Los Agentes del Caos

Los Agentes del Caos

Joni Toledo

13/07/2019

Su corazón palpitaba marcando el ritmo de su realidad. Ahora que estaba allí no sabía qué hacer. El olor a azufre quemaba sus fosas nasales y el calor, emanado en ondas, inundaba su cuerpo. Frente a ella se extendía el cráter del volcán, pincelado con hermosos tonos multicolores. Estaba excitada y un poco ansiosa, aunque no sabía por qué. Entonces, recibió nuevas instrucciones. Avanzó hacia el límite y se arrojó al vacío.

El magma impregnó su cuerpo. Estaba caliente, aunque no quemaba. Abrió los ojos, el medio era translúcido, como si fuese agua tenuemente anaranjada.

Nadó hacia el fondo. Tardó su tiempo, pensaba que no iba a lograrlo, que se iba a quedar sin aire, llegó a la base del cráter.

Extendió la mano y tocó la membrana que ocluía la entrada. Esta tembló transmitiendo ondas por toda su extensión. Luego, la atravesó.

El mundo se dio vuelta, como si la gravedad se hubiese invertido: ahora estaba en el centro del planeta.

Frente a ella había un vestíbulo. Un gran cartel rezaba: «Instituto Erica Peverelli y satélites». Caminó hacia el recibidor y allí vio a una criatura. Su cuerpo era como el de un gusano, carente de extremidades, pero la terminación de su cola se ensanchaba y, de ella, salían protuberancias, como dedos de una enorme mano polidactílica. Su rostro no tenía ojos y su morro no era más que una abertura que podía abrir o cerrar, aunque nunca completamente. La criatura la vio y se alejó reptando detrás de una puerta. Ella la siguió.

Entró a la sala de oficinas, había cubículos puestos sobre el techo, en contacto con la superficie terrestre y, en cada uno de ellos, había de estas criaturas. Con sus enormes manos manejaban teclados. El agujero que tenían de morro, se moldeaba como la arcilla para simular distintas bocas humanas y, con ellas, grababan a través de micrófonos distintos mensajes. Algunos incluso asemejaban conversaciones en donde dos voces completamente distintas entablaban diálogo.

Erica siguió avanzando por el pasillo. A ambos lados había estaciones de funiculares que llevaban a la oficina correspondiente.

En cada oficina, había un nombre escrito sobre la puerta con letra de hermosa caligrafía y estas se dividían por secciones, ordenadas alfabéticamente. Estaba por la sección B. Siguió caminando hasta que, dentro de la sección P, encontró su nombre: Peverelli, Erica. Entonces, ascendió en el funicular.

La criatura estaba escribiendo en una gran pantalla, casi tan grande como ella. Erica pudo leer «Repugnancia, esta cosa es repugnante, ¿qué es? ¿Qué está haciendo? ¿Qué escribe? ¿Por qué no me da miedo?». A la vez estaba grabando cosas en el micrófono y ella pudo reconocer la voz de su novio Adrián y la de su padre.

Un tumor comenzó a crecer en la criatura, le abrió la piel y un mar de pus bañó a la chica de pies a cabeza. La masa latiente del tumor quedó expuesta y en ella se moldeó una cara, su cara.

—Erica. Mi nombre es Nathaniel y soy tu Ángel de la Guarda, bienvenida al Infierno. No es tan malo como suena, es solo el nombre que le pusimos para mantener alejados a los humanos en tiempos inmemoriales. Acá manufacturamos todos y cada uno de los pensamientos de los seres de la superficie. Incluidos los pensamientos condensados en libros, programas de televisión, radio e internet. Éste es el interior del mundo, donde todo se fabrica para que ustedes puedan tener una feliz existencia allá arriba. Seguramente te preguntarás qué haces aquí. Yo mismo reprogramo tu algoritmo por default todos los días, así que puedo predecir casi con certeza lo que piensas. De hecho, creo que te conozco más que tu amante quien te considera, al menos por lo que dice Roberto en el almuerzo, la saliente que menos quiere. En fin, ya habrá tiempo para tus preguntas pero antes haremos un tour. Quiero que conozcas todo de esta fábrica de sueños. Incluso, si tenemos tiempo, te llevo junto a Dios —dijo el tumor.

El gusano pasó tarjeta en cuanto bajaron del funicular. Cuando llegaron abajo, dejó que Erica lo montase, para avanzar más rápido por el pasillo.

Saludó a todos y cada uno de los ángeles de sus seres queridos, sus compañeros de trabajo, sus alumnos en la escuela.

Cuando llegaron al final de la oficina, salieron a una estación de trenes y tomaron uno que los llevó a la Recámara de Dios.

Erica se quedó sin habla al ver aquella masa gigantesca y amorfa, de varias toneladas de peso: era el núcleo de la Tierra, una masa de carne y piel de la cual se extendían millones de protrusiones polidactílicas que controlaban múltiples ordenadores. Ella preguntó la función de todo ello.

—Aquí manufacturamos la Historia— respondió lacónico su ángel—. Es hora de sincerarnos, no te llamé a pasear, te traje porque necesito algo de vos. Requerimos un nuevo Agente del Caos. Verás, no siempre las cosas las podemos controlar desde aquí. Hay muchas variables y el azar se acumula, resultando en eventos que no queremos. Por eso, elegimos personas extraordinarias para que sean nuestros agentes directos, para encausar el caos en el mundo exterior ¿entendés? Cualquier movilizador de masas de la historia fue un agente, nosotros nos aseguramos de que queden en los libros. Es un honor para mí haber sido el ángel de un agente y otorgarte tu libre albedrío— balbuceó el tumor con su cara.

El gusano pegó su morro a la cara de la mujer, cortándole la respiración. Ella gritó pero no pudo hacer nada, fue muy rápido. La lengua del gusano, fina y con una protuberancia al final, se desprendió y entró por la nariz de la chica con un ligero sonido de succión. El cuerpo del gusano, ya sin su cerebro-lengua, cayó sin vida.

Los ojos de Erica se pusieron fugazmente en blanco, mientras el parásito que la había invadido destruía su cerebro y tomaba el control.

Nadie notó a la chica que salía del cráter y se unía al grupo de turistas que visitaban el volcán; desconcentrados entre el olor a azufre, el calor y las pinceladas multicolores, estaban perdiéndose la oportunidad de fotografiarse con quien sería la primer dictadora mujer de América y el principal catalizador de la Tercera Guerra Mundial.

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