Intangible espíritu enrevesado, cansado y sofocado, por la ensoñación es su consuelo perpetuo y arduo estado.
El verano al igual que el vértigo alteró el recuerdo de aquel sensiblero amorío por medio de la desgracia y la espera, por cada caluroso crepúsculo tenebroso que no se anhela y por cada obscurecida, que desvelado por un ligero viento ilusorio frío perturbado e irrisorio de escalofrío sufrió, por lo que tanto se desea.
Seco ambiente despejado,
húmedo y resignado,
atribulado ser de ojos cafés,
llorosos más bien,
deprimidos también,
mohíno aspecto a su vez,
el ánimo tal vez,
pues vacío espacio de un lugar tórrido y desolado.
El comienzo de la aurora difundió los escasos destellos del sol y el día se ensombreció; densa neblina surgió y diversas nubes grisáceas, oscuras, lúgubres, más el cielo plúmbeo la memoria nubló introduciendo el borrascoso y algo aciago entendimiento por la difusa visión devorada por una confusa pasión, que permitió en cada madrugada un cálido abatimiento válido de la emoción temporal y ansia del mañana, de la que transcurrió con desesperación y añoranza,
se expresó la lluvia,
palabra esperanzada.
El premeditado acontecimiento paulatino que al tiempo después trastornó la temperatura, y el intenso reflejo de la luz que emitió disgusto sometiendo al cuerpo a su insoportable resplandor, imponiendo su desagrado a aquel rostro cabizbajo, que,
con insolación,
además,
empapado quizá,
no imaginó jamás,
todo el dolor que el inicio del otoño que con extrañeza amó, dio como resultado la miserable y acalorada consecución.
Verano plúmbeo, Carlos Triviño
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