Me he aireado de vientos calurosos con aroma a freesias, que se desintegran dentro de mí, con el toque perfecto de calor que le hace falta y que provienen de mi sangre, que últimamente, solo corre por la desesperación, producida únicamente por mujeres, por seres incapaces de dejarme distraer mi mente mediante un puro entendimiento abocado a ellas, porque en ese instante, en el que solo observo sus contornos, en ese momento en el que comienzo a sentir un final previsto por la tensión inalienable, y una parte de mi cerebro empieza a vagabundear todo el episodio, y la otra, desolada por la contemplación de sus pupilas ya dilatadas, camina hacia la muerte, para luego volver a nacer, (siendo un ciclo totalmente cotidiano), en esa décima de segundo, solo me interesa descifrar sus ojos entorpecidos, su aliento entrecortado, su cuerpo descompasado… pero luego todo eso desaparece, y comprendo, que a secas me proveen de carismas insatisfactorios o lo que es aún peor, fugaces.
Perpetuaba una efusiva y nueva calidez que desgastaba el aliento y despertaba en cada noche a toda su mente, infringiéndole pensamientos que solo fatigaban, puesto que aún no podía comprender ese concepto.
Poco había comenzado a saber de ella, pero la observaba minuciosamente desde aquella tarde en la que me sentí cercano, de alguna forma (de la única forma posible). Era triste, pero lograba que no me sintiera tan lejano de lo que nunca tendría cerca.
Sabía que cada vez que amanecía, el sol la hallaba calma, contra el cristal del ventanal que daba al balcón, callada, mirando la nada… con una mano en el labio, ofuscada, confundida.
Cuestionarios inacabables y charlas por demás entretenidas, salían de su boca, todo lo que hacía poco tiempo había comenzado a gustarme, últimamente salía de su boca.
Se tranquilizaba fácilmente; con la más peculiar nota de abstracto cariño se entibiaba y me preguntaba como serian otras realidades, y sus tardes acababan cuando algo dentro mío imploraba no afirmar lo que impedía la circulación de mi sangre, y solo repetía una y otra vez esa frase pobre y abstracta en la que podía englobar toda la satisfacción que me producía, esa que otras semejantes (o eso parecía) no podían.
A veces me encontraba ensimismado, mirando entre sus pestañas el brillo ocasional de su vista desenfocada, y luego de conocerla un poco más, solo podía temer que me estuviese engañando, y quería asegurarme que no estuviese haciéndolo, con tanto afán, con tanta desesperación que me aterraba verla en silencio, porque de ese modo era inerte y me desbordaba por la intriga… pero su calma, me hacía sentir bien, entonces no quería desconcentrarla, no podía y no quería, porque perturbarla, era perturbarme, y de pronto todo se esclarecía, y la sentía una extensión de mí.
Me entusiasmaba ser parte de su complejo razonamiento. Me reía con sus tontos actos, comportándose como niña curiosa y dulce (me recordaba a la muchacha de mis sueños, creo que eso sería lo más cerca que estaría de ella), y como si eso no le bastase, también debía besarme, para cuestionarme aún más a mí mismo, engrandecerla aún más todavía en mi mente y convertirme finalmente en un animal, pues cuando su carne se me anteponía, mi razonamiento cedía.
En medio de tanta tragedia, dejaba de existir y volvía a hacerlo, solo con ella: dejaba de hacerlo ante de verla (por mi agobiante ansiedad) y volvía a hacerlo, ya tocando su mano, en paz. Era un suceso que se repetía por día, y cuando no la veía, permanecía inerte, muerto; en un lapso inalcanzable, en el que solo sobrevivía.
Para sentirme mejor, pensaba que ella también se acordaba de mí, y sacaba conclusiones, quiero creer que así ocurría. Sin embargo, tenía un mejor pasatiempo que crear situaciones en los que ella pensaba en mí, pues oía su voz, veía su rostro y miraba su ser como a mí más me gustaba hacerlo, en mi memoria, en imágenes que se abarrotaban necias y violentas, crudas y bruscas.
También pensaba que había pasado demasiado tiempo desde que ella se había sentido realmente cómoda con alguien, y era la primera vez para mí, con alguien así, hasta llegue a decirle que era una buena combinación de muchas cosas que me agradaban.
Yo te decía Cassi, y no olías a freesias frescas, pero por momentos podía imaginar que sí.
Y solo una vez vi tu gesto desolado, y perdóname por solo haber reído, apoyado contra el marco de la puerta, sin saber que tu descubrimiento era para ti, una tragedia, o quizás, un recuerdo aterrador de un secreto que jamás supe, o sabré.
Y solo una vez vi su gesto desolado, cuando comprendió que sí, que me quería.
Sin embargo, mi malestar en ese momento, no se alineaba a una obsesiva respuesta al, “¿por qué?” de tal ofuscamiento e inquietud de su parte, al sentirse de tal manera, con respecto a mí; para mí, todo se enfrascaba en otra cuestión que era demasiado compleja para poder definirse: ¿Cómo me sentía yo?
Te miré caminar en puntillas por la habitación, sin que te percataras; te mire irte, sin que supieras que, hacia tiempo ya, esperaba que de alguna manera, lo hagas.
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