A veces la vida es como ese niño que arroja un barquito al río esperando que la corriente lo devuelva a la orilla con una moneda de oro. Ese mismo día, en un mes o dentro de un año. No importa el cuándo, solo el regreso.
A veces la vida es como ese río, que toma el juguetito y lo devuelve a su dueño; lo hace una y otra vez, pero siempre vacío. Lo hace una y otra vez hasta que siente hastío y entonces lo arroja a la orilla opuesta, y sigue su curso indolente mientras el niño espera.
A veces la vida es como esa niña que sentada en la rivera junto a sus temores, confusiones y tristezas, ve con asombro un diminuto barquito que, navegando, se acerca. Lo saca, y lo examina y resulta que viene con una moneda.
¡Vaya sorpresa!
A veces la vida es como la sonrisa de la niña al sentir que ha recibido un regalo que no buscaba ni pedía.
A veces la vida es como el tiempo que pasan, el niño esperando y la niña mirando el mismo barquito.
A veces la vida son seis horas.
Justo las que separan al niño y la niña.
A veces la vida se reduce a los barquitos que ella nunca tuvo
y a los que a él nunca volvieron.
A veces la vida es como la sorpresa que se llevó la niña al ver el nombre del dueño del barquito inscrito con letra imprenta y diminuta. «Josué». A veces la vida es así de diminuta, y apenas la vemos.
A veces la vida es como los nombres; los reales que nos pusieron nuestros padres y los que nos inventamos para sentir que nos conocemos mejor que nadie.
A veces la vida es la distancia que impide a la niña encontrar al desconocido, la misma que separa al niño de su barco.
A veces la vida es como la noche para él y el alba para ella, que los encuentra a cada uno en su lado del río, separados, pero bajo el mismo cielo. Las aguas también son las mismas, igual que la espera. Él espera su barco y ella ¿qué espera? No lo sabe, pero su corazón está inquieto, expectante y alerta.
A veces la vida es como un río más grande que el océano y otras, como un mar diminuto, apenas del tamaño de un lago.
A veces la vida es como las personas que esperan a la niña y como las que no esperan al niño.
A veces la vida une en amistad a ese niño y a esa niña, pero se asegura, claro, de que haya mucha agua entre ambos.
Y ella sigue con el barco, y él sigue esperando.
A veces la vida es hermosa como la inocencia de ese niño y de esa niña, pero otras, como el vacío de ambos; como sus soledades.
A veces la vida es como ese barquito, que se deja llevar y se queda donde lo cogen.
A veces la vida es como esa botella, que con un mensaje dentro, al agua envió la niña, para contarle a ese niño que aquel barco a su orilla ha llegado, pero que la moneda le manda a cambio.
A veces la vida es honesta como la niña y no corrupta como la moneda.
A veces, pero solo a veces.
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