Mientras Roxana preparaba la cena, su novio Paúl, escogía, dentro de una gama enorme de vinos, muchos de ellos extranjeros, «el mejor que acompañase la carne roja y a la ensalada miscelánea» que degustarían esta noche junto a sus dos invitados de honor: Leonardo y Elena, amigos de infancia y de una misma universidad.
Estos son la segunda familia para Roxana y Paúl. Se conocían al revés y al derecho. Prácticamente se sabían todo de cada cual…
Si bien estos dos pajaritos enamorados: «los anfitriones de la cena», llevaban más de 6 años juntos, desde la secundaria aproximadamente y, jamás, pero nunca jamás se habían separado por un prolongado tiempo (debido a una fuerte discusión) que superase los tres días de intenso repudio. Es innegable que estos dos seres sientan un amor de cuentos de hadas; ya saben, de esos que el hombre enamorado se arrojaría desde un acantilado con el tan sólo hecho de recibir un beso a cambio, cada día, de una princesa con la fisionomía de Venus…, ¡pero tan sólo un beso!, nada más. A pesar de todas estas discusiones que si bien son parte del mismo plano de convivencia, no son ni nada menos «que la normalidad que sufren todas las parejas del mundo y quién sabe de cuántos mundos más».
De esta manera Paúl, después de unos minutos tratando de escoger el mejor vino para la ocasión, decide finalmente irse por un Syrah, de la Viña Concha y Toro, una de las mayores compañías de vinos de todo el mundo con un antecedente histórico.
Apresuradamente y, con un gesto de alegría en sus muecas, se dispuso a decantar el vino, cuando por sorpresa Roxana le interroga:
-¿Crees que ése vino durará para toda la noche, querido? Seremos cuatro personas. Y tú vales como tres juntos. Me refiero con esto a qué bebes demasiado. Tampoco estoy diciendo que seas un alcohólico. Pero bueno…
Paúl golpea fuertemente la botella sobre la mesa. Disgustado contesta:
-¡Roxana! ¡Por favor! Otra vez con lo mismo.
-Bueno… discúlpame, tienes razón -agregó mientras decoraba la mesa con una loza finísima que había comprado durante el día de hoy por la tarde-; pero no pienses que te saldrás de esta: hablaremos cuando halla acabado todo. Sabrás perfectamente que no me alagan las discusiones a medias.
Cuando ambos cesaron sus intensas ganas de seguir debatiendo, sonó el timbre. Conmutados por la fuerte energía de enfado, fue Roxana quién se liberó primero de esta, tomando la iniciativa de abrir la puerta. Fue en un momento efímero que se percató que eran sus dos mejores amigos, con quienes han compartido decenas de viajes y veladas, cientos de maravillosas emociones juntos.
Y les dijo de esta forma:
-¡Leonardo! ¡Elena! Sean bienvenidos -saludó sin ser vista de que algo estaba sucediendo. ¡Adelante! Pasen… Su casa es mi casa -agregó con amabilidad.
Los invitados que con buen uso de la educación prosiguieron en devolverle el saludo.
En cosa de segundos se adentraron en el departamento.
Maravillados con la originalidad y elegancia del living, en especial de los cuadros hiperrealistas en las paredes que asombraban al cualquier persona que los mirase, denotaban una pareja de anfitriones en busca del perfeccionismo y la admiración ajena, como si les faltase algo.
Cuando se acomodaron en un futón moderno y de una línea italiana, ambos pegaron un grito elevado saludando a Paúl que estaba ausente aun con lo del vino.
Elena no se aguantó las ganas de hablar. Se dirigió a Roxana de esta manera:
-¿De quién son las pinturas que adornan el departamento? -preguntó con curiosidad.
-Son de Paúl… Ya ves que es un amante del arte -contestó con una sonrisa. ¿No te acuerdas que solía quedarse en los talleres después de clases?
-¡Evidentemente! Me acuerdo que era un chico muy tímido y reservado -respondió.
-Lo es todavía. No gusta andar en espacios con excesiva gente.
De improviso, Leonardo interrumpió la conversación de las chicas.
-«El hombre jugando hacer Dios«. ¡Por qué siempre queremos imitar a la naturaleza creadora! – exclamó enfadado, abriendo los brazos.
-«Por que somos pequeños dioses» -se apresuró en aclararle Elena. Necesitamos ser admirados. Necesitamos que alguien nos diga lo increíble que somos, y el arte, amado mío…, sirve para eso.
-Pero somos animales… No debemos meternos en asuntos que no nos conciernen -con voz entrecortada, quitó la mirada de las pinturas.
-¡Por qué tan aburrido siempre Leonardo! Defendiendo siempre por delante el orgullo descomunal de la religión, de lo ortodoxo, de lo cristiano. Deberías ser como Paúl; él si sabe quién es.
La últimas palabras de Elena dejaron ciertas dudas en la cabeza de Roxana, quién la miraba con atención. De alguna manera pensó que sabe más de su propio novio que ella misma, y de lo que debería saber. Un disgusto despertó en este momento en Roxana, que no acabaría hasta el final de la cena.
Muy prontamente aparece Paúl, diciendo de esta manera y disculpándose por la tardanza:
-¡Lo lamento! ¡De verdad lo lamento! -dijo nervioso, tartamudeando en la última letra.
-No te preocupes -contestó Elena-, este es tu hogar; puedes hacer lo que te plazca -señaló guiñándole un ojo sin que los demás se percataran.
Dicho esto, Paúl los invitó a sentarse al comedor y propuso inmediatamente a su amigo Leonardo hacer el honor de abrir la botella intachable del tinto Syrah. Elevaron sus copas y brindaron por el fabuloso futuro que tendrían en sus carreras profesionales, destacando por encima de todo, la economía que los priviligiaba. Parecía que a ambas parejas no le importaba en lo más mínimo la situación sentimental en que se encontraban, lo que indicaba que el «amor» estaba en un segundo plano y lo seguiría estando siempre. Aunque el nombre que le daban a sus relaciones eran la de «estables», se engañaban eficazmente por la expresión irónica de sus gestos. Al cabo de unas horas de conversación, y con la embriaguez ya haciendo efecto en sus cuerpos, Elena se pone de pie rerepentinamente. Con la copa en la mano y bailando para sí misma le dice al novio de su mejor amiga:
-¿A quién engañamos Paúl? La verdad debe ir siempre por delante, ¿no es cierto? Tu mismo me lo indicaste un día como estos -dijo con el mayor esfuerzo posible en terminar la frase.
-¿A qué te refieres? -inquirió Roxana, tragando saliva.
-Pues lo que acabo de decir, «niña buena»… -contestó.
-Creo que es hora de irnos, Elena -agregó Leonardo para sacar en escena a su novia-, haz bebido más de la cuenta.
-¡No me digas que hacer! Mi boca es mi boca. Y además… no puedes poseer lo que ya por defecto es libre.
-Me avergüenzas… -repuso Leonardo.
Paúl no aguantó la desesperación y se dirigió a nuestra chica embriagada. La tomó del brazo y la sentó nuevamente en una de las sillas de la mesa. Jamás se habría mostrado de esta manera. Sus ojos estaban hirviendo. Un incierto éxtasis se apoderó de su mente.
Cuando por sorpresa se atrevió a decir:
-Tengo algo que contarles. Pero antes deben prometerme que pase lo que pase nuestra unión permanecerá unida, como los buenos y grandes amigos que somos. ¿No somos una familia, cierto? -descargó la pregunta con una risa nerviosa. Pues lo que diré a continuación, está relacionado con nosotros cuatro.
-Roxana… Leonardo… Yo y Elena somo amantes…
Cuando el anfitrión terminó aquellas palabras, hubo un silencio por unos segundos. Y así prosiguió Paúl:
-Mi amor… (Elena) te toca contar tu parte.
Roxana, en vista de la confusa situación que acontecía, dejó caer la copa de sus manos y tras quebrarse esta se hizo un corte en el talón derecho de su pie. Aunque la herida parecía de cierta urgencia, no le dio mera importancia. Trago saliva y se apresuró a decir:
-No se si llorar o reír. No se si quedarme sentada aquí, como un muerto, o salir corriendo y lanzarme por la ventana. La verdad es que no sé que decir…
-¡Oh, Roxana! Lo siento mucho. Y sé que jamás me perdonarás. Soy un ser repugnante y con deseos codiciosos. La verdad es que no soy un ser sino un animal… O si acaso un animal sino un insecto, una bacteria que destruye todo a su paso y sólo provoca desgracias -derramó una lágrima de viva conmoción antes de terminar.
-Pero Paúl… tan inocente como despreciable -contestó Roxana con acento diabólico. ¿Acaso piensas que sólo tú guardas secretos, eh? Oh…, eres como un recién nacido, a pocos días de ser parido por la madre.
La voz de la chica ahora era cruel. Su fisionomía había cambiado. Es como si la simple esencia de su alma hubiera trasmutado en otra; en una alma fría y provocadora, que derrotaba todo a su paso.
-¿Que me estas queriendo decir? No entiendo nada. ¡Contéstame! -exclamó sorprendido.
-Bien, lo que te diré ahora se meterá en tus oídos y luego se quedará clavado a tu cerebro, y de ahí no saldrá jamás. ¿Piensas que eres el hombre más «inteligente del mundo», «el artista», «el intelectual…,» «el hombre que nunca se equivoca»? Pero me das asco; esa es la verdad. Yo y Leonardo somos amantes desde la misma fecha que ustedes dos se ven a escondidas. ¿Pensaron que no nos íbamos a dar cuenta? El único propósito de que esto no saliera a la luz es porque me servías Paúl. Ya sabes…; tienes buenas ingresos económicos. Hmm… Es lo único que me importo de ti siempre. Si alguna vez pensaste que te amaba, estabas en lo incorrecto. Simplemente te use, y lo volvería hacer una y mil veces, como una perra encelo.
El ambiente se volvió oscuro. La conciencia de los cuatro seres que primeramente mantenía una conversación agradable, donde bebían y disgustaban la comida con plena satisfacción esplendorosa, ahora todo eso se había convertido en un encuentro nupcial, de engaños y miedos.
Al terminar la declaración de Roxana, justo antes de las 3:15 de la madrugada, en un intento de arrebato, por parte de nuestro artista Paúl hacía sus «amigos de vida», decide ir a una de las piezas del departamento. Toma una pistola de uno de sus cajones de ropa y se dirige, completamente secuestrado por la amígdala cerebral, disparando en la cabeza a cada uno de los integrantes que se encontraban en el comedor, incluyendo a su novia Roxana, victima de sus engaños, como víctima también el de su infidelidad.
Preso ya de la atrocidad que acabó de hacer, se apoya en una de las paredes, y poco antes de jalar el gatillo y poner la pistola dentro de su boca, dice esto, a modo de verso:
«Quieres vomitar pero no has comido nada.
Quieres correr pero tu cuerpo está paralizado.
Horas y horas difamando, adulando, copulando.
“No he hecho nada malo”, te preguntas.
Pero eres un maldito asesino,
eres un maldito animal… Y sabes el porqué.
Miras a todos lados y te ven como un loco.
Estas asustado y paranoico; sudas demasiado.
No has matado a nadie. No te preocupes;
no eres el único.
No te muevas tanto, descubrirán tu psicología.
Intentas pero no puedes esconder la enfermedad.
Te preguntas “porqué” pero te espanta la respuesta.
¿Pero en el momento que tuviste la oportunidad
de cambiar tu vida, hiciste algo por ella?
¿Dejaste todo a un lado, pensaste en el futuro?
¿Acaso bebiste para olvidar pero no lo lograste?
¿Usaste drogas pero no fueron las suficientes?
Hmm….
Pero no llores ahora, ni lances plegarias al cielo,
ni rectifiques por tus actos estúpidos.
Tranquilo… Fuma el último cigarrillo;
Muy pronto estarás muerto».
Se siente el último disparo…
FIN.
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