Fernando observó el cielo antes de tomar la palabra. Una bandada de aves sobre volaron por encima de él y de su ejército en un clima de profundo silencio. Dedicó unos segundos para mirar bien detenidamente a su tropa acariciando suavemente su caballo. Volteó su mirada hacia la derecha donde lo acompañaban sus principales comandantes. Regresó hacia los cientos de soldados que esperaban su palabra antes de la contienda. Fernando desenfundó su sable, lo alzó bien alto apuntando al sol y les dijo:
-¡Soldados! Habéis visto la ferocidad y poder del enemigo. En esta hora amarga del Imperio, nos aprestamos para dar la batalla definitiva y recuperar así estas tierras. Las llaves de este pueblo han sido confiadas a nosotros por el rey a quien juramos nuestra lealtad. Cada uno afile su lanza, preparé su escudo, dé el pasto a los corceles de pies ligeros, apercibiéndose para la lucha. Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue a los valientes guerreros a separarse. Yo, por mi parte, me dispongo a entregarlo todo por la patria cuyo destino está en juego; entregaré mi vida, si es necesario, para asegurarme de que los enemigos de España no habrán de hollar su suelo, de que la santa religión a nosotros confiada por el destino no habrá de sufrir menoscabo mientras me quede un aliento de vida. ¡Viva el rey!, ¡Viva España!-
El Rey Franco III había sido muy claro con el General Fernando Álvarez de Berenguer aquel encuentro en el palacio. Su lealtad venía acompañada de un preciado tesoro como recompensa de lograrse el objetivo propuesto. La conquista de las tierras del sur significaba para el Rey una avanzada clave en busca de la dominación de ultramar. El General Fernando Álvarez de Berenguer era sin lugar a dudas su guerrero preferido y en él había depositado toda su confianza.
- – Su majestad: Mañana a primera hora partiremos rumbo al sur. La tropa está preparada para el combate. Disponemos de gran cantidad de arqueros, piezas fundamentales para llevar adelante nuestro ataque al Castillo. La infantería muestra signos de fortaleza pues los corceles se han recuperado de la última contienda y están dotados del mejor equipamiento de montaje. – Se había referido el General el día anterior al ataque en el palacio del Rey, mientras cenaban en una larga mesa a la luz de las velas.
- – General – Respondió el Rey y siguió. – No olvidéis que la Patria está por encima de la gloria. No olvidéis nunca el orgullo de su Rey de conquistar estas hermosas tierras. El futuro de España depende de vosotros. No defraudeis a su pueblo, no defraudeis a la corona. – El rey tomó el hombro del General y le deseo suerte suerte en la travesía que le tocaba vivir al dia siguiente y le pidió que lo mantenga informado mediante sus mensajeros respecto a los detalles del combate.
- – ¡Fuego! – El General había dado la orden de inicio. Las veinte catapultas arrojaron sin cesar inmensas cantidades de rocas desde lejos para derribar el muro sobre el costado oeste de la muralla de la aldea. Con mucho apuro, los jinetes avanzaron sobre el este ayudados por los arqueros quienes se concentraron en la defensa de las torres. Los espadachines pudieron adentrarse en terreno enemigo, cruzando los campos cultivados de cereales, atacando la pobre defensa que el enemigo había preparado para esa esquina de la muralla. El plan venía funcionando a la perfección. El General había estudiado minuciosamente los pasos del rival y su táctica estaba dando los frutos esperados. Fue así que decidió dejar su lugar de líder y sumarse a la infantería, aprovechando la oportunidad que estos le dejaban para ingresar a la aldea.
Álvarez de Berenguer, cabalgó rápido con su escudo en el frente, amortiguando el impacto de las flechas que provenían de la torre este. Sin demasiado esfuerzo logró ingresar por la torre abatida por su infantería y se dirigió a toda velocidad hacia el castillo a pocos metros de la muralla. Las catapultas habían podido avanzar. La tropas que el enemigo había colocado en la defensa de la muralla habían sido menos de las esperadas por el ejército español y de esta manera lograron avanzar y poder ubicarse a pocos metros del castillo. Sin Álvarez de Berenguer pero con la orden de uno de sus subalternos, se arrojaron nuevas rocas en llamas hacia el castillo. Tras unos pocos minutos de ataque feroz, los muros de aquel antiguo edificio comenzaban a desmoronarse. La nobleza comenzaba a escapar de las llamas del ataque pero el General Álvarez de Berenguer no iba a parar hasta encontrar al Rey enemigo y dar por terminada la batalla. Fue en ese instante justo, cuando el portón trasero del Castillo cae tras un eficaz impacto de la catapulta, que el General vislumbra entre las cenizas a un hombre corpulento, vestido de capa azul sin armadura alguna, en medio de un pánico escénico y lágrimas en sus ojos. El General Fernando notó que no había sido vislumbrado y lo sorprendió desde el norte cruzando su espada, incrustandola entera en el cuerpo del Rey, quien dejó caerse, sin poder decir sus últimas palabras, muriendo ante los ojos de Álvarez de Berenguer.
El Rey Franco III se encontraba solo, en plena oscuridad, esperando el resultado de la contienda. Estaba concentrado y nervioso. Necesitaba esa victoria para poder afianzar su reinado. Tenía la esperanza de que el triunfo le diera la posibilidad de seguir luchando ante su próxima conquista. Un fuerte ruido lo sorprendió de golpe, tomó su último trago de vino, apagó su cigarro y vio entrar a su esposa enfurecida. En ese mismo instante se había dado cuenta de que había perdido la batalla. Los mensajeros no lograron llegar a él, y para ese momento, el resultado de la contienda ya no importaba. Su esposa lo cruzificó con su mirada. Se acercó levemente, le quito el vaso de vino, el cenicero y el teclado.
- – Franco, ¿otra vez jugando a estos jueguitos de guerra? Me tenes podrida. Mis viejos están llegando en media hora y no fuiste capaz siquiera de poner la mesa. – Mariana cerró la puerta del departamento bien fuerte para mostrar su enojo y apoyó las bolsas inquietas de verduras.
- – Si tan solo supieses, lo que me costó haberles ganado a los bizantinos, me darías un abrazo.-
Franco perdió la batalla, abandonó la partida sin siquiera poner pausa. Ahora tenía que esperar que se hagan las cinco de la tarde, para despedir a sus suegros, prender de nuevo su computadora y volver a iniciar el juego. Franco igual sabía que tenía un gran guerrero: Fernando Álvarez de Berenguer iba a liderar su ejército.
OPINIONES Y COMENTARIOS