En el atardecer me encontré en el recuerdo, viéndome desde el mediodía y sin pausa intentar repeler el agua de la ducha. Llevando el secador con velocidad y haciendo olas contra el zócalo. Y como en la marea, la pared era el horizonte que me devolvía olas.
A pesar del paso de las horas, continuaron los retornos laterales. Y con el pesar del paso de las horas, la violencia del envión -con acuse de secado- pareció cadencioso e inofensivo.
Y recién entrada la tarde entendí porque de un golpe cerraste la canilla.
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