Yo estaba en mi piso cuando pasó. Estaba escribiéndole a Eduardo. “ ¿Qué tal che? Hace tanto que no nos vemos!”.
Mientras estaba escribiendo esa línea, esa misiva de comunicación, retejiendo ese hilo de amistad que me unía a Eduardo, escuché el ruido. Fue como si una pelota se hubiera caído en el piso de arriba. Al principio no me preocupó. Pero después no sé qué sustancias en mi cerebro empezaron a acelerar a través de no sé qué circuitos de mi materia gris y pronto empecé a preguntarme qué tipo de ruido había sido realmente. No, no fue como una pelota, no pareció rebotar. Además, la señora que vivía arriba, no jugaba a la pelota. De eso estaba totalmente seguro. No es que ella me lo hubiera dicho alguna vez: “No, yo no juego a la pelota”. No. Pero es ese tipo de afirmaciones que uno hace de la gente que te rodea. Por su edad, por su estilo de vida, porque no parece el tipo de persona que le guste el futbol, porque no parece que esté en buen estado físico. Qué se yo. Pero estoy seguro. Hasta pondría las manos en el fuego, que esa señora, esa señora no juega a la pelota, y mucho menos dentro de su pequeño departamento.
El barullo hubiera parecido ser de algo mucho más pesado, algo con volumen. No fue un ruido seco, de algo duro, con bordes agudos, al contrario, parecía algo amorfo, algo blando, algo pesado. Y así, muy de a pequeños pasos, como si fuera una de esas novelas de Agatha Christie, descartando lo más increíble, eliminando lo más improbable, llegué a una conclusión. Así, rapidísimo, empecé a hacer un mapa en mi cabeza de lo que había pasado: alguien se cayó en el piso de arriba. Y como la señora de arriba vive sola… pocas opciones quedaban. ¿Qué hacer? La señora de arriba, mi vecina, no es la persona más convivial del mundo. Más de buenos días, no le da a nadie cuando entra en el ascensor. No sé si tiene familia. No sé si tiene amigos. Jamás la vi con alguien. Pero yo no soy la mejor persona para saber detalles de la gente. Yo tampoco digo más que buenos días en el ascensor a mis vecinos. Para variar a veces digo, “Hola”, o digo “Buenassss”. Pero después me callo y desvío la mirada. Miro a mi celu, al techo, al espejo, a mis uñas recién cortadas. Miro a cualquier cosa, con tal de no mirar a la gente en la cara. Claro, me desvié por la tangente! Enfoquemos nuevamente.
Aquí yace mi problema, en realidad, parece que yace arriba mío. Qué hacer. Desde que escuché el estruendo, como si fuera una gran bolsa de papas todas juntas cayendo, no se oyó algún otro ruido. Es decir, desde que se cayó, la señora, otra persona o una bolsa de papas, ningún otro ruido demostró que la señora u otro sujeto se levantara del piso para ir al baño, para sentarse en un sillón, o para ir a la cocina a cocinar las papas que se le habían caído.No. Ningún otro ruido. En realidad nunca había mucho ruido. La señora de arriba era una buena vecina en ese sentido. Pocas veces habré escuchado la televisión, o habré sentido el piso vibrar cuando usa la lavadora durante el día. Y jamás escuché gritos, peleas, juegos de pelota, cantidades de muebles moviéndose de un lado al otro. Jamás.
¿Ves? Jamás la oí jugar a la pelota antes tampoco!
A quién llamar y qué decir.
Si llamaba a la policía, y les decía, “Buenos días oficial. Mire, yo estaba escribiendo un WhatsApp a mi amigo Eduardo cuando oí un ruido en el departamento de arriba, como si alguien se cayera.” Y estoy seguro que me preguntarían, “ ¿Y usted conoce a su vecino? ¿Quién es ese tal Eduardo?”. La respuesta sería, “No, no conozco a mi vecina. Nos decimos buenos días, cuando nos encontramos en el ascensor, pero nada más”. Y me preguntarían “ ¿Y qué quiere usted que hagamos? Si no nos llaman por socorro, no podemos ir y tiene que ser un familiar, al menos un conocido.”
Si llamaba al portero y le decía, “Buenos días Juan. Mirá, yo estaba escribiéndole una carta a mi amigo Edu cuando oí que la señora de arriba se cayó y no se levantó”. Y estoy seguro que me preguntaría, “ ¿Y Don, que quiere que haga yo? Estoy comiendo. Yo no puedo ir a levantar a toda la gente que se cae en el edificio. Mañana paso. ¿Si es urgente, porque no llama a la policía?” Me revienta cuando Juan me llama Don. Es como si estuviéramos todavía en los 1800s. Juan habla como si fuera un personaje del Martin Fierro…o de Minguito.
Al portero no, a la policía no. A una ambulancia tampoco, no sé qué cobertura ella tiene. A los bomberos menos que menos. “Ma sí”. Si la verdad ni la conozco!
Sigo escribiendo en mi WhatsApp. “ ¿Edu, gordito, nos encontramos a tomar un cafecito esta tarde? Dale!”.
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