Si hubiera tenido la oportunidad de vivir una vida como esta; hubiera preferido nunca haberla vivido.
Mientras los traductores de mierda siguen haciendo mis escritos en inglés, yo sigo recibiendo dinero de japoneses esclavizados que están bajo los sótanos húmedos y olorosos de esta ciudad.
Puedo acariciarlos si envío treinta dólares a la semana, es lindo.
Un día conocí a Yong Huing, un niño de doce años que era esclavizado por las grandes editoriales y platiqué con él. No parecía ser Japones pero si que parecía asiatico.
-Sáqueme de aquí, señor, por favor. – Me rogó.
-Aún no. Tienes que terminar novecientos treinta y nueve escritos míos más, pequeñin. – Le dije.
El pequeño Yong murió antes de completar los cuatrocientos escritos.
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