Título original: Nosferatu: el vampiro
Año: 1979
País: Alemania del Oeste (RFA)
Director: Werner Herzog
Reparto: Klaus Kinski, Isabelle Adjani, Bruno Ganz, Jacques Dufilho, Roland Topor, Walter Ladengast, Género: Terror | vampiros.
Ciclo: Películas de terror, vampiros, remake. Pandemias
Sinopsis:
Adaptación de la famosa novela de Bram Stoker que toma como punto de referencia la insuperable adaptación de la cinta de Murnau (1922). Jonathan Harker (Bruno Ganz) viaja desde Wismar a Transilvania para visitar el castillo del legendario conde Drácula (Klaus Kinski), a quien pretende venderle una mansión en su ciudad. Atraído por una fotografía de Lucy Westenra (Isabelle Adjani) la mujer de Harker, Nosferatu parte inmediatamente hacia Wismar, llevando con él la muerte y el horror.
Escrita y dirigida por el alemán Werner Herzog, esta película fue concebida como una adaptación de la película anterior, una versión estilizada del clásico del expresionismo alemán, la película muda de 1922 dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931) aunque esta vez sí, los personajes pudieron utilizar los nombres de la novela original.
Esta cinta, fue muy bien recibida por la crítica y disfrutó de un relativo éxito comercial. Se destacó por su bien lograda atmósfera de horror. En ella se mezcla de forma efectiva el terror con el ambiente onírico y espectral de su predecesora, matizada por una música fúnebre y con mayor énfasis a la trágica soledad del vampiro. El “Drácula” dramatizado aquí de manera eficaz por el actor alemán Klaus Kinski —no tan terrorífico como Max Schreck— luce un traje negro, la cabeza calva, los dientes de rata y uñas largas, representación patética, sin esperanza de una figura fantasmal: agobiada, condenada a la inmortalidad y deseando un poco de amor que no parece llegar. Entre las escenas más recordadas de esta película se resalta aquella cuando el conde recibe y ataca en su castillo a Jonathan Harker (interpretado por el actor alemán Bruno Ganz, “Adolfo Hitler” en la elogiada cinta “la caída”), la secuencia de miles de ratas tomándose las calles y los espacios públicos de una ciudad alemana y la escena final, cuando la belleza y la pureza de Lucy (encarnada por la bella Isabelle Adjani) le hacen olvidar a Drácula la inminencia de la llegada del amanecer.
En un giro final novedoso y escalofriante, el vampiro finalmente muere, pero Jonathan Harker, convertido ahora en vampiro, se encargará de propagar esta “enfermedad” por otras ciudades de Europa.
Bram Stoker afirma en su novela que la palabra “Nosferatu” significa “no muerto” en rumano. El carácter canónico de “Drácula” ha contribuido a fijar esta idea en la cultura popular, pero es completamente falsa. En rumano a los “no muertos” se los llama “strigoi”, nada que ver etimológicamente hablando con el título de la película. De hecho, “Nosferatu” no existe en esa lengua, lo más parecido que encontramos es “nesuferitu”, que significa “el innombrable” y proviene, posiblemente, del griego “nosophoros”: “el portador de la enfermedad”. Eso es precisamente lo que hace Nosferatu en la película: extender la peste por Europa.
“Cortar de un tajo la cabeza es el último paso del protocolo para matar definitivamente a un “no muerto”, a un vampiro. Se da por sentado, que en fases previas, se ha intentado usando la cruz, el agua bendita o la infaltable estaca en la mitad del corazón. Eso dicen las instrucciones”
La película es una muestra clara que un remake puede llegar a funcionar, hasta llegar a constituirse en una verdadera obra de arte. Cumple a carta cabal todas las reglas de una buena historia del género. Imponente escenario, papeles desprovistos de protagonismos, sin brillo aparente, pero a su vez, carentes de fisuras, sello característico de su director. Es claro, que Herzog le imprime un estilo propio al filme, sin mancillar el expresionismo que constituye un factor clave en la cinta original.
Recordaremos a Werner Herzog en otras majestuosas películas “Aguirre, la cólera de Dios” y Fitzcarraldo.
Los juegos de luces que nos muestran espacios llenos de niebla y sombras convierten la presencia del “no muerto” en una entidad del mal, en extremo amenazante, danzante y anémica; figura en su fondo nocturno de aquellos seres etéreos, casi enfermizos que potencian esa agobiante sensación de irrealidad.
Entremezcla de fotogramas inolvidables y sonidos envolventes y maravillosos: con la acertada música de Popol Vuh y Wagner. Imágenes sugerentes que posibilitan un producto final enigmático y seductor. Queda por siempre anclado en la memoria aquella larga escena del ingreso del barco a la ciudad asolada por la peste y ese clima tan marcado, propio de la peor de nuestras pesadillas.
En el imaginario popular está bien guardada la magra figura de aquel ente demoníaco que se alimenta de la sangre de los seres vivos con el objetivo de conceder nuevas prorrogas a su lenta y eterna agonía. Un ser que deambula por las fronteras de la vida y la muerte, sin sosiego. Alérgico a la luz del sol, sufre la imposibilidad de proyectar su imagen en los espejos como señal inequívoca de la carencia de su alma, personaje sacrílego que no soporta los símbolos cristianos y que según creencias heredadas por relatos orales, sólo puede ser destruido exponiéndolo a la luz del día, clavándole una estaca en el corazón, o quizás, en caso extremo, decapitándolo y llenando su boca de ajos.
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