De Corrientes, pilcha blanca y roja.

De Corrientes, pilcha blanca y roja.

El portero de la estación pasó silbando un chamamé con el termo bajo el brazo y en la mano un mate de porongo que por sus proporciones bien podía oficiar de galera en caso de urgencia.

-Bueno’ día’ lo’ muchacho’ dijo, chaque enseguida llega la gente y si no le pisan la cabeza andan cerca. (y soltó una risa cómplice)

Yo me estire, sin notar que a mis pies dormía Juan sobre una ponchada vieja, le di tremenda patada en sus costillas, más que suficiente fue para que se despierte, gimió de dolor y dijo.

Añamembú, cuidapue tu pata, me re dormí chamigo, qué hora e’ me dijo.

El portero que seguía silbando kilómetro 11 murmuró.

-ya pasoo tu tren al Liebig (dijo, mientras me guiñaba un ojo)

Debió ser como las 6 de la mañana porque recién comenzaba el movimiento en la estación de Virasoro, algunos menchos a los sapucay se acercaban, mientras que un viejito con una bolsa que de a rato cobraba vida y se movia, lo que parecían gallinas, o algun otro plumífero.

Con la cabeza como trompo, nos levantamos y fuimos a lavarnos la cara al baño.El “Carpincho” al ver a Juan soltó una carcajada.

– no podés Juan…con razón no enganchaste ninguna guaina, mira tu ropa dijo, señalando lo que la oscuridad había ocultado, manchas de sangre en la rodilla y la camisa blanca se confundía con su ponchada colchón del anden.

(Juan que era de pocas pulgas ahí nomás le metió una trompada en la costilla).

-Fue tu culpa añamemby, vos te cruzaste en mi camino y aterrice.

(nos miramos y al unísono soltamos una carcajada que sobresaltó al abuelo de pollos embolsados, que dormitaba en una butaca al lado del andén)

Por aquel entonces los bailongos eran muy contados en Liebig había uno en algún casorio, o en la fiesta de la virgen,Así que si queríamos bailar teníamos que ir hasta Virasoro, a unos 35 km. Y solo llegabamos en tren.

Aquel viernes cuando terminamos de descargar el camión de Stazuk y el polaco nos pagó “Carpincho” dijo.

Gurizada esta noche a virayork.

Y todos en una seña, asentimos al convite. Si pue! fue la respuesta

Así que cada uno fue a su casa a pituquearse rápido porque a las 8:00 pasaba el tren.

-7:30 en lo de “ña Besli” dijo Carpincho, (aludiendo al barcito de copeo. Que estaba a la entrada del pueblo.) Me preparé a las corridas, y sali para el encuentro,

El “Carpincho”, Pedro y yo llegamos primero, ya oscurecía, pero no fue difícil divisar de lejos a Juan que bien chusco se acercaba. La polvorienta calle de tierra roja soñaba darle un abrazo fraterno a la blanca y pulcra camisa que el vestía. Combinando con un pantalón al mismo tono.

-Ala Ita Juancho donde vas tan chusco. (dijo entre risas el Pedro que llegó corriendo)

– Voy a arrasar con las guainadas. Dijo Juan, mientras reíamos nos sobresaltó la estruendosa bocina del tren, que estaba atravesando el puente negro, a unos mil metros, y por el viento al pasto elefante, divisamos la formación se acercaba.

Sin pensarlo nos miramos y desesperados arrancamos en una alocada carrera hacia la estación que distaba de unos 500 metros. Esos pocos segundos fueron eternos. Ya llegando al higuerón que precedía a las vías, a unos metros de la estación, “Carpincho” en su desesperación por acortar camino, (pues el tren ya ingresaba al andén), se le cruzó a Juan por el frente, y en el intento de desviarlo, se tropezó hundiendo toda su humanidad en la gruesa capa de piedra molida y polvareda roja, que tiñó con oxido de hierro, verde de yuyos y sangre su pilcha de baile, con el rostro embarrado por el sudor y polvo, alcanzó a gritar a ¡añamembuy!, con los ojos vidrioso teñido por la tierra roja pero con sus ganas de parranda intactas.

Yo le pasé la mano para ayudar a que se reincorpore. Y “Carpincho” le grito: ¡vamos chamigo! mi metele pue, ahora arreglamo´ tu chiripá.

Al llegar a la estación, el tren ya comenzó a carretear, pero alcanzamos a subir de polizontes al último vagón. Como siempre debíamos tratar de que el “picaboleto” no nos vea, y escabullirnos antes que arranque la formación, porque una vez que tomaba velocidad ya no importaba, porque ahí salíamos del escondite, y sus regaños no hacían efecto. Ya que en estos casos, su obligación de bajarnos en la próxima estación, y esta era ya más que suficiente pues era Virasoro nuestro destino.

A las 9 de la noche más o menos llegamos a la estación, allí caminamos unas 30 cuadras hasta la casa del tío de Pedro que le había prometido a Juan que ese tío era macanudo, “y seguro te va a prestar una camisa, te cambie ya está” (le había dicho).

Porque durante el viaje intentamos lavar la camisa en el baño del tren y “Carpincho” sostenía la camisa en la ventanilla para que el viento secara, pero fue inútil ya que el barro y la mancha de sangre imposible fue quitar con el débil chorrito de agua del baño del tren.

Luego de un rato, llegamos, a una casa que estaba en penumbra de un lampiu, Pedro aplaudió la mano y una jauría de perros salió a su encuentro, del fondo un grito acalló los ladridos, y arrastrando una alpargata salió un gentecito que a Juan le llegaba al codo

– Hola tío, (saluda Juan y le explicó su brillante idea de prestarle la ropa a Juan), el señor estalló en una carcajada,pero chamigo le dijo, mi ropa no le va a quedar a este gente y pichados volvimos para la pista.

Así que Juan con la rodilla y el pecho raspado, rengueando y con la nariz pelada “chamamaceo” toda la noche,la verdad no puedo afirmar ni negar sí consiguió una guaina para el zapateo, yo me perdí entre el gentío.

Pero como todos los viernes fue una realidad el Bailongo, y Liebig no podía faltar a esa cita.

Y hasta ahora, cada vez que suena Cocomarola y un sapucay rompe el silencio, en mi mente aún hace eco el silbido del portero, la bocina del tren, y la aterrizada de Juan, me duele tanto como la patada que le metí en su costilla en aquella resacada mañana.

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