La indigente vida del Jibaro

La indigente vida del Jibaro

Pepe Franco

09/09/2019

“¿Usted quiere entender a la cultura colombiana?”… Preguntó el historiador mientras encendía un cigarrillo. –“Sí. Me interesa conocer más a fondo la historia de mi país y su cultura”… Respondí, en mi rostro se percibía una extensa ingenuidad. El historiador miró hacia mí, sonrió y su sonrisa lograba expresar su lastima, luego confesó. –“No hay una historia que permita comprender una cultura tan diversa, tu país es una mezcla de varias historias y varias culturas. Somos pocos pero nos separamos por regiones y cada región tiene miles de historias y sufrimientos, competimos por tener la mejor historia, el mejor plato típico, la menor corrupción y la menor violencia y por supuesto, el mayor sufrimiento”.

En ese momento recordé aquel indigente de Cali con el que me fumé un cigarro de marihuana y hablamos de la vida, la sociedad y la muerte. Ese hombre de calle destilaba un aroma de amabilidad y “bazuco” (droga consumida en Colombia que consta de la mezcla de marihuana, cocaína, polvo de ladrillo y cuanta cochinada se encuentre) y tenía el poder de generar confianza en las personas que lo saludaban. El indigente luego de fumar dos caladas de mi porro y presentarse con nombre completo y profesión, cuan vendedor de seguros, aumentando mi confianza con su actitud burguesa y culta, dijo: “Es idóneo pensar en un naufragio para empezar de nuevo una sociedad, pero esa también terminará corrompiéndose. El problema es el ser humano, somos sádicos y competitivos, no buscamos el bien común así nos digan y nos acostumbren a hacerlo. Somos egoístas, eternamente buscando beneficios propios, y los de nuestra dinastía, las demás bien puedan irse al infierno… Te cuento ve, pa’ que pongas atención! Había un grupo de turistas que fueron a ver las ballenas en Buenaventura. Se supo de ellos dos años después cuando hallaron una isla allá en el Pacifico con una única sobreviviente, pero la isla estaba repleta de cadáveres humanos y se encontraba a muchos kilómetros de la zona de avistamiento de las ballenas de Buenaventura. La persona que había sobrevivido era una mujer anciana de unos 85 años de edad, quien dijo haberse escondido durante “la gran guerra” y por ello haber salvado su vida. El cuento era que durante el viaje se enfrentaron a una tormenta, era muy fuerte y se había avisado a los barcos no salir ese día, pero el dueño del barco no quería perder dinero entonces había obligado a zarpar. Se perdieron entre las grandes olas hasta que una de ellas voltio el bote y pocos lograron aferrarse a los restos flotantes, y algunos cambiaron su muerte por una historia de supervivencia. Luego de algunas horas en el océano, decía la anciana, que llegaron a una isla aproximadamente 20 personas, que entre todos parecían tener grandes ideas para construir un bote que les permitiera volver a Buenaventura. Pero que ahí empezaron los problemas. Que quienes tenían más dinero querían construir el bote y volver, que los otros querían construir cabañas y quedarse. Tras varias discusiones decidieron separarse y cada grupo empezó a trabajar en su objetivo, pero empezaron a agredirse entre ellos, a dañar botes y cabañas, que las noches eran más siniestras que las de los montes colombianos, que gritaban y lloraban, que violaban y mataban con el fin de imponer sus ideas. Que terminaron por exterminarse y que ella, asustada y anciana, decidió refugiarse debajo de algunas rocas, y que comía insectos y algunas plantas que se encontraran cerca. Contaba la anciana que salió cuando escuchó el silencio que trae el final de la guerra, pues las almas de los muertos no gritan en nuestra dimensión. Por ello yo no creo en la democracia, siempre hay otros con otras ideas, siempre hay separación”. Dijo el indigente al terminar de contar su historia. Esas personas de calle eran mis superhéroes en este país carente de ellos, eran mi Batman y mis FARC, yo quería hablar con cada uno de ellos, conocerlos a todos.

Allá en Bogotá conocí la historia de uno de esos poetas de las calles, un filósofo de la maldita sociedad, recorría la zona de tolerancia de la capital del país de la cocaína. Entre putas y drogas vivía el día a día intentando conseguir un pan o una botella de bóxer para reemplazar el hambre. Hasta sus 28 años, su clase social fue Indigente, poco a poco fue aprendiendo mañas y conociendo la gente indicada. Carlos Ramón Cubillos era su nombre real, pero en las calles lo sustituyó por “Caliche”. El hombre había escudriñado la infortunada realidad, ejercía la poesía, la filosofía y la indigencia. Caliche había vivido más droga que cualquier otro humano, pero su intelectualidad sorprendía al profesional con mil títulos. Caliche conocía el mundo y la gente, se había untado de calle varios años. Pensaba que una mente pequeña y cerrada pretenderá dar explicaciones paranormales y divinas a lo incomprensible. Agradecía a los filósofos y los científicos por haber logrado dar significados acertados a la existencia, explicaciones que no recaen en las utopías y las historietas que predica toda definición religiosa. – “Terminamos aquí por el azar y la única razón por la que no cabe en tu cabeza es la notable grandeza humana, sentimos que por ser superiores racionalmente a los animales, poseemos la virtud del espíritu y la reencarnación. Sin embargo no somos otra cosa que mamíferos que evolucionamos nuestro cerebro eficientemente y logramos un raciocinio más avanzado que otras especies del planeta. No recaigas en la creencia narcisista-religiosa que incita a vivir de manera censurada para obtener una reencarnación idónea, vive tu vida y no te preocupes por lo que pasara después, porque después no pasara nada”. Dijo Caliche a “Shakira” intentando que comprendiera su escepticismo religioso.

Caliche había dejado de ser un joven indigente, esos tiempos habían pasado cuando conoció la mafia que controlaba la zona, y empezó a cuidar putas y vender perico y algo de bazuco a los desadaptados y a los ricos que la frecuentan. Siempre fue honesto y entregó el dinero completo de las ventas por lo que fue ascendido en los niveles de la mafia y logro convertirse en un “dealer” reconocido de la zona del centro de Bogotá. Todos sabían que su mujer era Shakira, una de las prostitutas de aquel sublime sector en la calle 22 con carrera 17. Ella se había enamorado del desequilibrio mental de Caliche, pues algo había dejado en su cabeza tantos años de bóxer y de calle. Aunque pensaba y hablaba como filosofo con un título profesional, cuando estaba en confianza dejaba notar lo demente de sus pensamientos y sus actos. Shakira al igual que la mayoría de las prostitutas, era religiosa, le agradecía a Dios todos los días la vida de puta que poseía. Discutía con Caliche por su ateísmo, pero Caliche siempre tenía buenos argumentos y Shakira prefería no continuar por temor a perder la creencia. Caliche siempre vestía con ropa deportiva, cuando no usaba alguna sudadera, lucia jeens y camiseta. Hacia buen dinero con la venta de drogas, pero vivía en un hotel del barrio “Santa fe” junto con su mujer, posiblemente para no levantar sospechas o por qué simplemente amaba vivir en esa zona. En el barrio todos sabían a que se dedicaba, incluso la policía tenía conocimiento de su prestigioso negocio, pero la ley estaba paga, porque en Colombia es más caro un plato de almuerzo que comprar un policía.

Caliche había salido de su casa a los 11 años con rumbo a las calles, su madre tenía cierta condición mental e intentaba de todas las maneras posibles asesinarlo, sin embargo lo amaba. Al parecer la madre gozaba despertar lastima y se había acostumbrado al trato afectuoso que los médicos le brindaban cuando su hijo tenía algún accidente o enfermedad. La historia clínica de Caliche lo catalogaba como un muchacho propenso a los accidentes y enfermedades. Caliche pasó la mayor parte de su infancia en hospitales, presentó múltiples fracturas en periodos cortos de tiempo, intoxicaciones, dos neumonías, se electrocuto cuatro veces y una vez cayó por las escaleras de su casa. Aunque los médicos pensaban que era una condición médica y psicológica del niño, Caliche sabía que su madre quería matarlo y trató de complacerla hasta sus 11 años, cuando tomó las calles y probó el bazuco, y una ambiciosa alucinación lo hizo despertar y abandonar su hogar y a su demente madre. Las calles del centro de Bogotá fueron su hogar durante 17 años, hasta que la vida lo llevó a ser un “jibaro” exitoso. Era una historia más del barrio, de las más normales, en ese barrio todos tienen una historia aunque nadie la discuta. Caliche se enteró años más tarde que su señora madre se había suicidado, seguramente con la intensión de despertar lastima, aunque ya no sentiría la gloria de estimularla porque el muerto no puede sentir nada.

Caliche era el que atendía a la clase “media-hípster” de Bogotá a domicilio, se movía por las localidades de Chapinero, Barrios Unidos, Teusaquillo y La Candelaria. Al igual que Charles Bukowski pensaba que el alma libre es rara, pero se identifica cuando se ve. Caliche se consideraba un alma libre y Shakira adoraba estar cerca de él. En las calles había varias historias que florecían en los cuentos de los desadaptados y era la única forma de creerlas. Los indigentes que decoran el centro de las ciudades con sus ropas sucias y coloridas de la mugre de la sociedad, son conocedores de los mejores relatos. En Colombia tenemos muchos locos sueltos por ahí, a la mayoría nos hemos acostumbrado a llamarles “gamines”, como sociedad no logramos diferenciar a un demente de un indigente, lo concebimos igual, porque en Colombia el loco que no tiene cordura termina en la calle.

Irónicamente fue Caliche quien me dijo lo que no había dicho ni Platón, Nietzsche, o Herman Hesse. –“A Sofía no podrás tenerla completa, a ella la busca mucha gente, es muy cotizada… Tendrás que conformarte con sus pedazos, de pronto puedes dormir con su pierna y convencerla para que en la mañana el turno sea para su sonrisa… Nadie ha podido tenerla entera, nadie logra complacer su sexo… Dicen que su eyaculación da tierras y títulos, provee seguridad y poder a sus amantes, y que sus ojos esconden dentro de sus niñas rebeldes los secretos de la humanidad.” Expresó Caliche entre sorbos de razonamiento. – “Yo hallaré su clítoris y lo pondré justo bajo mi lengua, así mis pensamientos pasaran a través de él y excitaran a la gente”. Respondí humildemente. Pedí algunos cartones de LSD y algo de marihuana y perico, buscaría alguna puta y le pagaría para que me acompañase a fumar y se metiera unos “pases”. En las putas encontraba refugio de aquel sentimiento obsesivo, impropio de un guerrero.

Sofía con sus poesías comentaba la prolongación del mundo, su lejanía dejaba en mí lagunas de un futuro enigmático. Mi madre no creía en cuentos después de tanta dependencia, andaba fastidiada de esta nueva era de desempleados y decepciones. Yo, en soledad observaba aquella mancha marrón en la pared de la sala de estar de mi apartamento, podía notar la embriaguez de un cigarro que no encontró cenicero, que término su vida en esa pared. Sí intentaba quitar la mancha, esta se extendía, y cuando la ignoraba, aparecía de reojo desconcentrándome, volviéndome a mi potencial estado natural de TDA (Trastorno de déficit de atención). Entonces imaginaba como habría sido mi vida si hubiese hecho uso del Adderall y mi mente hubiese extendido su capacidad cognitiva. De esa manera no habría caído enamorado del LSD y habría decidido ser abogado en lugar de ser publicista. Las distracciones que consentía aquella mancha marrón, se tornaban en reflexiones, provenientes de posibles dimensiones apartadas de la mía debido a mis decisiones evidentemente erróneas. Sofía no dejaría que mi imaginación se descarriara, estaría dispuesta a abrir sus piernas y dejarme excitar su clítoris para finalizar mis fracasos.

Miré al Historiador, quien esperaba mi respuesta, pero no suscité palabra. Él notó que había comprendido, que pronto viajaría a conocerla y dejaría de preguntar pendejadas. Sé que esto pensó… porque en su rostro era fácil notar cualquier cosa: el Historiador sufría de “rostro sincero” y no podría mentir nunca. Sin decir nada el Historiador dio la vuelta y se fue. Yo me quede abrumado y pensativo, sintiéndome como siempre, como el llanto eterno de una majestad sin gloria. Soy privilegiado de una sociedad maldita que prefiere darme comodidades a mí antes que a tantos indigentes. Soy grande desde pequeño, porque mi cuna estaba encima de otras y tapó a varios bebes que terminaron muriendo para que yo lograra crecer. Crecer fuerte y dogmático, amoroso y diplomático, profesional y publicista. Leo unas veces a Bukowsky, otras a Caicedo y muchas a Hesse, sospecho que debieron ir de putas un par de veces. Con Bukowsky rio, con Caicedo melancolizo y con Hesse delibero. Su combinación debería llevar a delirios y a confusiones pero yo creo conocer varios universos, psicodélicos, alucinantes y paradisíacos. Mi país es territorio de pocos y hogar de muchos, los delfines aseguran el poder y los recursos, viven de los besos en el trasero y las fortunas de sus padres. Someten a la población a esquemas políticos autoritarios fundamentados en intereses de dinastía, corrompen todo intento de justicia y se reparten el territorio, el cual reclaman como plausibles herederos. Un vaso Jhonnie Walker y algo de marihuanita, la emisora “Candela Estéreo” deja sonar “El mártir” de Diomedes Díaz.

…“Le pidieron borrar su inocencia
y empezó a conocer la malicia
a olvidarse de Dios, de su Dios
no quería ni acordarse del pueblo
los amigos nobles y sinceros
él los olvidó, se olvidó…”

Observo mi apartamento, soy privilegiado por tenerlo, agradezco a la vida llevarme a él, perdono a la ciudad haber reemplazado el rio del frente por un caño, en lugar de arrasar con la maldad, la alberga. No podemos cambiar nuestra esclava cultura, honramos a nuestros amos y a sus familias, los idolatramos y nos corrompemos para estar cerca de ellos. Permanentemente estoy atento a demonios y vampiros que aparecen en la tele cuando me siento en mi escritorio a discernir el mundo. Vampiros dueños de la vida de seres superiores colombianos pertenecientes a clases sociales políticas inalcanzables. Amos de carreras triunfantes, infantes de dinastías arraigadas en el poder a través de los años. En el infierno se atragantan esos demonios con corazones colombianos, dentro de cubículos de atención al cliente del Banco de Occidente. Distraen mis reflexiones aquelarres de recursos nacionales que se pierden en chicotes de brujas y vampiros, acompañados siempre de mucha cocaína y prostitutas. El noticiero es la ventana al infierno colombiano, los “millenials” querían ignorar la sangre y pagaron Netflix, y dejaron de ver noticias y dejaron de odiar y de desear la violencia. Yo prefiero ver las desgracias de mi pueblo para no olvidar cuanto odio a los vampiros. Mi objetivo sería encontrar a Sofía para realizarme y consumarme en gloria, gozar de sus historias y sus revelaciones, de su calma y la seguridad de sus palabras, poner mi mano en su sexo y sentirme dueño del mundo. Habría querido una historia repleta de ciudades sublimes y victimas de noble corazón, pero no sería sincera, no sería una historia sino una leyenda. La obsesión por encontrar a Sofía me llevo por caminos espinosos y delirantes, colmados de putas, jibaros y guerrilleros, de muertos vivientes y políticas económicas, de corrupción y sangre.

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