Despidiéndome de mi abuelete peludo

Despidiéndome de mi abuelete peludo

Cartas a Ilargia

17/05/2019

Parece que el día se acerca, ese día que toda persona que comparte su vida con un animal sabe que llegará pero no quieres ni oír ni hablar ni pensar en ello. Uno de los peludos de mi vida se va marchitando por momentos y sí he querido ser consciente de ello porque si algo me han enseñado en casa es que todo tiene un principio y un fin forma parte del ciclo de todo y por lo tanto no hay que lamentarse de que algo se termine, por el contrario debemos echar la vista atrás y comprobar que durante ese periodo de tiempo se a disfrutado todo lo que se podía de forma que cuando se termine lo que nos quede sea una sonrisa permanente al recordar.

Mi abuelete peludo a tenido una larga vida de 18 años en la que quisiésemos o no ha sido el dueño y señor de la casa. Algunos conocidos lo llaman la duquesa De Alba y creo que es una buena comparación de cómo a sido tratado Manu en casa, como un miembro más de la familia.

Algún día me saldrán las palabras para lograr explicar lo importante que fue para mí en una etapa de mi vida en la que me encontraba completamente perdida y como me reconfortó en momentos en los que no encontraba consuelo en nada. Así es, por mucha mala fama que se les quiera dar en muchas ocasiones fue un gato el que me supo ofrecer el cariño que necesitaba en esos momentos y que no sabía pedir a ningún ser humano.

Hace tres días fue la última vez que lo vi y sabiendo por mi madre que cada vez estaba peor y que no comía, una parte de mi corazón saltó la señal de alarma, y automáticamente una lágrima quiso hacer acto de presencia, pero la hice retroceder de inmediato puesto que debía reservarla para cuando sea el momento puesto que esa confesión por parte de mi madre no me cogió por sorpresa, de alguna forma llevaba tiempo sabiendo que quedaba poco para el momento de su último aliento.

De esta forma en el momento en que me dejaron sola con él fui a buscarlo, quizás que estuviera en la ventana de mi habitación fue una señal de que era nuestro momento, uno para que por lo que pudiera pasar yo pudiese decirle tranquilamente adiós. Con toda la delicadeza que pude y abriendo completamente mis sentidos para que captara todo el amor que le podía transmitir en esos momentos empecé a rascarle nuevamente la cabeza poco a poco por la zona de las orejas, poco a poco hacia sus cejas para de esta forma seguir hacia su naricita, y ahí de vuelta hacia arriba. No puedo recordar cuánto tiempo estuvimos así porque sentí que el tiempo se detuvo, y él en vez de cansarse enseguida de mis caricias, tal y como tantas otras veces había echo, en el momento en el que paraba me pedía mas con la cabeza, así que continué.

Fue en ese momento cuando le di las gracias por todos los años compartidos, porque aunque tenga en mi vida a otros tres peludos él fue quien compartió otros momentos de mi vida anteriores en los que cuando solo era capaz de llorar por dentro para que nadie me viera hacerlo, él de repente asomaba su cabecita por la puesta entreabierta para venir y acurrucarse junto a mí. Cada vez que enferme estuvo junto a mi cama en todo instante. Cada vez que acariciaba a cualquier otro animal, al regresar a casa no me dejaba acariciarlo hasta que me lavase bien las manos y solo volviera a oler a él, era como si lo hubiera traicionado, pero me encantaba que hiciese eso porque daba la sensación de que en realidad era como si estuviese celoso y solo me quisiera para él.

Constantemente en cada una de esas caricias fui transmitiéndole agradecimientos, fue mi forma de intentar decirle que sabía lo cansado que debía de sentirse y las fuerzas le iban fallando poco a poco, y que si era su momento de decir adiós que no hiciera porque teniendo la vida que había compartido con nosotros no valía la pena sufrir por un final que antes o después tenía que llegar. Se que no tengo derecho ha hacerlo y no se si mucha gente lo entenderá pero fue como si le diera permiso para dejarnos, que nunca le guardaría rencor ni lamentaría su pérdida porque cuando pensara en él o viera sus fotografías en mi cuarto solo podría albergar gratitud y amor incondicional, que era sin duda lo que siempre me había dado él.

Me alejé poco a poco de la ventana y le dejé tranquilo al sol, intentando amarrar a ese par de lágrimas que hacían acción de salir, fui directa al sofá donde me esperaba durmiendo plácidamente otro de mis peludos y no pude evitar abrazarlo con todas mis fuerzas para que me ayudara a mitigar la tristeza que quería apoderarse de mi. Así fue, recordé que cuando la tristeza toca a la puerta lo mejor es recordar tiempos felices y recordar que siguen y seguirán habiéndolos, aquellos que se van nos han ido ayudando a ser quienes somos y por ello NUNCA dejarán de acompañarnos, forman parte de nosotros.

No tardaré en tener que decirte definitivamente adiós, y aunque no lo parezca mi alma y mi espíritu estarán sonriendo por ti, por tu descanso eterno, por el amor que he llegado a tenerte y porque se que has sido feliz junto a nosotros y nosotros contigo.

Adiós abuelete mío.

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