Mi nombre es Rosario, tengo 40 años y Amparo, mi hermana gemela lleva 23 años muerta. Cuando éramos niñas hicimos una promesa: la que muriera primero volvería del más allá para decirle a la otra si existe o no el infierno. Ella nunca apareció … Hasta hoy que la vi de nuevo frente a mi.
Desperté aterrorizada con esa misma espantosa sensación de ansiedad que me había estado torturando durante años desde que falleció mi hermana . El miedo no me dejaba respirar con normalidad y lo que vi frente a mi por poco me hace perder la conciencia: En el borde de mi cama estaba Amparo de pie mirándome fijamente con los ojos negros y vacíos . Ella solía hacer eso cuando éramos niñas y quería asustarme.
10 años antes:
Mi madre sufrió una fuerte depresión y un sinnúmero de trastornos que eventualmente la orillaron al suicidio cuando teníamos 7 años y fue mi padre quien nos crió, su nombre era Jesús. Papá nunca se recuperó del todo y vivió toda su vida encadenado al doloroso recuerdo de mi madre. Nunca pudo perdonarla. A veces solo con verlo a los ojos me transmitía el profundo dolor que lo atormentaba y que tenía que esconder por la responsabilidad de criarnos a Amparo y a mí.
Con el tiempo se refugió en la bebida, solía pasar noches enteras en solitario bebiendo y maldiciéndola por haberlo abandonado. Fue una de esas ocasiones que se encontraba totalmente ebrio, gritando en la madrugada cuando Amparo lo escuchó y salió de la recámara sin hacer ruido para ver lo que estaba aconteciendo.
Papá estaba en la cocina totalmente devastado y sin la máscara que solía usar cuando estaba con nosotras para esconder su dolor. Después Amparo me contó que fue como ver otra persona, una persona desconsolada, sin esperanza y sin voluntad de vivir. Estaba llorando y hablando con mamá como si ella estuviera ahí con él, escuchándolo.
– ¿Por qué me hiciste eso Edith? ¿Por qué me abandonaste? – dijo mi padre con la voz entrecortada por el llanto.
Entonces los ojos se le llenaron de ira.
– ¡Espero que te estés pudriendo en el infierno! -gritó con todas sus fuerzas- ¡Maldita seas! ¡Maldita! ¡Mil veces Maldita! ¡Púdrete en el infierno!¡Ahí mereces estar! ¡Ahí mereces quedarte!-
Papá entonces se tiró al piso y siguió llorando. Amparo estaba impactada por la escena y con miedo y sigilo volvió a la recámara intentando no llamar su atención.
Él nunca lo supo pero las palabras que pronunció esa noche cambiaron nuestra niñez y nuestras vidas para siempre.
Amparo regresó y se metió en la cama conmigo, me despertó:
-Rosario – dijo en voz baja – ¿estás despierta?
Me llevó unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando.
-¡Me despertaste! ¿Qué hora es? – contesté
-Casi las 2 de la mañana… Rosario ¿tú sabes a dónde se fue mi mamá?
-¿Qué? ¿por qué me preguntas eso?
-¿Si existe el infierno? – me preguntó en seco.
-¿Qué?
-Mi mamá está en el infierno- dijo convencida- mi papá dijo que está allá.
Me comenzó a dar miedo, el tono de su voz cambió y se volvió más grave y serio.
-¿Y yo cómo voy a saber? – le respondí
Ella saltó de la cama y se paró frente a mí, sus pequeños ojos se oscurecieron cuando me miró con dureza, parecía un pequeño adulto.
-¡Prométeme una cosa! – me ordenó.
-¿Qué? – dije
-¡Prométeme una cosa! – insistió – Si te mueres primero vas a venir a decirme si existe o no el infierno y si yo me muero antes te voy a venir a decir si hay o no hay y si está mamá allá- dijo con autoridad.
-¿Qué?-
-¡EL INFIERNO QUIERO SABER SI EXISTE! – gritó
Sentí miedo, era la primera vez que veía a Amparo actuando de esa manera, había algo distinto en sus ojos, parecía que se estuvieran apagando, algo similar a ese destello que queda por milésimas de segundo en un foco cuando apagas la luz.
-Está bien – dije titubeante.
– ¡PROMÉTELO! – me gritó, su voz en ese instante sonó igual a la voz de mi madre cuando peleaba con papá y nosotras la escuchábamos desde la recámara.
Yo estaba verdaderamente asustada.
-Lo prometo- dije casi llorando, ella se calmó, camino sin decir nada hasta su cama, se metió bajo las cobijas y se durmió de inmediato.
La noche siguiente desperté sudando y con mucho calor casi a la media noche, por la ventana se colaba una tenue luz naranja como si afuera estuviera encendida una fogata. Me levanté y caminé hacia la ventana, los destellos venían de la calle de enfrente así que por curiosidad fui para el cuarto de papá y lo encontré de pie y en silencio mirando fijamente por la ventana, aquella luz estaba mucho más fuerte ahí e iluminaba completamente su habitación.
-¿Papá?¿Qué está pasando? – pregunté mientras me acercaba a la ventana, y vi lo que estaba sucediendo:
Un violento incendio estaba consumiendo la casa de enfrente. Las llamas se elevaban muy alto y parecía que querían devorar el cielo. El no me contestó, estaba como hipnotizado mirando el fuego a través del cristal, caminé hacia él y lo tomé de la mano, reaccionó.
-¿Qué pasa?- pregunté de nuevo
– Un incendio- dijo sin mirarme -se está quemando la casa de enfrente.
Había mucha gente ahí afuera corriendo alrededor pero la habitación se encontraba en completo silencio.
El rostro de mi padre se reflejaba en el vidrio y parecía fundirse con las llamas, daba la impresión de que lo estaban devorando, su cara parecía hacer horribles muecas distorsionadas en un movimiento lento y tenebroso.
De pronto el rostro de Amparo apareció reflejado en el cristal, estaba parada detrás de nosotros en la puerta, poco a poco su imagen se dejó de distorsionar y se veía de forma clara y nítida en el reflejo del vidrio.
Estaba a punto de girar para hablarle cuando detrás de ella apareció una figura deslucida y siniestra caminando lentamente hacia ella sin que se diera cuenta. Una figura que se deslizaba despacio y que reconocí de inmediato, y el miedo se apoderó de mí, quise gritar pero no pude hacerlo. Traté de llamar la atención de mi padre pero él seguía mirando el incendio con los ojos vidriosos como si yo no estuviera ahí. Entonces vi claramente el horrible espectro que parecía flotar a las espaldas de mi hermana:
Detrás de Amparo y con los brazos extendidos como si quisiera abrazarla estaba mi madre. Tenía los ojos negros, vacíos y circundados por unas ásperas y profundas ojeras que le cubrían casi toda la cara. Su rostro reflejaba una angustia aterradora y su piel era color gris acartonado, se veía seca y agrietada como se pone la tierra en el desierto por falta de agua.
Del rostro le brotaban perforando su piel tres largas y puntiagudas espinas negras que parecían las extremidades de un insecto nauseabundo. Me quedé petrificada, mi padre seguía sin reaccionar.
Mi madre me miró directamente a los ojos y me saludó con una escalofriante sonrisa que de inmediato trajo a mi memoria una pesadilla recurrente que tenía cuando estaba viva y en la cual ella me perseguía con una daga enorme y afilada y me llamaba para que me acercara con el pretexto de darme un dulce. En el sueño yo me escondía siempre atrás de la cortina y la veía caminando por el cuarto buscándome con la daga oculta a sus espaldas.
Entonces me encontraba y me tomaba por el cuello y me decía: «nunca te vas a librar de mi» y yo despertaba siempre justo antes de que la daga que llevaba en la mano me atravesara la garganta.
Yo seguía petrificada cuando ella posó sus manos sobre los hombros de Amparo y esta sonrió con la misma mueca de mi madre, era la misma sonrisa espantosa. Finalmente pude gritar.
Desperté en mi cama sudando y respirando con dificultad.
-¡PAPÁ! ¡PAPÁ!- grité varias veces totalmente aterrorizada.
Amparo estaba dormida en su cama y no había ninguna luz entrando por la ventana. Con mucho miedo pero un poco más tranquila me volví a recostar para intentar dormir y fue cuando vi algo moviéndose alrededor de la cama. Sentí mi sangre enfriándose dentro de mis venas, ahí estaban de nuevo: los ojos muertos de mi madre que parecía estar agachada, mirándome fijamente y arrastrándose en el piso lentamente de un lado al otro de la cama como si estuviera flotando. Solo vi la parte superior de su cabeza, la frente y sus atemorizantes ojos.
Comenzó a emitir una repetitiva risa que sentí hasta los huesos. La risa se repetía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez a un volumen apenas perceptible pero adentro de mi cabeza se amplificaba al punto de convertirse en un escándalo infernal ensordecedor.
Con el cuerpo entumecido por el miedo vi que comenzó a deslizarse sobre las sábanas, como si fuera un reptil, luego abrió la boca de forma grotesca y me mostró una enorme lengua descolorida y putrefacta y comenzó a lamer la piel de mi pierna.
El pánico me impedía ya hasta parpadear, escuché mi corazón latiendo con mucha fuerza, después de tocar mi piel su lengua se transformó en una delgada serpiente negra que comenzó a recorrer mis extremidades con una calma desquiciante, mi piel comenzó a arder como si la estuvieran quemando con un cautín ardiente, quería gritar con todas mis fuerzas, el terror que sentí en ese momento me estaba lacerando la cordura.
Entonces se levantó, se puso de pie frente a mí y su semblante cambió por completo, tenía un gesto de orgullo, vanidad, soberbia y arrogancia. De su espalda brotaron dos pesadas alas gruesas de color negro que brillaban imponentes en la oscuridad y prácticamente envolvieron toda la habitación.
Cerré los ojos y comencé a rezar. Las risas continuaban, entonces me vi dentro de aquel sueño en el que mi madre me perseguía, mi sueño recurrente, mi madre me sujetó y me atravesó el cuello con aquella daga puntiaguda.
Desperté gritando pero mis gritos no despertaron a Amparo que en lugar de dormir, parecía como si estuviera muerta.
Esa fue la primera de miles de noches en las que Amparo y yo sufrimos con esas horripilantes apariciones. El lazo que nos unía como gemelas nos hizo presas a las dos del acoso de aquel ente vengativo que todas las noches nos atormentaba, un sueño tras otro y todas las noches hasta que perdimos la noción de cuando estábamos despiertas y cuando dormíamos.
Nuestra casa tomó fama de ser una casa embrujada y muchas personas aseguraban haber visto o escuchado algún fantasma. Nuestras vidas se convirtieron en una pesadilla.
Mi padre murió algunos años después y un tío lejano de la familia que era sacerdote que lo acompañó en sus últimos momentos se hizo cargo de nosotras y nos llevó a un internado religioso.
Lo escuché decir que el pobre falleció con un gesto horrible y deforme, sus últimos momentos fueron de horror y pánico, ahora me pregunto si él también estaba siendo perseguido por el fantasma de mi madre como Amparo y yo y tal vez no quiso decirnos nada para no asustarnos.
Pasamos nuestra adolescencia en aquel internado y las apariciones cesaron y por fin pudimos vivir un poco en paz, el internado era un edificio antiguo de piedra con unas enormes escaleras que te llevaban de los dormitorios a la puerta principal.
Había una monja de nombre Trinidad que conocía nuestra historia y puso mucho de su parte para ayudarnos. Ella decía que era el mismo demonio el que nos acechaba y que lo hacía con la forma de mamá para confundirnos y llegar a nuestros corazones.
«El demonio te ataca por el sentimiento, se mete en tu corazón y es así como te enloquece y acaba con tu cordura» nos decía.
Yo estaba decidida a entregarle mi vida a Dios, era lo único que me daba seguridad para sobrellevar el miedo que me daba volver a ver a mi madre de nuevo pero eso no era lo peor:
Amparo era la más afectada, estaba obsesionada con el hecho de pensar que mi madre estaba en el infierno, el imaginar a mi madre viviendo en ese tormento simplemente era demasiado para ella.
Comenzó a actuar de forma errática y sin sentido. Hablaba a veces como si nuestros padres aún estuvieran con vida y la situación poco a poco fue empeorando.
Una noche me despertó un murmullo. Amparo estaba sentada a los pies de mi cama dándome la espalda, sentada frente a un espejo que teníamos en la habitación, la miré con preocupación:
-Amparo ¿Qué pasa? – pregunté – ¿Estás bien? – nunca voy a olvidar lo que me respondió:
-Amparo está, durmiendo – contestó y yo reconocí la voz de inmediato, era la voz de mamá, me puse de pie despacio y ella giró la cabeza para mirarme.
Era Amparo, parecía agotada, estaba pálida y demacrada.
-Soy un ángel … ¿sabías? – su rostro se movía como si estuviera bajo el agua.
-¿Qué quieres? – dije con mucho miedo.
Entonces señaló al espejo:
En el pedazo que quedaba del espejo estaba mi hermana Amparo, pero era una niña, estaba prisionera en el reflejo llorando llena de resignación y dolor, luego me habló, su voz sonaba muy lejana:
– Rosario ¡ayudáme! – me dijo llorando – mamá está aquí conmigo.
Yo comencé a gritar y a golpear el espejo hasta que se rompió:
– ¡AMPARO! ¡AMPARO! – grité con todas mis fuerzas y no me di cuenta que uno de los pedazos rotos del espejo me había hecho dos heridas profundas en las manos.
-Tengo miedo- me dijo- mamá me quiere matar- entonces apareció mamá, caminando detrás de ella con los brazos extendidos como si quisiera abrazarla.
Me maree y caí al suelo semi inconsciente y Amparo y mi madre desaparecieron. Antes de perder el sentido vi a Amparo caer al piso de mi cuarto con la garganta perforada por un pedazo de espejo que parecía una daga puntiaguda y su sangre me estaba mojando los pies, se sentía tibia, espesa.
-Rosario, ayúdame – dijo mientras dejaba escapar su último aliento de vida. Y ahí quedó tendida con los ojos vidriosos y vacíos mirándome fijamente. Yo me desmayé.
La enterramos dos días después en la misma tumba donde descansaban mis padres. Sentí como si una parte de mi hubiera muerto con ella.
Desde ese día todas las noches esperaba horrorizada que mi madre o mi hermana aparecieran en mi cuarto pero nunca pasó nada hasta hoy.
Su recuerdo se había comenzado a borrar con el tiempo y yo ya tenía mi vida hecha en el internado y me estaba haciendo cargo de todo por que la Hermana Trinidad estaba llevaba meses enferma y yo me había encargado de cuidarla.
Le costaba trabajo hablar pero a veces todavía lo hacía para pedir alguna cosa. Ella me acogió y me enseñó a entregar mi corazón a Dios y me sentía responsable por atenderla como ella me había cuidado durante todo ese tiempo. Esa noche me pidió que me acercara para decirme algo:
-Hermana Rosario – dijo con voz cansada – ha llegado la hora …
No era la primera vez que hablaba sobre su propia muerte así que no me sorprendió que dijera eso.
– Hay alguien en la puerta – me dijo después y en ese momento sonó la pequeña campana que usábamos como timbre. Humedecí un poco sus labios con un paño mojado y bajé a abrir la puerta.
De pronto sentí como si todos los demonios hubieran salido del infierno para aterrorizarme: al final de la vieja escalera de piedra estaba parada Amparo mirándome fijamente con los ojos negros y vacíos balanceando la cabeza lentamente.
Mi corazón se detuvo por unos segundos, el terror de todo lo que habíamos vivido regresó y me golpeó como un mazo.
-¡ROSARIO! – gritó desde abajo, después abrió los ojos de forma exagerada como si la estuvieran obligando a mantener los párpados abiertos, tenía la mirada perdida como si no me estuviera mirando y unas pequeñas venas negras dibujaban un horrible contorno macabro en su rostro vacío:
-¡SI HAY INFIERNO! – dijo con una voz cavernosa que retumbó en todos los muros del internado.
Salí corriendo sin dirección, mi cabeza dio mil vueltas y todos los recuerdos de mi madre regresaron de golpe. Corrí y entré en el cuarto de la Hermana Trinidad, caí de rodillas al lado de su cama y comencé a rezar con toda mi fé y todo mi corazón.
La Hermana Trinidad entonces me acarició el cabello y por primera vez en mucho tiempo sentí paz en mi espíritu. Me sentí como tocada por Dios, hasta que escuché la voz de la Hermana Trinidad que todavía estaba acariciando mi cabeza:
-Nunca te vas a librar de mí – me susurró al oído y me di cuenta de que no era más la Hermana Trinidad. No me resistí más. La daga me atravesó la garganta y mi madre nos llevó con ella a Amparo y a mi y por fin con mis propios ojos lo comprobé: si hay infierno.
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