Pitágoras de Samos creía que los números eran lo más real que existía en la Tierra, así que persistió en tocarlos con retratarlos en el papiro, la tela y en trozos de cerámica y mostrárselas a sus alumnos, pero esto no lo satisfacía por completo. Un día, debajo de un árbol mientras disfrutaba del atardecer cerró los ojos y empezó a imaginar a los números, inefables, quizás como figuras geométricas o signos misteriosos pero hermosos, así que trató de tocarlos, pero por más que lo intentaba no lo lograba. Al día siguiente uno de sus alumnos encontró a su maestro con los dedos dentro de los agujeros en donde los ojos debían estar, estos estaban destrozados.
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