos Aires, a pelear por el título, estaba con mi hermano, Marco y Paloma. Y ahora, seré afortunado si al menos ella está viva.
—Ojalá sea así —se sumó Nadsuki—. No recordará nada de lo sucedido. ¿Le contarás?
—No había pensado en ello. Es difícil de creer una historia semejante. No sé.
—Pues nosotros te ayudaremos —aportó Ailén—, si es que eso quieres.
—Gracias.
—A nosotros nos faltan Matías y Facundo —continuó Ailén.
—De Facu ya sabemos —aportó David—. Al perecer por la luz, no hay retorno. Según lo que nos dijeron. En cambio Matías, puede que sí. Ya que por lo que me contó Nayla, tomó la pastilla para suicidarse.
—Nos estamos olvidando de alguien —aportó Sasha.
—¡Es cierto! —Dijo Ailén—. Santiago. Parece ser que se volvió loco.
—Pues parece más cierto que siempre lo estuvo —recordó Miguel—. Solo se potenció un poco más.
—Menos mal que no le dio por atacarnos a nosotros —opinó David pensativo—. Decidió volverse un ermitaño.
—No seas modesto —expresó Sasha—, David. Tú lo hubieses detenido.
—¡¿Modesto?! —Manifestó Ailén con sarcasmo.
—¡Hey! ¿Por qué siempre me atacas con eso? ¿Qué he hecho para resultarte tan vanidoso?
Todos rieron.
—No te enojes. Solo te bromeo.
—Y con respecto a detenerlo, Sasha, no sé. Es muy poderoso. No sabría decirte.
—Pues yo espero —manifestó Sasha—, que no le de por atacar a nuestra gente en Principal.
—No lo creo —respondió el As—. Al menos nunca mostró indicios de algo así.
—Ahí vienen Tofuca y García —observó Nadsuki con agrado.
—Queríamos comentarles algunas cosas de importancia —dijo García—. Sé que tenemos mucho tiempo de viaje por delante. Pero cuanto antes mejor. Así, si les surge alguna duda, la tendrán en la nave y no cuando ya estén en la Tierra.
—Primero hablaremos del tema económico —dijo Tofuca—. Les serán otorgados cinco millones de dólares a cada uno de ustedes. Miguel te depositaremos quince, para que compartas con Paloma. O su familia, si es que resultó eliminada mediante la luz. De ser así, tú tendrás que buscar una excusa, para brindarle esa suma a los Vargas. Y claro, no nos olvidamos de Marco Dolfos.
—Ailén y David —continuó García—. También recibirán diez cada uno. Ya que uno de los dos, se hará cargo de hacérselo llegar a la familia de Facundo Luzorne. El caso de Matías, parece ser más claro. Aparentemente no fue eliminado mediante la luz, o sea que, si todo sale bien, podrán darle en persona el dinero. A la cuenta podrán acceder, cuando cumplan los dieciocho años.
—Nadsuki, Sasha y Takumi, también recibirán los cinco millones. Y en cuanto a la familia de Micke Katanov, le haremos llegar un billete de una lotería que sabemos que ganará. Recuerden que ya hemos estado en la Tierra en esta época.
Tofuca les entregó los números de cuenta a cada uno. El grupo agradeció el gesto.
—Quizás puedas invitar a salir a Ailén —bromeó Sasha—, David. Con ese dinero.
—No sé si va a alcanzarme. No imaginas lo pretenciosa que es —comentó en voz baja, sabiendo que se escuchaba.
—¡Hey!
Todos rieron.
¿Cómo hacen para tener tanto dinero aquí? —Preguntó Nadsuki Haruno.
—Recuerda que ya hemos estado muchas veces —contestó Ricardo García—. Sabemos en que invertir. Siempre.
—Seguimos con la información —continuó Tofuca—. Por el poco tiempo que estuvieron en Principal, sin ser exacto, calculamos que sus vidas se extenderán solo entre quinientos y setecientos años. A no ser que vuelvan, claro. Y mantendrán por unos cincuenta o sesenta años el poder de la luz. Es decir, por ejemplo, que no podrán ser heridos por armas convencionales y todo lo que ya conocen.
—Ni siquiera estábamos pensando en estas cosas —murmuró Sasha.
—Ahora vienen las cosas de mayor importancia —explicó García.
—El tema es el siguiente —agregó Tofuca con paciencia y ante la mirada expectante del grupo—. Cuando retrocedimos el tiempo, volvimos al día 15 de septiembre de 2020. Ese será el día en que los que hayan muerto, mediante la luz, habrán desaparecido. ¿Hasta aquí me explico?
—Sí.
—Llegaremos a la Tierra, el 13 de octubre de 2020. Mientras estén en la nave, nada ocurrirá, ya que seguirán bajo la atmósfera de Principal. Pero una vez que bajen a la Tierra, como no puede estar el mismo cuerpo repetido, tanto en tiempo como en espacio, el que estaba anteriormente se desvanecerá.
—Voy a explicarlo con un ejemplo —manifestó García—, para que les resulte más comprensible. Veamos, Miguel. Supón que tu otro ‘yo’ está en su habitación en el momento en que te bajamos a la Tierra. Automáticamente, ese Miguel de la habitación dejará de existir y el que quedará será el recién llegado.
—Ahhh, respondieron al unísono.
—Por eso es importante —remarcó Tofuca—. Más. Es imprescindible, que sepan en que momento pueden bajar. Porque sería terrible que se desvanezcan delante de otros. ¿No les parece?
—Claro.
Los días pasaron y los viajeros aprendieron a disfrutar de la tranquilidad de la nave.
Ailén y David debían resolver algunos asuntos, previamente a llegar a destino.
—Tengo que confesarte algo —manifestó David con expresión de preocupación—, More.
—Me estás asustando. ¿Es qué ya no me quieres?
—¡No!
—¡¿No?!
—No me das tiempo, More. Iba a decir que no es eso.
—Ahh. Perdona. Continúa.
—Es sobre Nayla Aífos.
Ailén miraba sin decir nada.
—Cuando estuve prisionero. Antes de soltarme. Me besó.
La joven dio un suspiro.
—¿Eso fue todo? Dime la verdad. Te aseguro que lo entendería, si esa fue la única ocasión.
—Te doy mi palabra de que fue solo eso. Y nunca más.
—Entiendo, David. No voy a decirte que me alegra. Pero la verdad, es que me pone muy contenta que me lo cuentes. Porque a veces pensaba que la preferías a ella que a mí.
—More, hasta ella se dio cuenta de que yo estaba enamorado de otra y no me presionó. De verdad.
—Supongo que debo seguir agradecida con ella. Bajo las circunstancias, estabas en sus manos. Fue muy respetuosa.
Ambos se abrazaron con cariño.
—No es que sea primordial. Pero me gustaría resolver el tema de mi madre, David.
—Sí, lo sé. Y te entiendo. Ella no va a estar muy de acuerdo con que seas mi novia.
—Está claro que no voy a dejarte por ello. Pero sería mucho más cómodo conformarla.
—Una de las razones, es que soy un poco vago con la escuela. Pero creo que es porque soy pésimo en inglés. Y ella es muy amiga de esa profesora. Porque no tengo problemas graves con otras materias.
—Es muy probable —dijo Ailén sonriendo.
—Pero tengo una idea. La máquina para insertar idiomas. De paso, me gustaría también aprender el ruso y el japonés.
—¡Genial! —Respondió Ailén, dando un beso al joven.
—Espero seguir teniendo buenas ideas —bromeó.
—Se me ocurre una cosa más, que seguro alegrará a mi madre.
Ambos fueron a buscar a Sasha Safarova.
—Por supuesto —contestó Sasha—. Nunca les negaría nada. Será un placer y un honor para mí.
—Gracias. Eres una gran amiga.
A pesar de ser largo, el viaje llegó a su fin. 13 de octubre de 2020.
Los jóvenes intercambiaron todos sus datos para ubicarse en la Tierra.
La primera en descender, fue Sasha. En Rusia.
—Amigos por siempre —expresó con emoción—. Y fue transportada a unas cuadras de su hogar.
Posteriormente, el transporte interestelar llegó a Japón. Donde descendieron Takumi y Nadsuki.
Se saludaron con mucho cariño con los tres jóvenes restantes. También con Mirta, Tofuca y García. Y al igual que su compañera rusa, descendieron en su tierra.
Ahora venía el turno de Miguel el As Fernández. En Cullera, España.
—Amigo —dijo David—, cuéntanos de inmediato que se sabe de Paloma. Nosotros iremos a verte ganar el campeonato y luego hablaremos. Es una promesa.
—Adiós, hasta pronto.
Se abrazó con David y con Ailén. Y luego de saludar a los tripulantes, fue dejado a pocas cuadras de su hogar.
Como con todos los demás. Descendían en momentos en los que recordaban estar solos.
Primero fue Ailén. Se saludaron con David con un corto beso en los labios. Mirta la abrazó.
—Gracias por todo —manifestó la madre de Carlos—. Tú fuiste fundamental. Desde el principio.
García y Tofuca asintieron.
—De verdad que te estamos muy, muy agradecidos. Haremos lo que sea que nos pidas.
Ella sonrió con alegría y los abrazó de a uno.
—Nos vemos. Y a ti, te veo mañana en la escuela.
Por último, llegó el turno de David.
—Ya sé que en este momento estaba solo en casa. Es apenas pasado el mediodía.
—Realmente fuiste un héroe —dijo Tofuca con agradecimiento—, David.
—Sin ti —agregó García—, hubiéramos sido derrotados. Hasta lograste la unión con los militares de Nayla Aífos. Y con los espinosos. Nunca nadie dejará de saber sobre tus aventuras, en Principal.
—También te agradezco lo que hiciste por mi hijo y también por Jimmy y Nancy —declaró Mirta emocionada.
El joven los abrazó con aprecio y se despidió. Hasta dentro de dos años. Que es cuando vendrían nuevamente desde Principal.
—Recuerda, David. Justo en dos años.
Entró a su casa y no había nadie.
El joven miraba todo a su alrededor. Parecía tan lejano.
Su habitación pintada de blanco. Su computadora. Los libros de la escuela. La amplia cocina. Hasta el baño de su casa le parecía extraño.
David decidió darse una ducha y cambiarse con la ropa que solía usar. Para no llamar la atención.
“Esto parece un sueño. ¿Qué será de Matías? Si lo llamo, voy a cometer un error por el exceso de emoción. Primero veré a mi familia. Y mañana el resto”.
Una hora después llegó su hermano Adrián y David casi le da un abrazo. Pero se contuvo.
—Hola Adrián, ¿cómo estás?
—Bien y tú. ¿Progresaste algo con inglés?
—Sí, mucho. Es que estuve estudiando.
—Bien hecho. Así los viejos no se pondrán tristes. ¿Mañana tienes la prueba?
—Sí… sí. —Respondió dudando.
A las pocas horas llegaron los padres. Y el joven trató de mantener la normalidad. Después de todo, para ellos, él jamás se había ido.
No sabía si debería decirles. Pero no era el momento. Tenía dos años para hacerlo.
Al día siguiente, bien temprano, estaba ya levantado.
La emoción lo invadía por ir a la escuela.
—Vaya David —dijo su madre—. Estás muy contento hoy. Es una buena señal. Espero que al menos apruebes inglés.
—Seguro me saco un diez.
Su madre lo miró extrañada. Pero que importaba.
Fue caminando hacia la escuela y una cuadra antes de llegar, observó a Matías.
—Hola David.
Este no pudo contenerse y le dio un abrazo.
—Estás muy emotivo, hoy. Y eso que hay prueba.
—Jejeje. Disculpa. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? Recuerda que el sábado vamos a la pelea.
—Sí, claro. ¿Sabes algo de Capicúa?
—No. Que raro lo de Facundo. Desde que desapareció, hace un mes, creo. Pero bueno, ya eso lo hablamos.
—Sí —se lamentó David, a pesar de suponerlo—, claro. ¿Fue el 15 de septiembre, no?
—Sí, creo que sí.
Llegaron a la escuela.
—¿Sabes algo para inglés? —Preguntó Matías Mingu.
—Un montón.
—Jajaja—Matías lo tomó como una broma—. Trata al menos de pasarla.
Ailén Alimdul, que había llegado muy temprano a la escuela, reservó un lugar al lado suyo para David.
Observaba el aula con mucha emoción. No dándose cuenta de la llegada de Fernando, quien muchas veces la molestaba tibiamente, diciéndole cosas tales como que quería salir con ella. Pero de una forma bastante molesta para la joven. Sin llegar a ser nada grave.
—Me reservaste un lugar. Que bueno, Ailén.
—Déjala de molestar —dijo una compañera.
—No te metas, no ves que ha guardado un asiento.
—Ni lo sueñes —respondió Ailén, de manera calmada, pero firme—, Fernando.
Todos se sorprendieron, ya que ella, si bien siempre lo rechazaba, no solía responder de esa manera.
—¿Y para quién es este asiento?
—Para mi novio —contestó ella con suficiencia.
—¿Crees qué soy tonto? Ahora tienes novio y encima se sienta al lado tuyo.
—Primero que no tengo que darte ninguna explicación. Pero como no quiero que él te haga pasar un papelón, te lo estoy avisando.
—Está bien. Yo me quedo aquí parado. Si es verdad, me paso a otro lado. Sabes que no molesto a las chicas con pareja.
—Justo —manifestó Alimdul, mientras entraban Matías con David—. Ahí viene.
—Ahh. Soy un ingenuo. Justo Matías. Sé que lo conoces desde pequeña. Por ende, le pediste que te haga de novio para que yo no te moleste.
—No. Es David.
—Sí —expresó incrédulo Fernando, claro.
David se acercó y pidió permiso.
Al momento en que el joven se corrió como acto reflejo. David le dio un suave beso a Ailén en los labios.
Fernando se quedó petrificado.
—¿Pero cuando ustedes empezaron a salir? Me están queriendo engañar, para que no me acerque.
—Claro —sonrió David—, porque nos preocupa mucho tu opinión.
—¿Tú sabías algo, Matías?
—No. Estoy sorprendido. ¿Por qué ustedes están en pareja y nadie sabía nada?
—Quizás porque pasamos muchas cosas juntos —respondió David.
Ailén lo golpeó con el codo. Y lo retó con la mirada.
El joven notó que estaba por cometer un error. Y rió.
—Es una broma. Supongo que es simplemente, ‘love’.
Las demás muchachas miraban y sonreían intrigadas. Nunca habían dado señales de ser más que buenos amigos. Y ella nunca había dicho nada.
—¡Wow! ¡Qué romántico! Dijo Laura, una compañera y amiga de Ailén.
—No entiendo. ¿Qué puede haber hecho él por ti?
—No sé —respondió Ailén—. Quizás eliminar a unos treinta espinosos renegados.
—¿Qué?
—Yo no soy el único, Ailu. Jajaja.
—No pude evitarlo —se sonrió ella, sabiendo que lo que decía pasaría desapercibido, o tomado como una pavada—, David.
En ese instante llegó la profesora de inglés.
—Buen intento, Rosso. Sentarse con Alimdul para el examen. Mejor estudie.
David tuvo que sentarse solo.
Pero una prueba de cuarto año del secundario, no representaba ningún reto para los conocimientos perfectos del idioma. En pocos minutos finalizó el examen. Antes que nadie. A decir verdad, Ailén también había culminado, pero prefirió que su novio entregue primero, para hacerlo quedar mejor.
La profesora lo miró con desconfianza. Pero lo había estado observando y el joven había rendido limpiamente.
—Tiene un diez, Rosso. ¡¿Se decidió a estudiar?!
—Sí.
—¡Era hora! Pero me alegra por usted.
David volvió a su asiento y cruzaron miradas con Ailén.
En el recreo, Matías los llamó a ambos.
—Me tienen que explicar. ¿Qué es todo esto? ¿Cómo nunca pasó nada y ahora son novios? ¿Es cierto o es solo para qué Fernando no moleste más a More? ¿Love? ¿Cuándo hablaste así?
—Danos unos días —pidió Ailén—, Mati.
—El sábado —agregó David—, luego de la pelea por el campeonato, prometo que te contaremos todo. Y sí.
—¿Sí?
—Sí, somos novios.
—Wow. Noticias de golpe. Van a ser el comentario obligado de todo el curso. Jejeje. ¡Que digo! De toda la escuela.
—No importa eso —respondió Ailén—, Mati.
—Ya sé. Seguro que eso también tiene una explicación. En fin, no entiendo nada, pero me alegro por ustedes.
—Gracias. Y nosotros nos alegramos de que estés bien.
—Están rarísimos. Pero bueno, volvamos a clases.
—Es mejor que lo hables tú con la directora —opinó Ailén—, David. Sigamos el plan.
En el segundo recreo, David, se dirigió a la dirección para hablar con la directora de la escuela.
—Permiso.
—Ahh, David. Me he enterado que al fin has mejorado en inglés. ¿Qué te trae por aquí?
—Estuve pensando en algo novedoso para la fiesta de fin de año. Y tengo a una persona especial, para que de un espectáculo en la escuela. Pero como está muy ocupada, quisiera confirmarle con tiempo.
—¿Y qué hace esa persona?
—Toca el piano.
—Pero para eso ya tenemos a la madre de tu compañera. La profesora de música. Es muy buena.
En ese momento entró a la dirección la madre de Ailén.
—David Rosso te está haciendo competencia, María. Dice que tiene a alguien para tocar el piano, en la fiesta de fin de año.
—¿De qué se trata eso, David?
—Ya sé que es muy buena. Pero pensé que la publicidad sería excelente para la institución. Y es una amiga, que lo hará desinteresadamente.
—¿Publicidad? ¿De quién dices qué se trata? ¿No será uno de esos musiquitos de rock, verdad?
—No señora. Para nada le gusta ese estilo. Se llama Sasha Safarova. No es argentina.
—¡Eh! —Exclamaron la directora y la madre de Ailén al unísono.
—¡¿Estás queriendo decir, qué puedes traer a la extraordinaria Sasha Safarova?! ¡Y gratis!
La directora no podía creer lo que escuchaba.
—David, sé que no eres de hacer este tipo de bromas. Pero me parece que te estás pasando.
—¿Realmente creen, qué me atrevería a venir a decir una cosa así y que no fuera cierto?
—Está bien —dijo la directora—. Admito que no sería lógico. Confírmale para el primer viernes de diciembre. Por favor, no nos hagas quedar mal. ¿Cómo la conociste?
—Como a mí me gusta mucho la música, le escribí una carta y ahí comenzamos a escribirnos. Ella habla muy bien el español y yo, bastante bien el ruso.
—¿Es broma? —Preguntó María—. Si ni siquiera puedes con el inglés.
—Ruso y japonés los aprendí antes que el inglés. Pero ya he mejorado, también.
—Eso es cierto —Confirmó la directora.
El día escolar terminó, con la mirada intrigada de sus compañeros. ¿Sería verdad?
Al día siguiente, en televisión, se escuchó la noticia que sacudió a la directora de la escuela. Sasha Safarova, la famosa y extraordinaria concertista de piano, viajaría a la Argentina, solo para tocar en la escuela de un amigo. La noticia tomó trascendencia mundial. “Es solo un gran amigo”.
El viernes de esa semana, Ailén decidió contarle a su madre lo de David y ella. Antes que se entere por alguien más.
—¿Qué me dices de David? Como habrá hecho para conseguir a Sasha Safarova. ¿Es cierto qué habla ruso y japonés?
—Sí, madre. De hecho me ha estado enseñando un poco.
—Esa chica, además de ser una virtuosa con el piano, es muy hermosa. ¿Tendrá algo con David? Aunque no sé cuando podrían haberse visto. El es lindo chico, pero igualmente me ha llamado mucho la atención la idea. Pero por otro lado, no creo que ella, con los compromisos que tiene, venga a la Argentina, suspendiendo otras cosas, a tocar en una escuela, solo por un amigo que conoció por un mail.
—No creo que tenga nada con ella, madre. De hecho, estoy segura. No parece ser un bígamo. O como se le diga.
—¿Bígamo? —¿Tiene novia? No habías contado nada.
—Pues eso era lo que quería decirte.
—¿Tú y David?
—Hija. Me has sorprendido. Pero supongo que lo había subestimado. Igualmente, dile que te trate bien, o no habrá Sasha que lo salve.
—Quédate tranquila. Siempre fue bueno y eso lo sabes.
—Sí, tus tres amigos lo son. Aunque vaya uno a saber que fue de Facundo Luzorne —dijo esto con tono de tristeza—. Es que cuando se trata de mi niña, pierdo la cordura.
María besó la cabeza de su hija.
Todo continuaba así en la escuela. Hasta que llegó el sábado y David, Ailén y Matías, quedaron en juntarse en la casa de Mingu.
A las seis de la tarde se encontraron y partieron al estadio.
Ocurrió igual que la primera vez. Solo que no estaba Facundo. Junto a David se sentó Paloma, quien no los reconocía. Pero tenía un asiento vacío del otro lado. Pero el joven y Ailén se pusieron muy contentos, al ver que ella estaba viva. Tampoco estaba Santiago.
—Seguro que desapareció el mismo día que los que perecieron —comentó David a Ailén en voz baja, refiriéndose al Vampiro.
—Vas a ver que gana el argentino —insistía Matías.
—Yo creo que ganará Miguel Fernández en el segundo round.
Paloma escuchó el comentario positivo sobre su amigo y esbozó una sonrisa.
—Eres un negativo, David.
—Jajaja.
El lugar y la pelea no cambiaron en nada. La joven pareja, sabía lo que sucedería.
Al terminar, David le dijo a Matías que podían ver al campeón. Y que le explicaría muchas cosas.
—¿Estás seguro?
—Mira. Tengo pases para ver a Miguel Fernández. Esperémoslo.
Matías aceptó.
Miguel llegó con Paloma.
Tanto David como Ailén se abrazaron con él.
Paloma y Matías no comprendían.
Vamos a tomar un café y les trataremos de explicar.
Tomaron asiento y pidieron cuatro cortados y un café doble para David.
La explicación no convencía ni a Mingu ni a la amiga del As.
—No sé por qué me están queriendo hacer creer esta locura —sostuvo Matías un tanto enfadado.
—¿Cómo te parece qué yo ahora hable inglés, japonés y ruso? Cuando tú sabías que era un desastre, hasta para aprobar inglés en la escuela. Y además ¿cómo piensas qué pude conseguir que Sasha Safarova venga a tocar a nuestra escuela?
Sé que todo eso es extraño. Pero tampoco me entra lo de su historia.
—Tengo una prueba —recordó Ailén, sacando la cámara de fotos de Nancy—. Miren.
Los jóvenes observaron todas las fotos. También estaban Facundo y José Luis.
—Podrían estar arregladas las fotografías —sugirió Paloma, aunque ya con algo de duda.
—Esto es lo último y deberán creerlo.
—No uses la luz —pidió Ailén—, David. Sabes que en la Tierra no es lo mismo y puedes debilitarte más. Si no lo creen, allá ellos.
—Solo una vez. Miren la pared de fondo.
David apuntó con su dedo. Y ante la vista de las personas, nada pasó. Ya que la luz no era visible en el planeta perecedero. Sin embargo, se hizo un hoyo en el muro. El muchacho sintió el esfuerzo, pero no fue nada grave.
La gente se preguntaba que había ocurrido.
Mientras los jóvenes se miraron, pagaron la cuenta. Y se marcharon.
—Quiero ver cómo hago —comentó David—, para contarles a los Luzorne. Sería lindo que viajen a Principal y vean la ciudad que lleva el nombre de Facu. Ya veremos. Hay dos años de plazo.
Se hizo un breve silencio. Al tiempo que los jóvenes sin recuerdos, asimilaban la información.
—¿O sea que somos héroes? —Preguntó Matías.
—Sí.
—¿Y que todos nosotros éramos amigos? —Agregó Paloma.
—Somos —corrigió David—, amigos. Y te queremos mucho.
—¡Amigos millonarios! —Dijo Matías emocionado—. Y a los dieciocho años, podremos utilizar ese dinero.
—Y en dos años exactos —finalizó Ailén Alimdul—, vendrán de Principal. Y los que queramos podremos viajar allí. Incluso con nuestras familias. Quizás de vacaciones. Seremos recibidos como reyes. Y podremos ir cuando nos plazca.
—Nadie lo hubiese esclarecido mejor, Ailu —comentó David—. Y Ailén lo besó dulcemente.
—Tendré que acostumbrarme a esto —expresó Matías sonriendo y suspirando—. Pero realmente me gusta.
—¡Viva el equipo siete! —Gritó Miguel.
Los jóvenes se abrazaron. Tenían un mundo. No solo eso. Un universo por delante. Y no los asustaba. Los llenaba de emoción.
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