ya no hay vuelta atrás, decía
el sermón subliminal de la universidad,
como tú, cariño,
posándote entre mis verbos
y deslizándote a oscuras en las paredes
de otra habitación;
y no eran
las mismas sombras
ni el mismo amor
ni el mismo sujeto;
al que cogías eufórica de noche
y servías luto de día.
¿cuántas noches anegadas
se presume
que debe naufragar el alma
antes de conocer el auténtico amor?
he contado veinte en tu regazo
y cien de rechazo, cuando
giras al oír mis poemas
y haces gestos al ojear mi papiro
y coges con otro;
creyendo que en él saciaras tus aflicciones
ocasionadas por tu consecución.
¡oh, cariño,
esa extraña sensación
se ha impregnado a mi pecho
pero no rabia, ni tirita,
me carga de energía de lucha,
eureka, lo he entendido,
el sufrimiento no es retroceso,
es ese mecanismo de
incompletitud permanente
que siempre intenta salvarnos
sin pensar en el sufrimiento ocasionado;
ya no hay vuelta atrás
él ya lo sintió!
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