Morocha y su perra

Morocha y su perra

JAP

10/04/2019

Los hechos más fantásticos, de la vida, no tienen que ver, con la edad, la inteligencia, el dinero o la especie. La amistad es una prueba de esto, siempre es gratis. Recuerdo cuando conocí a Morocha y su perra. Fue en su primer viaje al Perú, un periodo de 4 años. Su encuentro fue fortuito, por el malecón de chorrillos, en un día de verano. Correteaba la cachorra en las faldas de Morocha. Y ella no pudo resistirse, se la llevó a casa a pesar de las contras de su marido y los ruegos de sus dos pequeñas y adorables hijas. Les enseñaría a todos que ella se haría cargo y la perra lleno de ternura la casa.

La cachorra creció y en un momento de felicidad y vinos, aceptó cruzarla con el cocker spaniel de un amigo, de nombre Mango. Los frutos de ese amor, de esa amistad, complicidad, de dar nuevamente vida, fueron unos ocho cachorritos. Que fueron acurrucados, en la lavandería del departamento, con colchas, frazadas y un calefón. Una nació muy débil y no podía cagar. Estaba condenada a muerte. Morocha se remangó e hizo todo por curarla, la cachorra ni podía caminar. Los hermanos fueron regalados a amigos y familiares. Pero la estreñida no. Morocha se quedó con ella, pero no era suficiente lo que hacía, así que la madre se acercó, la apartó un poco a Morocha, comenzó a lamerle y lamerle debajo de la cola, dos horas después cagó. Desde ese día Morocha y su perra dejaron de ser ama y mascota y se convirtieron en compañeras.

Compartían la condición de madres y criaron a sus crías de la mejor manera, las niñas se convirtieron en hermosas jóvenes de carácter decidido y alegre, una se fue a vivir a Nueva York y otra estableció un negocio en La Plata. La cachorra estreñida se convirtió en una perra con gusto por la vida, exaltada y alegre. De cuando en vez los hijos de la perra la visitaban y con ellos venían los amigos o la familia de Morocha.

La vejez de la perra fue tranquila y placentera, se tiraba en el suelo como un trapo y disfrutaba de las conversaciones que teníamos con Morocha y su marido. Te acariciaba la pierna al momento de la picada y le tirábamos un jamón o un queso para que comiera. Yo tenía que saludar a la perra al llegar, pues en el escalafón familiar yo era una visita y ella la dueña de casa. Media sorda, media ciega fue al final un bulto de afecto de gran presencia.

Morocha lloró su partida y le agradeció todo lo aprendido y la compañía. Después se mudó al mar y vio los atardeceres caer mientras la estreñida jugaba en la arena.

JAP.

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