Entre dormida me encontraba cuando me llegó un mensaje de quién sería mi patrón. Tenía que trabajar de moza en un evento de quince años, lo normal, ya lo había hecho. Me levanté de la cama y comencé ordenando el desastre que había en mi habitación, apenas eran las 17pm, debía estar allí a las 20hs. Al llegar tan rápido la hora me vestí y partí, la carretera estaba muy silenciosa; parecía cacería de lobos.

Al llegar me encontré con mi patrón quién también vestía de mozo. Inicié limpiando los platos para los invitados, en ello una voz gruesa llamó mi atención ¡diablos! Era guapetón de los mejores, o era modelo o era actor una de dos. Ambos cruzamos miradas por unos dos minutos pero inmediatamente tuve que seguir con mi trabajo no podía jugar a ser la literata romántica como de costumbre ni tampoco jugar a ser una de las diosas griegas, estaba en mi trabajo así que debía cumplir con el papel de moza. Dejamos la hora correr, la cual de por sí estaba eterna. Se hicieron las doce, de tanto frío me puse al lado del horno acurrucando alma y cuerpo. Llegaron las tres de la mañana y era hora de la barra de tragos, en eso se acerca el guapetón, era un muchacho guapo, de tez blanca como el resplandor de la bella luna. Tenía un trasero bonito y firme; como de película, mis ojos no dejaban de verlo, me sonrojo al imaginarlos desviándose hacia el. Sus ojos me condujeron a una eterna carretera sin salida; bellos y cristalinos, azules marinos. Manos de hombre mayor pero en la edad de un chico de diesisiete. De brazos grandes al igual que su cuerpo. Estatura perfecta para poder besarlo sin necesidad de hacer puntitas de pie. Voz gruesa e intimidante, pero risa graciosa en forma burlona. Labios gruesos como la luna llena. Su cabello… tan perfecto, cuyo color era idéntico al de un dios; rubio como el sol y rulos bien formados. Se acercó a la cocina donde me encontraba y allí se quedó parado mirándome fijamente como si viera a una hermosa dama y no a una simple moza, me intimidé y le pregunté -¿Necesitas algo? -.

-Eh, no no, gracias – añadió antes de marcharse. Diablos, era muy precioso para ser humano, más brillante que el rubí, aún más perfecto que el color del jade y más valioso que el diamante o el oro. Llegó la hora de cortar las tortas, él se puso a mi lado cuando no era el mozo sino el hermano de la quinceañera. Con los demás mozos proseguimos a cortar rebanadas de tortas dulces, me miró y dijo -¿Qué es eso?- mientras señalaba unas bolas de ¿bombones quizá?

-No tengo idea -le respondí después de hacer un gesto raro. Sonrió y le dijo a las demás personas «Nadie sabe qué es». Le agradó a medio mundo, creo que era uno de esos chicos populares del colegio, de esos deportistas y tontos; la primera vez que me llama la atención uno así y más de mi edad. Lo más loco es que mi perro lleva su nombre, bonita coincidencia. Al terminar levantamos todo de las mesas y lo trasladamos a la cocina, en eso se escucha un grito, -¡Amor! -era el guapetón. Demonios, su mano no se encontraba sola en el limbo de la nada esperando a una mujer de su igual, como esperaba, sino que se encontraba con una chica alta, morocha y con una sonrisa apagada, tan apagada como el fuego del amor entre los dos. Lo miré con cara de imposible, sonreí y terminé mi trabajo, agarré mi bandeja junto con el dinero, saludé y me marché a casa. De camino sonreí esperando a ver de nuevo esa mano, pero en vez de tener una acompañante a su lado, que esté vacía como mi mente cuando no tengo nada que escribir.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS