Una mujer, gimiendo llegó hasta el abad Charp Yiparov y le dijo:
«Padre, mi esposo ya no me ama. No entiendo su actitud. Yo preparo sus comidas, lavo sus ropas; y cuando llega cansado, le quito los zapatos; atiendo y cuido de sus hijos y de su casa».
El monje guardó silencio y luego replicó:
«Si quiere resolver tus problemas tendrás que darme las gemas de más valor, que tengas».
La mujer pensó que el monje se aprovechaba de su desgracia, pero aun así le entregó varios diamantes. La hizo caminar hasta la pocilga del monasterio. Una vez allí, arrojó una tras otra las joyas a los cerdos. La mujer de forma histérica, se apresuró a gritar:
«¡Padre, deténgase! ¡Qué locura hace!»
El monje guardó silencio. Mientras los cerdos pisaban y llenaban de estiércol, las preciosas gemas. Luego de unos minutos, dijo:
«De la misma manera que he lanzado los diamantes a los cerdos; tú has lanzado, tus perlas a tu marido y recuerda: ¡Un cerdo nunca reconoce el valor de una gema!».
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