En la aldea Bare, en la noche más corta del mes de junio, a orillas del río, tres mujeres danzaban alrededor de una hoguera, en formas cónicas o laberínticas, llenas de pasión, o de rabia o de un intenso sentimiento que hace la sangre hasta púrpura, danzaban por no explotar. Son las descendientes de unas nómadas artesanas que viajaban por todo el continente, tejiendo cuero o esculpiendo el más fino barro para las clases pudientes. Judea, Iris y Etrea, eran hermanas de una misma familia.
Cuentan que también son herederas de visiones cósmicas, previsoras de augurios y amantes de un mismo hombre. De tal conquista, en Bare, lugar donde habían decidido descansar, Arsenis frecuentaba su lecho entre los meses de mayo y junio. Cerca del río, dos noches antes, vio aquellas mujeres, al quedar vistas por la luz de la luna, sus pechos cubiertos de plumas blancas como segunda piel, permaneciendo inalteradas. Etrea de un saco marrón llevó hasta el río un mortero cuadriforme y allí amasaba hierbas y lociones de olor amargo. Sumergidas ya en el agua, Arsenis regresó a su casa. Los dos días siguientes no encontró ningún fuego en su cuerpo para desearlas. Las hermanas sabían que, sin su contacto carnal, la profecía acabaría cumpliéndose, plumas se deslizarían a lo largo de todo su cuerpo y otros cielos volarían para siempre.
Tal era la profecía que Arsenis fue el elegido por el ser único herrero de la aldea. Según los acuerdos alquímicos, el hierro, representaba el aire y el planeta Marte. La fuerza viril del astro, haría retrasar en ellas su condición de ave migratoria.
En el último consejo de aprendiz de la alquimia, para conquistar el consagrado reconocimiento, deberían mezclarse con un poder carnal relacionado con dicho metal en una duración de dos años que se completaría en la noche más corta de junio. Poco a poco las hermanas desvanecían sus deseos, necesitaban pasar durante la última semana todas las noches con el mismo hombre.
Arsenis cada vez más delgado, lúgubre y sombrío quedó en otro mundo, ausente de su existencia como herrero, no había en él rastro de virilidad ni fantasía erótica.
Llegada la noche más corta, Judea alzó una antorcha junto al río, dispuso ramas, semillas y un aroma de sabor amargo y chupó el cuerpo de Arsenis. Etrea removía elixires y placebos sacados en últimas subastas zocales. Frente a la luna, Iris veía su cuerpo estremecer. El cuerpo del herrero soportaba los golpes de las llamas centelleantes, oxidando sus huesos perpetuados en aquel suelo como armadura fija de hierro. La danza de formas laberínticas y cónicas dejó una imagen de aves aladas, sobrevolando el lugar.
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