Es tierra de molinos y soledades,
de hombres de campo y mujeres luchadoras,
de ponerse a prueba y combatir,
de perder y reencontrar.
Es tierra de pelea y de resistencia,
del reinventarse confundido con resignación.
Es el verano amarillo y la primavera verde.
El mediterráneo vestido de gala,
de arena blanca y de roca.
Es tierra de mallorquines.
De casas llenas de gente
y de familias eternas.
De ventanas verdes y pueblos pequeños.
Es el sol en la nuca,
la humedad en cualquier esquina
y la aparente neutralidad de su pueblo.
Es tierra de mallorquines.
Y el extranjero también sabe que es una tierra increíble
y por eso el turista la quiere conquistar.
El mallorquín no quiere dinero,
ha aprendido ya que a veces lo que se vende
sale muy caro.
El mallorquín quiere seguir siendo lo que en esencia
siempre ha sido.
Es tierra de gente honesta
de gente que abrió sus puertas y las dejaron siempre abiertas.
Es el pueblo salvando al pueblo.
Es la isla salvando al mallorquín
de la miseria a cualquier precio.
Porque la esencia de Mallorca,
esa,
no se vende.
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