Ibas descalza.
El sol brillaba,
las lenguas distaban,
y tú, desorientada, continuabas.
Era otra ciudad,
otros apellidos,
otras fronteras por cruzar.
Ibas sin nada.
Y conducías una esperanza
que brotaba
innata,
febril,
de tus entrañas.
Lo necesitabas.
Y susurrabas
al viento
que te ayudara;
que recogiera
las perlas del mañana,
y te las mostrara.
Te desprendiste
de los bocetos,
que te desperfilaban,
e ingeniaste
un nuevo cuadro
sobre el que alzar las alas.
Despertaste,
Adeline,
y te viste.
Corriste hacia ti,
y vibraron hacia ti,
y fluiste
con los cuerpos,
y te repusiste,
a los encierros.
Aprendiste de los himnos al amor,
y le hablaste al frío del calor,
y a tus huesos del perdón.
Despertaste,
Adeline,
y te viste.
Y te atreviste
a la libertad.
Descalza
y sin nada.
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