El llanto de un alma

El llanto de un alma

Jhorsh

12/08/2019

Mis piernas se están congelando son ya 3 horas sentado en el taburete barnizado del viejo bar de la esquina.

– El invierno en Brooklyn ha sido severo en este año.

– Ya lo creo – contesto la camarera. Que ha juzgar por su apariencia diría que lleva mas de 24 horas trabajando.

– Bueno, sirveme otro whisky, ¿Quieres?

Hizo un gesto de haber escuchado mi pedido y me sirvió enseguida la bebida

– ¿Deseas algo más? – balbuceó mientras secaba con un trozo de tela los vasos.

– No linda, gracias, este es el último y me voy.

Frunció la boca haciendo una horrible mueca que interprete como un intento de sonrisa.

Entonces bebí rápidamente el contenido del vaso y pesadamente me levanté, moví la cabeza para asegurarme que aun estaba en condiciones de conducir y me separé de la barra, me dirigí en dirección a la puerta principal mientras tomaba un cigarrillo, fue cuando me coloqué el cigarrillo en la boca y levante la mirada y vi a una mujer de no mas de 27 años ingresando al viejo bar que quedaba en la esquina de uno de los tantos barrios de Brooklyn. Me incorporé enseguida pues el cigarrillo se me había caído de la boca mientras la observaba, retomé mi postura de salida, cuando me tomó del brazo diciéndome.

– Habla conmigo, lo necesito.

Enseguida, observé su mano con la que fuertemente se aferraba a mi brazo y noté que la tenía ensangrentada, tuve la necesidad de apartarla de un empujón y salir huyendo, pero pudo más la prudencia humana que el acto de cobardía. En la vieja cantina nadie se inmutaba por lo que sucedía entre la chica y yo, parecía como que estuvieran pintados en la pared, a excepción de la camarera que con su cara pseudoamigable nos miraba y torcía los ojos, imaginando que volvería a sentarme en la barra y le pediría que me sirva un whisky en las rocas. Asintiendo y en un tono suspicaz, respondí.

– Bien, como quieras, no tengo prisa. ¿Deseas sentarte, pedir algo?

– No gracias, estoy bien….. Pensándolo bien, un vaso de agua.

– Correcto, espérame mientras voy por ello – le dije.

Retrocediendo mientras la observaba como se quedaba con la mirada perdida, observando con mirada fija el viejo cuero del respaldo de la banca de en frente. Con manos temblorosas me acerqué a la barra y pedí lo que necesitaba, llevé las bebidas a nuestra mesa.

– Discúlpame si te asusto – dijo, mientras de un sorbo terminaba el vaso.

– No te preocupes, soy psicólogo y estoy familiarizado con casos como este.

Parece como si ella no prestara atención a lo que digo, solamente miraba el vaso vacío marcado con 3 dedos sanguinolentos. No creí que me fuera a decir nada, pero esperé, no siempre se debe apresurar el dialogo a una persona en un trance como en el que ella se encontraba deambulando.

– No me arrepiento de nada…. – dijo.

– ¿A qué te refieres específicamente?

– Gracias por quedarte.

– Nuevamente te lo repito, no hay problema, supongo que…

– No supongas nada, no hables, solo escúchame – con tono imperioso exclamó.

– Perfecto, me acojo a tus órdenes – dije.

Fue en ese momento cuando me miró directamente a los ojos, y pude deducir que tiene algo que confesar, que a juzgar por su mano ensangrentada y la frase <>. Se trataba de algún intento de suicidio que salió mal. Quise retirarme en ese momento y dejarla sola, no meterme en asuntos que puede que me traigan problemas a mí, pero por otra parte, mi profesión es ayudar en el ámbito emocional a la gente. A breves rasgos pude deducir que era una persona con distimia, un término que en psicología se usa dentro de la clasificación de los grados de depresión.

Empezó su relato simple, con sus enormes ojos azules e irritados por el llanto proyectados en mi:

– Mi novio John Jeier, nos conocimos en el gran cañón, Arizona en el año 2012. Yo estaba admirando la profundidad de esa excavación y él, un desconocido en ese entonces, se acerco y simulo empujarme al vacío, pienso que esa fuerte emoción que tuve, en la primera impresión, ha hecho que me enamore de él y que relacione todo acto de adrenalina con su presencia. Fue una relación muy buena en el primer año, pero…

Empezaron a resbalar por sus mejillas las primeras lágrimas, mentalmente yo hacía anotaciones, para llegar al ¿por qué? de cada situación. Enseguida le facilite un kleenex me agradeció y continuó con su relato:

– El me obligo a quedar en cinta, me aseguró que estaríamos juntos por siempre, pero yo sabía que únicamente lo hacia para que no vaya a la universidad porque según su burda manera de pensar, yo conocería más gente ahí y posiblemente lo dejaría. Yo estúpidamente accedí a su petición, estaba segura de amarlo y él aunque era extremadamente celoso, me amaba de igual manera. Nuestro hijo, Dorian nació dos años después de nuestra primera cita en Arizona, pero John ya no era el mismo, culminó sus estudios en la Universidad pasaron unos meses y empezó a tratarme mal, me llamaba estúpida, me decía que el necesitaba alguien a su mismo nivel académico no una ama de casa como yo lo era para él, acepte golpes, insultos, infidelidades, acepte que el saliera con otras mujeres a sus conferencias de finanzas, todo con la finalidad de no perderle, le necesitaba, él fue la unica presencia de autoridad que tuve en ese entonces. Yo perdí a mi madre cuando tenia 10 años y a mi padre a los 13, fui criada por una tía mal humorada, por lo que cuando John apareció lo único que quería es irme con el y dejar de vivir el acuartelamiento al que me sometía mi tía, pero ya después de unos años de vivir con él, prefería mil veces seguir viviendo con ella. Hace un mes me separé de John, el me busco y me pidió perdón, me suplico que no lo abandonara, pero estaba cansada del maltrato que me daba, quiso asfixiarme 3 veces por culpa de sus enfermizos celos. Estaba harta de darle esa vida a mi pequeño hijo, por eso lo dejé. Después de tanto insistir John amenazó con asesinarme y quitarme a mi hijo si no volvía con él, pero no lo hice, maldito error mío, de haberlo hecho pude haber salvado a mi hijo del demonio de su padre…

Estaba paralizado, su llanto era profundo y silencioso, agachada sobre sus brazos se entregaba al abandono de todo sentimiento positivo. Se incorporó nuevamente, agarro mi vaso de licor y al igual que como lo hizo con el agua lo terminó. Mientras cesaba su llanto, metió su mano en la chaqueta y saco un cuchillo de cocina, enseguida me propuse en retirárselo, pero ella, un poco más tranquila, afirmó:

– No se preocupe, no haré nada con esto.

– Por favor, sea consciente de lo que va hacer con ese cuchillo, tenga cuidado – supliqué.

– No usaré este cuchillo infectado con la sangre de John para quitarme la vida si es que eso es lo que piensa.

– No me re…

Abruptamente me interrumpió para asegurar:

– Si, lo maté, yo lo maté. Por que abusó de mi hijo y como que una hubiera sido suficiente sufrimiento para mi niño, le quitó la vida. Lo encontré en el piso sangrando totalmente inconsciente, el infeliz de su padre de alguna manera me había localizado, yo, únicamente salí a la lavandería dejando dormido a mi niño y se las ha ideado para ingresar a mi departamento, no sé si estaba bajo los efectos de una de las tantas drogas que empezó a consumir, pero, mató a mi hijo. Después de recoger el cuerpito de mi chiquito, escuche un ronquido, que venia del baño, por un momento me puse nerviosa, creí que me iba a atacar, pero no, se había quedado dormido en la tina de baño, entonces con una ira guardada de tantos años, me acerque a la cocina, tome el primer cuchillo que encontré y lo asesiné, mientras lloraba y lo maldecía… Hubiera preferido vivir recibiendo sus golpes a tener que sentir la perdida de mi hijo…

El relato de la joven, me ha dejado sin palabras, ella lloraba y su muñeca empezó a sangrar, quise detenerla, pero no pude tocarla, se desvanecía cada vez que en un fallido intento trataba de tomar el arma blanca que sostenía en su diestra.

Fue cuando empecé a escuchar sirenas, abrí los ojos, pero el destellante rojo y azul de las patrullas me deslumbraban, moví la cabeza para despertarme y entender en primer lugar que estaba pasando, cuando me reincorporé todos los comensales de la cantina estaban en las ventanas e intentando salir, pero el perímetro estaba sellado con barreras que delimitaban la zona de trabajo de los uniformados y médicos legistas. En base a lo que se murmuraba y según lo que alcancé a observar, yacía en el asfalto el cuerpo de una joven de no mas de 27 años, clasificado como suicidio, mientras que por otro lado los forenses bajaban con bolsas blancas de polietileno a un hombre y a un niño, exactamente del departamento 15 en el octavo piso del edificio en donde funciona el viejo bar que queda en la esquina de uno de los tantos barrios de Brooklyn.

G. P. M. B.

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