Era una chica común a simple vista, bien vestida, linda, flaca. Si la veías decías una buena chica, pero ella no era tan así.
Una noche de tormenta rasgó su piel con una navaja, por su brazo derecho chorreaba la sangre. En su habitación solo llegaba la luz de unas cuantas velas blancas. Parecía que no había nada que la hiciera cambiar de opinión, no lloraba, solo se cortaba y miraba por la ventana la calle oscura. De un momento a otro decidió caminar por la ciudad y allá fue. La lluvia caía de una manera lenta y hermosa. No había absolutamente nadie por allí… Caminó y caminó por las calles de tierra, hasta las vías del tren, el tren que nunca vio pasar. Allí se detuvo, pensando, esperando.
Los refusilos iluminaban un poco el espacio, los arboles, la vegetación, las casas un poco más alejadas en las que no habitaba nadie, las sierras a lo lejos como sombras…
Estaba toda mojada, el maquillaje caía por su cara, su pelo atado en una hebilla goteaba. Después de minutos de infinita tortura se escucho el traqueteo del tren (ahora o nunca pensaba). Nada podía ser de otra forma, ya estaba jugada. El tren estaba más cerca y sentía ya su cuerpo cansado, débil. Solo un minuto más y estaría bajo esa maquina. Parece loco pero necesario, solo un poco más, si, un poquito. Pensó en salir corriendo pero ya las piernas no le respondían, además hacerlo seria de cobarde.
La luz encandilaba, ya estaba mucho más cerca, lento venia ¡mierda! Iba ser más doloroso. Si lo hacía tenía que hacerlo bien. Primero se acostaría para que el tipo que conduce el tren no intentase frenar.
¡Ya! Sus ojos no daban mas, su cuerpo temblaba causa de la fría lluvia. Se acostó, cerró los ojos por última vez (así lo creía) y esperó.
De pronto escucho y sintió que la levantaban y una voz que le decía:
-¿Qué haces flaca?- y todo se apagó, se volvió oscuridad.
Rebeca despertó, estaba sentada, mejor dicho acostada sobre una cama. Un terrible dolor de cabeza y muchas ganas de vomitar. Era de día, había un solazo, trató de levantarse para salir de ese lugar y lanzar sus tóxicos pero una vez más alguien le impidió su objetivo y no quedo otra que manchar el piso. Mientras tanto había un hombre allí, al lado de ella, un viejo. Lo vio y se dijo a si misma este no es el que me saco de las vías.
El hombre la miró y le dijo:
-¿Estás bien nena?
-sí, creo que sí. Yo le agradezco que me haya traído acá… ya me voy si?
-No, espera, está bien, mi hijo te trajo ayer, dijo que te desmayaste justo por donde las vías durante la tormenta y como no te despertabas te trajo aquí. Siéntate, no te vas a marear
-ah! Si, puede ser, en realidad no me acuerdo
-ahaja, vos estuviste tomando no? Roncabas como un viejo feo…- se reía el viejo.
– ahí, puede ser un poco. En realidad salí a caminar y no sé qué pasó-mintió ella
-Mira, te lastimaste el brazo- el hombre puso cara de preocupación y como tirándole algo de culpa.
Recién ahí Rebeca se dio cuenta que tenía el brazo vendado. No supo que decir. Atinó:
-Parece… ¿usted puso las vendas? Gracias.
-No, no. Ese fue mi hijo, ahora enseguida viene, se fue a hacer unas compras.
-Bueno, voy a aprovechar y no voy a molestar más, gracias por todo. Voy a ver qué onda por mi casa vio- ya desesperada por salir de allí- deben estar preocupados.
-Bueno nena, cuídate y ven por acá. ¿Vos lo conoces al Bruno?
-Eh, no creo que no, bueno dígale Gracias de mi parte, la verdad no sé quien es… Bueno un gusto…
-Pedro
-Ah, eh Rebeca… hasta luego.
Cuando salió de esa casa precaria en la que se despertó se dio cuenta de donde estaba. Era una de esas casas que estaba a poca distancia de las vías. Ya tenía que volver, con pocas ganas de caminar pero había que volver a casa. Ahora con el sol en la cabeza, no estaba segura si era de mañana o de tarde. Debía ser la mañana, no creía haber dormido tanto.
Fin
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