La piel tan suave como los pétalos blancos de un rosal en primavera,te sentabas frente al sol y le sonreías.

A tu alrededor el único ruido era el de los pájaros cantando

y nadando en el lago celeste

que reflejaba esa estupenda mañana.

Te veías tan bien desde aquel ángulo,

te sentaba tan bien esos aires extranjeros

que me sentía como una nube gris a punto de estallar en tormenta

y no quería arruinarte el paisaje.

Fui desanimada hacia ti y me senté a tu lado,

no volteaste a verme,

continuaste soleándote con los ojos cerrados

y poco después sin voltear,

te inclinaste hacia mi

y me susurraste:

“ Hueles a lluvia, a tierra mojada,

hueles a sombras hechas por cerezos,

que frescura me traes,

que rico es tenerte a mi lado,

no eres un invierno tormentoso eres una primavera floreciendo”.

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