26 de Julio. Viernes. Eran las 7:33 cuando llamaron al telefonillo por tercera vez consecutiva.
-Joder Marce, date prisa tío- escuché a través del aparato-. Sabes que tenemos el tiempo justo y que nos están esperando.
No hubo respuesta. Estaba tan acelerado que, tras haber respondido al timbre decidí colgar, pues no tenía tiempo para estar perdiendo el tiempo discutiendo con Jorge sobre el tiempo que no teníamos.
Saqué mis dos macutos al rellano, llamé al ascensor y entré de nuevo al piso para ojear que todo quedaba en orden en la casa. Antes de salir cogí la llaves, y cerré la puerta.
Mientras bajaba por el ascensor pensé en los pequeños reproches que Jorge me lanzaría por tardar. Y así lo hizo. Sin embargo, no me preocupaban. Siempre que Jorge reprochaba lo hacía muy fuerte desde la distancia, pero de forma muy tímida con alguien en frente. Aún así, convenía no enfadarlo demasiado.
Nos montamos en el coche de Jorge y recogimos a dos amigos más: Pedro y Marcos.
Éstos vivían cerca el uno del otro. Primero llegó Pedro que, tras apurar un cigarrillo, se montó en el coche con la típica sonrisa que empleaba al saludar. Más adelante recogimos a Marcos. Un chico correcto y formal, pero divertido. Ni bebía, ni fumaba. Y aún así se lo pasaba bien. Y nunca viene mal tener a alguien que pueda guiar al resto de vuelta a casa a la mañana siguiente.
Aunque eso de guiarnos a casa, esta vez no iba a ser necesario.
26 de Julio. Viernes. A las 11:48 se empieza a ver el mar a través de los cristales del coche. Me acababa de despertar hacía poco. Llevaba casi todo el viaje durmiendo. Escuché la voz de Marcos.
-Marce, ¿que calle decías que era?
-Calle Mástil- contesté.
Yo me había encargado de organizar gran parte del viaje. Había salido bastante barato, por qué no decirlo, gracias a mi. Pienso que si el viaje lo hubiese organizado otro, o hubiésemos tenido que vender un riñón para costearlo, o no había viaje. Así que el éxito de las vacaciones sería gracias a mi.
Estaban entrando en la ciudad cuando Jorge empezó a agitarse bruscamente en el asiento.
-¡El embrague!- gritó.
Y tras segundos de tensión, alguien decidió echar el freno de mano. El embrague se había roto, pero por suerte, el seguro lo cubría. Además, ofrecieron un taxi que nos llevaría al piso. Aún así, la cara de Jorge no mostraba ni un ápice de alivio.
Llegamos a la calle Mástil. Nos bajamos y buscamos al arrendador por la entrada. Desde el día anterior en el que avisé sobre la hora en que llegaríamos, no había vuelto a hablar con él. Lo intenté varias veces antes de llegar, pero nada. Decidimos volver a llamar. Pero nada.
La puerta de la entrada estaba abierta y decidimos entrar. Fuimos a llamar al piso directamente, aunque pudiera molestar o parecer muy atrevido, porque la cosa estaba empezando a ser preocupante.
-¿Qué piso es Marce?- preguntó Jorge.
-5ºD- contesté.
El dedo de Jorge recorrió la fila de botones bajo tres miradas que lo seguían. Cuando el dedo se detuvo, no podía creerlo. Los números de los pisos acababan en el 4ºD. No había una quinta planta. Llamamos al último piso y preguntamos por Luis Blanco, el arrendador. No lo conocían. Pedro salió del edificio para asegurarse que la calle y el número eran los correctos. Lo eran.
No había quinta planta. No nos habíamos equivocado de edificio. Nadie conocía a Luis Blanco. A 250 km. de nuestras casas, y sin casa. Esta vez, los reproches de Jorge no fueron realmente tímidos. Llegamos a las manos. Fue Marcos quien clamó cordura en un tono agresivo después de que yo le devolviera un puñetazo.
-¡Parad de una vez y pensad!- gritó agitando el brazo- Tenemos que buscar la manera de arreglar esta situación. Iremos a denunciar. Todavía tenemos dinero, podemos comer algo hasta que se resuelva todo.
-¿Y dónde coño vamos a dormir?- preguntó Jorge molesto.
-Podemos buscar un hotel barato- dije sentándome en el suelo, y recibí una mirada de odio por parte de Jorge que advertí sin necesariamente mirar.
Pero allí no había hoteles baratos. No para nosotros. Después pasamos por comisaría, denunciamos, y nos dijeron que harían todo lo posible y demás. Salimos a la calle, miré al cielo de la ciudad. Allí estábamos: sin casa, sin comida, sin coche y sin rumbo. La cosa prometía.
26 de Julio. Jueves. Miré el reloj del bar antes de irnos: 22:34. Era el mismo bar donde fuimos a comer, pues aunque no muy higiénico, era barato. Allí habíamos hablado con el seguro, que prometía darse prisa en el arreglo del coche. Tardarían como mínimo un día. Con suerte el sábado estaríamos saliendo de aquella maldita ciudad.
El dueño del bar se prestó a dejar nuestras cosas en su local el tiempo que quisiéramos. Sin embargo, a la hora de preguntarle si podríamos dormir allí, aunque fuera en una silla, contestó:
-No -respondió en seco-. Podéis dejar las maletas y demás, pero no podéis dormir aquí.
-No nos tome por unos ladrones -dijo Marcos- no es nuestra intención buscar más problemas.
-Lo sé, por eso os ofrezco soluciones. La solución para las cosas es que las dejéis aquí. La solución para la cama que no tenéis es que cojáis vuestro dinero y os emborrachéis hasta que el puto seguro llame para daros el coche – dijo mientras servía una cerveza. Se giró hacia nosotros y dijo- emborrachaos hasta que se os olvide como dormir.
Y a eso fuimos. Marcos no era partidario de eso pero, ¿que otra cosa hacer?
27 de Julio. Viernes. Ni sé la hora que era, ni cuanto habíamos bebido. Recuerdo que fuimos a un bar irlandés. Cinco euros por una jarra de medio litro. El partido había empezado.
La primera cerveza fue de cerveza negra. Demasiado amarga, pero no demasiado alcohol. La segunda fue rubia. También la tercera. Y la cuarta. Y la quinta. Y la sexta, que se me cayó cuando vi que Pedro estaba cantando en el karaoke. Bochornoso y perfecto. La noche estaba siendo increíble, hasta Marcos bebía. Y se le notaba. Después de eso salimos a echar un cigarro Pedro y yo, cuando en la puerta conocimos a dos chicas que también estaban fumando.
-Has cantado muy bien- dijo una de ellas riendo.
Pedro solo sonrió. El grado de embriaguez que llevábamos se notaba. Yo se lo notaba a él y él me lo notaba a mi. Y los dos nos reíamos el uno del otro.
-¿Os apetece venir a otro lugar con nosotras? Esto ya está muerto y a nosotras nos va… otro estilo- dijo la segunda chica.
La primera tenía el pelo negro liso, la piel blanca y una gafas que le resaltaban los ojos verdes. La segunda también era morena, con el pelo rizado, unos ojos achinados y un tatuaje de no recuerdo que en el brazo. No recuerdo sus nombres, así que las nombraré por lo que recuerdo de ellas.
Dijimos que si, y casi se nos olvida que Jorge y Marcos estaban también. Salieron, les contamos la oferta y nos fuimos.
27 de Julio. Viernes. Vi en la luz de una farmacia que eran las 4:11. Las chicas iban un paso más adelante, marcándonos el camino. Tardamos unos 20 minutos en llegar al lugar. Estábamos en la playa. Desde la acera vimos una pequeña cala a nuestro pies, y en ella, decenas de personas de fiesta. Algunos bañándose, otros bebiendo y fumando, y otros se ubicaban en las zonas más oscuras y alejadas del lugar en grupos de dos. Incluso de 3 o 4 algunos.
Bajamos la escalera que llevaba a la playa. Allí, la chica de los ojos verdes y la del tatuaje en el brazo nos presentaron a varias personas. La chica del tatuaje le dio dinero a uno de ellos. Él le dio también algo que no pude apreciar. Después de eso ella me cogió del brazo.
-Ven- dijo mientras me llevaba del brazo.
Nos alejamos un poco y sacó su móvil.
-Sujétalo bien- me dijo. Cuando vi que sacaba una pequeña bolsa del bolsillo entendí para qué.
Ella hizo lo propio con la habilidad de aquel que lo tiene como rutina. Dibujó dos en la pantalla.
-Vamos- dijo.
La situación era desconcertante. Me encontraba aturdido. Vi aquella linea en su móvil apuntándome y no supe responder. Nunca la había probado. Pero tampoco nunca había ido de vacaciones con amigos. Nunca me había engañado un hijo de puta a través de un piso falso. Y creo que nunca había bebido tanto. Así que puestos a seguir haciendo cosas que nunca me había esperado, agarré el billete enrollado, me acerqué a la pantalla y aspiré.
Cuando levanté la cabeza, nunca había visto a una mujer sonriéndome de esa manera.
-Ya verás que bien te lo vas a pasar- dijo sin parar de sonreír.
27 de Julio. Viernes. A partir de ese momento no hubo horas. El tiempo no corría. Solo había noche y olas. La música envolvía. La arena nos masajeaba los pies. Y la Luna era la única luz que necesitábamos.
Vi que Jorge hablaba con la chica de ojos verdes. Busqué también a Marcos que había seguido bebiendo, pero se le notaba aturdido más que encendido. Esa noche acabaría potando fijo. Y vi a Pedro también, que me miraba como sabiendo lo que acababa de hacer. Cuando lo vi, me estaba mirando con una sonrisa que se iba a romper. Seguramente nos habría visto a lo lejos. De todas formas, ¿qué importaba eso?
Solo importaba la chica del tatuaje. La perdí de vista pronto. Eso me desanimó un poco, pero tampoco importaba en mi estado. Dijo que me lo iba a pasar bien y así era. Aunque siempre podía estar pasándomelo mejor.
Seguí bebiendo y fumando. Nada más. No la volví a ver. Recuerdo pasear varias veces por la cala, entre otras cosas, para ver si la veía. Pero nada. Su amiga si que estaba allí, pero de ella ni rastro. Empecé a pensar que quizás no había ninguna chica con tatuaje, que me lo había imaginado todo. Incluso le consulté a Pedro mis dudas.
-Claro que había otra chica- dijo riendo. Miro hacía uno de mis lados por encima del mi hombro y dijo. – Gírate, capullo.
Pero antes de que pudiera hacerlo un brazo me rodeó el cuello.
-¿Como te lo has estado pasando sin mi?- dijo el brazo.
-Bueno, podría estar mejor – respondí.
Y al girarme la vi, con los ojos más grandes que cuando la dejé y la sonrisa más grande que antes.
-Quizás tengas que venir conmigo.
Y me llevó lejos, como antes, pero aún más lejos que antes. De hecho, no habría sabido volver si lo hubiera tenido que hacer pronto. Por suerte no fue así.
-Túmbate- me dijo.
Lo hice, pero ella se quedó de pie. En ese momento pude ver la Luna y las estrellas como nunca antes las había visto. Parecían más brillantes que nunca. Como expectantes e impacientes por contemplar lo que llevaban esperando toda la noche.
Dejé de mirar el cielo y vi otro enfrente de mi. Un cielo desnudo. Perfecto. Que brillaba más que el otro. Una escultura en mármol de Carrara.
Supe que debía desnudarme también, y así lo hice.
Vi que su sombra descendía hacia la arena. Se topó con la mía. Y ya no recuerdo más nada.
El resto lo sabe la Luna.
27 de Julio. Viernes. El Sol me despertó. Me senté rápidamente y aturdido ante el paisaje extraño que contemplaba. Por un momento no sabía donde estaba, que hacía allí. Ni siquiera quien era. Rápido recordé. Miré a mi lado, pero allí solo había arena.
Me levanté con dificultad. La espalda y la cabeza competían por ver quien me causaba más dolor. De pie, me dí cuenta de que no tenía pantalones. Los cogí del suelo, y subí las escaleras hacia la carretera.
Pensé en Pedro, Marcos y Jorge. ¿Dónde coño estarían? Igual me estaban buscando. O igual no. Igual habían acabado peor que yo. El caso es que me dediqué a deambular por la ciudad, a ver si les encontraba por casualidad. Era lo único que podía hacer.
Recordé el bar. Los recuerdos esa mañana llegaban en fila y lentamente. Intenté recordar las calles hasta él. Y tras dos horas caminando, lo encontré.
27 de Julio.Viernes. Entré al bar y lo primero que hice fue mirar el reloj de la pared. Las 9:09. Me giré para buscar al dueño, pero él ya me había encontrado. Me estaba mirando soltando una carcajada terrible. No era para menos.
-Veo que me hicisteis caso- dijo sin parar de reír-. Supongo que buscas al resto. Bien, pues uno de ellos pasó por aquí hace una hora más o menos. Venía buscándote. Por lo visto uno de tus amigos está en el hospital.
Mis dolores de espalda y cabeza desparecieron.
-¿En el hospital?¿Por qué?- dije.
-Por lo visto ha sufrido un coma etílico. Por lo que me ha dicho tu amigo, no estaba acostumbrado a beber.
«Marcos», pensé.
-Tengo que ir a verlo. ¿Dónde está el hospital?
-Mejor que yo te lleve, no te veo capaz de encontrarlo- dijo mientras rodeaba la barra y salía de ella.
Me monté en el coche y salimos para allá. Tardamos casi media hora. Una vez allí le dí las gracias. Él me dijo:
-Estaré aquí a las 15:00 para ver como vais. Si tu amigo está bien os llevaré al bar. Y me contáis que tal anoche- dijo riéndose a viva voz.
Entré, pregunté por él. Tercera planta, número 116. Allí estaban los tres. Jorge dormido en un sillón. Pedro en el otro. Y Marcos se sorprendió al verme entrar.
-¿Dónde coño te habías metido?-dijo sin fuerzas.
-En un lugar mejor que tú por lo que veo -respondí.
Nos echamos a reír, yo despacio para no despertar al resto y él sin fuerzas, pero contento.
27 de Julio. Viernes. Las 14:47. Estábamos terminando de comer en el comedor del hospital. Marcos ya estaba bien y le habían dado el alta. Aunque no tenía muchas ganas de comer, acabó comiendo algo de nuestros platos. Jorge y yo salimos a la puerta del hospital para fumar un cigarro. Le conté algunos detalles que se me habían olvidado contar antes mientras comíamos. No porque se me olvidaran realmente, sino porque a cada minuto que pasaba iba recordando nuevas cosas.
-Oye tío- dijo-, siento lo de ayer, pero entre lo del coche y lo del piso… estaba muy cabreado.
-No importa, ya nos pedimos perdón ayer, ¿no te acuerdas?
-Si, pero quería repetírtelo. Ayer me lo pasé muy bien, mejor de lo que nunca hubiese imaginado, y supongo que fue gracias a ti y a Luis Blanco- dijo sonriendo.
Iba a responder, pero vi que un coche se acercaba.
-Dale las gracias a él – dije señalando por detrás suya. El dueño del bar cumplió su promesa de recogernos.
27 de Julio.Viernes. Llegamos al bar a las 15:36. Quedaba poca gente, lo cual era un logro, pues poca gente iba a ese bar.
Le contamos a ese hombre nuestra historia cuatro veces, cada uno en su versión.
-Entonces-dijo cuando acabamos- podría decirse que soy bueno dando consejos, ¿no?
Todos nos echamos a reír en un tono que decía «si» a la pregunta. En ese momento llamaron a Jorge.
-Buenas noticias- dijo al colgar- el coche ya está listo. Tenemos que ir a recogerlo al taller del seguro.
Todos lo celebramos, pero fue una celebración triste. En el fondo nos había encantado esa manera de vivir. Sin rumbo. A pesar de llevar solo un día, nos iba a ser duro tener que despedirnos de esas calles, de esas playas, de ese cochambroso pero maravilloso bar, y de su sucio pero amable dueño.
-Os llevaré más tarde- dijo-. Antes tendréis que dormir un poco.
Y cuatro sillas fueron para nosotros una bendición.
27 de Julio. Viernes. La última vez que miré el viejo reloj de aquel bar marcaba las 19:54. Metimos todos las maletas y macutos en el coche y partimos hacía el taller.
El trayecto duró unos 10 minutos. Nos bajamos del coche y sacamos las cosas del maletero. El coche nos estaba esperando. Íbamos a despedirnos de aquel hombre que nos había acogido en su bar. De aquel hombre que había hecho de aquel día de vacaciones un día inolvidable. Cuando dijo:
-Debo preguntaros algo- empezó-. ¿Sabéis como me llamo?
Es verdad. No conocíamos su nombre. Ni se nos había ocurrido preguntárselo. Sentimos cierta vergüenza al pensar que no conocíamos el nombre de aquel señor que había sido tan amable con nosotros.
-No, ¿verdad?- dijo, esbozando una sonrisa- Pues he de deciros que conocéis mi nombre muy bien. Me llamo Luis Blanco. Y he de confesaros que fui yo quien os estafó -dijo un poco avergonzado-. Como habéis podido ver, no soy un hombre con mucho dinero. Habéis visto mi bar. Siempre está vacío y se está cayendo a pedazos. Hice lo de la estafa porque no encontraba otra manera de sacar adelante el bar y a mi familia con él -los ojos le brillaban -. Pero entonces os vi entrar. Supe desde el principio que erais vosotros. Casi no me hizo falta escuchar vuestra historia. Mi manera de intentar recompensaros ya la sabéis, y aunque me deis las gracias por todo, pienso que no es justo que os vayáis así- sacó del bolsillo una cartera, y de ella unos cuantos billetes-. Este dinero es vuestro. Cogedlo. Y por favor, no penséis muy mal de mi.
Nos quedamos paralizados. Nos mirábamos unos a otros sin saber que decir, pero si lo que hacer. Pero en el fondo nuestras miradas decían lo mismo.
-Si Luis -dije acercándome a él-, ese dinero es nuestro. Nos lo quitaste a través de engañarnos con un negocio fraudulento, y no te pertenece. -Luis había bajado la cabeza, preso de la vergüenza-. Pero gracias a ti, ahora sabemos que no nos hace falta. Ni él, ni la casa. Ni siquiera nos hace falta tener un rumbo. No nos hace falta. Quédatelo. Arregla el bar con él. Ayuda a tu familia. Y te prometo que algún día volveremos a tu nuevo bar. Eso si, -dije apuntándolo con el dedo- espero que siga habiendo hueco para nuestras maletas.
Luis se echó a reír. Había estado tenso y los ojos le brillaban aún más que antes. Le abrazamos uno por uno y nos alejamos hasta llegar al coche. Salimos del taller y Luis nos seguía. Hasta que, llegados a un punto, el coche se desvió por otro carril.
Entonces me volví. Miré por última vez esas calles, esas playas. Busqué la cala. Y cuando ya no se veía la ciudad, cerré los ojos y dormí.
OPINIONES Y COMENTARIOS