Cuchillo en mano se adelantó y lo puso frente a la cara de quien iba caminando, vio el terror en sus ojos. No emitieron sonido alguno por segundos, hasta que se decidió a hablar pidiéndole que sacara todo el dinero.
Aquel hombre bajito vestido con pantalón de mezclilla, tenis blancos sucios y una sudadera gris mugrosa, metió las manos en las bolsas del pantalón, sacó unos billetes, que de inmediato se los dio, monedas y nada más.
Se quedaron viendo fijamente, uno con terror, el otro desconcertado.
Apretó con fuerza el mango del cuchillo y lo acercó al pecho, sin decir nada, sólo mirando. Aquel sujeto estaba más que aterrorizado, el miedo le salía por los ojos, metió las manos a la bolsa de la sudadera y sacó su celular, un teléfono anticuado, viejo; estiró la mano y se lo ofreció, al ver que no obtenía respuesta movió a mano en ademán de ofrenda, de suplica, de ruego porque lo tomara y lo dejara ir en paz, sólo faltó decirle Por favor.
Con la mano libre tomó el aparato y lo vio, sabía que no valía nada y sabía que tenía que apresurarse, la calle, aunque muy poco transitada y sin iluminación, no era el lugar más seguro para que siguiera ahí, en cualquier momento podía pasar alguien más.
La situación lo había orillado hasta ese punto, sin trabajo hacía casi dos meses, sin dinero ya, con dos hijas a las que no veía hacía más de 6 meses y con las que no hablaba hacía unas dos semanas, los reclamos de la madre de ellas, la desesperación de no encontrar trabajo fijo y estable, de hacer chambitas siempre por unos cuantos pesos lo habían hecho decidirse por hacerse de un “ingreso” extra con lo único que no había intentado, robar.
La situación se tensaba más, él ya no sabía qué hacer y el otro hombre se notaba que quería acabar con eso para poder irse.
Movió la mano para retirar el cuchillo lo que provocó que el hombre gritara y se echara al suelo, se puso a llorar y le pedía que no le hiciera nada, que no lo lastimara, que por favor tenía que regresar a su casa a ver a sus hijos, que uno de ellos estaba enfermo, que su esposa estaba trabajando aun y él tenía que cuidarlos, que si no llegaba se iban a preocupar y que por favor lo dejara ver a sus hijos, las lagrimas escurrían por sus mejillas, juntaba las manos y las apretaba con fuerza suplicando, mientras él recordaba que alguna vez tuvo familia.
Aventó al suelo el dinero y el celular, el hombre dejó de gritar y vio como aquel que lo amenazó se enterraba el cuchillo en el corazón.
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