La mayoría de los turistas se fueron hace unas semanas, entonces el pueblo está en ese ínterin en el que todavía no está ni desierto ni colmado. Pasamos por la casa de unos tíos que viven cerca del puerto a buscar la lancha de mi abuelo y la enganchamos en la parte de atrás del auto. Estoy un poco ansioso porque nunca anduve en lancha. Mi mamá le dijo que era peligroso, que era muy chico para andar en lancha. Mi papá le dijo que ya tenía edad suficiente. Que no sea tan drástica. Que él a mi edad ya manejaba motores fuera de borda. Que si, Mara, voy a tener cuidado. Que voy a manejar yo. Que no vamos ir al mar, vamos a pescar a la ría. Que a lo sumo el único peligro que podemos llegar a tener es que baje la marea y nos quedemos encallados en el barro. No me lo traigas muy tarde. Cuídalo del frio, que todavía tiene los bronquios sensibles. No lo dejes meterse al agua, mira que es pantanosa y se puede hundir. Tengan cuidado con los cangrejos. Por favor Javier no te hagas el vivo y anda despacio. Que si, que todo bien, nos vemos.
No me gusta el puerto porque siempre hay olor a podrido, a pescado podrido. Es un asco. Mientras esperamos a que venga Guillermo con sus hijos mi papá desengancha la lancha y la suelta al agua por una bajada de cemento.
-Listo genio, ¿Por qué no te vas armando la caña mientras esperamos a que lleguen? ¿Te acordás como se hacía?
Le digo que sí y me siento en un banquito a ajustar el riel a la caña, a pasar el sedal por las horquillas, a anudar los anzuelos y a ajustar la mariposa mientras mi papá apaga otro cigarrillo y saluda a otro conocido. De a ratos sale el sol, de a ratos se nubla mientras el oleaje golpea los botes y los puentes de madera rechinan suavemente.
Termino de preparar mi caña y llega Guillermo con sus hijos que son más grandes que yo y no hablan mucho.
-Boludo, ¿qué paso, te olvidaste donde quedaba el puerto, o pensaste que seguías en Cancún? -le dice mi padre.
Atamos el bote de ellos al nuestro con una soga, porque el de ellos no tiene motor.
-Agárrate de ahí si querés ir parado, sino quédate sentado y te agarras del borde y no pasa nada.
Vamos rápido, haciendo zigzag de vez en cuando. El motor hace un ruido tremendo cuando mi papá acelera. Tengo miedo. Apenas se escuchan las puteadas que nos llegan desde el bote deGuillermo que se mueve como un péndulo de un lado para otro.
Llegamos a una parte de la ría donde hay más corriente y mi padre con su amigo se ponen de acuerdo en que en esa zona vamos a tener suerte. Pasamos un par de horas yendo y viniendo de un lado a otro sin sacar nada. No hay pique. Discuten un rato si ir un poco más cerca del faro, o más para el lado de la desembocadura. Desde acá se ve el faro saliendo de entre los árboles y para ese lado está el mar, así que supongo que debería haber más peces por acá. ¿Se habrán asustado por el ruido del motor? Capaz que hay que cambiar de carnada. Tenemos lombrices y camarones y también pedacitos de pescado. Uno de los hijos de Guillermo rocía el anzuelo con WD-40. Dice que con eso pican seguro. A mí me parece ridículo.
-Mira pa, Nico está usando aerosol como carnada, cualquiera.
Después me cuenta que el numero cuarenta viene de los cuarenta usos que tiene ese spray y que uno de esos usos es el de carnada, pero que él no cree que saquemos nada porque ya empezó a levantarse mucho viento y además está bajando la marea. En realidad la marea ya había bajado mientras cambiábamos de carnada y no nos dimos cuenta.
-¿Che boludo, ese no es el ancla? -le grita Guillermo.
Está empezando a oscurecer y el agua les llega a los talones. Cada vez que encienden el motor es un desastre, sale barro disparado para todos lados, entonces deciden que van a tener que empujar. Y eso hacen como por dos horas, empujar, descansar, volver a empujar, volver a encender el motor, parar para putear un poco, y seguir empujando hasta que cae la noche. Tengo hambre, frio, y quiero volver a casa. La luz del faro nos baña cada un intervalo de diez segundos. Después cada quince. Después cada medio minuto. La capa de agua debajo de la lancha es finísima y oscura, sin embargo se puede ver, como por el lecho, se arrastran los cangrejos.
Estamos pasando cerca del puerto privado de Mundo Marino y aunque en esta época el parque está cerrado vemos la luz amarilla de un farol como a una cuadra de distancia. Mi papá dice que vallamos y usemos el puerto para dejar los botes ahí y salir caminando por el parque, que seguro está Tito haciendo guardia y nos va a dejar pasar.
Guillermo decide seguir empujando el bote hasta llegar al puerto del pueblo. Dice que no falta tanto y que además está peleado con los dueños desde que lo echaron. Que ni en pedo les va a pedir ayuda. Se despide y desaparece en la noche.
Después de empujar un poco más mi papá ata la lancha a un poste, se sacude un poco el barro de las botas y me estira el brazo para que desembarque.
-Bueno genio, ya estamos -me dice.
Caminamos un poco y llegamos hasta un portón. Mi papá empieza a golpear las manos y a gritar de vez en cuando, pero nadie le contesta.
-Bueno parece que no hay nadie -me dice.
Mira hacia arriba, a los costados, toma distancia y de un salto se sube arriba de la reja y me hace un gesto para que lo agarre del brazo y me ayuda a subir. Se baja del otro lado y me recibe en brazos.
-Bueno ahora vamos a ir callados, sin hacer ruido, por si andan los perros -me dice susurrando.
Caminamos por los senderos de tierra destinados al personal, pasamos por detrás del escenario de los lobos marinos, por detrás de los pingüinos y los hipopótamos. Está todo vacio. Apenas vemos nada. El silencio se interrumpe con las hojas de los arboles que bailan por el viento. Sigo a mi papá de cerca que va alumbrando el camino con una linterna. Empezamos a cruzar el puente de madera que atraviesa un lago artificial y que conecta la zona de las atracciones con el parque de restaurants, cuando escuchamos el primer ladrido. Nos quedamos quietos al mismo tiempo. Congelados.
-¿Eso fue. . .?
-No fue nada genio, dale sigamos.
Cruzamos el puente pero no bajamos a la zona de los restaurantes. Seguimos caminando sin reconocer muy bien dónde estamos y nos topamos con una rampa.
-¡Es por acá!, ¡por acá salimos pa!
Caminamos un poco más y entramos en el estadio de la orca que es donde trabajaba mi papá hace unos años.
-¡La puta madre! No podemos estar más perdidos, vení vamos por acá -dice mi papá.
Descendemos por un camino que rodea la pileta. Mientras el cielo se despeja la luna baña de luz la plataforma pintada de azul, y junto con el reflejo del agua todo se ilumina. Delante nuestro hay una bajada y vemos un cartel que dice “salida”. Descendemos y pasamos por un sector que se extiende por debajo de la pileta, donde de día la gente viene a sacarse fotos con la orca, y en donde algunas noches hacen un ciclo que se llama “durmiendo con los delfines”. Le pido a mi papá quedarnos un rato a ver si aparece alguno, aunque parece estar cansado, me dice que sí y nos sentamos frente a una enorme pantalla de vidrio celeste a esperar.
-Descansamos diez minutos y arrancamos. -dice mi papá recostándose en un banco.
Me recuesto en el suelo usando su campera de respaldo y me quedo dormido viendo como la luz de la luna que rebota en las ondulaciones del agua se proyecta por toda la habitación.
Tic. Tic. Tic. Abro los ojos con esfuerzo, todo está borroso y no distingo bien la figura que está al otro lado del vidrio. Los parpados me pesan. Los vuelvo a abrir y una imagen se va formando de a poco, me incorporo y empiezo a focalizar. Un rayo de luz vuelve a iluminar la pileta mientras pasan unas nubes. El cielo se despeja y se forma una figura.
-¡Es Shamenk!, ¡Mira Pa, vení! -le grito a mi papá, sin escuchar respuesta.
Miro hacia el banco donde estaba acostado pero no hay nadie. La Orca vuelve a golpear el vidrio para que la vea dar un giro sobre sí misma, ladear la cabeza para un costado y para otro, descender al fondo de la pileta y volver a subir agarrando algo que se mueve entre sus dientes: Un cangrejo. Se queda unos segundos flotando frente mío y vuelve a perderse en el azul oscuro del agua. Cuando dejo de verla caigo en la desesperación de que estoy solo. El banco en el que estaba acostado mi papá está vacío. Tengo miedo de llamarlo, de gritar y que vengan los perros. ¿Me quedo a esperarlo acá o salgo a buscarlo?, ¿se habrá ido hace mucho?, quizá fue a hacer pis afuera y en un ratito vuelve. Mejor lo espero. Y eso hago, me siento a esperarlo. Cuando los primeros rayos de sol empiezan a pegar en la pileta me animo a salir a buscarlo por el parque. En uno de los caminos una señora del personal de seguridad que acaba de entrar a trabajar me encuentra y me pregunta que hago solo. Que como había entrado. Le digo que estoy buscando a mi Papá, que seguro anda perdido desde anoche. Me pregunta mi nombre y llama a la policía.
Entre las luces azules aparece mi mamá que viene desesperada a abrazarme. Parece estar muy alterada. Me agarra del brazo y me dice que se despertó y que no estaba en la cama, que otra vez lo mismo, que va a cerrar la puerta de mi pieza con llave, que me quiere mucho y que no puede soportar que le haga esto otra vez. Le digo que me tiene que ayudar a encontrar a Papá que todavía debe estar perdido. Cuando le digo eso los ojos se le llenan de lágrimas. Me abraza fuerte y me dice: está bien Agus, pero después volvamos a casa que mami está muy cansada.
OPINIONES Y COMENTARIOS