Palomas en mi techo

Palomas en mi techo

Pepe Franco

10/09/2019

Miro hacia la calle desde mi balcón, como lo hago todos los días, unas veces en la mañana y otras en la tarde. Había dormido bien y me levante temprano a admirar el cañal de aguas sucias que decora la calle en frente de mi apartamento. Las palomas hacen un ruido fastidioso y perdurable, y la gente grita para que atrapen al ladrón. Noto al delincuente quien corre calle arriba huyendo de mis vecinos y amenaza con acuchillarlos. El ladrón salta al cañal y se pierde dentro de él. La vecindad no ensucia sus pantalones y observa desde el borde como la bruma mierdosa opaca al delincuente. Sucede a cada rato desde hace dos meses, dicen que son refugiados venezolanos que vienen a robar por hambre. Las autoridades hablan de robos cometidos por ciudadanos extranjeros, evitan el término “venezolano”; no quieren verse xenofóbicas. En Bogotá los ríos se volvieron cañales y sus aguas ahora albergan indigentes. Ya no hay peces, ni plantas, los adorna el concreto y la delincuencia. Vivir al frente de un cañal en Bogotá, es lo más cercano a vivir al frente del rio. Allá en Cali yo quería vivir al frente del rio, ese rio aunque está contaminado, tiene sus piedras y sus plantas, tiene incluso sus peces, más parecen renacuajos, pero son peces. Acá en Bogotá vivo al frente del caño, que desde abajo parece un rio: lo rodean árboles y pastizales. Desde mi balcón se distingue un cañal. Tal vez en el primer piso la gente piensa que es un rio, pero desde lo alto se ve el concreto, los indigentes y los ladrones huyendo.

El otro día oí gritar una muchacha, era de noche y yo pocas veces salgo al balcón de noche, pero la oí gritar y salí rápidamente a “chismosear”. La muchacha lloraba quejándose del robo de su celular. El delincuente huyó, seguramente por el caño. Yo no lo vi. Cuando salí solamente estaba la muchacha llorando y gritando y algunos vecinos intentaban consolarla. Me preguntaba si el ladrón era extranjero y recriminaba mi xenofóbica reflexión. El hambre justifica sus delitos y los colombianos sabemos de hambre, comprendemos su situación, nos compadecemos de ellos y les dejamos el caño, para que lo compartan con los indigentes, para evitarlos tal vez, como evitamos el uso de la palabra “cocaína”. Ellos salen de los ríos bogotanos buscando justicia: anfibios y decididos someten a los transeúntes para reclamar la comida del día. Mi balcón brota encima de los demás apartamentos con elegancia y discreción y es decorado por los ríos, los árboles y los pastizales. Las palomas se instalaron en mi techo, bulliciosas e inquietas manifiestan la crianza de su huevo. Pienso que aquel hombre que usó la paloma como símbolo de la paz nunca estuvo cerca de ellas.

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