Tanguito era un cachorro blanco con manchitas marrones y negras que no sabía ladrar pero hacía hermosos pozos en el suelo.
Escarbaba rápido y cuando el suelo no estaba muy duro, en un ratito sacaba todos los pastos y descubría el olor delicioso de la tierra húmeda… Ahí hundía el hocico, escarbaba un poquito más y luego se echaba encima a refrescar su panza rosada. A veces enterraba un hueso, por el gusto de hacer un pozo y al tiempo lo sacaba, por el gusto de hacer otro pozo.
Pequeño sabueso, hace pozo, hace pozo. Entierra su hueso con gran alborozo.
El problema era que donde mejor estaba la tierra para hacer pozos era en el cantero de las lechugas.
Tanguito era el perro de una niña, que era la hija de una mamá que plantaba lechugas. Cuando las lechugas estaban grandes, la mamá de la niña las cortaba para preparar la ensalada.
Cada vez que Tanguito hacía un pozo en el cantero de las lechugas, la mamá de la niña se ponía a retar y retaba a la niña que a su vez retaba al perro por el pozo.
Pequeño sabueso, hace pozo, hace pozo. Entierra su hueso con gran alborozo.
Entonces, el cachorro se alejaba con la cola gacha y se echaba en un rincón. Escondía los ojos y el hocico entre las patas.
A Tanguito le gustaba también jugar con los cordones de las zapatillas de la niña. Cuando ella tenía puestas sus zapatillas, se los tironeaba hasta desatarlos. Le gustaba mordisquear los cordones cuando las zapatillas estaban al sol, para secarse después del lavado. Un día arrastró los cordones con las zapatillas por detrás hasta el cantero de las lechugas y ahí hizo un pozo hondo para enterrarlas, así como enterraba sus huesos. Justo en ese preciso momento, ¡oh, no! la mamá de la niña salió al patio para buscar lechuga para su ensalada.
Pequeño sabueso, hace pozo, hace pozo. Entierra su hueso con gran alborozo.
¿Qué creen que pasó? La mamá agarró las zapatillas llenas de tierra, agarró a Tanguito lleno de tierra y metió zapatillas y perro en un fuentón, de agua tibia con jabón. Hizo mucha espuma y les dio a todos, perro y zapatillas, un buen baño. Tendió las zapatillas en un cordel con dos broches y llevó a Tanguito hasta la tienda de mascotas para comprarle un trenzado de cuero para morder, uno de esos que le gustan a los cachorros. También compró un collar y una correa y, al volver, le dijo a su hija:
— ¡Llevá tu perro hasta el campito para que se saque las ganas de hacer pozos!
Pequeño sabueso, hace pozo, hace pozo. Entierra su hueso con gran alborozo.
Pero en el campito, Tanguito no hizo ningún pozo. Corrió de un lado para el otro y cuando vio un bicho cascarudo en un caminito, se le dio por ladrar. Le salió primero un ladrido chiquito, ¡Guau!, después otro más grande ¡Guau! ¡Guau! y otro más grande todavía ¡Guau! ¡Guau!¡Guau! El cascarudo siguió caminando como si nada y se perdió entre los pastos. La niña palmeó a su perro y le dijo:
¡Buen Perro! ¡Ahora sí que sos un perro de verdad!
Pequeño sabueso, hace pozo, hace pozo. Entierra su hueso con gran alborozo.
Desde ese día, Tanguito le ladra a lo desconocido, a lo amenazante y también a los perros que pasan, si no son del barrio. Cuando la niña se va a la plaza, Tanguito la acompaña y ladra si se le acerca algún extraño y cuando llega la noche, si escucha ruidos sospechosos, ladra muy fuerte para que todos tengan claro que, en esa casa, hay un buen perro guardián.
Pequeño sabueso dejó de hacer pozo y enterrar su hueso con gran alborozo.
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