Leufú Hábitat: Capítulo 3

Leufú Hábitat: Capítulo 3

Rodrigo Reyes

26/02/2019

CAPÍTULO 3

Nancy

Niña

Siempre había confiado en él. Desde muy pequeña, su padre representaba el mundo para ella. Comprendía que él extrañaba tanto como ella a la mamá. La última noche en la que ella había estado en la casa, no se cansaba de mirarla. Cada vez los visitaba menos por lo que trataba de memorizar los detalles de su rostro cunado la veía. Aún era joven pero sus ojos hundidos en las cuencas destacaban las ojeras y algunas arrugas que no provenían de la edad. Su pelo siempre estaba húmedo, sudaba a pesar del frío, tal vez por el abuso de la botella que siempre tenia en su mano, o quizás por la falta de ella. Cuando mas pequeña disfrutaba del estado alterado en que solía estar su madre, se ponía mas divertida y le ponía mas atención, pero con el tiempo se fue retrayendo, perdiendo peso y cariño. Su cuerpo drenaba grasa y músculo, y a Nancy le parecía que también consumía su corazón. Se prometió jamás acercarse a una aguja, porque te llenaba de un veneno que te carcomía de a poco. A pesar de lo inexpresivo de su mirada, siempre pudo reconocer sus propios ojos en ella. El verde pardo profundo que disfrutaba también cuando se peinaba en el espejo. Antes, ella la peinaba, pero tuvo que aprender a hacerlo sola cuando se cansó de andar despeinada y que sus amigas se burlaran.Pero esa noche todo fue como antes.

Cenaron todos juntos en la mesa, pollo asado con papas fritas, su comida favorita. Algunos comentarios graciosos adornaron la sobre mesa, junto con el vino tinto. Estaban tan contentos, que incluso le sirvieron una copa a ella que con esfuerzo pudo beber de a poco. Sus padres cruzaban algunas caricias que los llevaron a decirle a Nancy que ya no era hora para que una niña estuviera despierta.

Recostada en su cama aun podía escuchar las risas entre ellos hasta que unos segundos de silencio le espantaron el sueño. Están recogiendo la mesa, imaginó Nancy ante el ruido de la losa y cubiertos. Lo mejor sería continuar durmiendo, no molestar, sus padres tenían razón, ya no era hora para que una niña estuviera despierta. Alguien movió la mesa y el ronco crujido la puso alerta. No lograría saber que sucedía desde su habitación. Se levantó sigilosa, no quería que la castigaran por desobediente.

Bastó que abriera la puerta para escuchar los suspiros. No era la primera vez que los oía, pero nunca tan presente. La curiosidad era demasiada como para respetar la privacidad. Avanzó por el pasillo silenciosa, hasta que oculta en la oscuridad logró verlos. Su madre estaba sentada sobre la mesa con las piernas abiertas y la falda subida, abrazando a su padre por las nalgas apretándolo hacia ella. El estaba de pie, con los pantalones abajo, embistiéndola. Nancy quedó perpleja, había visto situaciones similares en documentales de animales, pero recién con doce años aun no despertaba esa curiosidad. Para ella, el ritual se daba exclusivamente por sobrevivencia, entendía que la reproducción dependía de que un hombre le dejara una semilla a una mujer en su interior, pero sus padres le habían dejado en claro varias veces de que no le darían una hermanita. Preguntándose por qué razón entonces estarían haciendo eso, de a poco su cuerpo le entregaba pistas. Las plantas de sus pies descalzos dejaban de percibir el frío del piso, y a sus hombros que no cubría el pijama, no le molestaba el aire helado del pasillo donde se escondía. Le llamaba la atención como se contraían las nalgas de su padre a la vez que las manos de su madre le apretaban. Los muslos se forzaban sin estimulo aparente, y las piernas abrazaban la cintura de él, como si corriera el peligro de alejarse. Las manos se afirmaban del borde de la mesa, y la respiración parecía venir del vientre. Su pancita se mueve para inflarse y guardar la semilla que se convertirá en la bebita, se emocionaba Nancy ante la posibilidad de finalmente tener una verdadera amiga. Pero su vientre también se entibiaba y sus piernas se apretaban como evitando algo desconocido. Entonces, su padre se balanceó con mayor velocidad, y la respiración agitada de su madre dejó escapar un gemido que provocó que su padre la abrazara y se quedaran entrelazados, juntos como pocas veces los había visto. Sin entender porque sus piernas insistían en juntarse, Nancy se llenó de un repentino calor que le entibió el aliento, su respiración se agitó a pesar de que estaba completamente quieta. Una extraña humedad entre sus piernas la hizo sentirse liviana, acompaña de sabores y aromas, como un día de playa.

La llenó una ola de vergüenza que la llevó de vuelta a su cama a preguntarse que es lo que había visto, y que significaba esa sensación. Necesitaba averiguarlo, quizás así entendería porque su madre los abandonaba.

***

Desde su ventana pudo ver a su madre hasta perderla de vista. Ya había sucedido antes, pero ahora tenía la sensación de que no regresaría. Justo cuando mas la necesitaba, tenía tantas dudas. La mañana que había despertado asustada por la sangre, aunque algo sabía sobre la menstruación, fue su padre el que tuvo que explicarle los detalles y que hacer al respecto. Lo que más le había afectado fue entender que eso le sucedería mensualmente durante muchos años. Y ahora que le empezaban a aumentar los pechos y a marcar sus caderas, que un día sentía que estaba demasiado delgada y al siguiente que debía perder unos kilos, necesitaba la orientación de su madre. Eran cosas que simplemente no podía conversar con su padre, sólo las compartía consigo misma, lo que la había retraído y silenciado. El deseo de expresarse la buscaba tanto como la imagen de aquella noche. Después de visualizarlos varias veces, entendió sobre el placer detrás del acto, no era la reproducción lo que llevaba a las personas a hacerlo. Ella se entregaba por otra cosa muy distinta a la de procrear, si ni siquiera quiso ser madre de ella, era imposible que buscara otra. Jamás tendría una hermana. Menos ahora que la semilla de su padre no tenía a quien fecundar. Él cada día llegaba más tarde, había bajado de peso y ella también ante la falta de alimento. Una noche le había preguntado si cenarían pero él se había enfadado tanto que no volvió a mencionarlo. Si la daba hambre, comía pan con huevo. Siempre le había gustado el huevo, pero estaba cansada de comer lo mismo todos los días, por lo que aceptaba las invitaciones a comer de su amigo, no solo por la comida, también por la compañía. Siempre estaba sola y le gustaba estarlo, no sabía si por gusto o por costumbre, pero al rato el aburrimiento era más fuerte. Cuando tocaron la puerta, supo de inmediato que su amigo la venía a buscar.

El helado le refrescó la garganta, lo agradeció con una sonrisa mientras apretaba sus labios en caso de que estuvieran sucios. Su amigo intentó convencerla de lo hermoso de su sonrisa pero para ella sus labios eran demasiado delgados y sus dientes demasiado presentes. Para él no, su sonrisa era la mejor que podía existir, y estaba orgulloso de recibirla. Ya había intentado darle la mano una vez y Nancy había alejado su mano por timidez. Eso sucedió hace unas semanas y ahora lo volvía a intentar. Nancy sintió el rose de la mano que la buscaba entre sus dedos y logró controlar las ganas de salir corriendo y el rubor de sus mejillas mientras las manos se entrelazaban. Se sentía tan extraño caminar con alguien de la mano, no entendía como las parejas disfrutaban de un ritual tan incómodo, a cada paso le daba la impresión que tropezaría. Se lo preguntaba seguido, se imaginaba su primer beso con él, le asustaba arruinar la amistad. En el fondo a ella le bastaba con compartir helados y caminar de la mano, pero entendía que nunca es suficiente, sino su madre no se hubiera ido.

Fueron a la casa de él porque su habitación era más divertida, tenía películas y videojuegos, y un parlante donde la música retumbaba. En pocos lugares se sentía tan cómoda, en un principio le había costado adaptarse pero al final se parecía bastante a estar sola. Una guitarra eléctrica que marcaba el paso con la batería, los puso a mover la cabeza en una especie de concurso de quien lo hacía con más estilo. Nancy salió victoriosa gracias a su largo cabello. El trató de ordenarle un poco el pelo, pasándoselo por detrás de la oreja, y le acarició la mejilla. Se quedaron mirando fijo. Ahora ocurrirá, pensaba nerviosa Nancy, aún insegura sobre si quería que sucediera. Los labios aun guardaban un rastro del sabor del helado. La punta de la lengua de su amigo buscaba abrirse paso y Nancy dudosa lo permitió mientras recordaba los gemidos de su madre.

Dejó de besarlo cuando se percató de que no lograría sacarse la imagen de su padre de la cabeza.

***

No volvió a juntarse con su amigo. En un principio le costó dilucidar lo que había sucedido pero la suma de detalles le entregó la verdad. Él había quedado de pasar a buscarla como de costumbre y no apareció, jamás le había fallado. Su padre llegó más temprano aquel día muy furioso por algo que no verbalizó. En el baño lo vio limpiarse la sangre de los nudillos.

No era algo extraño en él desde que la madre se había ido, acostumbraba a embriagarse y su corto temperamento lo metía fácilmente en peleas. A veces ella misma le limpiaba las heridas, pero últimamente no le gustaba acercarse mucho a él, menos tocarlo. Había algo en la forma en que la miraba que la ponía en alerta. Por lo mismo no lograba mirar a los ojos a su amigo, la asustaba el deseo. Había aprendido a reconocer el deseo en los ojos de los hombres ahora que algunas curvas se le escapaban por los pliegues de la ropa, pero aún no comprendía el suyo. Sus propios deseos le parecían tan ambiguos y desconocidos que solo lograba reconocerlos cuando ya estallaban. Trataba de analizarlos en las largas horas que pasaba sola, para poder controlarlos, no quería terminar como su madre. Pensaba si debía o no intentar recuperar a su amigo, le encantaba pasar el tiempo con él, pero no era una necesidad tan grande como la de ayudar a su padre, ella era todo lo que le quedaba. Y él no era un mal padre, sólo se le había nublado el juicio por las drogas. Se prometía periódicamente que no las probaría, las drogas habían acabado con las personas que más quería. Claro, quería a su amigo también, pero no era lo mismo. Además no había regresado después del día en que no llegó, si realmente sintiera algo por ella no se habría rendido tan fácilmente. Estaba cansada de que la gente la abandonara.

Abrieron la puerta de su habitación. Reconoció rápidamente la postura ebria en la forma de caminar de su padre. Se levantó para ayudarlo a sentarse y él se lo agradeció.

– Tienes la suerte de no parecerte a ella.

– Me parezco a ti papá –el asintió.

– Algún día solo te parecerás a ti misma y podrás librarte del recuerdo de nosotros.

– No quiero olvidarlos, son mis padres.

– ¿y de que te servimos? ¡mírame! Soy un desastre –no pudo seguir hablando por el llanto.

Él le había enseñado que llorar era una cobardía, que las cosas no se resolvían así. Había cambiado tanto desde que ella se fue. Ahora le parecía tan evidente que él pasaría toda la vida esperándola. Nancy no podía hacer lo mismo, se prometió que no miraría atrás, ayudaría a su padre y saldrían adelante ellos solos. Sin su madre, sin su amigo, sólo ellos dos. Sintió los dedos de su padre tan diferentes a los de su amigo, cuando la tomó por el brazo acercándola a él. No, por favor, sé que la extrañas pero yo no soy ella. Aún se estaba preguntando si podría ocurrir algo así, cuando la besó. Estaba lejos de parecerse a la sensación del otro día, esto la llenaba de vergüenza y culpa, pero le agradaba el sabor, se parecía al aroma de su infancia. Por un segundo el padre pareció recapacitar, se alejó y casi se pone de pie. Apoyó la cabeza en una mano. El lamento animó la piedad de la niña que tomándolo por el hombro, se disculpó. En el fondo, percibía que era su culpa el haberlo provocado. Quizás él solo mal interpretó el gesto, porque la volvió a besar, esta vez sin delicadezas. Nancy sentía revolotear la lengua de su padre dentro de su boca. La humedad fue distinta a la que la visitó la última noche que estuvo su madre, esa vez era para ella, se estaba descubriendo a sí misma, ahora en cambio, tenía el objetivo de lubricarla. Quería que se detuviera debido a que se trataba de él, pero no le alcanzaban las fuerzas, tampoco el deseo de detenerlo. Algo había en la cercanía de los cuerpos, en el calor del aliento que exhalaba en su cuello, que le permitía continuar. El miedo le restaba aire cuando escuchó el cierre del pantalón y sintió su desnudez inferior. Cuando entendió que el raro dolor que tenía entre las piernas se debía a la penetración, lo único que deseaba era que todo terminara lo más rápido posible. Se creyó bendecida cuando solo unos segundos bastaron para calmar a su padre que luego de apretarla hacía él y soltar una gran bocanada de aire, reaccionó poniéndose rápidamente de pie y dejándola sola en su habitación.

Nancy trataba de ver en la oscuridad el líquido que le escurría entre los muslos, preguntándose si esto volvería a ocurrir.

***

La niña descubrió que desear que algo no ocurra nuevamente, no cambia los hechos. El cargo de conciencia pudo con su padre, demasiado tarde. Ni siquiera la quiso acompañar donde la señora que resolvería el problema, sólo le indicó una dirección y una hora.

La espera la llenó de dudas, entendía que una boca más que alimentar sería un problema, pero era la primera oportunidad concreta de tener una hermanita. Pero, el peso de su opinión era mínimo. En el lugar le preguntaron si estaba segura de lo que haría, como si eso pudiera marcar alguna diferencia. Minutos antes de entrar a la sala, se imaginaba en otro lugar, uno apartado con una hermosa cabaña en una loma, rodeada de vegetación, con la niña en sus brazos. Esperaba que tuviera su mismo tono de piel, antes se avergonzaba por ser mas oscura que sus compañeras, pero ya no. Había comprendido que su color era único. Y ahora lo compartiría con ella. Pero, la sala en la que estaba, con aquella señora preparándola, contradecían sus emociones. La actitud fría de la señora le daba la incorrecta impresión, ya que ella la observaba atenta, olfateando la falta de consentimiento.

– No estás obligada. Nadie puede obligarte. Si prefieres, puedes irte, pensarlo bien. Puedo darte otra hora, aun tenemos tiempo. No debes tener ninguna duda antes de abortar. Es una decisión que te seguirá de por vida.

Nancy asentía mientras aguantaba el nudo en la garganta. No sabía que responder. La confusión la bloqueaba. Si no lo hacía, no podría regresar a casa. Su padre jamás la perdonaría. Ella sería -estaba segura de que era niña- su hija, no su hermanita. Aunque técnicamente, también serían hermanas. Eso lo hacía aun mas confuso. No estaba preparada para tomar una decisión tan compleja. La señora tenía razón, no estaba lista.

– Mi papá no me dejará tenerla -dijo en un arrebato de sinceridad.

– ¿él te pidió que hicieras esto? -Nancy asintió-. Tienen que hablarlo bien en familia. ¿Qué opina el padre del futuro bebé?

– Lo mismo.

La señora le explicó las alternativas que tenía, pero Nancy no lograba visualizar positivamente ninguna de ellas. Todas terminaban con ella en la calle. Varias consideraban una charla sincera con su padre, a lo que ella se negaba con ímpetu, hasta que la señora comprendió que su familia no era la respuesta y que las opciones de la niña eran bien acotadas.

– No deberíamos estar hablando de esto, pero conozco a alguien que te pueda ayudar -Nancy abrió los ojos atenta, esperanzada-. Arturo es un empresario y un activo investigador del comportamiento humano, bueno, eso dice él. Cada cierto tiempo me consulta por casos como el tuyo. Está elaborando una comunidad donde podrían ofrecerte trabajo.

Trabajo y un lugar para vivir. Un lugar alejado de su padre. En su situación, a Nancy le pareció una oportunidad que no podía dejar pasar.

La señora le dio el contacto de Arturo y Nancy le respondió con una sonrisa que no experimentaba hace semanas.

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