Mi aventura comienza de la misma forma que comienza un borrador, algo sucio y sin apuntalar. Cuerpo joven en alma vieja y esa clase de gilipolleces que atormentan a nuestra generación, tan vacía como entusiasta y tan nueva como desechable. Hablan mentes prodigiosas de una luz al final del camino, de una maduración del espíritu y la persona, nada más lejos de la realidad somos tan humanos del principio al fin. Acabamos muriendo más que viviendo y callando más que hablando.

Pretendemos, siempre estamos pretendiendo, que cuestiones de poco interés como pueden serlo, entre otras, mirar el mar desde un saliente rocoso, se transformen en algo romántico. De la misma forma que pretendemos que la escritura solamente por ser escritura sea algo épico.

Sintiendo y padeciendo a veces más y a veces menos, empiezo mi historia desde la ciudad que me vió nacer, desde un barrio humilde y siendo un chaval cualquiera que deambula sin buscar la perfección. Con alguna falta de ortografía y siempre viviendo de prestado. El hastío me agota y a mis veinticuatro años presiento que mañana me costará lo mismo levantarme y que aún así lo haré más temprano que el dueño del bar de abajo.

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