Una flor de Sakura goteaba el rocío de la mañana, Nanako parecía observarla a través del vidrio de la ventana del auto. Eran finales de primavera y Tokyo se desprendía de sus últimas flores. Un viento frío corría esa mañana. Nanako tenía una corta faldita, de ese uniforme de marinero con el que estaba vestida, haciendo notar sus delgadas piernas perfectas, bien juntas las rodillas, el par de manos sobre el pecho y el ligero cuello ladeado, oteando el horizonte. Renjiro manejaba concentrado en la carretera, que cruzaba los campos de las afueras, algunas libélulas jugaban entre los altos pastos. Renjiro cambió el ambiente del momento y puso en la radio una canción de Tomoko Ogawa “Secretos de la noche”. La letra decía:
“Nunca más me preguntes
Que ocurrió anoche.
Te dejé dentro de mí
Como un secreto.”
Iban en dirección del monte Fuji, pasarían las vacaciones en un hotelito que él conocía en sus laderas. Renjiro salió del camino principal para estirar las piernas y comer algo. A Nanako se le veía un poco pálida con esa luz, Renjiro decidió entonces llevarla a un lugar al que iba con sus padres de niño, un pequeño parque cerca de allí, de donde se veía todo el volcán en su totalidad. Renjiro detuvo el auto, saco la silla de ruedas del maletero. Ayudó a Nanako a vestirse la casaca. Rodeó su espalda y la cargó, llevándola a la silla de ruedas. Luego le cubrió el cuello con una bufanda y le regaló una sonrisa. Nanako llevaba la cámara de fotos colgada. Posaron para una instantánea y luego, Renjiro estuvo feliz de fotografiar a Nanako en diferentes poses, la ayudaba con la postura y le colocaba los brazos donde la hicieran más fotogénica.
A Nanako se le desarregló el pelo al volver de la sesión fotográfica, su metro y medio de estatura entraba muy bien en el butaca, pero Renjiro se obcecaba en ajustarle bien el cinturón. La expresión de Nanako no era de alegría, sino de una infinita calma, con la mirada profunda e inmutable, siempre viendo hacia el infinito. Aparentaba unos dieciséis o diecisiete años. Renjiro paro nuevamente el auto para revisar los neumáticos, la barriga la tenía pesada y la espalda le incomodaba. Se acercó a Nanako y le arregló el cabello con un cepillo, le puso un lazo y le acaricio la mejilla, compasivamente. Cantó otra estrofa de la canción:
“Estoy dejando en este momento,
Mi vida en tus manos.
Y así soy Feliz”
Llegaron al hotel dentro de un bosque, Renjiro empujaba la silla de ruedas donde iba Nanako. Tomaron la habitación nupcial y él pidió té. Una vez en la habitación Renjiro recordó su niñez y cuando venía con sus padres, de esos días habían pasado varias décadas. Ordenó entonces el equipaje, abrió las cortinas y se descubrió un paisaje estupendo, con el monte Fuji en su esplendor. Habló sin parar y Nanako sólo escuchaba, mirándolo a los ojos pareciendo retener toda su atención. Renjiro entró al baño y comenzó a preparar el Ofuro, la habitación pronto se llenó de vapor. Estaba entusiasmado con este primer viaje con Nanako. Se desvistió y comenzó a desvestirla a ella, la llevó en brazos al Ofuro y entraron juntos al calor del agua. Con una toalla Renjiro sobaba el cuerpo de Nanako y le contaba sobre su niñez y el significado de su nombre, que era “honesto”.
“Nunca más me preguntes
Que ocurrió esa noche.
Y continúa sosteniéndome
En ti suavemente”.
Bañados y desnudos se volcaron en la cama, Nanako dejaba ver sus curvas perfectas, su cadera era como dunas y sus pechos turgentes. Renjiro comenzó a confesarle todo el amor que sentía por ella, mientras se frotaba sobre el cuerpo de Nanako, llenándola de sudor. Nanako se agitaba y era movida muchas veces de manera violenta, pero ella no sentía dolor, su piel de latex, sus cabellos sintéticos y su estructura de plástico articulado hacían de ella una confiable muñeca sexual.
“Nunca más me preguntes
Que ocurrió esa noche.
Solamente te excité
Pero nada más pasó.”
JAP.
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