El sortilegio se evidencia,
apenas iluminado,
en la brisa que azota este trémulo
gesto de vacuos instantes,
frágil retoño de finitud.
Agotado, el hálito balbucea
gélidos aguijones que inyectan
pesadillas maniatadas
y carne envejecida.
Ya no hay benevolencia
para el agotado soñador
de precipicios inabarcables,
para el cuestionado amante
de desiguales muros
y velados ventanales.
Sin posible solución,
un espasmo vuelve a apurar
al miserable yacente
mientras vela y solloza
porque allí se alza el insomnio.
Y allí, por cabriolas del destino,
se asoma, se espanta y se petrifica
porque ha visto cercenada,
como aérea soledad,
un alma recóndita que, ahora,
es ansiada por demoníacas noches,
cobijo de la durmiente desesperanza,
de abrasados cuerpos
infierno súbito.
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