Ciertas veces en el día podía recordar ese sonido. Esto porque el reloj de mi abuelo me ayudaba. Un tic tac que tenía la sustancia universal de los relojes. Parecía crujir en mi habitación. Como chocando con las cuatro paredes y disolviéndose al enfrentar el madero de mi velador, las puertas de mi closet, la pantalla de mi televisor, la vela y el florero de mi velador, los zapatos en el piso. El sonido parecía recorrer cada centímetro de mi habitación e incluso mover la llama de mi vela. Empujándose con cada nuevo tic y reventando en todo el ambiente con cada tac. El reloj era como el personaje principal de mi habitación cuando llegaba la noche y me hacía recordar el otro tic tac, uno que provenía del pasado ubicado en sonidos en algún lugar de mi mente. Con ese tic tac de mi habitación el pasado retornaba intacto. Podía percibir las sensaciones que antes cuando niña sentía mientras lo escuchaba desde la sala de estudio de mi abuelo. Él siempre tenía al tiempo encerrado en su reloj. Era rojo. Con dos campanas que resonaban a las 6 de la mañana y unos punteros amarillos. Era, para la época, un reloj moderno. Él lo había conseguido en una tienda de artículos modernos que aún no salían a la venta. De alguna forma se hizo amigo del dueño de la tienda y este le facilitó el precio y la venta del reloj. Algo que por esas fechas era algo inusitado.
Por cada tic tac que suena ahora en mi pieza, el recuerdo de mi abuelo y de mi familia en esos años llega a mi pecho. Lo puedo sentir abrazándome. Como hurgando en mi alma para encontrar una salida y así salirse de allí, de esa viscosidad espiritual, para luego tomar preso a mi cuerpo. Es un recuerdo intacto. Y no sólo con el reloj de mi pieza lo puedo sentir. Porque ya ni siquiera es rememorarlo, sino que lo puedo sentir en todo mi cuerpo. Y cada reloj me ayuda a sentir esas mismas sensaciones que percibía cuando era una niña. Con mí vestido amarillo de finas rayas negras. El que siempre usaba luego del colegio. Mi madre me lo ponía porque le gustaba decirme << abejita >> Yo me lo ponía y al instante sentía las ansiedad por salir a jugar a mi jardín. Donde el abuelo se sentaba a fumar y a esperar a que el tiempo se apagara. Pero, incluso desde el jardín, a veces el tic tac de su reloj podía oírse. Cada vez que yo escuchaba el tic tac y veía a mi abuelo, sentía que él era el dueño del tiempo y que podía encerrarlo en su reloj. Yo pensaba que mi abuelo tenía una suerte de poderes especiales. Poderes que otros no tenían. Y ese reloj ayudaba a que mi imaginación lo creyera posible.
Muchas veces lo vi en el jardín y los sonidos de mis manos rozar los gladiolos y las ramas de las ligustrinas, más mis pasos en la tierra, se mezclaban con el tic tac del reloj. Por eso cada vez que me encierro en mi habitación a dormir o a descansar, me preocupo de darle un tiempo de percepción a la maquinita del tiempo. Que es el mismo de mi abuelo. Lo tengo desde su muerte. Tiene el mismo tic tac, pero ya no parece encerrar al tiempo, sino que parece contener los recuerdos del pasado. Mis recuerdos. A veces imagino los engranajes del reloj. Como pequeños metales finos que tienen la capacidad de absorber la naturaleza del tiempo. Es lo mismo que sentía cuando era pequeña, pero ahora de manera más clara. Tan sólo cuando niña el tic tac absorbía mi atención y me mantenía elucubrando razones que recién hoy, a los 50 años, puedo verbalizar en los almuerzos de domingo, cuando con mi madre y mi abuela le hablamos a mis hijos sobre su abuelo. Al que no pudieron conocer.
Ese mismo tic tac me hace recordar el día de su velorio. Estábamos en una capilla de mi pueblo y todos vestidos de negro lo velaban. Yo no entendía porque lloraban. Se lo preguntaba a mi madre y a mi abuela, pero nada me decían. Tenía 7 años por esa época. Tenía un pensamiento mágico muy desarrollado, por lo que volví a nuestra casa y tomé el reloj del escritorio del “Tati tic tac” – así es como yo le decía a mi abuelo. La luz de la mañana entraba por el ventanal y un rayo de sol se reflejó en el vidrio del reloj, casi quemándome los ojos. Antes de que el destello me distrajera, me lo llevé a la capilla y lo puse encima del ataúd. Al principio nadie lo notó porque estaban ensimismados en su pena y dolor, pero luego de unos minutos alguien, no recuerdo quien, se preguntó porque había un reloj allí. De seguro se lo preguntó a alguien que estaba a su lado llorando o pensando o recordando la juventud de mi abuelo, y ese alguien se escandalizó y se puso de pie casi furibundo. No recuerdo su nombre. Pero ese alguien era un hombre que llevaba un sombrero gris que desteñía de su frac negro. Sus zapatos rechinaban brillo de lo limpios y el sol parecía estar ensañado con ellos. Ese alguien se puso de pie, como dije, y se acercó al ataúd. Miró a todos lados y llamó a mi abuela. << Lucila ¿Qué hace este reloj aquí? Pero que desfachatez… >> Le dijo a ella. Mi abuela Lucila tenía tanta pena que no le dio importancia. Lo tomó y lo mantuvo en sus manos mientras volvió a su silla. A llorar. A sentir el dolor de una pérdida. El señor pareció olvidar su disgusto y volvió al lado de quien se preguntó que hacía un reloj sobre el féretro de mi abuelo. Mientras, yo me acerqué a mi abuela.
- – Abuela ¿me das el reloj del abuelo? – le dije mirando sus ojos pardos.
- – ¿Tú lo trajiste? – me dijo.
- – Sí – le dije denotando insistencia por el objeto.
- – ¿Pero…porque lo dejaste ahí? – me dijo mirando el ataúd.
Es que el abuelo atrapaba el tiempo. Lo necesita para despertar… pon la alarma, abuela.
Mi vestido negro rozó sus rodillas y antes de responderme me reacomodó el pañuelo de mi cuello.
Algo hizo crujir el corazón de mi abuela. Podía sentirse en toda la capilla como un verdadero tic tac. Y era que mi comentario le produjo tanta ternura en su pecho que luego se transformó en tristeza y luego en dolor. De manera casi inconsciente me entregó el reloj con rostro conmovido. Yo no supe que hacer. Pero, como niña mimada que era y soy aún, me acerqué y la abracé. Mi madre, que estaba a su lado, no pudo contener un llanto. Le tomó la mano a mi abuela y tuvo que agarrar sus lentes en el aire. Se le estaban cayendo. Por algún minuto olvidé las intenciones de dejar el reloj en el ataúd y me avoqué a consolar a mi madre y a mi abuela.
La capilla era de madera nativa. Había sido construía en los años 50 por un arquitecto que provenía del sur de Chile. Tenía unas bigas a la vista muy gruesas. El piso de madera. Las paredes y los pilares que se enfilaban desde la puerta principal hasta el altar también de madera. Y las bancas, también. Tenía 10 ventanas redondas. 5 por cada muralla y en la muralla que estaba en el altar había un bistró muy colorido con la imagen de Jesucristo. Las bancas ese día estaban a medio ocupar y casi todos estaban de negro. Yo no entendía el porqué. Menos el porqué de mi vestido del mismo color. Pero parecían tener la misma razón.
Después de consolar por un rato a mi madre y a mi abuela, las ganas de dejar el reloj en el ataúd volvieron. Como pude me zafé de sus brazos y me acerqué al ataúd. Lo dejé allí y volví a mi abuela. Mi madre no entendió mis intenciones y me retó en medio de todos. Subió la voz y se pudo escuchar en toda la capilla. << Pero niñita ¿Que haces? ¿Acaso no respetas a los muertos? >> Me dijo. Luego se puso de pie y el piso de madera crujió. Caminó hasta el ataúd y sacó el reloj sintiendo un dejo de vergüenza y arrepentimiento por haberme gritado en medio de toda esa gente de negro. Pero mi abuela la detuvo antes de que llegara a nuestro lugar. Le dijo que lo dejara. Que no le preguntara el porque, que sólo lo dejara allí. Que lo hiciera por la memoria de su padre. Mi madre no entendió en ese minuto. Lo entendió a los días después, cuando mi abuela le explicó todo. Mi abuela me siguió el juego y le hizo caso a mi imaginación. De alguna forma ella creyó que mi abuelo necesitaba del sonido del reloj.
Entonces aún lo tengo en mi pieza. Lo escucho todos los días y para mi es como una maquina del tiempo. Me hace remembrar el pasado, cuando mi abuelo estaba vivo. Y casi puedo verlo fumar en el jardín, mientras el tic tac del pasado sigue andando y encerrando el tiempo en mi habitación.
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