CUENTOS DEL HIJO DEL CAOS

CUENTOS DEL HIJO DEL CAOS

Erebo Silenion

11/04/2017






CUENTOS

DEL

HIJO DEL CAOS

EREBO

En agradecimiento a los antiguos e inmortales:

CAOS

HESIODO

PUBLIO OVIDIO NASÓN

“Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.

Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo”.

HESIODO





Χάος

(Caos)

αʹ

EL VIRUS

La escritura se hacía sumamente liviana en la computadora, haciendo frases insuperables en su contenido, sin embargo, al teclear la letra S, un virus se apoderó del texto de una forma rotunda.

Letra a letra lo deformo convirtiéndolo en un simple recuadro de símbolos y letras informes, tornando todos los sentimientos plasmados en meras figuras, simples sin cápsula y sin sentido, solo se salvó de todo el texto la tercera fila de la introducción que decía:

La escultura el gran vidrio de Duchamp.

Aseste un puñetazo en el teclado, por la perdida del texto y lance un grito contrario al Eureka. El destrozo absoluto de la creación.

No creía en dios, pero cuando esribía me sentía como si fuese uno. Era un Júpiter, quizás más bien un Saturno, con la diferencia de no devoraba el tiempo sino mas bien a mis hijos, los personajes que creaba. Pero en este caso el virus había destruido la palabra, el había sido el Saturno que devorava a sus hijos. Las letras.

Allí había terminado todo el trabajo de varios días en una frase, en este caso el mismo virus se tornó en Tártaro de Creación para no dejar existir, ser o hacer de la palabra.

Mi siguiente pensamiento fue darles el sentido preciso a los destructores. Tal vez la musa que otrora pedía ayuda a Cupido para exaltar los sentimientos de los artistas a través del amor, quisiera de una forma sutil y moderna cambiar mis letras por unas más allegadas a las entrañas.

La muerte un nuevo nacimiento, a través del reducto total de una deformación del sistema. Así la esencia del mundo se tornaba en una nueva creación.

Recordé la anécdota del rompimiento de la escultura del Vidrio de Duchamp (de la que había hecho mención en el escrito que se había perdido), por una mala manipulación cuando era trasladada. Duchamp en vez de tenerla por destruida, dejo las quebraduras que se trazaban en el vidrio, como una inserción nueva del destino. Una obra en creación, perpetua esta vez por el azar. El caos como constructor

Sin embargo, no dejaba de molestarme el haber perdido todo eltiempo, que había puesto en escribir ¡maldito Virus¡ Me relajé un tanto y vino a mi una escena de la película Matrix, donde el, Agente Smith le dice a Morfeo:

«Le voy a contar una revelación que he tenido en el tiempo que llevo aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Me di cuenta de que en realidad no son mamíferos. Verá, los mamíferos logran un equilibrio perfecto entre ellos y el hábitat que les rodea. Pero los humanos van a un hábitat y se multiplican hasta que ya no quedan más recursos y tienen que marcharse a otra zona. Hay un organismo que hace exactamente lo mismo que el humano. ¿Sabe cuál es? Un virus. Sí, los humanos son un virus, son el cáncer de este planeta y nosotros somos su cura.»

En cierta forma pensamos y nos dolemos de los virus, pero nuestro ser es la destrucción y así fue cuando oprimí la letra S, en el teclado de la computadora. Una simbiosis mínima del estado mayor de destrucción de su propio creador.

Tome entonces la frase y como un alquimista invoque a los cuatro vientos intentando encontrar el sentido a lo acaecido y nada. Volví a Duchamp, para buscar en el ese sentimiento creador del azar, de partida desde la destrucción, del caos. ¿Que juego nos tiene la existencia?, ¿así surgirá el cáncer en el hombre para darnos una respuesta que nunca acabamos de entender, solo un interrogante hacia la muerte? Pero allí esta el secreto del místico, ver en la destrucción.

¿Que significado, tenía el que el texto se hubiese destruido al teclear la letra S ?

Que series matemáticas tendrían una referencia con la palabra, si lo que iba escribir era la palabra Si, solo eso, no era el centro de mi escrito solo era una referencia por demás adicional del texto. ¿Que relación existe entre el gran vidrio de Duchamp y la letra S?, o solo era el azar, a lo que intentaba yo darle un tinte mayor y en cambio no ostentaba ninguno. Era uno de esos avatares continuos de una vida sin destino, sin haber sido hilado nada, solo como se dice en el argot popular me había llegado la Sal .

En absoluto. Ya la misma vida me había enseñado que el azar no existía y más bien el dejavu estaba presente, el paso del gato negro no solo era un problema del programa de la matriz, sino porque algo se traía el universo conmigo, con el insignificante escriba de frases sin sentido. En este caso el existir se convertía en el proceder absoluto contrario.

Tenía que ver algo lo que quedo del texto sobre la escultura del vidrio de Duchamp. Recordé que tenía un libro sobre Duchamp que había comprado hacia varios años y que luego de leerlo lo dejé de lado. Quedó solo como un antecedente del texto biográfico de un pintor.

Lo saque de la vieja biblioteca. Era un libro de Planeta de Agostini, lo abrí y de inmediato cayó sobre el piso un girasol marchito, que me había dado una mujer que amaba en aquellos días, lo que me dio una señal que iba por buen camino. Eros mandaba señales.

Como siempre que abria los libros guardados, lo acerqué a la nariz para inhalar el aroma propio de los libros, cerre los ojos y al abrirlos vi, que tenia subrayada una frase. Brillaba como la luz de una lámpara en la oscuridad de la noche.

“Antes de atribuirse el título de “Teinturier”, Marcel Duchamp había sido llamado por Robert Desnos “Marchand du sel” (Marchante de sal), como una espléndida metátesis que brotaria-y ya estamos en el tema- ¡en el transcurso de una sesión espiritista!”

Allí estaba esa sal, era mi S. Continue leyendo y vi que no era solo el símbolo de la sabiduría, sino también como uno de los primeros agentes y que como señalaría Breton, como el principio de trasmutación del alquimista. En el libro se realcionaba también con Fulcanelli y allí aparecía otro aparte subrayado sobre el cristal, de 1929

“El icosaedro, este cristal desconocido, la sal de la sabiduría, espíritu o fuego encarnado, el gnomo familiar y servicial, amigo de los buenos artistas, quien asegura al hombre el acceso a los supremos conocimientos de la antigua gnosis”; “Este espíritu metálico, íntimamente ligado a un cuerpo nuevo, vítreo y translúcido, auténtico cristal en el que se desarrollará la gama sonora y de colores de la última cocción”.

Volteé entonces el rostro perplejo sin saber claramente el por que, pero sabiendo instintivamente que allí estaba la respuesta.

Miré sin fijarme en nada solo hacia la ventana como si por ella llegara la respuesta. Por virtud de la noche y la luz, retrocedí la mirada al vidrio de la ventana; allí no solo observaba al trasluz el edificio de enfrente, sino que estaba mi reflejo. Me recorría en dos visiones distintas, una allá y un aquí que se devolvía en virtud del vidrio. Dos escenas en un solo tiempo.

El sistema de sonido de la computadora se encendió sin razón aparente y empezó a sonar apartes de la musica de la película Farinelli, el “Cara Sposa de HAENDEL”, la voz se hizo total y la palabra “retorna” se hizo aguda, continua dispersa en el tiempo aumentando cada vez más y más, haciéndose insoportable. Me tapé entonces los oídos con las manos y el vidrio de la ventana estalló en forma rotunda, me agaché para protegreme del sonido y los vidrios.

Cesó de sonar la música y luego se hizo silencio total.

La luz no se había apagado, pues pensé que con el sonido se habían roto también los bombillos. Me incorporé lentamente en la silla, di vuelta para ver que había pasado en la ventana y allí estaba un trozo de vidrio en forma de un rayo pegado al marco. Al enfocar la mirada se podía ver la negrura de la noche. Cuando al ver con detenimiento y desenfocando un tanto los ojos el lado agudo del trozo de vidrio, señalaba la constelación de Orión.

Y solo pensé:

he ahí la respuesta a mis interrogantes y a la semblanza de la sal en virtud del virus”

La pantalla del computador se abrió nuevamente y el cursor titilaba imprimiéndose por no se que artilugio la letra S, no se porque razón señale al cielo en todo el angulo del trozo de vidrio apuntando hacia la constelación de Orión y allí en el teclado, como si alguien oprimiera las teclas se empezó a matizar el texto

Sah tres veces al día se come a otras deidades,

Nace una nueva idea del caos nace una semblanza del antiguo dios y yo solo soy pluma.

¡La sal crea!

βʹ

EL LAGO

Ya la noche cumplía sus últimos segundos en mi mente, se apoderaba el sueño de mis huesos y aquellos se amoldaban a la almohada, mi amada haría lo propio.

La piel se desplegaba en las sabanas de líneas azules interminables, como si fueron un laberinto de agua. Mis ojos se hacían más pequeños mientras la persiana dejaba pasar los últimos hilos de luz de la luna. Que como siempre en semblanza había estado llena de misterio cuando había divagado con ella desde el día. Allí se desplegó la tela del sueño por Morfeo y al parecer las parcas repartieron su ojo al aire para adueñarse del hilo del destino.

En mi sueño mi caminar se hace rotundo y solitario dejando al fondo escuchar los ritmos del agua, su caída y sus tonos se parace a la música del adagio del santo sepulcro de Vivaldi.

Un sentimiento de la nada llega en ese momento. Algo me dice que no existe ni el ser mismo, sin embargo, mis pasos se hacen más ligeros, miro hacia el horizonte para encontrar la luz (quizás la misma lámpara de Diógenes de Sínope o solamente la sombra de la caverna de las ideas), una niebla densa se apodera de todo el paisaje y mi vista sufre los embates del espíritu de la pesadez y en mi cabeza escucho:

– ¿No ser nada? ¿y para que ser, si no tengo nada a lo que me pueda aferrar?

Un campesino andrajoso pasa a mi lado y gesticula una mueca similar a una sonrisa, agacha la cabeza como saludando, ya cuando lo pierdo de vista, una voz es llevada por la niebla, lacerante entrando en mis oídos y dice

“Nada…”,

Volteo de inmediato y de la forma del campesino se alzan al viento sus ropas volando, desapareciendo en la copa de un árbol.

Mi cuerpo se hace tenso y el espíritu de la pesadez ya no se encuentra en las carnes, sino hace parte de mi calavera lo que me hace huir despavorido corriendo. Luego de estar corriendo logro ver en la hierba como un camino, que ha sido pisada de continuo. Lo recorro a velocidades de espanto cuando al fondo en la niebla, empiezo a notar el gris oscuro del agua.

Es un lago el cuál hace que me detenga en el acto e intente respirar pausadamente. Me agacho al borde de las aguas para tomar un sorbo, meto la mano en forma de cuchara y el poco liquido es llevado a mis labios. El agua no tiene sabor, abro los ojos e intento ver el agua cuando percibo de forma instantánea que no existe ningún reflejo y solo pequeñas ondas de movimiento se entrelazan lentamente. Las ondas gimen, como si alguien tocara un violin lento y acentuado, tonos finales de la Sinfonia al Santo Sepulcro. El agua es ahora la que me pregunta retumbando en mi cerebro

Que importa tener algo si ser en si no es nada y lo es todo.

Cada gota mía ha sido siempre nada y solo la mente humana la quiere condensar en algo. La tristeza que dice escuchar, no la ve, por que su imagen no se refleja. Por lo tanto, solo ha sido el engaño de su mente. En su intento de encontrar algún cambio, el único verdadero se llama muerte.

Por ello y solo por ello creen que la niebla impide ver y no se dan cuenta que la niebla es la que hace ver el fondo, el de sus propias almas…”

De nuevo el sentimiento de la pesadez llega y al momento lo veo pasar como las ropas del campesino por los aires. Estos sentimientos en formas de letras volaron haciendo figuras en el cielo como cometas con las que jugaba cuando era niño, haciendo desaparecer mi dolor.

Se hizo silencio y la niebla se disipó un poco, dejando entre ver nubes en el cielo. Me recosté entonces en la orilla del lago viéndolas blancas, moverse lentamente. Tenían diversas formas, pero cada vez que las asimilaba a un objeto esta idea se hacia ropas y planeando caían en el lago. Este las devoraba. Parecía un agujero negro, en cuyo centro se empezaba a delimitar un ojo. Así estuve bastante tiempo, y todas las ideas de nube se iban en forma de ropas de diversos colores.

Me levante de la vegetación, escuchando dos personas adultas con voces masculinas, pero claramente diferentes, que al tiempo me decían:

-Vamos al lago, vamos allí encontraras el fin de la pesadilla y el comienzo de la muerte del miedo, a lo implacable de la nada, vamos.

Me desnude, apenas solte mis mis ropas estas volaron se hicieron letras y fueron a caer al lago. Me introduje en las aguas tibias, que no tenían ningún tinte y al unísono me dijeron:

-Siéntate

Al momento cuando sentía que flotaba en el agua, emergí en una silla hermosa del fondo de las aguas, era una silla de carruaje egipcio, pero sin soporte. Allí me recliné. Unas manos que salían de la espesura, me dieron una jarra con agua del lago para que bebiera. Bebí de ella. Esto hizo que volara por los vientos todavía sentado en la silla, como si ella fuera la fuente de mi vuelo. Miré entonces las nubes a mi alrededor moverse lentamente, mientras la silla descendía hacia al ojo del lago.

Boté entonces la jarra y empecé a sentir como si borrarán cosas de mi mente, como si alguien sacara todas las ideas de mi cerebro. Me sentí mas liviano.

Nada importaba ya nada tenía sentido, si es que alguna vez lo tuvo. al fondo una luz fuerte muy fuerte me llamaba. El ojo rugió y me tragó de forma implacable. Inmediatamente volví a ser, saliendo del agujero.

Abrí los ojos, rompiendo el sueño estando en el presente. El beso de mi amada me despertó y con suaves palabras al oído me dijo quedamente:

-Te desperté, porque estaba leyendo una frase del budismo Zen y esta me llamo mucho la atención- Espera le dije: – tengo que contarte un sueño que acabo de….– Ella como siempre con su insistencia, poso un dedo sobre mis labios, me hizo callar, tomo el libro de la mesa de noche y leyó:

– “No pensar sobre nada es Zen. Una vez sabes esto, caminar, sentarse o tumbarse, todo lo que haces es Zen.”

Se quedo callada y luego de unos segundos, me miro, preguntó: –Y bueno que tienes que decir- Sonreí, entendiendo todo. Le di un beso tierno en los labios y le dije:

¡Nada!





γʹ

SOMBRA

Estando en mi cama, la música había terminado y la luz eléctrica fue apagada. Sin embargo, la persiana dejaba entrar la luz de la luna por rendijas de manera tenue. Uno de esos rayos se posó en la mecedora, reflejando una sombra que de manera incoherente jugueteaba sobre las cosas como si tuviese vida.

Al fondo se encontraban mis tres cactus Atos, Portos y Aramis, los que por el traslado de su senda se habían convertido en ya casi el refugio del recuerdo. Allí estaba Aramis que por sus formas semejaba a un guerrero dando la venia, pero que no era de majestad, sino de estimulo de la pérdida de la vena sin rasgos. Así estaba cuando la sombra de la silla se alzó como si tuviere vida propia independiente al objeto que la generaba y abrazó la sombra de Atos de una forma rotunda confluyendo, recorriendo la habitación cuál si fueren dos enamorados. Se detuvieron al roce con la escultura de madera donde había tallado los signos de mi destino. Al tocar la serpiente que hubiere tallado, esta se movió hacia el final, hacia la parte de arriba, al omega, casi como queriendo salir del tronco. Pero la serpiente era oscura, siendo la mezcla de una sombra, con el color de un agujero negro abismal.

Pese a ello, mi reacción no fue de temor sino de recibo, a quien se espera desde hace ya largo tiempo. Quise que saliera y se apoderara de todo lo que había y así fue, se hizo oscuridad total en la habitación, una oscuridad de fondo.

Busqué empero, observar a ver si podía ver la sierpe, intentando para ello encender la luz. Pero al presionar el interruptor esta no encendió. Recordé la linterna pequeña que tenía en la mesa de noches, la saqué y su rayo corto, reducido se posó primero en el techo, luego la aligeré contra la madera y con sorpresa noté que lo que creyera un efecto del sueño no era así. Alumbre el madero, la serpiente que había tallado en la escultura no estaba y por la forma de la luz o no se por qué efecto no se observaban sombras de ningún objeto. La luz de la linterna comenzó a disminuir, agite la misma, pero seguía disminuyendo, las baterías se habían agotado. Tomé la cajetilla de fósforos que tenía para encender el incienso. Iluminé la vela azul del juego de cuatro que tenía, y la encendí.

Me moví en la habitación con la vela en la mano buscando la serpiente, no la veía. Abrí la puerta del baño y busqué en el piso, pero nada había allí. Subí entonces la luz y al pasar por el espejo se iluminó mi rostro, los bordes del mismo eran más iluminados casi amarillentos y destellantes, coloqué la vela en el lavabo y entonces la vela hizo que la imagen generase una sombra en el blanco de la porcelana, esta comenzó a alargarse muy rápidamente convirtiéndose en serpiente. Se colocó en el fondo y empezó a subir en contornos por la pared, toco entonces el espejo y se oscureció. Mis formas que se reflejaban desaparecieron. La vela se apagó, di un paso atrás y una voz grave dijo:

– ¿Haz la pregunta con sabiduría?

Se encendió de nuevo la vela, viéndose mis contornos en el espejo, siendo el rostro difuso, vibrando la imagen. Los ojos giraban sobre el espejo, una niebla aparecía en el fondo. Aparecieron otros rasgos distintos, los pómulos más grandes y en la mandíbula una barba de varios días descuidada y sucia. Los ojos se detuvieron y se hicieron oscuros negros total. Era mi rostro, pero de un hombre de unos 50 años. Allí se completo el mismo, de sus líneas bruscas, toscas, opacidad de los ojos, se evidenciaba la cara del delincuente, del asesino. Mi pavor fue total me reconocí de otras vidas cuándo me vi reflejado en las aguas del pozo, antes de ser llevado al cadalso.

Allí nuevamente los ojos se comenzaron a mover y se hizo niebla él antiguo rostro.

Otro se matizó, era el mío de cuando tenía 18 años, se notaba la juventud y los razgos suaves. Trazos de inocencia y una brillantez clara en los ojos. Inocencia propia de la edad. Elmismo también desapareció al momento.

Se reflejo entonces mi rostro actual y atine entonces a preguntar:

– ¿Cual es mi verdadero rostro?

Empezó a moverse la luz de la vela y allí entre centelleos aparecieron los tres rostros reflejados, que comenzaron a mezclarse. El actual, el del asesino y el de cuando tenía 18. Los ojos eran solo unos, que se reflejaban quedando inmóviles. Brillaron tan fuerte, que me hicieron cerrar mis ojos con todas mis fuerzas.

Al rato, mientras tenía mis manos contra mis ojos protegiéndolos del embate del brillo, sentí como la luz disminuía, y se iluminaba el baño nuevamente con la luz de la vela.

Empecé a retirar las manos paulatinamente de mis ojos y parpadeando lentamente conseguí abrirlos luego de unos minutos.

Por el baño empezó a aletear una mariposa, la que se detuvo en el borde del lavamanos. Con el mayor sigilo me acerqué a verla y para mi asombro vi la forma de una calavera en su espalda, era una mariposa calavera de la muerte. Y la voz grito:

– Ese es tu verdadero rostro el de la muerte, el del omega, el del fin y como dijere Dumas en boca de Aramis: “la muerte es la puerta que conduce a la perdición o a la salvación” Sálvate, muere y nace nuevamente del caos, de tu padre.

La mariposa voló hacia el espejo perdiéndose en el mismo, dejando una estela de polvillo negro.

Ahora cada vez que me miro al espejo antes de dormir, escucho un aleteo de mariposa y siempre digo a la imagen que se refleja:

Esta noche también moriré






δʹ

SUEÑO

Para mí los sueños se convirtieron no solo en aquella búsqueda interna relacionados como formas de interpretación del inconsciente como lo señaló Freud, sino en un atisbo de lo que la mente podía encausar en una telaraña como forma causal de la existencia.

El sobresalto en mi cama no fue al azar. Fue el encontrarme dentro del sueño entrelazado en escenas propias del año 1956, percibiendo formas que no reconocía. Sabía que estaba fuera de mi tiempo, de ese tiempo que tantas veces consideré lineal.

Soñaba que trabajaba como obrero en una construcción y pregunte a uno de mis compañeros de obra que fecha del año era:

– Que es esa pregunta, pues 24 de febrero de 1956 ¿por que?

Mis entrañas dieron un vuelco tremendo y le grite:

Para nada estamos en el año 2004.

– Otra vez con esas estupideces- Dijo el.

– No, es del 2004, estoy soñando, porque estoy aquí en este sueño que significa.

– Otra vez con la pendejada, ahora empieza a mezclar los números como el Marqués ese Sade que me contó, que lo había hecho en la cárcel de la Bastilla- Volteo el rostro, con gesto de desaprobación.

Ya hasta los personajes de mis sueños me hablan de mis pensamientos antiguos sobre los números. Además, que de los números aquí no existe ninguna relación con los números, esto es muy lejano, sin embargo – Hice gesto pensativo y continue– 24 de febrero suma 6, 1956 suma 21, que con números naturales da 3 la figura geométrica perfecta el triángulo y el año verdadero es 2004 que suma 6 es decir su duplo, del día 24 nuevamente 6.

– No hable así que no entiendo nada…. y deje la estupidez continue trabajando, mire que el capataz no le va aguantar sus vainas de loco otra vez.

– No, pero esto es un sueño, no es la realidad.

– Otra vez con que es real y que no lo es, me tiene jarto con esos cuentos.

Me sentí absorto, sin embargo, no sé por qué razón continúe trabajando, dentro de mi sueño que no sabia si lo era o no. Pegaba los ladrillos con el cemento siguiendo la pared que estábamos realizando y al momento el número 6 vino a mi mente y observe detalladamente los ladrillos que llevaba pegados contándolos, los que sumaban 27. Al momento tomé del hombro a mí compañero y le dije:

– Los ladrillos suman 27, suman 27.

– Y que, que con eso….

– Pues que suman 27 es decir 9.

– ¿Y que significa eso con que va a salir ahora?

– Es 9 es decir 6 al revés y es una forma inconsciente que me demuestra que estoy en un sueño, en los sueños los números se muestran al revés el 2004 es un 6 al revés y mi cerebro lo ha elaborado como el 9 de la suma de los ladrillos en sus números naturales.

– Que es esa estupidez, ya quiere ver números relacionados en todas partes. Y que es eso de que estamos en un sueño no sea pendejo, trabaje más bien, seguro esta pensando en la postura del 69- Soltó una carcajada estruendosa.

Decidí continuar trabajando, tomé otro ladrillo unté el cemento en su lado y en ese momento el capataz gritó:

– Federico llevé estos tarros de pintura al piso 15- cogí a mi compañero y le dije: – 6, escuchaste 6.

– Cual seis. Dijo. Quince no piso sexto ni nada parecido.

– No suman 6, 15 suma seis, 1 más 5 son seis.

– Ya no más, lleve los tarros de pintura. Deje de joder.

Me coloqué de pie, deje el ladrillo en la fila, me limpié la tierra y me fui donde el capataz, cuando llegué allí me acercó unos tarros de pintura y mi desconcierto fue total cuando me di cuenta que eran tres tarros. Grite entonces a Carlos.

– Carlos son tres son tres– Alzó la mirada con cara de desconcierto y continúo trabajando. El capataz me miró como si nada.

Me dirigí a la portezuela hechiza de las escaleras, mirando los tarros retomando todo lo que había pensado sobre los números. Al llegar al piso 15 intenté abrir la puerta y esta se trabó, pegué con el dorso de mi mano y nada. Tiré una patada Frontal a la puerta y me resbalé, soltando los tarros de pintura, derramándose su contenido y cai dando un golpe en el piso.

DESPERTE de inmediato, se encendió una radiola y empecé a escuchar las notas finales de un movimiento de un concierto para violín de Brahms, a su término dijo el locutor:

Acaban de escuchar el concierto para violín in A menor op 102 de Johannes Brahms, una de las mejores obras para despertar en este claro día, 24 de febrero de 1956.






εʹ

LIBELULA

Comencé a subir la montaña como siempre para dejar los reductos de la contaminación que ingresa en el alma cuando se habita demasiado en la ciudad, como para encontrar la cura a la melancolía y al espíritu de la pesadez, siempre sabiendo que la montaña entregaría alguna luz o una nueva senda como el camino que se toma. Haría que el alma se sintiera otra vez viva.

Se había convertido tal sentimiento en mi razón para caminar. Pero obviamente tenía introducido un ingrediente especial y era verificar si los caminos que se toman son los adecuados y si quizás el intento, como lo llamaban los chamanes se pronunciaría de manera irreductible. Para ello de ser necesario (y si lo que generalmente percibía no era suficiente en su momento), lleve mi cámara con el trípode clásico dos piernas y un codo en la piedra para registrar lo que se ve. Después en la calma de mi estudio, revelaría los designios.

Empecé por reconocer cada una de las sendas, pero el camino tantas veces recorrido, se torno distinto, sin saber el por que.

Tome las fotos de cada uno de los ascensos. El premio por coronar la punta de las montañas, era el viento que me azuzaba como canto de triunfo, el mismo que me invitaba a coronar la siguiente punta.

Fotografié en tanto varios insectos, pero desde el inicio quise hacerlo a una libélula. Recordé que mi hermosa abuela materna, siempre consideraba no solo de suerte verlas, sino que siempre decía que cuando se dejaban ver por un buen rato así fuese a lo lejos, era señal que llegaría una visita, pero no cualquier visita sino una que transformaría el sentir.

En pos de ello seguí y observé varias, pero demasiado lejos. Era lógico que el poder obtener una foto fuese muy difícil, ya que son seres vivos que tienen un rango de vista de 360 grados, gracias a sus más de 30 mil ojillos que conforman el sistema de la vista, capaz de enfocar a su presa hasta a 12 metros de distancia, lo que las hace sumamente eficientes y más si esta presa no era un insecto, sino yo su cazador de imagen, hijo del caos y hermano de la noche, que por metamorfosis me encontraba en cuerpo de hombre con tinte de anagrama de Amor.

Así lo intente por horas sin nada y más bien termine tomando otras fotos, del paisaje.

Ya cuando llevaba unas cuatro horas caminando y exhausto por la travesía, decidí guardar la cámara y a pesar de que el viento nuevamente azuzaba con mayor vigor, decidí por el sudor que me impedía ver bien guardar mi chaqueta y culminar mi descenso sin la meta cumplida.

Por el cansancio de mi espalda decidí buscar un lugar un tanto alto donde pudiere colocar la maleta y allí guardar todo. Vi una piedra como de 1.60 de alta. Retiré la maleta de mis hombros para ponerla encima y cuando ya la iba a colocar, hela allí majestuosa, inmóvil, una hermosa libélula posada en la parte superior de la piedra.

Colgué nuevamente mi maleta en la espalda. Intente desde tan lejos tomar la primera foto estirando el brazo sin acercarme mucho, y ella se dejó. Fue como la bella mujer de la fiesta que yace sentada en un rincón para no ser molestada, pero que cuando uno se acerca con gesto claro acercando la mano para invitarla a bailar, acepta la invitación con un leve movimiento de sus cejas. Pero el gesto de aceptación de la libélula fue su quietud.

Entonces me acerque otro tanto y tome una nueva foto mas nítida, en palabras del gesto de la danza, dejo colocar mi brazo en su talle. Así ya decidido, sabiendo su aquiescencia me coloqué muy cerca y vi sus ojos inmensos, sus colores en sus patas y alas: azules, amarillos, ocres, cafés, negros y verdes, fosforescentes, que combinaban con los pequeños destellos de la piedra, con pequeños trozos de cuarzo refulgente. Fue entonces cuando me di cuenta que era imposible que me hubiese podido acercar tanto sin que se moviese y que como cuando bailaba con las mujeres, el que se hubieren dejado besar los labios, pudiese contener un subterfugio.

Pensé entonces que debía estar muerta. Retire la cámara. El gesto de la tristeza se dibujó en mi rostro y con melancolía la intenté tocarla con mi dedo índice, al estar a punto de tocarla, todo mi cuerpo empezó a vibrar, se empezó a transformar y sufrí una metamorfosis.

Mis ojos se hicieron infinitos, mis alas me elevaron, alejándome del cuerpo que veía allí, que no era otro sino el de hombre que había tocado a la libélula. Quieto, solo con un gesto señalándome al cielo en mi vuelo.

Irreductiblemente mi cuerpo era el de la libélula y en mis ojos infinitos empezaron a pasar escenas como del pasado. Me detuve a percibir unas. Vi demonios antiguos celtas en esta. En otra escena estaba en otro cuerpo de insecto en forma de caballo de diablo como si fuera mi forma previa. En aquella me vi como libélula del tamaño de una gaviota. En otra me alejaba de un lago. Pero en una en especial, la escena fue clara, algo me iba a tocar y era la escena inicial. Mi imagen humana se acercaba con el dedo índice y antes de tocarme. Me di al viento.

Como si diera reversa a toda la escena, en un destello volví al cuerpo humano de la metamorfosis inicial del ÉREBO.

Pestañeando los ojos mire como se iba la libélula, hermosa, majestuosa al viento. Sabiendo que con sus actos me había dado el mejor regalo contra la melancolía y la manera exorcizar el espíritu de la pesadez.

No era otra cosa, que volver a tener consciencia de la fluidez de la existencia, en la armonía del universo, en las transformaciones eternas y que, si para ello era necesario debería pasar por la muerte. Para que teniendo certeza sobre su posibilidad me lanzara entonces por fin

a la libertad, del vuelo eterno….







ϛʹ

LA VISTA

El piano entró fuerte, era el concierto para piano y orquesta opus 54 en A menor de Robert Schuman tocado por Murria Perray. El sueño terminaba de forma abrupta como siempre desde que había programaba el equipo para que a las 9 de la mañana me despertara para volver al diario discurrir. La suavidad del alegro afectuoso me llevaba entre las olas de la oscuridad que se totalizaba con la persiana de madera que cubría la ventana de mi habitación. No abría los ojos, los dejaba escondidos entre la cobija de lana para que ningún ápice de luz trastornara el lapso de la entrada al otro mundo. A ese mundo que me hacia entender la duplicidad del monólogo de Shakespeare, entre el ser y no ser y más bien entre el hacer o no hacer. Esa conducta se radicalizaba ya todos los días mientras frotaba mis pies uno con el otro, comenzando un dialogo profundo entre las neuronas que no habían sido tocadas por la simpleza de la normalidad.

Una imagen seguía a la otra. Aparecían las teorías consecuentes de la física, como para dar un punto importante sobre la existencia. Se interaccionaban entre las dendritas de las neuronas. Una de ellas dejó que uno de los átomos que la componía posara su información mínima y solitaria sobre la existencia, como queriendo buscar un por que, del acto de toda la vida, mi soledad, impulsada en el material genético de las gónadas de mi padre.

Este átomo se disolvía en sus mundos más pequeños, armando una serie de punciones que impedían la apertura de los ojos (en tanto, al fondo el piano ya estaba en el Alegro Vivace), estos mundos se encontraban en revolución. ¿Era una revolución de la inactividad o la actividad? Esa pregunta venía como si otra parte de mi cerebro me observase. Pero otra llegaba queriendo saber para qué tanto cuestionamiento, para que tanta necesidad de respuesta como si fuese una madre que quisiera dejar a sus hijos ensuciarse en el lodo.

Alguien habló:

– Es como un espejo contra otro, la imagen se hace infinita como parecen ser nuestros mundos, solo el observador se percata de ello por su vista, pero la existencia misma esta allí.

Ello resonó por toda la fibra de la cobija que tocaban mi cuerpo desnudo, haciéndolo vibrar como la explosión de una estrella. Observé con mis ojos cerrados la luz incandescente casi quemante que traspasaba los párpados. Vi como se activaba un universo caótico en cuyo centro se veía un agujero negro desplegando materia por todos los lados, haciéndose una gama de colores infinita donde resaltaban: el rojo, amarillo y negro.

Hacer y no hacer es lo mismo- Señalo la voz

Mi visión se fijó en una estrella de ese universo inalterada, me hice supremamente pequeño, diminuto viéndome en ese mundo. Me detuve en un árbol que estaba posado encima de un triángulo.

– ¿Se mueve el árbol o el triángulo? – Interrogó

Respondí: –Ninguno se mueve, están en inactividad ambos.

– ¿Será que alguno de ellos se pregunta entre el hacer o el no hacer?

No creo que sufran por esos avatares– Dije totalmente seguro al respecto

– La visión entre el actuar y el no actuar limita al humano lo deja en la insipiencia, siempre verá al árbol como inactivo porque no se traslada de un lugar a otro y al triángulo como figura geométrica. En algún momento la búsqueda del hombre se volvió su perdición y su hacer es deshacer. Nunca no hacer.

Inmediatamente tiré las cobijas y abrí los ojos, no veía nada todo era oscuridad. En ese momento lo único que me hacía en este mundo eran las notas del concierto para piano y orquesta con su resonar de tambores y su piano soberbio.

Una punzada en el hemisferio izquierdo del cerebro me tendió en el piso. No veía nada solo escuchaba la música al fondo. Me arrastré por el tapete de la habitación hasta llegar al estudio y como pude abrí la puerta. Se encontraba más oscuro, pues la persiana se encontraba abajo. Me apoyé en mis rodillas y prendí la luz que me encandelillo haciendo sentir dolor, cerré los ojos poniéndome de pie acercándome al grifo donde lavaba los pinceles. Abrí la llave y salió agua fría de ella, me la coloqué suavemente en los párpados, abrí los ojos y vi mi rostro pálido desencajado en el espejo.

Estiré el brazo de forma ya tranquila torciendo mi cuello haciendo traquear mi nuca, me acerqué a la pared y ya podía notar algunas cosas del estudio de pintura. Posé mi vista en el cuadro de Goya (Saturno devorando un niño), sonreí y me acerqué al otro lado de la habitación, hacia la persiana de la ventana que daba a la calle. Halé el cordón, cuando de pronto vi que no se veían las calles, era otro espejo donde mi rostro se reflejaba. El niño de la pintura de Goya rió macabramente y su cuerpo sin rostro preguntó:

¿De que lado del espejo estás?






ζʹ

PIEDRA

Siempre en mi vida busqué en los lugares más remotos cosas que transmitieran la esencia, por ello elegí en virtud las más significativas, las piedras y las hojas de árboles. Las piedras porque llevaban tanto tiempo depositadas allí y aunque la mayoría de personas creyera que no tenían vida, para mí poseían la esencia de la tierra, su creación y el paso del sol, la lluvia, los vientos y el alma de la tierra. Otro tanto ocurría con las hojas, ellas para mi eran el significado inalterable de la existencia, su vida estaba dada al ser sin preguntas, sin angustia, sin devaneos, sin dolores por lo que era el actuar para dejar huella, su ser estaba hecho para vivir, sin la razón como cárcel de la mente.

Ese día andaba por el campo, mis pasos eran lentos para disfrutar de la vista, sentía los olores que despedían las plantas, pasaba un céfiro rozando mis cabellos como si quisiera llevarlos. Llegue al fin de la senda y al ver la magnificencia del paisaje me dejó sin aliento, la hermosura, la grandeza, el viento en todo su auge, montañas al fondo y los campos a mis pies coronando de que manera la escena. Aspiré profundo y me senté en posición de Lotto, para ver el horizonte.

Estuve un rato en silencio, pero algo llamó mi atención una piedra que parecía una nuez, que se observaba de color marrón. Me animé a tomarla conocedor que allí podía estar el infinito, recordé la frase de Hamlet: “podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”.

Al intentar tomarla observé una hoja cerca, que se notaba por su color rojizo. Levante los ojos y tuve conciencia que, de alguna forma entre la piedra, la hoja y mi cuerpo se completaba un triángulo. Por alguna razón en vez de tomar la piedra, cogí la hoja, la tomé entre mis dedos, observando las venas que se entretejían que a la sazón eran 14, números estos que sumados daban cinco. Torcí levemente el cuello y la dejé en el lugar que la había encontrado. Cogí la piedra y el viento empezó a rugir, dibujándose en el cielo algo, que cada vez rugía con mayor tenacidad. Se completaban cinco puntos. Era una estrella de cinco puntas, el pentagrama en toda su majestuosidad.

El viento soplo y rugió, tomo mi cuerpo, se iluminó la hoja y los tres empezamos a subir en el cielo formando un triángulo en el aire, un rayo vino del sol, atravesó la piedra y sin aviso se dirigió a mí, iluminando todo mi ser.

No se que tiempo transcurrió mientras estaba iluminado y caer nuevamente en un sueño pesado inmediato, como si alguien me hubiese apagado.

Cuando abrí los ojos, estaba recostado en un árbol, me pregunté en qué lugar estaba. Entonces el viento se hizo sentir y dijo una voz desconocida, como si me hubiera escuchado:

– Estás en tu reino….

¿Mi reino? – Pregunté

– Estás en el lugar infinito de tu conciencia y dormiste al lado del árbol de la sabiduría con sus catorce ramas e igual número de hojas, cumpliendo los dos cinco y llenando el número del todo……

Miré a mi alrededor, el suelo era de piedra caliza. La situación era irracional, una extensión inmensa de piedra rojiza, con el árbol en la colina que me encontraba. Conté cuantas ramas tenía y en efecto eran 14, detallé las hojas y eran todas iguales a la que había tomado en la colina. Nuevamente miré el horizonte, vi entonces que se encontraba el sol hacia el norte, y hacia el sur se observaba un inmenso mar arreciando, se hizo en mí la angustia por no saber donde me encontraba y nuevamente la voz:

Estas en la punta de tu reino….

– Soñaba ¿como llegué aquí?

Estúpida la cárcel de la razón, conjuro que hizo tu alma en virtud de lo místico y de la cabeza que solo en la hoja encuentra el número. Toma la piedra eterna infinita hacia delante y detrás, entendiendo que la base del triángulo es el pentagrama. Percibe el aroma de sus cabellos….

– ¿Quién habla?

El más antiguo.Tú.

No podía ser yo. Estaba claro que mi yo estaba en mi ¿o quizás no?

Ja ja ja ja, todavía piensas en ser uno, sabiendo que eres todo y desconoces lo que tu naturaleza ha hecho más inmaculado jajaja

-¿Que PASA? – Pregunte insistente

Tu sin los ambages del antropocentrismo. Lo uno, lo único, el todo y la nada, la gran frontera que se encontraba en los pies de los hombres, el cielo y el infierno, la pregunta y la respuesta, los dos triángulos del pentagrama, los cuatro elementos y el más sabio conseguido en virtud de la tabla de Delfos los cuatro elementos, con el quinto que reposa en ti y en los cabellos de ella.

Estaba confuso. Sabia de todos los simbolismos, pero no como ingresaba en ellos. Como podía yo ser el quinto elemento y a los cabellos de quien se refería. El desespero se hizo presa de mi ser, me tome la cabeza.

Me senté en postura de loto, para frenar los embates de la mente y sosegar el espíritu, inhale y exhale profundo, deje un espacio de silencio y posé mi vista nuevamente en la piedra que había tomado en la colina. Tomé una de las hojas del árbol y la coloque en la punta como había estado entonces, tome la piedra entre mis manos y una gota de mis lágrimas cayó en la piedra, volviéndose una explosión, se pinto nuevamente el pentagrama en el cielo y sentí como si me recostase en los cabellos de una mujer los cuales despedían el mas sutilolor a jazmin.

El viento me alzó por los aires, volviendo a donde había estado antes, con el paisaje igual y la piedra entre las manos. Sacudí la cabeza y tiré a la piedra de donde la había tomado, me coloqué de pie y la observé de lejos, me reí de lo absurdo que había pasado por mi cabeza y me fui.

Pensé que había sido un juego de mi mente, por el manejo d ela respiración o algo así. Empecé a caminar retornando de donde venía, pero el viento me trajo un murmullo de la voz que entre risas decía:

– Jajaja ya no hay retorno. La musa de cabellos largos negros tiene la piedra y la hoja, ya estan en las manos en virtud de la gloria de la naturaleza, el conjuro ha empezado de nuevo ya dos humanos saben en pares como se llega al infinito, con un leve toque de triángulo y saben de la última punta para completar los cinco….






ηʹ

COLUMNA

Observo mi pie derecho desnudo como metido en la arena. Al frente veo un caballo alto del tamaño de una montaña inmensa, que se para en sus patas traseras, pero las mismas son largas extensas inconmensurables casi que dirigidas al infinito, se ve el vientre del caballo, huelo su aroma. El almizcle se mete en mi. Se parece al caballo de tentacion de san Antonio de Dalí.

Me coloco de pie y la sombra del caballo me tapa cual cobija, sin embargo, luego de unos segundos el firmamento se gira y estoy pegado del techo, giro mi cabeza y veo abajo al piso, a los niños salir de algo parecido a un colegio. Sigo casi que, reptando en el techo, pero este techo tiene la forma de las murallas romanas con sus piedras grandes. Cerca un hueco pequeño con agua, hay allí miles de lombrices en movimiento alterno, tengo la idea que observo una etapa de la evolución de la vida.

Vuelve y gira el horizonte y ahora es el piso. Es de noche, pero ya no me encuentro en el techo, yazco en el piso.

Camino por una serie de casas de techos y columnas, las calles son empedradas pero las líneas son elegantes, todas las casas tienen columnatas. Oigo como se abre una puerta atrás, volteo mi rostro y veo una mujer de 1.70 de estatura, tez blanca y cabellos negros, con un niño tomado de la mano. Ella al parecer me reconoce y grita

– ¿Que haces aquí? no puedes estar aquí hijo del caos y hermano de la noche, no es tu momento vete, no deambules por el que no es tu mundo ni tierra, vete, lárgate, ve donde tu hijo. Al infierno.

El niño se escapa de las manos de su madre, sale corriendo hacia mí con su mano izquierda estirada. Yo intento sonreír, estando a unos pasos de mí su madre grita:

– No lo toques traerá su abismo, destruirá todo, no lo toques, su hijo es Caronte, el juega con su hijo en las riberas del Aqueronte, el es parte de la muerte y del infierno

Una lagrima se escapa de los ojos del niño, agacha su rostro y vuelve hacia donde su madre, ella lo toma y lo jala violentamente hacia si.

El sin embargo voltea la mirada, le sonrío, le guiño el ojo. El rápidamente como puede se suelta de la mano de su madre y corre hacia mi, me abraza. De alguna manera empiezo a sentir como me proyecto en el, en todo lo que soy y no. En espirales concéntricos en la pupila izquierda de él, nuestras carnes se vuelven una, ya no somos dos abrazados, sino un ser mixto mezcla de niño, caos y noche, inmersas en el cuerpo del niño.

Ahora nuestra “madre” se arrodilla en el piso y grita:

– Haz traído al ÉREBO, estas poseído por el ÉREBO.

Sonreímos.

Algo me obliga a correr por las calles, la gente que nos ve se esconde, cierra sus puertas a nuestro paso, corro sin saber hacia dónde voy. Por temor a ser apedreado, corro más rápido. Ya jadeante y con mis pequeñas manos en la cintura me acerco a una columna jónica. Allí al colocar la mano sobre ella, sufro otra metamorfosis. Entro en la piedra y como si fuese un ser que camina por entre las carnes, lo hago ahora entre el mármol. Subo llegando arriba en el capitel, alcanzo a sacar mis brazos de un agujero del Astrágalo. Luego el torso, mis brazos se van hacia los lados, quedan extendidos sobre la voluta que terminan en espirales hacia la izquierda y derecha de manera infinita. Un ocho perfecto. En el centro se deja ver la coronilla de mi cabeza.

Un hombre se acerca, dando tumbos de ebriedad, nos mira, estira la mano señalando y presentándose dice:

– Soy Marcus Vitruvius Pollio, Arquitecto de Cesar. Claramente te reconozco como otro de los que no se debe nombrar. Destruirás y aniquilarás verás la muerte y la caída. El destino se encuentra sellado con tu forma, tu mismo eres fuente de tu desgracia.

Los días y los años pasan, veo el cambio en los cielos, de manera rápida en segundos no hay tiempo, veo la caída del imperio. Observo la destrucción, la muerte el aniquilamiento de la ciudad y sus gentes. La tierra empieza a cercar los alrededores, las plantas, la maleza crece, muchos se han llevado los trozos de los palacios y los templos en honor de los dioses de la época. Mi base se empieza a llenar de malezas y otras cosas…desaparezco.

Duermo un sueño largo, inverno por tiempos desconocidos.

Alguien llega junto a mí. Es un niño, lo reconozco no por verlo sino por un reconocimiento de los sonidos, que hacen sus pequeños pies. Se abre paso por medio de su mano retirando los arbustos que me rodean y se queda mirando mi coronilla. De alguna manera puedo moverla, la alzo mostrando mi otrora rostro. Lo miro a los ojos, el se sorprende y se hace hacia atrás, se enreda con unas plantas y cae al piso. Me mira habla con entonación aguda y temblor en la voz:

– ¿Quien eres, que eres?

De alguna manera sale un rumor, casi como si hablase desde un túnel del centro de mi forma de piedra:

– Soy el ÉREBO.

Se acerca un gato tonquines. Al verlo, el niño lo llama, lo alza, lo toma en sus brazos y me lo acerca, diciendo:

– Mira es tu hijo se llama Caronte, mi madre me dijo que era el nombre del hijo del ÉREBO, que en la mitología griega y Romana tu eras considerado su padre.

El niño coloca el animal frente a mis ojos. Sin poder dejar mi forma de columna, lo miro, el gato estira sus orejas, dilata sus pupilas y como lo hice con el niño hace mucho tiempo, me proyecto en la pupila izquierda del gato, haciéndome parte de él. Me lanzo de los brazos del niño y empiezo a caminar por los arbustos.

Cerca de allí esta una mujer de cabellos negros, piel blanca como el mármol, gruesas cejas, los pómulos delimitados, levemente maquillados. Unos labios propicios para el más hermoso beso, un mentón delgado acentuado, cuello alargado, senos que por su forma aparecen jugosos. Vientre plano y en su regazo las más hermosas manos largas con dedos de pianista. Un vestido negro la cubre dejando ver levemente sus pies empotrados en bellos zapatos negros.

Me hace señas para que corra a sus brazos, doy un pequeño salto y me hago en su regazo. Me acaricia, me enrosco sintiendo la calidez de su piel y allí lentamente, Morfeo se apodera de mi y duermo. Ella de hermosa voz con acento italiano dice:

– Ha pequeño gato descansa, Mañana iremos a la Sixtina Para que observes como te han pintado, llevando las almas por el Aqueronte un genio del renacimiento

El niño musita:

– Madre creo que el ÉREBO esta en su hijo

La madre le contesta:

– Que has hecho, haz traído al Erebo, que has hecho hijo mío. Noooooo









ρως

(Eros)

αʹ

CANTO

Un canto suave con sonidos de violín al fondo. Todo se volvía lúgubre como si cercano se encontrara un abismo. Un túnel sin fondo, los dominios de tártaro. La tarima del teatro el marco

Era su voz o era el violín quien emitía sonidos melancólicos, una melodía interminable que colocaba cada poro alerta y cada vello al cielo. Luego el violín acompañado del clavecín, ambos en danza dejando una nota larga al viento.

El Clavecín fue un tanto lento y nuevamente la voz inalterable de la que no era necesario entender la palabra, solo el sentimiento trasmitido que dejaba las notas. Al fondo el vibrar de los violines, con los bajos atrás como cobertizo.

Ella alargaba su cuello con una mirada al cielo, a la cúpula, su garganta descarnada seguía el lamento, su cabello pelirrojo volaba como un grupo de avecillas. Mientras tanto sus manos lánguidas parecían en éxtasis juntas, en un rezo. Otra vez el clavecín se quedaba solo con sonidos agudos en semblanza.

Abrió los ojos y tenían lágrimas. Pero ellas hacían que cuando las luces se reflejaban en ellos parecieran diamantes.

El mar estaba condensado allí, dejando las olas en sus largas pestañas. Su canto continuaba. Ya agachaba la cabeza como si le fuere necesario tomar un hálito de vida, luego la levantaba y era como la Beatrice pintada por Dante Gabriel Rossetti.

Los violines se hicieron largos y cesó la música.

Ella se arrodilló en el piso con sus manos apretadas contra el pecho, sus ojos cerrados, sus labios color carmesí y su cuello largo con tintes azules largos que terminaban en el sello de la capa.

Los aplausos resonaron. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y mi bravo se escucho por todo el teatro. Los ramos de flores cayeron a raudales. Había rosas rojas y pétalos de flor por todo el piso, algunas hojas de laurel. El público de pie, ante lo cual ella enjugó sus lágrimas con el dorso de sus manos y levantándose, mostró una leve sonrisa como un arrullo sensual.

Dio la venia al estilo español y abandonó la tarima….

Salí del teatro con un fervor en el alma y aunque mis virtudes no fueran la creencia religiosa (por el contrario, nada me tocaba en tales asuntos solo el éxtasis de las figuras en el arte y un sí, ante un réquiem bien interpretado o de una sonata de Bach), tenía un sentimiento pleno de adoración por aquella hermosa mujer.

En fin, salí con ese lustre que producen las damas en los hombres, al realizar una interpretación de tal magnitud. Por algo y de verdad buen honor hizo el Maestro Bach en su lucha por colocarlas en un atrio para los oratorios, un verdadero cantar de cantares, un recorrido por el alma más melancólica.

Como era habitual deambulé por las calles solo, me entregué al recuerdo de su voz y su aguda figura. Cada nota tenía eco en mi cerebro (pues así sentía la música como un juego en el), su rostro aparecía con mayor definición, contrario a lo que siempre sucedía en mi mente con las mujeres que dejaba. No, en efecto allí estaban sus cejas rojas cuasi negras delgadas que partían de la simiente de su nariz, esta fina, delgada, casi imperceptible, solos los alvéolos nasales eran evidentes.

Me detuve entonces en el arrullo de la noche y mire, como lo hiciese ella en su canto la bóveda celeste, quise encontrar a la mujer que fuese mi leda, una Gala, una mujer que me enviara al paraíso. No de la ilusión sino del éxtasis.

Recordé entonces como un símil instantáneo, los portes de las mujeres con las que me había rozado en el camino de la existencia, era una mezcla aguda de cuerpos. Tornaba mi mente como escenas dignas de Dario Morales con mezclas de Tiziano o una Venus del espejo de Velasquez, pero en ellas irradiaba y era realidad una carencia irremediable para el desenvolvimiento intelectual y menos para las lindes del arte. Las otras por el contrario se encontraban envueltas en el hálito de los Dragones y los gnomos, pero eran similares a la fuente de las ideas, su cuerpo se quedaba en la nada, en una silenciosa genuflexión que no permitía un nexo con eros. Más bien desde el punto metafísico se quedaban allí sin una conexión y solo ideas, no la mixtura propia que señalaban las sacerdotisas de Isis. No existía la dualidad vertida en un ser.

Ella sin embargo en su canto había acentuado el gusto por el arte, por lo más profundo de mi alma y a la vez hecho que a diferencia de las mujeres de los gnomos mi incandescencia profunda sexual se despertara y quisiera beber sus carnes, endulzarme con el más rojo vino de su sangre, generando por fin la cópula espiritual.

Me senté en un bloque de cemento que se encontraba en el piso y estando así, vi venir por la misma dirección del teatro una persona con capa y capucha, cubriendo hasta su cabeza, parecía en mucho a las antiguas de la edad media. Recordé las escenas de películas donde alguien corre por las calles de Venecia en la noche.

Al estar un poco más cercana y por los rayos de luz de las bombillas denote que era una mujer. Sus movimientos como de todas ellas que muestran su feminidad, que se evidenciaba por los contornos de sus piernas como de sus caderas, salían con un leve brillo del negro de la capa.

Por alguna razón y no por percatarse de mi presencia empezó a correr como si fuere perseguida, pasó delante de mí, sin verme. Pero una bombilla dejo ver parte de su rostro y un mechón de cabello rojizo se vio al solaz. Era ella, era la soprano.

Quedé un instante inmóvil y recordé la música de Dafne in Laurel, aria de Dafne: Serba il tuo cor per de Johann Joseph Fux. Su languidez y la forma como la capa volaba ahora en el viento a medida que se alejaba.

Me coloqué de pie y empecé a caminar en la dirección en que ella se alejaba y cuando ya casi empezaba a irse demasiado corrí entonces a una distancia prudente.

Empezó a subir las calles de la ciudad y llegó a un parque, se detuvo ante una fuente con una escultura en el centro. Allí quedó en silencio un momento, bajo el gorro de su capa y salieron sus cabellos como si fueren ramas hermosas de la más hermosa planta rojiza, sus largos cabellos. Empezó a cantar el aria de Fux. Su figura asemejaba la Dafne de la escultura de Bernini. Era un fuerte énfasis de su voz cabalgando por el viento nocturno. Por cada esquina empezaron a llegar indigentes. Uno se acercó a mí en forma casi silenciosa y me musito al oído:

-Ella siempre canta así cuando viene a la ciudad, no sabemos que significa, es muy fuerte, algunos dicen que lo hace desde hace mucho tiempo.

Seguí atento y solo se escuchaba la voz de ella, teniendo por fondo el silencio del parque, se escucho el último acentuado al corazón. Se secó los ojos, colocó el gorro de su capa y como si nadie hubiera a su lado se retiró lentamente en pasos cortos, hacia abajo.

Nadie dijo nada. En los rostros de algunos se veían lágrimas que contrastaban con los rostros ajados por la dureza de la calle.

Salió y siguió descendiendo, pero retiro un poco con sus hermosas manos el borde del gorro, me miró levemente sonriendo, me acerque entonces más, pero ella no me esperó. La alcancé luego de dos o tres cuadras y caminé varios segundos a su lado como si esperase una respuesta sin saber cuál era mi pregunta. No quería interrumpir su silencio.

Andamos así un buen tiempo, yo siguiendo a su lado. Se detuvo me tomó de la mano, descubrió su hermoso rostro lo inclinó, acerco sus labios a los míos y me besó. Cerró entonces los ojos y nos fundimos en un instante que pareció eterno, sin tiempo.

Vino a mi mente una escena clara. Me sentí petrificado.

Ella era una escultura de mármol, se encontraba sin movimiento alguno, no podía creerlo era en realidad la Dafne de Bernini.

Era de noche, pero sin embargo era clara, debido a una luna llena que se encontraba coronada por algunas nubes delgadas y alargadas al horizonte. Vi como un hombre se acercaba de la dirección del este, pero a quien no podía observar el rostro puesto que venía este también cubierto por una capa y porque los ojos se encontraban dirigidos hacia ella (sus últimos pasos fueron casi medidos), al llegar al borde de la fuente se detuvo, escuché en ese momento una voz que era la mía. Resonaron en la noche las siguientes palabras:

– Ladón, toma mi sangre y ya no seas, mármol, Dafne o laurel, se la reina.

Al instante ese que era yo, extendió su brazo izquierdo, cortándolo a la altura de la muñeca con una daga. La sangre empezó a caer en gotas lentamente en la fuente y a medida que enrojecían el agua esta empezaba a trepar por la piedra y se tiznaba el cuerpo de color rojo. Al unísono cada parte dejaba de ser piedra, volviéndose carne, sangre, efluvio. La transmutación se hacía completa, sin saber del dios tiempo. La ninfa del laurel se hizo mujer, una explosión de rayos concentrados en la capa del hombre hizo que se cayera esta y fuere todo luz. Allí escuche de nuevo mi propia voz gritar con las manos al cielo:

-Apolo….

Se unió ella en mi voz diciendo:

-Salve de la flecha de plomo

La escena se fue mientras ella retiraba sus labios de los míos volviendo al presente, abriendo sus hermosos ojos que condensaban la eternidad. Retiró sus manos de mi rostro y dijo:

– Eres tú por el que escape de los brazos de Apolo, tu fuiste quien le pediste a eros que me hiriese con flecha de plomo, por que a ti y solo a ti podría amar. El que me dio la vida y por darla perdiste tu alma. Ella se encuentra en el hades de tu mente. Déjala volar y que la razón no te vuelva a tocar, recuerda el espíritu de niño y la sonrisa al cielo en la noche. Yo en tanto seguiré cantando y mis lágrimas no cesarán hasta que llegues con tu alma a mi lado y recuerdes quien en realidad haz sido eternamente.

Me dejó pasmado.

Tapó su rostro con el gorro de la capa, se fue lentamente con dirección al teatro. Y dijo en tono grave y rotundo:

– Búscame cuando encuentres la otra dama, tu alma….

No la seguí. La tristeza inundo mi alma, sabía que mi alma se encontraba perdida, ausente, que yo también había sido flechado con el plomo del olvido y la carencia del amor.

A lo lejos levanto una mano al cielo: larga, blanca, hermosa y con dirección a la luna, grabo en el aire el signo del omega.

Desde esa noche deambulo por las calles teniendo dos certezas en mi vida, una que ya encontré la mujer, mi amada Ninfa. La segunda es que ahora busco otra dama, para poder estar completa y entregarle a ella un beso de amor.

Busco

Mi alma…..





βʹ

LA DAMA NEGRA

Se escucho al fondo las primeras notas de las Gymnopédies de Erik Satie. Recorde de forma inmediata que, al momento pleno de mi muerte, estas serian las notas que retumbarían en mi cabeza.

Me encontraba sentado en la sala de mi apartamento y sin mediar un pensamiento claro, tome el tablero de ajedrez. Recuerdo de tantas batallas cuando en pos del juego me dedique algún día.

Vino a mí la escena de una novela de televisión que de niño me atrapo, donde la música de las Gymnopédies era el centro, se llamaba el coleccionista. Basada en el libro de John Fowles. El centro de la trama era sobre un joven tímido e introvertido, que colecciona mariposas. En la calle observa a una joven, estudiante de arte, que le gusta. La sigue a diario con su automóvil, estudiando sus horarios, hasta que un día consigue raptarla sin llamar la atención. La lleva a una casa aislada en el campo y la encierra en un sótano que ha preparado a tal efecto. Su idea es coleccionarla

En mi infancia, mi grado de timidez era muy grande y pensaba que algún día para obtener el amor de una mujer, sería esa la única estratagema, no otra. Ahora con las notas de fondo y el tablero en la mano, se mezclaba el culmen de la estratagema y la consecución del amor, que ojalá ahora fuese emblema de lo que mi alma anhelaba

Recabando en esos pensamientos, escuche un murmullo que me preguntó:

– ¿Creéis que el misterio de la existencia se esconde en la dama negra? Ya no puedes pretender coleccionar el amor

Voltee a mirar y no había nadie. Tiré el tablero y las fichas que se encontraban en el interior saltaron del mismo. Sin embargo, suspendida en el aire quedó la reina negra girando como si la gravedad hubiere desaparecido en su materia. La voz nuevamente se escucho y musitó:

– Es la misma virgen negra….

Hace mucho tiempo cuando a la sazón contaba con 20 años, un amigo me había prestado el Libro las Grandes Catedrales de Fulcanelli. El autor refiriéndose a la Catedral de Notre Dame en parís, relataba como al entrar en las grutas se había encontrado una virgen negra, misma esta que demostraba el culto egipcio antiguo a la diosa Isis. Cuyas sacerdotisas creaban la cópula energética. Única forma que el hombre conociese la parte femenina del universo

La voz dijo:

-Veo que llegan a ti los sabores de antiguos ritos y ahora por la misma gracia y por haber sentido los tonos de muerte deberás recordar también al grande. Hermes Trimegistro. Allí reside el secreto de tu búsqueda y tu error al escoger reiteradamente a las bellas damas cual si fuesen mariposas de una colección. El error nace por negarte lo que eres. Sin embargo, por virtud de la suerte de la mano derecha la reina negra dejara la señal clara y diáfana para el encuentro.

La luz que estaba encendida se hizo toda roja y luego como un flash entró por mi retina yendo a las partes más profundas de mi cerebro

Nuevamente habló:

-Es ello, de las tres vidas que llevas con esta, no ha podido el cielo curvar el tiempo para que encuentres a la mujer, ya que no solo vuela, sino que además por la virtud de Ra y de Horus (en quién te conviertes por tu propio manejo de los sueños antiguo culto a hipnotehp), será la única que al copular tu ser, te hará sentir la totalidad del universo.

Skotos, el planeta tierra será uno nuevo lleno de vida.

Se hizo un dolor profundo en mi masa encefálica, era el mismo dolor que por lo general precedía la crisis de la migraña, este que atravesaba la cabeza desde el ojo derecho hasta la punta del occipital del mismo hemisferio.

– Eh ahí que el corto de energía de tu cuerpo, es solo la forma del dolor normal, pero acentuado por no reconocer lo que reside inalterablemente, pues no solo Hesíodo sabía de tu naturaleza como lo mencionó en su Teogonía, sino tu espíritu requiere ser reconocido, para que exista equilibrio- Matizo la voz

Vino a mí el deseo inalterable de toda mi búsqueda en la marcha de esta vida y de las otras, que había reconocido al verme en el espejo en la oscuridad tenuemente alentada por la luz de la vela, cuando aparecían mis rostros difusos en el espejo. No era otra que encontrar la mujer que vuela, quien irreductiblemente estaba inmersa en todos los puntos de las palabras impresas

-No cabe la obsesión, no cabe el irresistible deseo, puesto que allí yace el mal del ser humano y más del dios con el que fuiste marcado cuando fuiste creado del Caos.

No, ya las estrellas vaticinan que el tiempo se curvará y que tendrás por fin el sentido del antiguo concepto del mito de Lesbos. No es un símil o acaso metáfora, sino por el contrario lo mismo que ella busca cuando toca el tablero de ajedrez en su soledad abriendo con la salida francesa, posados sus ojos en el corazón del rey negro. Sentir el lado masculino del universo, sin el que se encuentra vacía. –Dijo

Lo he hecho, he sido un obseso ante la inercia, pero a estas alturas dejo al mar y mi hermana la noche, que traiga la que en verdad es. – ¿Dónde te encuentras? – Pregunté

Fue enfática la voz:

– Ella te reconocerá. No serás tu como siempre creíste, puesto que cuesta más a los venidos del caos, encontrar y ser veraces con las estrellas, ya que solo el barquero tu hijo lleva las almas de acuerdo a como se muestre la osa mayor en el cielo. Tu no, solo andas a tientas con tu alma. Pero el cielo ya se curvó, ella te encontrará y lo sabrá cuando reconozca que tomas la reina negra de su mano derecha, siendo la señal que confirma el vaticinio….

El dolor en mi cráneo culminó, hubo paz. La ficha de la reina negra que yacía moviéndose en el aire sobre su eje cayó, en su pose majestuosa, de pie. Se fue la luz. Se hizo un silencio total y cesaron las notas del piano. Allí se encontraba inalterable, sola en el tablero de cedro con sus vestiduras negras, inmaculadamente sola.

Un viento fuerte abrió la ventana y lentamente una mariposa emperador blanca entro por la ventana dado surcos en el cielo. Se posó en la reina negra unos segundos y así como llego, levanto el vuelo saliendo por la ventana con rumbo al noreste.

Quede solitario y en silencio

Ahora, a nadie le interesa el juego del ajedrez. Existen otros “planes” más interesantes en los centros comerciales. Las damas prefieren ir de shopping, a la peluquería, tomar un trago en un remedo de bar ingles.

No hay mujeres que se deleiten con el ajedrez, con la poesía, la literatura o solo con la música diferente a los estertores maniacos de notas reiteradas y grotescas del ritmo de moda.

Pero ya no espero solo sigo mi rumbo.

Algún día llegará la que, con un tablero de ajedrez en sus manos solo diga:

¡Jugemos!






γʹ

CUERDA

Una cuerda de violín reposaba en el despojo de un basurero.

Por allí pasaba Diabolus, un indigente que la mayoría de la gente veía todos los días en el sector. Iba buscando cartones para conseguir algún dinero para comer y comprar su media botella de licor.

Recordó como un día el buscó otro tipo de cartones que eran títulos adquiridos por el estudio, con la gran diferencia que los de la calle eran más palpables. Le servían para obtener dinero para comida y darle abrigo, los otros para el tiempo de la tragedia solo le sirvieron para mancillar su alma de músico.

Se dirigió a las bolsas de basura. Metió la mano en una de ellas sin saber que se encontraba un objeto cortante, el cual toco, haciendo inmediatamente emitir un grito inhumano proveniente de su garganta seca. La sangre salió a borbotones. Sacó de uno de los bolsillos un pedazo de papel periódico que era lo único medio limpio que tenía y presionó la mano. Maldijo al cielo y se sentó en el piso.

Ya no había lágrimas hacia tiempo que las cortaduras se habían vuelto cínicamente el pan que no había cada día.

Recordó como otrora cuando se dedicaba a su profesión, las incisiones hechas por las cuerdas del violín, que habían producido callos en sus dedos. Pero pese a que hacía buen tiempo que se había convertido en un indigente (limitándose su vida al manejo de las basuras), no había aparecido un callo lo suficientemente grande para que cubriera su corazón y menos el dolor de su alma.

La sangre cesó al parecer por la presión. Se colocó de pie y con la cabeza con dirección al piso observó la cuerda que yacía allí. La tomó por un extremo y vio que estaba completa, no estaba rota, sabía que era de un violín. La tiró. Una lágrima solitaria descendió por los rasgos ahora duros, por las arrugas curtidas por la mugre, el sol, dejándose caer en el piso y recordó, como si volase en una nebulosa a través del tiempo. El terrible pasado.

Se vio de smoking, en la mayor pulcritud, con una colonia de Cardin seca en su rostro. Una luz tenue cubría su rostro. Se encontraba ensayando los caprichos para violín op1 de Nicolo Paganini, cuando interpretaba el capricho in C menor sonó el disparo. Tensó la cuarta cuerda y esta se reventó. Dejo el violín en el piso del estudio abrió la puerta y salió del estudio. Sabía que el disparo provenía de la habitación del segundo piso, subió las escaleras y al abrir allí, yacía el cuerpo de su bella alumna tirado en el piso. Estaba níveo de un blanco espectral, parecía un lirio blanco caído. Allí estaba la mancha roja de la sangre que bajaba por el lado de su rostro, rodando todavía por sus cabellos castaños. El revolver todavía humeante en su mano derecha.

De inmediato se dio cuenta que Tánatos la había visitado. Se acercó al cuerpo tomo su cuello, pero al levantarlo vio como una masa entre purpúrea y gris salía por el lado izquierdo de la cabeza. Estaba muerta.

Abrazó su cuerpo inerte, lo acerco al suyo y gimió durante varios minutos

Cual, si fuese un indicador recabó en una carta con tinta fresca que iluminaba la lámpara del escritorio. La tomó, tenía las impresiones suaves de letras que reconoció de su alumna Victoria.

Leyó:

Tu arte y mi amor solitario.

Amas más al instrumento de tu arte. Sé que siempre te elevas al cielo cuando lo tocas. Cierras tus ojos con las notas agudas.

Sin embargo, a mí solo me quisiste, nunca me amaste. No te aflijas no es tu culpa, es la misma soledad quien te llevó a amar solo tu música.

Esta decisión de quitarme la vida es mía. Como Paganini hice un pacto, no con el diablo para que hiciera mejor mi música, sino para que la tuya cesara. Para que un día dieras media vuelta y me amaras a mí. Cerrarás los ojos en una palabra que resonara en el silencio, diciendo un rotundo te amo.

Nunca llegó ese momento. Siempre te volvías maestro más diestro, un genio. Los celos ahogaban mi corazón ahora habrá silencio eterno, silencio para que nada me toque, nada me dirá que amas a tu música sobre tu propia vida….

– Una niña, una niña- Musito. Después de haber vuelto de la nube de los recuerdos. Dio media vuelta y en dirección a la cuerda. Dijo:

– ¿A que vienes maldita arte, te reconozco eres una cuerda de violín a que vienes a alimentar mi desgracia?

El silencio en la calle era total, solo el eco del dolor acompañaba la noche. El viento no se movía, al parecer todos los desperdicios dejaron de hacer sus trances, todo era expectante. Tomó la cuerda con la mano herida, la sangre del corte volvió a resurgir y se tiñó de rojo. Con un tono de furia hablo al silencio:

– Quieres más sangre, quieres alimentarte de sangre, quieres resonar dar tus destellos de música para el sufrimiento. Heme aquí que lo que queda es mi garganta, pues mi corazón yace frio, como el cuerpo de ella.

Tomó la cuerda entre las manos, giró las muñecas pasándola por el cuello y empezó a ceñirla. Unos tonos guturales vinieron provenientes del centro del pecho, a la tensión de la cuerda se infligía un dolor que no era solo el del cuello y el de las manos. Era del recuerdo queriendo que saliera sangre, que emanara algún líquido viscoso. Pero fue imposible, la vida con su escudo salió al paso.

– Ni para morir soy bueno, no tengo valentía para ese acto.

Sus lágrimas se hicieron entonces un mar, su corazón un abismo. Allí nuevamente la tensó al aire entre sus manos, posando su quijada la hizo vibrar y escucho cual lamento femenino. Su sorpresa fue infinita, hacia ya bastante tiempo que ninguna nota similar a la del violín se dejaba escuchar de sus manos lo único que escuchaba eran los ruidos disonantes de los cantos de sus compañeros de desgracia.

Las notas con tono agudo, salieron de la cuerda del violín. Decidió entonces enfrentar al arte, darle su última estocada rompiendo la cuerda con el pedazo de una lata de atún que había en el piso. La tomó y cuando iba a infligir el corte, nuevamente un tono agudo de la cuerda en forma de lamento lo detuvo.

Le preguntó:

– ¿Que quieres, que quieres de mi destino maldito? He perdido todo y no tengo nada y ello me enseño como al noble Diógenes de Sínope que no necesito de nada. Pero ahora tu maldito arte revives mis sentimientos, quieres resurgir, quieres volver a traer la bandera de la muerte a mi vida.

Acaricio nuevamente la cuerda como si fuese un niño de brazo y entre sollozos, dijo:

– Pues heme aquí en pie de lucha iré nuevamente al comienzo

Una necesidad lo imbuyo. Pero como rompería su juramento de no volver a tocar el instrumento ni música alguna. Miró al cielo y continuó:

– Nuevamente soledad vuelve a mí, deja que exhale mis últimos latidos con esta cuerda y que mi música sea solamente para ella.

Tomó un trozo de madera, que fuere el brazo de una silla, tallado como la voluta y amarró la cuerda de este, al otro extremo. Inclinó la cabeza sobre la cuerda para escuchar su sonido al tensarlo y por virtud de Abraxas el trozo de cuerda empezó a sonar todo cual si estuviese en una caja de resonancia. El madero empezó a extenderse y a hacerse ancha en la parte baja un tono purpúreo se emitió y después de unos segundos se encontraba un violín hermoso en su regazo. Su cuarta cuerda era nívea blanca como la piel de Victoria.

Su rostro de indigente curtido, perdió sus arrugas, se hizo liso, sus manos inmaculadas quedaron sin ninguna herida ni muestra o cicatriz del corte de los desperdicios. Sus ropajes se convirtieron en hábito de monje, tomó el violín y empezó a tocar por el callejón a lo lejos como en el fondo de un cuadro.

Se empezó a perder de vista tocando ahora en honor de las damas y semblanzas de perdón música de Juan Sebastian Bach.

Ahora quien salga por la calle con sentimientos en el alma de amor puro, podrá ver a un hombre de hábito que toca un violín como los mejores.

Nunca toca a Paganini. Nunca sonríe.

Quizás piensa que solo toca al cielo en semblanza de perdón, sin saber que el último deseo de su alumna Victoria fue por fin cumplido. Pues cuando el último aliento de la vida abandonaba su cuerpo le pidió al cielo

Convertirse

en la cuarta cuerda del violín de su amado

para ser amada, tocada,rozada, tensada

y asi por fin estar juntos en la eternidad….






δʹ

LETRA

Me encontré el otro día una letra por la calle, a la sazón era de una forma oblonga, pero con una serie tendencia a la redondez total. Estaba recostada sobre un árbol. Me acerqué lentamente y escuché un lamento grave, un – OO0oooooo- eterno.

Al verla de frente me di cuenta que era vacía no tenía nada dentro, era solamente una línea en la forma citada que dejaba ver el tronco del árbol. Toda la luz la atravesaba y por la forma como vibraba la línea creí que era una O como cualquiera.

Seguí mi camino, pero nuevamente empezó un sonido de diferentes características un ooooOooooo, que me llevó a pensar que era de pronto hinduista de aquellas que hace parte de los mantras. Pero Oh sorpresa, calló. Ante ello, di media vuelta y me acerqué a tocarla. De inmediato el sonido fue un -O O O O- y de nuevo nada. Retiré entonces mi mano como si fuere una negativa irresoluta por querer tocarla.

Un pájaro dio un chillido no sabía que tipo de ave era, torné entonces la cabeza y observé sus plumajes negros, a la distancia ascendió y dio tres vueltas en el cielo. La letra ahora hizo – o O o- Como queriendo comunicar algo.

Vino a mi mente que era muy difícil hablar con una O, aunque tuviere diversos tonos, porque para mi ellos serían diferentes, pero siempre confusos.

Me agache nuevamente cerca de ella para verla detenidamente y me pareció que podría ser un número 0 que se quería comunicar con un número 0, entonces en tono grave dijo -OOOOOOOOOO- Definitivamente era una O no un número 0.

Pero que quería decir, porque la O seguía vacía o que significaba solamente un sonido, dije: -O- y ella respondió: – O- Dije: -O o O- y ella mencionó: -Oooo- Musité: -oooOOO- y ella dijo: -OOOOoooo- Dije entonces: –bella– y calló.

Hable en voz alta diciéndole:

No te entiendo, me hablas de cielo, me hablas de dulzura, me hablas de soledad, me hablas de tiempo, me hablas de amor.

De inmediato me interrumpió, escuchándose un -ooooooooo- Brilló. Le guiñé el ojo dos veces y se escucho un -oOoOoO- Le mandé un beso en forma de O y dijo: -OOOOO.

Se me llenó el corazón de una sensación de dulzura, el estómago me dolía, un temblor se hizo por todo el cuerpo, el gozo se hizo supremo. Ella se empezó a rellenar de un color rosa vibrante. La tomo un céfiro, haciéndola volar como si fuere una hoja que fuere arrullada, subiendo lentamente al cielo.

Quedó suspendida un momento, dando giros sobre su eje y luego se vino en picada clavándose en mi corazón.

Me tomé el pecho, sintiendo como si algo lo atravesase. Un calor entró en mi sangre, sentí como me inundaba, como me llenaba de ella, mis ojos brillaron y una sonrisa de felicidad se dibujó en mi rostro. Era la sonrisa de sentirme por primera vez completo unido a mi amada.

Me senté en posición de loto, uniendo en cada mano los pulgares con los dedos medios y musité el mantra

“ommmm”

εʹ

LA PLUMA

Es una verdad inalterable y clara que algunas cosas están llamadas a desaparecer de una forma u otra. No existe absolutamente nada que pueda si al caso desviar de su propósito, lo que el mundo ha trazado con su estela implacable.

Mi historia de la pluma parte de hace mucho tiempo, cuando por virtud de una escopeta calibre 20, un pájaro muerto dejo caer una en mi mano y aunque mis ojos no derramaron lágrimas, ella quedó en señal.

Aquel día no imaginé que con dicho acto se hubiere trazado mi futuro. El troncar la vida de un animal tan hermoso y libre por las virtudes de la caza humana, produjo que en mi vida todo bastión fuera endilgado a volar por los aires y si llegaba a rozar la tierra solo sucedería para recordarme donde reposaría mi cuerpo al morir.

En ese momento el hombre, se tornó en un ser con un fin en la tierra y en el universo, que era y será, ser el gran destructor de la hermosura de lo existente hasta de lo más grande. Su propia libertad.

Ante ello debería hacer algo que diera testimonio y venganza, y el mejor emblema que encontré fue la palabra. Palabra que debía encontrar su decurso en un objeto que representara su esencia y que otro mejor que la pluma. En ella, la palabra se alzaba inmensa e inmaculada, total, en un efluvio de corrientes derivadas de una fuente mental que bajaban y bajarían siempre negras en luto, para ser matizadas en la blancura del papel.

Pero es que la escogencia de ella no fue dejado al azar, por el contrario sucedieron muchos eventos que se endilgaron la pluma elemento de escritura, recordando que debía liberarme como el viento que pasa por sus alas. Pero aquí con la palabra.

Unas veces encontraba las plumas en los parques o cuando quería coger un pájaro, siempre quedaba una en la tierra como testimonio de la negativa a la esclavitud.

Pero no todas las encontraba de esa manera.

Recuerdo en especial una pluma que hallé en el nido de unos copetones ¿o ella me encontró a mí? En fin, ese día me encontraba cerca de un árbol recostado leyendo un libro de arte. Sin razón aparente, un nido cayó a mis pies, miré a las ramas para saber si había algo que lo hubiere empujado, pero nada al parecer había sido el viento.

Allí estaba en mis manos, el bastión donde reposo la libertad absoluta, ya había volado quien tendría los aires y el sol por hogar. Tomé la pluma sacándola de la madeja, estaba todavía tibia. El ave que había desplegado sus alas, lo había hecho hacía poco tiempo.

En ese momento no le di mayor importancia, puesto que a veces el hombre olvida su fondo y entenderán porque digo que no fue el azar mi guía, porque todo se relaciona.

Tomé la pluma por la punta, cerré los ojos y la coloqué en la página del libro que leía como un separador. Los abrí después de un instante, me puse de pie y me fui paso a paso para mi casa.

Al día siguiente, al momento de un atardecer profundo en el que la nostalgia se mezclaba con la soledad absoluta, decidí tomar de nuevo el libro en las manos y abrirlo al azar, pero obviamente el libro se abrió donde había dejado la pluma. Entonces apareció ella en la página impresa, con sus labios carnosos de color rojo, sus mejillas con un tenue color rosa y su pecho hermoso desnudo de donde partía la sombra que se proyectaba en su largo y fuerte brazo derecho: En su mano tenía la asta de la bandera francesa, que le permitía señalar hacia adelante, guiando al pueblo. Y la mirada de esa mujer era lo más impactante, una mirada que imponía a los hombres su ímpetu de libertad, ese deseo inmenso de volar sin ataduras, sin moral o tesón hacia la forma como el corazón debe recibir el viento. Cerca de su lado los cadáveres de quienes habían luchado por la libertad.

Era la pintura la libertad guiando al pueblo de Delacroix. Allí quedó la pluma negra apartando la hoja dando testimonio de dos libertades en marcha esperando la sangre que hablara.

Endilgado hacia las luces de esta lucha (lucha esta amarga), debía terminar con cualquier tipo de atadura que reposara en las manos de los hombres, lo cual llevó a innumerables infiernos debido a los cadáveres que deja ese tipo de batallas. Allí apareció nuevamente cuando a ellos descendí.

Muchos años después, leía la Divina Comedia de Dante en un café. Cuando buscaba el nombre de mi mascota y el tiempo se abatía sobre mi mente, posé mis ojos en el canto tercero y las palabras que teñían el papel de negro decían: “Carón, no te atormentes pues así se ha querido en la alta esfera do querer es poder, y más no mientes”. Reposé un instante para llegar al fondo de lo trazado.

Sin razón alguna una mujer que ya no recuerdo su aspecto, se acercó a mí y recogiendo una pluma de paloma que se encontraba a mi lado, me la entregó como si fuese mía. Le hice un gesto de interrogación del porque me la daba y ella dijo:

. Es tuya, yo también tengo por separador de hojas una pluma – No me dejo decirle nada, solo se fue después de entregármela.

No se hizo más espera, necesitaba una pluma para que mis letras fueran rotundas y separar mi existencia.

El trabajo del artesano se había perdido en el tiempo y ya no existían aquellos maestros que convertían bella pluma en herramienta para el trazo. Entre en un almacén moderno y de inmediato me fijé en una negra con bordes dorados en lustre del dios Apolo y punta en tal color. La compre ese mismo día

Llegué a mi casa y la dejé unos minutos, junto a la de pájaro que estaba en el libro de Dante y la de la pintura de Delacroix, para que de alguna manera alquímica se juntaran sus esencias.

Y así fue.

El conjuro sirvió, desde ese día empecé a escribir con fluidez y libertad. Mis escritos que solo se habían limitado a los poemas se hicieron más concisos y fue el cuento como figura literaria, quien termino naciendo de ella. Las musas se montaban en ella desnudas y con abrazos lujuriosos, consentían, besaban y oprimían la pluma para el orgasmo de la escritura. Allí apareció trazos y el caracol, unos de mis primeros cuentos cortos. También de forma paulatina empecé a escribir mis sueños en el cuaderno que a la sazón contaba con un gato verde en la portada, cuyo nombre era el magnífico demonio inmortalizado por Goethe “Mefisto”.

En fin, las plumas de los pájaros me recorrían, pero este nuevo objeto se convirtió en mi adalid. Sin ella me sentía completamente desnudo, en verdad me sentía como aquellos caballeros de la edad media que sin su espada se sentían desamparados. Y es que era ello, era mi espada como decía la canción “…. tengo pluma por espada”.

No solo me sentía incompleto, sino que sin ella no podía expresar nada. En dichos momentos, la situación se hizo más compleja cuando al sentarme a escribir en el computador lo único que aparecía en la pantalla era el continuo e intermitente cursor sin nada, sin palabra sin escritura.

Pensé entonces que me habían abandonado las madres, esos dioses griegos de donde partían las ideas. No entendía cómo era posible que nada saliera, ni se inscribiera en las páginas de la pantalla. Temí de forma rotunda que la única posibilidad de escribir fuera con la pluma y que ya nada me permitiera liberarme de ello. Colocaba música de fondo y hasta me endulzaba con Bach mi compañero en esa serie de trazos. No sucedía nada, la inspiración ya no existía.

Era ilógico, que el bastión de la libertad vuelto pluma, dejara de ser mi acompañante y quisiera convertirse en una esposa celosa, en una posesiva altanera que impidiera la posibilidad de la creación. Pero así lo era.

Concluí entonces que la única forma sería un consenso entre ella y yo. Un acuerdo que permitiera que, si me dejaba matizar nuevas obras las mismas al ser impresas serían firmadas por ella. Con una firma que tuviese cinco puntas como el pentagrama. Igual se inscribirían las palabras con ella en mi libro de sueños. Cuando escribiese, versos o poemas, dedicatorias en papel y por sobre todo cuando escribiese sobre la piel de alguna mujer, fuese con ella.

Fue así. Cuando escribía en el computador la dejaba allí reposando al lado de la pantalla y cuando terminaba algún cuento o cualquier cosa lo imprimía e inmediatamente lo firmaba con ella haciendo una estrella de cinco puntas. Así nació nuevamente la palabra total, libre y salieron nuevos cuentos como el virus y otros donde lo mágico y el caos eran el telón de fondo. Un día sin embargo me asaltó la duda, de si en efecto el incumplir el acuerdo llevaría a la ausencia de la palabra. ¿Dependería mi vida de escritor de una pluma?

Desee como lo había hecho con algunas mujeres (que de una forma u otra se habían convertido en mis musas), que desaparecieran por su propia voluntad, cuando se apegaban a mí y que en un supuesto extravío nunca volvieran a mi vida; para que la creación como la inicial no dependiera de nada.

En varias oportunidades la dejé al alcance de los ladronzuelos y la presté en filas de banco para hacer consignaciones en una espera que concluyera con su desaparición. Sin embargo, al parecer ante su estampa la gente me creía alguien importante y la retornaba como si fuera mi única sangre. En cierta forma lo era. Hasta Carón (Mi gato) jugaba con ella entre sus patas y con el instinto propio de los felinos la escondía, pero de nuevo salía a la luz. No se iba.

Duraba si al caso un día sin verse, pero volvía implacable, conocedora de mi ausencia de escritura, de mi soledad adusta de las letras.

Algún día jugaba con Mezcalito mi perro (un siberiano fuerte que había en otro tiempo sido el dios guía), nos encontrábamos en el parque jugueteando y después de un buen rato con el llegamos a la casa, cuando vi en el bolsillo de mi camisa no estaba, en efecto había desaparecido.

Hubo en mí un sentimiento claro de felicidad, estaba agradado con el hecho que realmente hubiere desaparecido. Me sentía como con las mujeres que me dejaban nuevamente en libertad, en esa libertad perdida y ansiada. Subí las escaleras rápido y prendí mi computador, para continuar escribiendo una obra de teatro, en la venía trabajando hacia un tiempo.

Sin embargo, ninguna idea fluyó por mi mente. Se detuvo de nuevo todo. Era de nuevo la crisis en la que la ausencia de la palabra se hacía total, la angustia se apoderó de mí y como ya era de noche deje de nuevo a la vida que hablara y me dijera, si mi destino era seguir escribiendo o dedicarme a los desiertos de la profesión que había estudiado.

Esa noche tomé las plumas de pájaro y las invoqué, para saber si mi suerte estaba echada. Tomé de nuevo la pluma negra que estaba en la pintura de Delacroix y cogí en mi mano izquierda dando vueltas la de la paloma negra en el libro de la Divina Comedia. Sentí su olor suave de libertad, llamé al mar y al cielo para que hablaran en la mañana.

El día llegó con su ímpetu, los rayos aparecieron por la ventana y la sensación de haberla perdido se fue. Llamé a mi padre y le dije que si iba al parque mirara si estaba en el lugar que había estado. Sin embargo, decidí en última instancia ir yo. Estaba seguro que la encontraría, casi yo mismo era quien la escondía. Fui directo al sitio donde el día anterior había jugado con el perro y allí estaba, fría, el rocío que la había tocado había acumulado gotas de agua, los bordes dorados se encontraban opacos.

Me llamo la atención esa contrariedad. Cómo era posible que la mente jugara tanto con aquella dualidad absurda entre dos necesidades irresolutas que parecían contradictorias. Mi esperanza de perder el bastión de mi escritura, que era mi propia excalibur y el conocimiento pleno de que la hallaría. ¿Existía el destino o los actos humanos eran los que lo delineaban con una forma negra? ¿Que había en el fondo?

No quise escribir, solo la mantuve en las manos un buen rato. ¿Qué tenía esta pluma y este objeto que se estaba volviendo, algo más que mi emblema? Se estaba convirtiendo en la dependencia, ruptura de la personalidad, casi en la incongruencia propia de los amores, que no cesan por dependencia.

¿Qué era de aquel significado de la libertad?

No podía creerlo, de mi sueño de libertad no quedaba ni un rastro. Ahora era dependiente de la pluma, para mi arte.

Escribí con ella:

“Deeependdoo de tiiiiii paraaaa haceeerr arteeee….”

En el momento del último punto toda la tinta negra salió por los lados, era como si sangre saliera a borbotones de ella. Parecía como si hubiere puesto el corte en una vena madre. Salía cada vez más y más, mis manos se encontraban llenas, untadas, los chorros caían al tapete manchándolo. Corrí al baño y la puse en el lavamanos; pero seguía manando la tinta negra ahora casi rojiza, no entendía de donde podía salir tanta tinta No sabía que hacer. Me quedé un instante mirando como seguía saliendo sintiéndome indefenso, entonces no se porque instinto corrí al libro de los grandes museos, tome la pluma que había recogido en el nido, fui a mi mesa de noche y tome la que estaba en la Divina, las cogí juntas y las tiré al lavamanos, junto a la plumade tinta.

Sonó un ruido como el de un crujido en la espalda. Todo se empezó a mezclar. La pluma fuente se desarmo en partes, la punta dorada se alargó tomando la forma de una ganzúa y las plumas empezaron a moverse como si estuvieran en el cuerpo de algo, la tinta ya no bajaba por la punta. Sino que se estancó, generando una masa grande de aproximadamente dos kilos, la punta y las demás partes doradas se introdujeron. La masa creció y en un momento empezó a salir como una cabeza, dibujándose un plumaje negro un pequeño pico entre negro y dorado y su cabeza cual si tuviese un antifaz. Era un Halcón peregrino

Se sacudió y miro rapaz alrededor, vi que quería VOLAR, salto con sus garras a mi brazo que tendí de manera inconsciente. Las garras se introdujeron en mi carne, haciéndome dar un grito de dolor, pero no lo solté. Retorciéndome salí del baño, fui corriendo a la habitación con pasos tambaleantes (con el dolor en el brazo derecho), me apoyé en la pared con el flanco izquierdo, entré de lleno a la habitación y él halcón chilló aleteando un poco. Sentí una sensación de ternura a pesar de los dolores intensos en mi brazo, con el dedo índice acaricié su cabeza, y le di un tibio beso en su cabeza. El me miro a los ojos y me señaló la ventana aleteando de nuevo. Como pude abrí la ventana, y de sus ojos brotó una lagrima negra. Chilló nuevamente y desplegó sus alas, el viento las llenó y se soltó rápidamente de mi brazo aleteo e imponente salió por la ventana volando hacia el nor-este.

Al fondo el sol caía rojizo como entre nubes, parecía un ojo visor. Se escuchó un último chillido y se perdió en el cielo.

Feliz viendo el atardecer tomé consciencia de mi dolor y de la sangre que manaba de mi brazo, en el camino regué sangre en el teclado de la computadora, fui al baño abri la llave del agua lave la herida y lentamente dejo de salir sangre. Alcé el brazo y quise ver nuevamente por la ventana, ya no había ningún vestigio de él.

Sentí tristeza y cuando agache la cabeza vi que las gotas de sangre se habían tornado oscuras y lentamente se metieron en el teclado como si este fuese una esponja. Sentí la sensación imperiosa de escribir y he ahí que nuevamente mi arte se dio.

Nació entonces un nuevo cuento

LA PLUMA

ϛʹ

EL PARQUE

Subí al parque, este mismo que encontré una vez hace mucho tiempo cuando con una mujer buscábamos un lugar para hacer el amor en medio de los parajes llenos de naturaleza con olores a eucaliptos, sonidos de agua, y cielos con nubes en forma de copos de algodón.

Tenía tres entradas (que para estos momentos me recuerdan un triángulo de brujo).

La primera de ellas implicaba el ascenso por una calle rodeada de edificios, culminaba esta en una serie de escaleras de madera que daban inicio al lado del parque. Cerca, una tenue cascada que luego de pasar por diversos arboles desembocaba en escaleras que concluían en la calle. Luego aislándose de la cascada se dirigía uno por el anden y a mitad de la cuadra entraba por la parte de arriba del parque; comenzaba entonces el descenso por peldaños de piedra. Allí dos árboles imponentes. Al horizonte la ciudad y el vuelo de aviones que simulaba el paso de insectos diminutos.

La segunda era un subir rodeado de edificios modernos por una calle angosta curvada. Al llegar a la esquina y sin aviso, había un parque pequeño y al girar a la derecha los árboles sealzban imponentes. Se veía todo el paisaje señalado, pero se encontraban diferentes zonas alternas. En la del frente una serie de graderías de pasto, abajo una meseta pequeña propicia para una invocación a la luna, la lluvia y las nubes. En línea recta más arriba una serie de árboles que demostraban su belleza por los espacios que existían entre uno y otro, descansando en dos mesetas seguidas y continuas.

La tercera era la incógnita propia de la belleza que se esconde detrás de los adoquines de la normalidad, frente a un edificio de unos nueve pisos y una pared blanca, una pequeña callejuela en ladrillo que no dejaba si al caso pensar en algo más detrás de la semblanza. Se hacía el avance con el cuerpo reposando su peso en la punta de los pies y la columna inclinada; cada paso dejaba ver arboles en hileras a los lados y cuando se colocaba la vista hacia arriba se veía todo el conjunto.

He ahí el marco.

Ese día ascendí por la tercera, como siendo conocedor de los artificios que lleva la naturaleza con título que quiera el hombre. Para mí del intento. A cada paso veía y me hacía consciente de que ellos culminarían en la verdad del destino, semeje el encuentro de Hamlet con los sepultureros, pero más un aquelarre pintado por Goya.

Eran las 12 en punto de la noche del cambio de año, pero para mí del paso del cuervo y de la elaboración de los artículos del mago.

Cuando ya a medio camino me encontraba, sentí el olor de quema y al ver hacia arriba, se divisaba en la primera meseta del parque una escena como de invocación. Tres mujeres alrededor de una fogata. Me llamaron la atención no por encontrarse en dicho sitio, sino por que las llamas eran de una altura total, coronadas con los destellos de luz de la luna. Subí por el lado de la segunda meseta para divisarlas mejor y al estar cerca, observé que se encontraban sentadas formando un triángulo colocadas en las mismas latitudes de las entradas (y para este momento salidas del parque), una hacia el norte, la otra al sur este y la otra al nor oeste.

Me acerque entonces en silencio y en posición de acecho puesto que no parecía una reunión de mujeres corrientes a las que se intenta ver por su belleza y sus atributos, sino una propia de brujas o de doncellas de celebración de plenilunio en ciudades de piedra.

Llegué entonces a contra viento, porque a veces las brujas toman el olor que les trae las presas y las que son doncellas parecen ciervos que huyen al sentir el de un animal mayor. Seguí por el sur, con paso cauto, y ya a unos cinco metros escuché palabras musitadas en tono bajo, en un lenguaje desconocido pero que por sus acentuaciones parecían un lenguaje celta.

Dejaron de hablar y solo miraban la fogata, cuya luz me permitió detallarlas y aquí las describo puesto que las liviandades de mis palabras darán un viso de lo que mis ojos vieron.

La que se encontraba en posición hacia el Norte y cuyo rostro se observaba plenamente era de unos cabellos largos que caían como agua sobre su rostro. Sus hombros desnudos se unían en una larga y delgada espalda. Su rostro era el de las sacerdotisas: Blanco, inmaculado con una frente para las mayores disertaciones, sus ojos eran azules, pero de un azul profundo de abismo de mar, que solo eran medianamente opacados por la luz de la fogata que hacían destellos como de estrellas fugaces en el centro de sus pupilas. Estos se encontraban coronados por las más hermosas cejas negras arqueadas cuya línea final era diminuta, abajo una delicada nariz que por estar yo cerca, movía sus aletas para encontrar mis esencias. La boca delineada por unos labios de un tamaño corto como de invitación al beso, subían y ascendían hasta un pequeño quiebre cuyo labio inferior abrazaba produciendo un deseo de inundarse en ellos culminando en un mentón alargado y diminuto. Abajo un cuello largo de igual blancura diamantina, donde las venas que guiaban el liquido vital se hacían de un azul casi morado y allí el rompimiento entre la razón y la carne, hombros diminutos que bajo esos hermosos cabellos llamaban a reposar la frente. Allí comenzaba un vestido negro de terciopelo que encajaba de forma precisa con los cabellos.

La del Sur este, casi como el mismo impacto de sus vientos, era de cabellos rubios, pero en bucles cortos no más allá de sus hombros, con una piel amarilla bronceada que dejaba ver la fogata. Sus ojos eran de unas pestañas largas y sus pupilas de un color verde miel, con unas cejas diminutas, pero bien delineadas. Su boca y labios eran gruesos, voluptuosos, encima de un mentón un tanto redondeado que matizaba su mandíbula. Sus orejas por la forma de sus cabellos se observaban pequeñas, pero en armonía con su boca. Las movia cautas a cada paso que daba. Su cuello un tanto redondeado quedaba en el pequeño abrigo del suéter color tierra que la cubría.

Me acerque entonces más para ver la del Noreste, pero lo que me llamó la atención fue lo que tenía en sus manos pequeñas de dedos largos como de pianista. Un cuarzo inmenso trasparente, que por el reflejo de la luz de las llamas de la hoguera parecía que tuviere llamas en su interior. Dio entonces la vuelta y allí estaba un rostro pequeño que denotaba una mujer de unos 30 años, pero con tintes de niña puesto que sus rasgos eran delicados, sus cabellos eran negros largos pero iluminados por pequeños hilos de oro. Una nariz fina delgada. Ojos oscuros, con destellos de luz que los hacían ver de niña. Había en sus labios una dulzura irónicamente trágica, como de recuerdos catastróficos. Cuando la miraba dijo con una voz dulce pero fuerte:

– Te esperábamos…. y vienes en pose de gato. ¡Ah tú! el que se adolece por el tiempo y la existencia. Preguntas a todos los puntos cardinales cosas que los mundanos si al caso alguna vez han rozado. Haz departido con mujeres que han sido tocadas por la magia del sufrimiento, del arte y de la música que produce las entrañas cuando no se ha dormitado en varios días, porque el corazón quiere llenar el vacío al útero. ¿Vienes a preguntar lo mágico? Cada una de nosotras en igual forma te diremos lo que nunca haz previsto por las dolencias que te aquejan al querer compartir una vida fútil, de la que tus actos de guerrero, ya no permite siquiera un puente.

La del Norte abrió sus ojos azules y lanzo un pequeño soplo a la llama que se hizo más intensa; haciendo que se iluminaran más sus ojos, viéndose la profundidad del abismo y señalando habló:

– Tu nombre ¡ah tu nombre!, este te marco. A estas alturas preguntas el porqué. Puede ser que alguien lo hubiera dicho solo como un marco y una breve mención al poeta persa Jayyam. Pero no fue así, en un sueño se lo musité a tu padre de carne al oído. ¡oh mar! y el caos en semblanza lo hizo grabar en el libro de la vida. Allí está, por eso sabes tu principio y tu final que solo será otro nuevo inicio cuando en la última batalla te encuentres. Y no será un atardecer como los que pinta Turner. Ya lo supiste un día cuando tu gran amado de la soledad, el mar que eres tu mismo te tocó en verdad, y el águila dio tres vueltas sobre tu cabeza. Entonces sentado en su regazo, en lo sosegado de sus aguas querías dejar este mundo que a veces te rodea. Perdiste la consciencia sin saber que fui yo quien te llevo de nuevo a tierra. Cuando miraste al fondo del mar viste el abismo, que es el mismo que te recorre cuando te dejas llevar por el tiempo. Pero te asusta solo y solo porque todavía no es tu tiempo y hasta que no lo veas como tal, no cesará el temor. Ese día te dije con el oleaje que es propio de mis ojos; que fueras a la orilla y te dejaras ir y venir cercano a la playa, pero no para dejarte al viento de los normales a los que intentas hacer reconocer la inmensidad, que es propia del universo. Se que su carencia te aflige. Están muertos en vida. Crees que necesitas llegar al fondo de sus almas, pero bien lo sabes que algunos no la tienen y no porque la perdieron sino porque nunca llegó a sus corazones. Sin embargo continúa, pero como si fuera un desatino controlado y sabiendo que nada se debe esperar. He ahí la libertad del propio mar, siempre en oleaje sin preguntar el por qué. Solo su movimiento sin pensamiento y sin conciencia, pero nunca como hábito, pues aquello es propio de los hombres a los que la imaginación nunca tocó. ¡Oh mar! reconoce tu nacimiento, que aunque se hizo en virtud de las madres para el pensamiento, no eres de una ostra como Venus, sino de las propias entrañas del mar y de mi color azul que siempre haz amado y haz querido encontrar.

Sentí todo ello como una punzada en la boca de mi estómago y recordé mis pasos cercanos. Por primera vez entendí el nombre que se me había dado, el porque su símil se metió en mi centro como EREBO. El caos me había inscrito en lo propio de su vista al abismo del mar de mi mente. Un recuerdo vino a mi, era un gato que tuve que se llamaba Carón, quien se fue en virtud de su propia voluntad. Recordé también a las mujeres que en mi vida han pasado dejando una estela de muerte por no ser, o más bien parecer ser algo desmembrado de lo que ha creado el ser humano en su involución. La leña de la hoguera chirreo cual llanto.

La del Sur este, entonces tomo el cuarzo y lo puso en su regazo sopló levemente a la hoguera y dijo:

-Miel ha recorrido tus venas y la tierra ha manado en ti, pero ya en otro lado como musa te dije que era el sentido del madero en la tierra, es tu ser, aunque mar es tu nacimiento y será tu final tu carne pertenece al hálito y no pienses que el placer que haz vivido, ha sido una semblanza de la rueda de la fortuna. Para ti la serpiente emplumada de tu columna ya ha vibrado y de ti no ha de nacer nada de carne solo de espíritu y esa será tu gran arma, tu gran virtud, y tu mayor tristeza. Actos de corazón, por eso a estas alturas no puedes reposar en la cama de cualquier mujer, porque, aunque tu fin no es procrear la carne, es hacer sentir a la mujer lo profundo de la parte masculina del universo y por eso no puedes dejarlo al lado. Si en mí ves rastros de placer, es porque en una esquina me viste y en un sueño fui tuya haciéndote sentir lo que es la tierra y la carne creada, siendo tu mío. Ya habrá quien entienda, esa es tu esperanza, pero no debes esperar. Allí debes utilizar tu naturaleza prima del ir y venir propia del mar, recorre sin espera esa es mi respuesta. Estoy allí en todos los lugares, para que toques muchos cuerpos y viendo a través del brillo, detectes si hay espíritu. Pero te repito, no esperes. Tu naturaleza nunca se perderá y solo ser, es el punto no la pregunta. Ser es el entorno del todo y a la vez de la nada….

Por mi columna subió la sensación del orgasmo, se posó en cada vértebra y al llegar a la base de mi cabeza se hizo sublime emitiendo un grito y en vez de una eyaculación normal, por mi boca salió un viento denso que fue a caer a la hoguera, haciendo que una llama muy alta señalara la luna.

Los rayos de oro en el cabello de la mujer del Nor-Este parecían lenguas de fuego que iluminaron su hermoso rostro, de mujer con tinte de niña. En tono alto Increpó:

– Yo contigo descendí a los anillos del infierno, a la nada absoluta, la misma que siempre ha estado puesto que el tiempo no tiene nada que ver, si al caso tu propia naturaleza. Puedes recordar el fuego primo del nacimiento y sin tener que ver con teorías de la física del autor antiguo o el moderno de silla, sobre lo relativo y el cuantum. Es sobre la totalidad en la que se puede visualizar ya sabrás que el infierno de unos es el cielo de otros. Solo los maniqueistas consideran una verdad en términos de bien y mal, pero lo supuestos opuestos son solo formas de una línea que solo se quiere ver como puntos, no como universos distantes en bucles. Ya tu ciencia te ha hablado de los diversos tiempos de las partículas. No limites lo que no tiene límites, ni forma. Sin embargo, vuelves a hacerlo. Recuerda lo que dijo el profeta (y no porque seas un seguidor de secta o religión sino en esencia, “rompe un trozo de madera y allí estaré, levanta una piedra y allí me encontrarás” esta dentro y esta fuera esta en cada partícula y al caso: ¿será el estar la solución?

Hubo silencio, se escuchaba solo la hoguera. Continuó la del Nor este:

– No me veas con ojos de amor o pienses que somos las mujeres que deberían estar en tu vida. Es tu vida y esa es la mayor mujer a la que debes amar. Tu vida que es tu esencia. Ahora vete que ya nos reuniremos y no mires atrás como Perséfone ya sabes que sucede. Del pasado nada queda, es solo ello pasado. Si alguna mujer en verdad llega, verás en ella vida y será la que vuela porque ha estado en nuestros vientos y ha sido poseída por el tuyo. Ve no mires atrás baja por donde llegaste.

Hice caso, no mire atrás y eso hizo sublime mi estancia. Cada paso se convertía en nada y cada nada se convertía en viento, en el aire de mis pulmones que llenó mi corazón mis venas y mi sangre, dando por fin un sentido en lo que dijeron.

A lo lejos escuché a las mujeres que en un coro melodioso y al unísono clamaron

Ya va ¡oh mar!

con el viento a su espalda,

con el fuego en su alma

y con una tierra que no le espera.

Vuela, vuela, vuela……









Τάρταρoς

(Tartaros)









αʹ

DISONANCIA

Hasta ese día me percate de lo que estaba sucediendo con el tiempo. De forma extraña mis relojes de pulsera, mis tres relojes empezaron a adelantarse 5 minutos.

Siempre había querido tener tres relojes, no por vanidad, quizás un tanto por diversas actividades que realizaba. Pero ese día me di cuenta que era una necesidad fundada en algo profundo, mental, de pronto por el abismo del tiempo que una vez me había rozado.

Los había adquirido en lapsos similares, y ahora que recabo en ello, fue de un año. Los tres de funcionamiento distinto, uno digital, uno de segundero de pila y uno automático de 21 joyas. Al parecer la conclusión de este episodio debía contar con pruebas irrefutables de las diversas formas físicas de medir el tiempo, suvenir de la evolución humana.

Los días que antecedieron a ese 21 de noviembre, fueron una serie de señales colocadas para ser percibidas, pero como siempre la ocupación vana de la mente entorpece lo que los designios entregan como obsequios de la confirmación de lo mas profundo y cierto de la existencia.

El primer reloj en el que percibí lo que estaba sucediendo fue en el que adquirí de último. El automático.

Al ir en el autobús en la mañana, una señora de edad avanzada, me dijo – ¿señor tiene horas? y le respondí que eran las 9 y 5 minutos. Una persona de otra silla, con énfasis, molesta y sin razón aparente, afirmó que eran las nueve en punto. Sin necesidad refirió que su reloj era exacto, a lo que sonreí y por ser mi reloj automático consideré se había adelantado o algo. Procedí a colocarlo a la hora de las 9 en punto.

El segundo fue el de de pila normal, que utilizaba los fines de semana.

Me encontraba en un café esperando un amigo el sábado y habiéndome quedado de encontrar a las 3 de la tarde, mire mi reloj confirmando que era ya pasada la hora, eran las 3 y 5 minutos. Dada mi obsesión con el tiempo, me hizo pensar nuevamente con enojo, que la mayoría de las personas tenían sus relojes, para llegar siempre fuera de tiempo, y recordé la manía de Dalí quien nunca tenia un reloj en su muñeca y siempre, siempre llegaba a la hora en punto. Mi amigo llegó entro por el hall y me dijo.

Las 3 en punto, para que no diga nada – A lo que mire mi reloj, mostrándoselo y le señalé diciendo:

señor las 3 y 5. -Miro el entonces el reloj del café, una imitación del Big ben de Londres y señalándolo (haciendo un gesto de concreción de su afirmación), confirmo que eran las tres. Señaló:

No, ahora si su obsesión lo acabó. Adelanta su reloj para que todo el mundo llegue tarde

Sonreí y pensé que era posible que cuando ajusté el mecanismo del calendario, la última vez se me hubiese adelantado 5 minutos. Lo coloque 5 minutos, antes.

El tercero electrónico Digital, fue claro

Estaba en el baño turco dedicado a relajarme después del ejercicio del viernes, miré mi reloj y eran las nueve de la noche y cinco minutos, salí y pensé que se me había hecho tarde para ir a mi apartamento. Sin embargo, cuando iba a las duchas, vi el reloj de pared, marcando las 9 en punto, a lo que me detuve y ya confirmé lo extraño de la situación. Por cuanto no tenía porque adelantarse mi reloj digital, y más extraño aún era que con los tres sucediera eso.

Salí con la intención de confirmar lo que me imaginaba, para lo cual al llegar a casa revisaría mis otros relojes. Intentaría entender que era lo que estaba sucediendo racionalmente por mi dispersión, o si los tres se habían dañado. Aspecto que de inmediato me hizo hacer un gesto de negación, por cuanto era diferente su funcionamiento y no tendría por qué suceder de esa manera.

Llegué a mi casa el viernes 21 de noviembre, dejé mis cosas en la sala y busqué mis otros relojes en el cajón, los tomé y me fui a mi cuarto de pintura para verlos a la luz pues allí la iluminación era mejor. Los coloqué todos juntos en mi mano y los tres marcaban las 9 y 45. Como no había ajustado el digital entonces todos estaban adelantados cinco minutos, a lo que fruncí el ceño. Mi mirada dio con el espejo del cuarto de pintura y entonces lo que vi trastornó mi mente en su totalidad. Allí en la imagen reflejada en el espejo, los tres relojes se veían marcando las 9 y 40, el automático y el de pila la manecilla larga estaba en el número ocho y el digital en números se veía claramente el número 40 en contra lo que veía en mis manos a lo que solté los relojes como si fueran semblanza de mi locura. Me hice hacia atrás sentí un mareo en el cuerpo, me intenté coger del caballete, me fui hacia atrás cayendo hacia el piso tirando los oleos. Una voz en mi cabeza en tono rotundo y con una carcajada sorprendentemente ensordecedora sentenció:

“Jajaja, la muerte llegara cinco minutos adelantada, será el premio a tu obsesión, teniendo plena consciencia de ello cuando a tu muñeca mires, siempre de ahora en adelante tendrás certeza de ese hecho, ahora vive y si quieres salir de esta encrucijada descubre el secreto que encierran los tres relojes de la pintura la persistencia de la memoria de Dalí. Él lo supo y por eso no llevaba reloj alguno, dejando la respuesta en los trazos de su pintura, de ello depende que la muerte no te abrace cinco minutos antes del tiempo escrito en el libro de la vida”

Desde ese día, hace ya varios años y cuando culmino de escribir este cuento, observo nuevamente la pintura sin encontrar la respuesta. La angustia se apodera cada vez más de mí.

Solicito ayuda a quienes tengan algún interés en que la muerte no llegue adelantada, por favor miren la pintura y lean estas letras quizás encuentren algo, la clave o el secreto, quiero morir cuando es, no cinco minutos adelante, nadie me puede robar cinco minutos y menos la maldita muerte.

βʹ

BARRAS

«El rostro de Pi estaba enmascarado; se sobreentendía que nadie podía contemplarlo y continuar con vida. Pero unos ojos de penetrante mirada acechaban tras la máscara, inexorables, fríos y enigmáticos.»

Bertrand Russell

Algún día pensé en la posibilidad que todo el recorrido de la vida y la muerte pudiere ser conocido en un instante de la existencia y que estuviere inscrito de alguna manera cuya forma de descifrarlo fuese las matemáticas

Pensé en el caracol con sus líneas en su caparazón. Su destino quizás se encuentra en su propia espalda, en sus líneas que configuran la espiral dorada, solo que él no sabe como leerlo o no le interese esas nimiedades de los humanos. Esas que por estar preocupados en ellas, nunca nos decidimos a vivir en realidad

Sin embargo, soy humano y siempre quise saber dónde encontrar mí fecha de vencimiento.

Pensaba en ello recostado en mi cama, cuando el sueño se adueño de mí.

Soñé que empezaba a andar por un camino de piedra rodeado de grandes árboles y me vi cual si estuviese en una pintura paisajista. Ese no fue el fondo, de pronto el marco nada más.

Caminaba, al final en medio de dos setos se encontraba un hombre de unos 40 años, delgado, de tez morena, con un tricornio por sombrero un tanto desaliñado con ropajes sucios, que vestía a la usanza del siglo XVIII.

Me acerque a él para saludarlo levemente, pero antes que pudiese hablar poso un dedo en sus labios en señal que hiciera silencio, presentándome a los ojos un paquete como de envío de correo aéreo y me dijo: – Observa- Miré el paquete pero sin nigún interés real, pues pensé que solo era eso un paquete, a lo que subí los hombros haciendo ver que no entendía el por que del paquete, sin embargo él acentuando con cara de melancolía fue enfático

– Es un paquete que te envían los antiguos.

¿Que contiene? -Pregunté

– Es el paquete donde esta escrita la fecha de tu muerte.

Lo miré sorprendido a los ojos y le pregunté de que se trataba todo eso, hizo un ademán que lo recogiese y dijo:

-No era lo que querías, “ah” ustedes los humanos nunca se los tiene contentos, harto nos cansamos de enviar la fecha de la muerte en círculos, helo ahí con rotunda claridad y mira tu reacción. -Movio la cabeza de un lado a otro en gesto de desprobación.

Sin ver a quien estaba dirigido abrí el mismo sin encontrar nada en su interior, pregunté entonces:

– ¿que juego es este el paquete no tiene nada?

– ¿nada?

nada en su interior, no dice absolutamente nada, no tiene nada.

Tomé nuevamente el paquete y le di vueltas solo aparecía la coraza de aquellos modernos correos y la propaganda del mismo, pero nada ni el remitente, ni a quien iba dirigido.

-simple muy simple.

– ¿qué? – Interrogué

– El registro de la fecha tu muerte está allí. Los antiguos antes lo hacían en el sello de cera, para ser más claros; ahora con la modernidad decidieron inscribirlo en el código de barras.

Voltee el paquete, allí estaba un código de barras. Cuando lo acerque, empezando a identificar los números, el paquete se hizo niebla y despareció.

Me desperté bañado en sudor, jadeante. Me sonreí por las intrincados significados y juegos de los sueños y cuando me estaba incorporando sonó el timbre. Me puse de pie y desde adentro por la ventana que daba al rellano de la portería le grité al portero

– ¿Quién es?

Dijo el:

– Señor, es el cartero, dice que tiene un paquete URGENTE PARA USTED





γʹ

LOS FRASCOS

Cayó algo y mi lectura fue interrumpida inmediatamente. Fue el sonido estentóreo de un frasco que se estrelló contra el piso.

Me levanté del sillón dejando a un lado el libro de Paracelso y me dispuse a la habitación de mi laboratorio. Al colocarme las pantuflas, sentí que llegaba un olor fuerte a formol, pero no sabía a cuál de mis frascos podría corresponder.

Empezó a hacerse más intenso cuando me acercaba y al abrir la puerta ahí estaba mi gata Salomé extendida en el piso cual larga era con su pelaje pardo. Se proyectaba sobre ella la luz de la mañana que entraba por el cristal de la ventana.

Me acerqué con la mano en la nariz para protegerme del olor ahora insoportable del químico. Al tocarla levemente en su cuello, la sentí fría y al acercar mi oído a su pecho su corazón ya no latía. Estaba muerta.

Acerque su hocico a mi cara y al abrirlo el hedor de formol fue total.

Observe a su lado y había trozos de vidrio regados encima del formol diseminado por el piso de madera. No encontré al objeto que contenía el frasco, busqué la etiqueta, pero eran muy pequeños los trozos de vidrio para poder ser leído.

No hubo lágrimas por mi gata muerta, nunca había lágrimas, puesto que cuando uno funda su vida en la espera de nada, se hace más fértil y la parábola más cierta:

“Bienaventurados los que no esperan nada, pues ellos nunca sufrirán decepción alguna”

Nunca esperé que mi gata fuere inmortal a pesar de sus siete vidas, ello solo era un mito y menos que una mujer durara toda una vida conmigo, recordé el poema de Baudelaire.

Ven, mi bello gato, a mi corazón amoroso;

recoge las uñas de tu pata,

y déjame sumergir en tus bellos ojos,

mezclados con metal y ágata.

Cuando mis dedos acarician despacio

tu cabeza y tu lomo elástico,

y que mi mano se embriaga de placer

de palpar tu cuerpo eléctrico,

yo veo mi mujer en espíritu.

Su mirada,

como la tuya, amable bestia,

profunda y fría, corta y hiere como un dardo,

y, de los pies hasta la cabeza,

un aire sutil, un peligroso perfume

nadan alrededor de su cuerpo moreno.

Pero el perfume que venía del cadáver de la gata era de formol. ¿Que animal o que parte humana de mis frascos se abría comido?

Solo tenía cuatro frascos con elementos en formol: uno era un corazón humano, el segundo un áspid Cascabel, el tercero el cráneo de un aborto y el cuarto un necróforo.

Traje entonces la pequeña escalera de mi cuarto y me acerqué a la gaveta, observando que en ella no estaba el frasco del necróforo y los otros frascos habían sido movidos. El cráneo del aborto que siempre tenía los ojos cerrados, ahora con ellos abiertos, parecía que mirase el corazón, a la espera de tener uno para vivir y el áspid ceñía al fondo de su frasco la cabeza, casi como sonriente ante un pecado recién cometido.

Que macabra escena había allí. Recordé entonces que el necróforo era una especia de coleóptero que se alimenta de los cadáveres y que depositaba sus huevos en ellos, además, que en griego su raíz significaba “el que cargaba cadáveres” y he ahí que aparecía el de Salomé.

Pero rara vez mi gata se había acercado a los frascos, más al contrario ella nunca se acercaba a mis elementos, solo lo hacía cuando ante una mirada de aceptación la incitaba para que viese mis experimentos inofensivos para obtener la quinta esencia. Subía con su destreza propia al mesón y se enrollaba mirando y quizás revisando mis notas.

¿Qué había sucedido?

No era lógico, empecé a efectuar la labor propia de un investigador fundamentado en la búsqueda, teniendo por método la duda.

Subí nuevamente la escalera y observé que la gaveta donde estaban los frascos no tenía rastros de rasguños. Si la gata había trepado (puesto que el gabinete se encontraba a más o menos dos metros de altura), debía existir alguno pues era la única forma que llegase ahí. De salto no lo podía hacer, solo llegaría trepando. Pero por ningún lado había señales. No estaba cercano a la gaveta otro objeto, por el contrario, se encontraba alejada a muy buena distancia del mesón.

Me acerqué nuevamente a los frascos para observarlos y enseguida sin haber tocado la gaveta se desplomó al suelo otro frasco, se escuchó el sonido de este contra el piso. Nuevamente el olor a formol se hizo total asfixiante, insoportable, todo dio vueltas en mi cabeza y caí al piso.

Caí de la escalera y estando boca arriba escuche el sonido de un cascabeleo, de inmediato puse mis manos en el piso subí la cabeza, haciéndome con la espalda en la pared, vi entonces a la cascabel viva en posición de ataque. Sentí al instante un retumbar en la cabeza y una voz como si se metiera en mí dijo riendo:

– Solo fue el cumplimiento de una petición, absurdo primate, solo fue una petición,

– ¿una petición?

En efecto,

Se hizo nuevamente un ruido en la gaveta y se vino abajo otro frasco, rompiéndose. La cabeza del aborto dio vueltas por el piso, quedó de frente a mí pestañeo los ojos y una voz dulce dijo:

-Pedí una vida y el cascabel envío al necróforo por un cadáver, por eso fue tragado por el gato para que diera una de sus siete vidas para mí.

Grité entonces horrorizado, la serpiente se acercó al cuerpo del gato y lo mordió; de inmediato el necróforo salió de la boca del gato torno sus alas un poco y voló hacia el vidrio de la ventana, por una grieta de esta salió a la calle. La serpiente se desplomó, la cabeza del aborto cerró los ojos.

Lentamente me repuse atónito ante el hecho, tomé un gancho del mesón y lo impulsé contra el cuerpo inmóvil de la serpiente, le di varios golpes en la cabeza, pero estaba quieta sin movimiento alguno. Me acerque entonces a la cabeza del aborto, pero en ese momento la gata comenzó a moverse lentamente como si despertase de un largo sueño. Levantó su cuerpo en forma de arco, como desperezándose. Se estiró sacando sus uñas maulló, pero en su sonido había el timbre de un sonido infantil. Me acerqué la alcé y allí sus ojos mostraron toda su hermosura, acerco su cabeza a la mía y ronroneo. Todo pareció solo un juego de mi mente, pero allí estaba la cabeza. La cascabel por el piso deshecha y el corazón humano en la gaveta.

Todo quedó así, me fui a mi habitación con mi gata en brazos.

El tiempo pasó y ningún recuerdo volvió de aquella escena, se diluyo como si hubiese sido solo mi imaginación o el rezago de de una caída.

Ahora siete años después cuando Salomé juega y se deja atrapar, la acercó a mi rostro. Siento un olor penetrante y a veces cuando yace dormida, su cuerpo se tensiona emitiendo una lamento, cual si fuere el llanto un niño que gime cuando su madre se aleja.






δʹ

LA ESPADA

Cae la tarde y doy una vuelta para posar mi vista en el mar, allí y por arte de magia una nube aparece evocadora en el cielo, esta nube se torna cada segundo de un tinte rojizo y el sol pupila, empieza a caer haciendo que sus rayos iluminen el mar. Algo se crea.

Empieza a sostenerse esa luz mostrando capas dibujadas en la cresta de las olas, como una pintura impresionista.

Allí sin objeto propio en el paisaje por el costado izquierdo aparece un avión que deja una estela de humo blanco de izquierda a derecha como imponiendo la vista fuera del sol. La nube se curva y crea la orbita del sol. Es un ojo en todo su esplendor. Un escalofrío recorre mis venas llevándome a abrir la boca al cielo, emitiendo un grito silencioso como si fuera un redoble de marcha de guerra.

Luego de un momento efímero, torno mis ojos al firmamento y ya no está el sol, se ha ido. Quizás Apolo en su carro de fuego, lo ha llevado a su senda, a su muerte, a su fin de cada día.

Abro las piernas y doy la vuelta por mi izquierda, el mismo sitio por donde todavía se ve la estela blanca ya más gruesa disgregada por el viento, dando pasos cortos y a la deriva. La arena se introduce en mis zapatos, sin embargo continuo hacia las postrimerías de la playa sabiéndome de un sino que solo se podría imaginar en sueños. Ese mismo sueño que inmortaliza y desdobla mis semblanzas, la única forma de viajar por los agujeros de gusano a mis otras formas que viven en historias paralelas.

Duermo esa noche. ¿Que deparará el nuevo día?

En la mañana, acompañado (de quien hace buenos años fuese un capitán de barco), recorro las calles de la ciudad amurallada llenándome los pulmones de historia. Paso a paso me dirijo a las calles que una vez viera cuando tenía catorce años. Disertamos con mi amigo. Nuestras palabras sobre la vida y en un segundo, él, en su calidad de capitán de barco me pide que lo acompañe a una tienda donde hay piezas de marinos, pues quiere llevar un recuerdo de lo que una vez fue su vida

Cruzamos la calle y luego de pasar por un café, en la siguente tienda, veo una armadura de acero en la entrada y en el centro una estancia con espadas. Veo a mi amigo y me dice que este es el lugar.

Abro la puerta y aquí sin previo aviso coloco la mirada en una inmensa e imponente espada, solo la miro porque como un niño considero que solo es de mirar y no de tocar. Al verme la vendedora en mi gesto, me dice por la espalda:

Puede tomarla, es la espada de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Allí y como si fuese una mujer que me abriese sus piernas con una sonrisa en el rostro. La tomo por la empuñadura con la mano derecha y noto lo pesada de la misma. Es necesario que la coja con las dos manos para sentirla en su totalidad, es como una mujer altiva, quien debe ser abrazada para mezclarse con su ser.

La empuñadura es de bronce, en su parte superior aparece el guerrero secreto con armadura medieval desplegado con alas en su fondo. Abajo y en el mango una calavera. Siguiendo en línea vertical descendente aparece el mago o la muerte, empuñándola hacia abajo con su punta señalando el ojo del grande; reposa este en las patas de dos caballos quienes son montados el de la izquierda por la muerte, con la hoz en su mano derecha con vestiduras de monje. El de la derecha es un jinete medieval con la pica de muerte en su mano izquierda, en su centro un búho reposa encima del reloj de arena. Debajo una daga que se clava en la calavera.

Las sensaciones se confluyen, es el misterio en la mano del todo en un segundo. Doy entonces vuelta a la espada con la ayuda de la vendedora y allí nuevamente está el guerrero medieval y abajo la calavera. Descendiendo más, el mago señalando con la punta de su espada el ojo. Luego las patas de los caballos, el de la izquierda montado por la muerte que lleva en su mano derecha estirada el reloj de arena con alas y el jinete de la derecha con la balanza de la justicia en su mano izquierda. En el centro un murciélago con sus alas desplegadas sostiene la balanza de la justicia, esta misma que su asta atraviesa la cabeza del guerrero medieval saliendo por su boca. Hasta aquí el mango del mandoble.

La hoja es de un acero inmaculado brillante que tiene unos relieves que van en un semi-arco, desde la parte superior de la hoja en forma horizontal hasta confluir en la totalidad de la punta, aguda y mortal

– Es Toledana- Señala la vendedora

La boca se me seca, el verla supera cualquier imagen que hubiere tenido de ella.

No pregunté su precio, pero sabía que sería mía como cuando en algunas oportunidades poso la mirada en una mujer. Mi amigo el del mar me dijo que debía ser muy cara, que no valía la pena y preguntó su precio. Sin decir su valor, matizó que era un desperdicio gastar tanto dinero, que viera otra cosa más pequeña y más barata:

No vale la pena meterle tanta plata, con eso puede usted comer por varios meses. – La deje allí, colocándola despacio en el receptáculo de madera. Sabía internamente que sería mía, independiente de su precio.

La vendedora que pensaba que era un hombre corriente, creyó que mi interés por una espada o por una mujer se acrecienta cuando se sabe que puede ser de otros. Dijo:

Hay un coleccionista que la tiene encargada, pero no ha cancelado, es del que la compre primero.

Solo vi a la vendedora, al parecer a ella nunca la había visto un hombre de guerra. La dejé de lado. Hicimos las compras de mi amigo, quien llevo un ancla para su estudio en la gran ciudad. Sabía que días después sería mía, porque ella sabía que su ser estaría mejor en mi mano y mi vista la haría inmortal, con las letras de un cuento.

Salimos y fuimos a almorzar a un restaurante francés, a disfrutar de manera prolija los sabores, cerca a los edificios antiguos que otrora fueran la sede de la inquisición. Sentados degustando la comida me dijo el del mar, luego de un pequeño silencio:

Yo creo que por estas calles anduve llevando a esclavos y creo que a usted le mecieron la cuna en las habitaciones de allá”- Señalo en tono de burla las habitaciones de tortura del edificio de la inquisición, riendo a carcajadas con lagrimas en los ojos. Solo sonreí.

Volví a la tienda luego de tres días. Miré a la vendedora, a quien le pedí que me la empacaran. Hizo un gesto de sorpresa, procediendo a hacerlo. Sin embargo, al momento de pagar acerque una tarjeta: La vendedora frunció el ceño y en tono marcadamente fuerte, señaló que allí solo se podía cancelar en efectivo. Le dije burlescamente que no tenía doblones españoles para pagar, retiró la espada y la dejó fuera de mi alcance. En el fondo yo sabía que ella, cual si fuese una dama era libre de irse con quien la posara en sus manos con amor. En ese momento entendí la libertad de lo que se quiere. La dejé.

Al otro día, a eso de las once atravesé los cafés cerca de la escultura de la hermosa escultura Gertrudis de Fernando Botero que reposa en la esquina del parque, cerca del almacén y en paso firme me dirigí a por ella. Abrí las puertas del almacén y ella no estaba en el atrio de madera. La vendedora que se encontraba merendando me dijo que ella después de dudar sobre mis deseos había visto en mí la voluntad inalterable por eso todavía estaba con sus ropajes de viaje guardada sólo, para mí. De manera más que ceremoniosa y ya sabiendo de mi ser, me la entregó. La alcé como una novia en su noche de bodas, llevándola en brazos.

La mulata que me la vendió me dijo:

Llévese este catálogo las puede pedir para coleccionarlas.

No imaginaba ella que una mujer y una espada, no son para coleccionarse.

Como respuesta le declame un poema en vieja usanza:

Las mujeres se tocan por su oído

mediante las ideas que se muestran en las palabras,

se abren paso por el viento

y llegan llenando sus oídos como sus vaginas

de un esperma lechoso y tibio.

Allí aposentan los cantos que

reproducen las más inimaginables danzas

que tocan

su corazón,

su pecho,

su entrepierna,

su alma.

Así baja mi mano por la espada

señalándole con un beso dulce la hoja

que tiene unos canales donde vibra

recordando su forja de cuna.,

Tomo su empuñadura y al detener mis dedos

en sus partes

pareciere que rozase su clítoris,

no haciendo que se humedezca

sino haciéndola ligera al viento

y lista para la guerra

La cara de asombro de la mujer fue evidente y me regaló una hermosa sonrisa

¿Se podría coleccionar algo así? Ni la una ni la otra son objetos, además de ser la fuente de mis ideas casi son las madres Griegas, son el hálito del arte, impidiendo estar allí desnudas para ser observadas con talante de marchante de arte. Sería como coleccionar los coágulos de sangre en mis venas.

La llevé por la ciudad amurallada sin emitir un murmullo. Estuvo acompañándonos a una dama y a mí en un hotel, guardada en su empaque, soñando, a la espera de la historia que corría en otras dimensiones.

Volví a mi ciudad sin saber lo que pasaría esa noche, la coloqué debajo de mi cama esperando el sueño.

Me dejé a el, me fui al vuelo en ese instante. Entre bruma apareció el cielo como lo había visto en la playa como relate al inicio. Con la misma nube y la misma semblanza, se abrió un ojo y sentenció:

Recuerda lo que se dijo cuando perdido te encontrabas en un sueño, recuerda

De inmediato vino en mí una escena antigua de otro sueño que había tenido cuando contaba con 21 años. Me encontraba en otro mundo circundado por dunas, era como un desierto, sin embargo, al voltear a mi lado se encontraba un amigo, hermano de batallas. Deambulábamos por todas partes sin saber que hacer, entonces al subir un pequeño montículo miramos al cielo y una voz profunda nos dijo:

-Envío a cada quien lo suyo, para que sepa que hacer con su arte, a ti- Refiriéndose a mi amigo- Esta espada para la guerra y a ti este leño. -Quedé perplejo ante esto, no sabía para que me daba un madero y que podría significar algo inservible y fútil. Allí la voz que al parecer leía mis pensamientos – Ya sabrás, su significado y poder cuando en la tierra sea clavado, allí serás más sabio y entenderás el todo”.

Volví al sueño primigenio y dijo el ojo:

Veo que recuerdas el sueño pasado. Ve tu mano. – Allí había un madero que me llegaba hasta el pecho. Un segundo lo observé y empezó a tiznarse como si se volviera carbón, entonces se hizo atenta mi vista y sin tener claridad sobre mi reacción, lo clavé contra el piso.

Unos trozos de corteza se empezaron a desprender, uno a uno y allí empezó a aparecer primero la hoja, luego la empuñadura con sus figuras talladas. Era mi mandoble del juicio final.

El ojo habló:

– Es tiempo del fin, ya han corrido el caballo blanco rojo y negro en las cuatro esquinas de tu ser. Haz la purga final de tu existencia deja correr al cuarto. Recuerda lo que escribió el profeta Miré, y vi un caballo amarillo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra”.

Lágrimas rodaron por mi rostro de sueño

– Muere oh mi amado ÉREBO y vuelve a ser parte del caos que nazca lo puro que vida tu ser luego de la eterna fortuna.

Lentamente se cerró el ojo en el horizonte de mi sueño.

Desperté abrazado a mi espada, empecé a sentir como la vida se iba de mi cuerpo, como todos mis movimientos cesaban. Mi cuerpo se hacia uno con la espada se confluían se metamorfoseaban. Mis brazos se torcieron, volviéndose parte de la empuñadura, mis piernas se volvieron metal en forma de la hoja y allí de inmediato vino ella con su manto blanco. Me abrazó la muerte

Veinticinco de julio del año del señor de 1611, ciudad de Cartagena. En una caja de frutas en la puerta de la inquisición un niño abandonado llora….






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LA VERDAD REVELADA

El Andar

En la calle me encontraba deambulando como siempre, haciendo que la mente se detuviera, para cesar el dialogo continuo que siempre yacía en ella y que tantas tonterías contenía.

Versiones distintas de un yo apabullante, eternas diatribas de mí ser abyecto y fútil; al que daba un descanso, en mis largas caminatas, para que aquellas disque “Personalidades”, se fueran por alguna avenida concurrida. Treparan a otra mente o solo callasen de una buena vez.

Sin poner atención a la forma solo al volar paso a paso, escuche saliendo de la ventana de un casa cualquiera la entrada Rex Tremendae del Requiem de Mozart, en una versión pésima al oído y que lacónicamente concluía con una propaganda para la venta de un vehículo. Que pensaría Mozart de oír su música de fondo para la compra de un carro. Quizás por esto en su agonía vio ello y cuando murió, hizo al cielo llover en su funeral y a modo de augurio solo acompañara el coche fúnebre, un perro.

Seguí caminando después de ese pequeño gran golpe sobre Mozart, sacudiéndome del mismo, dando rienda suelta a mis piernas, a los ascensos y descensos propios de los andenes, a la marcha del guerrero. Subir la mirada unos cinco grados más de lo normal, para que me llevara a ver otro mundo alejado, aquel que se encuentra rodeado de nubes y de pájaros. Estos que vislumbran al hombre allá abajo en sus ciudades, en su verdadera realidad de fábricas de insectos.

Creo que fueron horas las que deambule sin rumbo, quizás como siempre estando atento a ver que revelación llegaba con la ausencia de la mente y si alguna verdad salía de ella.

Luego empecé a caminar por unas calles empinadas, que me llevaron a un barrio de gente humilde. De gentes que han dejado el campo para venir a la metropoli de sus sueños, dejando la libertad del campo el olor de la naturaleza, el despertar de los pájaros, del bramar de los animales y la vecindad a kilómetros. Por las bondades de la ciudad en apretujadas residencias malsanas, llenas de vecinos sudados, malolientes, que están arriba, abajo, encima, con músicas del norte, pitos de buses y volquetas.

Seguí mi camino intentando pasar desapercibido, por que siempre he sabido de la desconfianza de esas personas hacia los que no son sus iguales. Allí estaba ascendiendo por la carretera cercana a la falda de la montaña, por que como siempre los marginales viven en las afueras de la ciudad, pegados a la montaña, en estructuras hechas de latas, maderas e irregulares de concreto. Hasta el momento nadie había notado mi presencie. Era solo caminar con la cabeza gacha, como si llevara el peso de la tristeza encima. Subí más o menos durante unos tres kilómetros, viendo el comercio generado de tiendas informales, tiendas de mercado con verduras expuestas, con canchas de tejo. Tenduchas donde cuelgan los cadáveres de los animales, con nubes de moscos a su alrededor, deleitándose con los jugos que caen de la carne. Al fondo las personas de todas las edades con gestos vacios en sus rostros. Vi así el continuo sufrimiento humano, sin desconocer el que nos acompaña diariamente a los que nos creemos liberados del mismo.

Mucha razón tenía el padre de Buda Siddhartha Gautama, el rey Suddhodana, cuando evitaba que su hijo no saliera de su castillo, porque si ello hiciese se distraería de los deberes propios del devenir de aristocracia, pensando en vez de ello en liberar al hombre de su desgracia.

Eso sucede cuando se ve el sufrimiento humano cara a cara, el que yace en cada rincón del mundo, irreductiblemente se transforma en verdad la percepción de la existencia y genera una búsqueda para acabar con el dolor.

Del descubrimiento

Sin embargo y después de estar cosa de media hora caminando por este sector, me encontré con algo imposible de creer y que quizás algunos consideren propia de cuentos e historias de desocupados. Allí en medio de la humildad y el desarraigo, luego de una casa hecha con tejas de zinc, vi una residencia con forma de castillo estilo Francés y que en lo poquísimo que conocía al respecto se parecía a los castillos de Amboise o Puymartin.

Es necesario describirla, para denotar su magnificencia y lo que en los números de su estructura se puede esconder, ya que los antiguos colocaban mensajes allí o por lo menos mostraban el temperamento de los que residen.

Su base era de piedra solida y en la parte frontal en la zona sur contaba, con una Atalaya de forma Octogonal (número de la regeneración porque su cubo es igual a 512, que al sumarse (5+1+2) da otra vez ocho. Número del primer cubo que tiene 8 esquinas y es el único que es divisible varias veces, puesto que el 8 se divide entre 2 y da 4, éste se divide a su vez y da 2, y el 2 dividido da 1, estableciéndose así, la mónada pitagórica). Con tres pisos de ventanas en igual cantidad mirando unas al sur y otras al este (expresaban el ritmo ternario de la elevación, de modo que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el cielo), en el ciclo con rosetas en igual forma en la parte alta de cada una de sus caras, dos secciones próximas y cortas de agujeros. La punta de la atalaya era de cuatro caras (el cuadrado o base de la forma piramidal que es la más estable de todas las formas geométricas. Los pitagóricos le llamaron «el mayor milagro», por ser el primer número «par pareante» (o divisible por dos, como su cociente). Su punta tenía la forma de las catedrales turcas.

Recordé entonces las similitudes con la Abadia que describe Adso en el Nombre de la Rosa de Humberto Eco.

La parte frontal de la casa constaba de tres caras, dos de ellas similares. Primer piso en estructura de piedra con una ventana rectangular, el segundo piso en losa de piedra con dos ventanas rectangulares que culminaban en su parte superior en un semi-arco tipo turco, que en su parte de arriba tenía siete segmentos pequeños escalonados regulares (El 7 es el número Cabalístico (o sagrado) por excelencia para los caldeos, babilonios, esenios, griegos, egipcios, chinos, hindúes, mayas, aztecas, incas, etc. Se compone para algunos de la tríada (3) y de la tetrada (4), por lo que es la combinación de su dios y la naturaleza humana. Es el número de la Creación y el número del Poder Espiritual). Arriba una ventana pequeña seguramente del zarzo. La cara sur era de iguales características pero había junto a ella una semi –atalaya de forma cónica, con una ventana rectangular, con dieciocho pequeños vidrios, terminada su parte superior en ángulo agudo y su parte alta y fin de la misma en punta igual a la Atalaya principal.

Todas estas formas tenían innegablemente el juego de los números sagrados de las construcciones antiguas y en los lugares que no era tan evidente, la suma de los números (para que se incluyeran en la década), daba uno clarísimo como en el caso de la ventana de dieciocho segmentos, cuyo a suma daba nueve, llamado por los pitagóricos «El Alfa y la Omega», la eneada, el primer cuadrado de un número impar (3×3=9). También se le ha llamado el número del Hombre, porque su gestación dura 9 meses. Luego la construcción irreductiblemente estaba fundada en los secretos de la matemática y la alquimia

Pero sigamos con la descripción. La cara frontal contenía la puerta en madera con taches de forja, empotrada en losa de piedra, sobre la base del mismo material, pero la parte superior de la puerta era en forma de reja libre, tipo mazmorra. Cuando vi ello me di cuenta que todas las ventanas fueran estas las simples o las con arco tenían reja, o forja de aplique para vidrio pero hacia las veces de reja en cada ventana. Como evitando que algo saliese o entrase.

La Cara frontal en su segundo piso era soportada por dos apliques en forma de pata de león debidamente labradas, dos columnas de características romana, una semi baranda de 10 barras torneadas ( allí otro mensaje en el mismo número, Según el Tarot, la carta número diez simboliza «La Rueda de la Fortuna» y, por tanto, la evolución, ya que cada giro representa una nueva oportunidad) y un gran vidrio rectangular en secciones del mismo, pero que en realidad constituían como dije antes una reja; finalizando en un arco agudo y las estructuras de la columna.Terminaba confluyendo en punta turca.

En el centro de esa cara en la parte superior de la ventana y en simetría total estaba un escudo de armas con casco en la parte superior con penacho, el lleno del escudo tenia cuatro secciones la superior izquierda tenia un castillo medieval (significa en heráldica el esplendor y fuerza; legítimo poder para la defensa de amigos y aliados, resistiéndose invenciblemente a todos los enemigos). La inferior izquierda dos flores de lis (representan la gloria, el esplendor, la inocencia, la pureza, la alegría y fuerza de vida). La superior derecha un roble de sicomoro (Símbolo de la resistencia y el triunfo. “Duir”“puerta”). La inferior derecha cuatro barras con toques (Alegoría a los Cuatro vientos, cuatro puntos cardinales). Todo el escudo era tallado en piedra.

En la parte sur de la construcción estaba rodeada de piedra y parecía como si fuese un patio de armas. Intenté ver hacia dentro, pero no se podía.

El ingreso

Me senté en la acera de la calle de enfrente, intentando entender que hacia en semejante lugar, esa casa en forma de castillo, toda vez que el sector no era propicio para semejante residencia. Sé que en muchos lugares así, los nuevos ricos han construido casas ostentosas, pero esta tenía buen gusto. Todo era armónico elegante y era innegable la utilización de jerga alquimista, en su construcción.

No, no llegaba a ninguna conclusión, espere entonces un rato allí, pero cerca no había ninguna tienda o pasaba alguien a quien pudiere preguntar al respecto.

Ya casi a la hora del atardecer y cuando Apolo empieza a bajar el sol en su carruaje, vi pasar a alguien en el segundo piso dentro de la casa, pero solo su forma porque los vidrios eran martillados. Me coloque entonces de pie a ver si podría ver quien era y así sacar una conclusión de quien vivía allí, o si era posible de alguna manera (pese a lo absurdo de la situación), hacerle señas, para que me permitiese hablar de la casa. No se detuvo nadie.

Después de un rato y estando enfrente sentado en el anden, una luz salió de la ventana sur del zarzo. Cuando aclare mi vista volví a mirar y un brazo levantado, hizo señas de que fuera hacia allá en dos oportunidades. Miré hacia los lados a ver si para otra persona era realizada la señal. No había nadie cerca La seña era para mí. Volteé nuevamente hacia la ventana y se hizo otra vez la seña de que fuera y sin pensarlo dos veces me dirigí hacia la puerta. Obviamente llevado por el ímpetu de la curiosidad, de todo lo que yacía inmerso en la construcción, la situación y el encuentro.

Me coloqué de pie y me acerqué a la casa. Cuando tenia la mano hacia arriba, con la intención de tocar la puerta, escuche detrás de ella como se movían varios cerrojos (En total fueron cuatro), e inmediatamente sonó un chirrido como si estuviere hace bastante tiempo cerrada, abriéndose. Vi hacia el interior y estaba oscuro, lo que hizo que me detuviera, pero al fondo una voz dulce femenina con un leve acento francés dijo:

– Cruza el umbral, cruza por favor.

No se que me hizo tomar la decisión para entrar, porque el miedo se había apoderado de mi, pero empecé a pasar la entrada pese a que no veía nada por la oscuridad que envolvía todo.

Apenas pasé, se cerró la puerta y se escuchó como se movían nuevamente los cuatro cerrojos, pero no vi quien o como lo hicieron, solo sentí la oscuridad y mis ojos no se acostumbraban a ella para definir algo de lo que me rodeaba.

Se encendieron unas lámparas que se encontraban en la parte alta del techo, empecé a ver que las paredes eran todas en piedra como mármol de secciones grises, amarillas y ocres, enfrente de mí un largo pasillo, también en piedra con columnas. Cuando estaba observando, una voz masculina en francés, dijo a lo lejos como del segundo piso:

allez!.

Comencé a caminar por el pasillo y en tanto empezó arriba a sonar un piano. Con las primeras notas que identifique eran el nocturno no. 1, op. 55 in f minor de Chopin. Luego una voz gruesa hablo en francés y dejaron de tocar el piano, empezó a cantar las notas despacio. Nuevamente empezó a escucharse el nocturno en el piano, pero esta vez iba sumamente lento lo que produjo claramente que sonara totalmente melancólica y lacónica, generando un escalofrió en mi espalda.

La mujer dijo en español:

Siga por favor tome la escalera, mi padre no dejará que baje hasta no concluir mis lecciones de piano.

Me sorprendió que me hicieran seguir sin ninguna presentación y sin verme. Continué por el pasillo admirando las formas en piedra y cuando termine (cosa de unos 5 metros), vi la zona de recibo de la casa. Era de forma circular como de unos 8 metros de radio. En el centro una escultura en mármol y al fondo dos escaleras pegadas a las paredes que daban al segundo piso, la luz entraba natural a raudales por arriba. El techo era en forma de cúpula con trasluz de vitral

La Verdad

Di unos pasos hacia el centro y no podía creer lo que veía. La escultura era la verdad revelada, de Bernini, obra que fuere realizada entre 1645 y 1652, representando una alegoría de la Verdad revelada por el tiempo.

Es una mujer desnuda que porta el Sol en su mano y con un velo que habría de ser retirado por otra figura, la de Cronos, que no llegó a ser realizada.

Me acerque y entre en el salón, que para nada coincidía con las dimensiones de la entrada de la casa, voltee hacia atrás y el pasillo que había visto inicialmente no era coherente con el que había transitado. Eran las mismas formas, pero como de unas cuatro veces el tamaño inicial.

Cambió entonces la obra que se tocaba en el piano arriba, sabia que era una sonata como de Mozart o algo así e inmediatamente el hombre dijo:

– Malédiction Mozart

Se escucharon las carcajadas de la mujer e inmediatamente sonó como se cerraba la tapa del teclado del piano. Salió entonces al descansillo, la más hermosa mujer que hubiere visto.

Era rubio su largo cabello que caía como olas, espigada, elegante su porte un rostro largo anguloso pero fuerte, de tez blanca, marmórea, con un par de cejas pobladas, pero bien definidas. Unos ojos azul celeste, nariz aguda y respingada, una boca rosa carnosa, toda ella vestida con un traje negro que dejaba libres el contorno de sus brazos. De unos 32 años. Sonrió y todo se ilumino.

Dijo:

– Ven tú el caminante, conocido de Chronos (Tiempo) y Ananké (personificación de lo inevitable).

Tense mi rostro.

– No hagas esa cara, se que deambulas como mortal, que cuando pintas y escribes firmas con tu verdadero nombre y que eres de la semblanza griega de tus ascendientes, pero heme aquí, que nosotros sabemos los conocimientos Orficos.

Me sorprendí de inmediato, por que siempre supe de mi semblanza de mi nombre para los griegos y romanos nunca en órfico.

– Vamos sube, no te hagas de rogar, no estas en una conquista ni en el estrado, jejeje.

Empecé a subir los escalones y le dije:

Venía caminando por un barrio humilde. ¿, Que hacen ustedes aquí? esta casa no concuerda con la entrada que, vi sus dimensiones son demasiado amplias y la copia de la escultura de Bernini.

– Copia, jejeje, la bella y original escultura de Bernini, dirás. Ten cuidado con tus comentarios enojaras a mi padre si refieres algo que no sea original en el o en su casa. –Musito ella.

Estando ya cerca, ella alargó el brazo. Yo sin ninguna desconfianza, alargue el mío y nuestras manos se unieron, sintiendo su piel suave, tersa, la tibieza de su cuerpo y el perfume con tintes de jazmín.

Me detuve,

– Estoy divagando donde demonios estoy, que hago, acabo de entrar, a donde vamos.

No seas quisquilloso, acompáñame quiero que hables con mi padre, te esperábamos, hace buen tiempo. ÉREBO. Père spirituel

Entramos a un salón inmenso en cuyo extremo norte estaba un piano negro y allí un hombre de unos 50 años, de cómo 1.70 de estatura, de pelo cano, con un traje impecable negro, cara redonda, pelo corto, ojos cafés, nariz aguda, boca pequeña carnosa y piel blanca

Ven mi yo. –Hablo en español con dejo de su acento francés

– Perdón. – Señalé

¡ah! ven siéntate aquí. Tú, hija hazte a mi otro lado, creo que esto va ser en buena vista, harto difícil.

– Será difícil, querrá decir.

Perdona mi español, no me acostumbro, el francés definitivamente mi idioma de cuna y no solo por lo poético. Pero vamos hija hay un invitado mas bien, toca, toca, algo mas agradable toca las variaciones Golberg, utiliza el Clavecín vamos, te suenan mejor en el, que en el piano.

Ella sonrió y se dirigió hacia la parte de atrás. No me había dado cuenta que en el otro extremo del salón había un hermoso clavecín.

Fue allí (no sin dejar el más delicioso aroma al levantarse de la silla, aromas dulces agradables, secos y nuevamente el jazmín de final), que vi su hermoso cuerpo sus caderas agudas y bien marcadas sus largas e inmensas piernas

Es hermosa verdad. – Señaló el. Me sonroje por ser tan evidente

No es mi hija de verdad, le digo así y ella me llama padre espiritual, en agradecimiento no se de que.

Empezaron a sonar las notas más melodiosas, la primera variación con fuerza.

Al punto, verdad. – Con orgullo dijo el.

Sin más, aunque me encontrara embelesado con el sitio y la música, debía preguntar que estaba sucediendo y donde estaba

-¿Que estoy haciendo acá? ¿quienes son ustedes, como llegue acá? venía por un barrio humilde lleno de casuchas, encontré una hermosa casa tipo castillo, alguien me hizo señas de que ingresara y ahora estoy dentro de, de, de un castillo, ¿ustedes son franceses?

Vamos, vamos tranquilízate soy tu, no pierdas el tiempo con estupideces de forma, pregunta, sobre lo que buscas.

-Un momento, no es lógico.

-Catalina. – Comentó a la hermosa mujer. -definitivamente soy terco en esta forma del ÉREBO. –Ella alzó las cejas, sonrió y continúo tocando.

– No entiendo el concepto ¿como que somos uno? es lo que usted trata de hacerme entender, que somos la misma persona, un tipo de hombre afrancesado, no cuadra con mi tosca figura.

Vamos no te quedes por las ramas y pregunta, no me detendré en explicaciones, solo pregunta lo profundo. Ya pregunta sobre lo que agobia tu corazón y te lleva a las largas caminatas.

Me desarmó totalmente, apoderándose la melancolía de mí, suspiré y como si me encontrase con un viejo y sabio amigo, le dije:

– No encuentro el sentido de la vida, no encuentro que valga la pena vivir para realizar una serie de actos, estudiar un sinfín de cosas para que a la otra mañana, el tedio caiga encima de mí, como el espíritu de la pesadez que tanto hablan. Conseguir, buscar día a día, en lo intelectual, en el amor en todo, que sentido tiene todo esto y sin embargo me jacto de ser libre.

Estas en la cárcel de la mente, estas enraizado en ella. Has obtenido del intelecto todo, has aprehendido de todo y a la vez de nada porque pensaste que aprehender y estudiar era lo que llevaría a la felicidad y no es así. Yo vivo en este castillo y la felicidad no viene de el. No hay un sentido y si se busca un sentido menos sentido habrá porque pasará la vida y estarás en la cama muerto sin ninguna conclusión.

No entiendo.

Mírala a ella, es hermosa, mira el castillo es hermoso, escucha la música es hermosa, si los tuvieras, te aburrirías de ellos a la postre si no ves lo espiritual de ello. Te llenas de conocimiento vacuo y nada llega al corazón. Debes morir. Te denominaste como el ÉREBO, hijo del caos y hermano de la noche. Pero no has entendido donde reside todo, lo que nace de la oscuridad y el caos, la luz. El sentir en realidad: Allí reside la felicidad, el solo ser, el existir, sentir la tibieza, el olor, el sudor, la carencia, la totalidad, lo pequeño, lo grande. Muere todos los momentos, muere para que cuando salgas de ese caos y estés junto a tu hermana vuelvas a sentir como la primera vez.

Las notas en el clavecín eran más lentas y el en tanto continuó

– No almacenes, porque lo que se almacena se termina pudriendo, se torna turbio o por lo menos por la costumbre e impresión de lo racional no lo vuelves a ver ni a percibir. Recuerdas cuando por primera vez leíste a Oscar Wilde, recuerdas lo que sentiste cuando te inundaste del sexo de una bella dama, recuerdas la primera vez que tocaste el mar. Ah la felicidad depende de la muerte continua y la capacidad de sorpresa y si el dolor te agobia, mira allá a lo lejos que irreductiblemente morirás nuevamente y el mundo seguirá naciendo. Del caos y la noche resurgirá la vida, el amor resurgirá, la belleza de comer esta en el hambre y en sentirla, la belleza del rostro esta en el roce y si te agobia el dolor muere, para ser libre de almacenar tanto dolor. Muere cada segundo, muere…….

Las lágrimas empezaron a surcar mi rostro, llore como un niño.

Ella dejo de tocar el clavecín y se acerco a mí nuevamente me tomó de la mano y dijo:

Ven bajemos

Catalina me tomó de las manos y dijo:

-No llores

Bajamos las escaleras y me colocó en frente a las esculturas de la Verdad revelada de Bernini.

Hablo ella diciendo:

-Te conté el sentido Orfico de tu nombre, debiste conocerlo por que esta en tu esencia. Pero te lo diré para que sepas lo que yace en tu alma. Naciste del tiempo y lo inevitable y en verdad se centra ello en la escultura de Bernini. No era Cronos quien retiraría el velo para que se revelase la verdad, eras tú mismo quien debía retirarlo, no era cuestión del tiempo (Tu padre y tu némesis), quien te llevaría a la verdad, sino solo tú con tu muerte eterna y continua. Mira ahora mis ojos, míralos fijamente, veras claramente.

Empecé a mirar sus ojos azules como el cielo, se hizo oscuridad total como si fuesen un abismo.

De un momento a otro empecé a percibir un rayo de luz todo renació y así se repetía. La belleza se encontraba en cada cambio en cada transformación de ella. El tatuaje celta del trisquel donde el espiral de tres brazos (Nacimiento, vida y muerte), que otrora había hecho en mi antebrazo derecho se torno caliente y al verlo las tres espirales giraban al unísono.

Acerco sus labios a los míos y sentí el beso tibio, encantador de la bella muerte. Ella se apoderó de mí.

El silencio de la nada me cubrió y dijo:

“Muere

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