Lo conocí hace años, a mediados de los noventa. En las galerías Wilson, en la época que me dio por los juegos de video. Éramos los dos fanáticos y misios, así que quedábamos cada vez para comprar. Un adolecente feliz, amigo como uno los puede tener en esa época, uno daba la vida por el otro y momentos no faltaron. Al ir creciendo comenzamos a frecuentar los lugares bohemios del Centro de Lima. Los bares a los que iban los funcionarios públicos, terminar a las cuatro de la mañana sentados con dos borrachos, gorreándole la cerveza. Piscos en el Queirolo, con los periodistas, matar la fiesta en las discotecas de los punkekes o en las polladas chicheras. De vez en cuando nos colábamos a tomar unos coctelitos en alguna inauguración municipal y luego casi siempre era noche de jarana en alguna peña de La Victoria.
Quedábamos para intercambiar juegos y luego para comprar e intercambiar piezas de cómputo. Como él era mataperros renunció rápido de la universidad y se puso a trabajar en un puesto de venta de computadoras, piezas y servicio técnico. Yo lo veía de vez en cuando, nos perdimos de vista una vez llegó internet y yo tuve que estudiar muy a mi pesar. De vez en cuando nos veíamos, se había conseguido un lugar en un tercer piso de la Plaza san Martín. Un sucucho de primera, pintado de oscuro y con rayones fosforescentes. Siempre cambiaba de hembra, pero no la sacaba cuando salíamos. A las tres de la mañana íbamos a su casa, una vez recorrido nuestro camino de siempre, ya habían desaparecido algunos antros de nuestra época. Pero el cambio no fue del todo malo.
Los dos éramos manipuladores profesionales, yo periodista y él Hacker. Yo en un diario importante pero con un sueldo de mierda, seguro social y de vez en cuando obligado a llevar corbata al trabajo. Él trabajaba en su departamento, del cual figuraba ya como dueño, estaba mejor pintado y con muchos lujos. Ahora vivía con dos mujeres, una belga y otra haitiana. Las había conocido en internet chateando, con un virus al match making de la empresa de citas. Entró al negocio cuando trabajaba en Wilson y trabo relación con Anonymus, o alguno de ellos, siempre me repetía que Anonymus no es una organización, sino un conjunto de Hackers que se reúnen a hacer conocer una información. En todo el planeta.
Allí mejoró sus habilidades de Hackeo y luego consiguió un trabajo en un casino por internet como programador y conoció el cielo. Robaba luego a los clientes por su tarjeta de crédito, lo hizo inventando un cargo, que como el casino se beneficiaba lo dejaron activo. Hackeó también varios intermediarios de compras por internet y para el mundial de Fútbol me llegó un televisor a casa. En la política se metió sólo lo justo. Hackeó el sistema de los registros públicos, con la ayuda de un topo. Así consiguió su departamento y además reveló a la prensa las propiedades de un expresidente, por valor de veinte millones.
Lo último que supe de él fue que lo encontraron muerto, lleno de drogas hasta la cien, ese fue el atestado oficial. Lo cierto es que vinieron a matarlo, unos asesinos contratados. Sus computadoras habían desaparecido y pude averiguar que la policía fue cómplice. Escribí su obituario en el diario: “ Muere de manera anónima un buen tipo, alguien que vivió acertadamente la vida como un juego y como un juego la vida misma lo aplastó.”
JAP.
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