Para ella no había caricias ni Navidades, ni mimos ni golosinas, sólo indiferencia y golpes cuando las monedas que traía no alcanzaban.La desdicha la envolvía al ver pasar a las nenas con su guardapolvo blanco y sus muñecas en los brazos.No sabía lo que era tener una maestra, jugar en los recreos, reír haciendo bromas. Su mundo era cruel, oscuro, morboso hasta el punto de querer matarse una noche cualquiera, con frío, con calor, daba lo mismo. Desaparecer, irse, desvanecer su imagen en un basural o en una plaza, no existir, no darse el placer de tener sueños, ilusiones, esperanzas. Nada, ella era nadie, un fantasma que sólo deseaba esfumarse.
Pero llagó a los dieciséis años y algo cambió, algo que le hizo tener un anhelo, llegó a dolerle mucho la cabeza y eso la llevó a creer que era de tanto pensar, de tanto maldecir, de tanto envidiar. «Sí, es eso» se dijo. Y ahí comenzó el cambio…
Nunca pensó que tan pronto se vestiría de blanco, rodeada de sus familiares y amigos, era lo que había soñado, el salón, las flores, la esfera luminosa pero tenue que alumbraba a mitad de camino. Alguien apretó el botón que sonó suavemente, se abrió la puerta y vio caras conocidas, ella ya estaba preparada para el gran momento, emocionada entrecerró los párpados lentamente, suspiró y entre murmullos dijo: «Gracias, cáncer».
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