–“¿Por qué tu madre viene a visitarnos tan temprano?” Preguntó Patricia admirando desnuda la calle frente al balcón del viejo apartamento de Vicente. La madre de Vicente cruzó entre pitos y gritos. El bus no logró detenerse en el carril de sur a norte. Pasó por encima de ella y pintó la calle con su alma. Vicente y Patricia permanecieron inmóviles. No suscitaron palabra. Miraron juntos como el bus derramaba el cuerpo de la anciana y lo extendía una cuadra más adelante. –“Yo nunca lo he intentado”. Respondió Patricia a la pregunta del suicidio. Observaban el acontecimiento de pie, desnudos en aquel balcón frente a la horrible calle.
Distraían a Vicente dos gallinas, allá en la terraza del último apartamento de aquel edificio: la estructura quedó al frente de los pequeños pedazos de su madre. Decaída y antigua permitía pensar que sus habitantes eran ancianos desatendidos. Las gallinas creaban un color que resaltaba en sus ojos. Vicente desviaba la mirada hacia el suceso desagradable, pero su atención retornaba rápidamente a las gallinas. Podríamos pensar que ellos habían planeado la muerte de la anciana; su actitud indiferente hacia el evento los hacia sospechosos. Inadmisible que no se llore eufóricamente la muerte de un ser querido, que ha sido refregado contra el concreto frente a sus ojos. Ellos eran inaceptables dentro del dogma social estándar.
No hay un evento más social-hipócrita que un funeral. Fingen emociones y sufrimientos, acompañados de la real apatía hacia el desconsuelo de los verdaderos afectados. Bogotá, depresiva y oscura como sus mentes, acentuaba la falsedad en la mayoría de sus habitantes. –“Jamás supo que yo era prostituta”. Añadió Patricia. Vicente la miró sonriendo, ella sonrió también. Ese momento de infortunio generó en ellos una tranquilidad dominante. Una satisfacción reflejada en indolencia. Permanecieron en el balcón hasta el levantamiento de todas las pequeñas piezas del cadáver y la limpieza del piso, para no dejar rastro del pasado: las escobas y mangueras removieron del mundo los últimos segmentos de su madre.
Vicente había tenido un sueño algunos días atrás. Una gallina tomaba con su pico la cuchilla de afeitar del frustrado suicidio anterior. La cuchilla tenía aun la sangre de Vicente, y la gallina caminaba a través de un valle de largas hierbas, y finalmente alcanzaba un gran árbol sin soltar la cuchilla de su pico. Sueño trasformado en visión al observar las gallinas en la terraza del antiguo edificio. Investigó el significado de gallina en internet y encontró que las gallinas simbolizan la cobardía, el no atreverse a nada. Podían simbolizar el amor materno: habían aparecido ante sus ojos en el instante en que su madre murió. Le gustaba pensar que las gallinas simbolizaban la depresión y la falta de motivación, suelen verse desmotivadas, sin rumbo, conformándose con las inmundicias de la tierra. Las asociaciones parecían tener sentido, podían brindar un significado real a su vida. Patricia no se percató de aquella obsesión. Vicente durmió gratis con una prostituta durante 32 días. Dormía plácidamente luego de dos o tres satisfactorias eyaculaciones obtenidas. El día 33 no logró dormir fácilmente. Su insomnio regreso, las gallinas hacían estragos en su imaginación. El acto funeral se llevaría a cabo a las 10am en la funeraria Gaviria de la calle 98 con carrera 17. La ceremonia se celebraría de manera diferente ya que no había cuerpo. El ataúd se dejaría abierto en la sala funeraria, las personas podrían escribir cartas a Alcmena, y depositarlas en un pequeño baúl de madera que sería enterrado junto al ataúd, en el cementerio Jardines del Recuerdo en la autopista norte. Todo lo pagarían los hermanos de Alcmena, los tíos que Vicente tanto aborrecía. Vicente concilió el sueño después de llegar a una secreta conclusión y poner su mano en el sexo de Patricia para sentir seguridad.
Vicente salió rápidamente en la mañana y volvió al apartamento con una gran caja de cartón y la ubicó en la sala de estar. –“¡Vamos tarde!” gritó Patricia desesperada debido al retraso para ir al funeral de su suegra. Vicente rápidamente cambió su ropa y vistió un traje de color negro preparado desde la noche anterior. Salieron enseguida. Vicente llevaba en su bolsillo la carta que dejaría en el ataúd de su madre, no comentaría su contenido con nadie, solo su madre lo vería.
La caja que Vicente había dejado en la sala antes de salir a la funeraria contenía muchos granos de maíz y de trigo. Mojaba el piso con un charco de agua que llegaba hasta el sofá-cama negro ubicado al lado del comedor. Dentro de ella se encontraba una gallina que cacareaba suavemente, desmotivada y depresiva, explorando con su pico las inmundicias en la superficie del piso.
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