Con la mente revuelta se dirigía apresuradamente aquel joven en una fría noche del mes de abril. El viento entraba fuertemente por la ventana a medida que aceleraba el carro para llegar a ver a la chica de la cual esperaba algo.
Él sabía a qué iba, siempre fue un buen hombre, un “caballero” diría su madre, pero esa noche no había prudencia en su corazón; se sentía solo, abandonado, desesperado por una caricia, un beso, un suspiro; y por una noche decidió abandonar su conciencia y hacer algo prohibido.
Los minutos avanzaron y el tiempo lo llevó a su destino, la casa de aquella chica que conocía tan bien; la que tiempo atrás le había demostrado afecto y de la cual pensaba obtener un poco más. Sus pasos iban decididos, no importaba si aquella chica era ajena, pensó que en algunos casos hay que ser un poco egoísta; y así, frente a aquella puerta apoyo el puño fuertemente en busca de una respuesta.
Poco a poco las pisadas se acercaban detrás de aquel portal, y a la luz de la luna una figura esbelta abrió la puerta, y en un silencio profundo las miradas de dos amantes se fundieron una vez más.
Entraron sin decir una palabra, absortos en pensamientos perdidos y sentimientos que afloraban. A pesar de que se habían visto varias veces atrás, la tensión de aquel encuentro daba la extraña sensación de que aquella noche terminaría en pecado. Él lo sabía, no estaba allí por nada más, buscaba las cenizas de un amor no correspondido por su propia mano, y aun así decidió no sentir culpa por lo que haría. Hoy no iba a ser el mismo, hoy iba a ser aquel hombre que jamás se había permitido ser.
Se sentaron en el sofá, y ella en señal de buena fe preguntó por su amigo, aquel al que había renunciado, el que la impulso a seguir adelante y a descubrir nuevos amores, pero en el fondo ella sabía que ciertos latidos de su corazón aún estaban dedicados a él; y dejando eso de lado siguió una conversación sin sentido, buscando distraerse de aquella soledad que actuaba en complicidad con la noche; pero él no aguantaba más su propia hipocresía y con el valor que guardaba en ese momento la interrumpió, y sus ojos la miraron tan profundamente que el alma de aquella chica se sintió desnuda al ver la decisión en su mirada.
El silencio se hizo eterno por unos segundos y la quietud del ambiente se vio interrumpida por un interrogatorio. El espíritu de aquel hombre aún se resistía a su propio egoísmo, y en un acto de cordura preguntó por aquel al que le pertenecían los labios que había abandonado años atrás.
Ella, hipnotizada por la mirada del pecado respondió sin más que el susodicho aún estaba presente, que llevaban cierto tiempo y que se encontraba a gusto con él. Al escuchar esto, el joven le tomó las manos y procurando abandonar toda pizca de sensatez le dijo el motivo de su visita, le susurró que estaba allí para arrebatar el cariño que alguna vez se le fue dado.
Aquellas palabras enmudecieron a la chica, mientras aquel hombre perdido acercaba sus labios maliciosos que se detuvieron justo frente a los suyos, dándole la señal de que lo que pasara de ahí en adelante sería una decisión mutua.
La chica estaba inmóvil, su corazón se encontraba a mil y su mente revoloteaba mientras sentía el cálido aliento de su amor no correspondido; sabía que estaba frente a la tentación, que aquellos labios podrían ser su perdición, pero si los abandonaba ahora tal vez jamás podría sentir su sabor de nuevo.
Su pecho se encrespaba ante aquel instante, y su piel se erizó al sentir aquellos brazos morenos que rodeaban lentamente su cintura. No sabía que pensar, si actuaba ahora nadie se enteraría, ni siquiera su pareja que no conocía el pasado de su propia amada, la misma que se había encargado de ocultar aquellos días que pasó rodeada del fulgor de la pasión; pero si no actuaba tal vez él se iría para siempre, y sus labios y su cuerpo jamás volverían a provocar el estremecimiento de su propio ser.
Durante la noche pasaban los minutos, y él pacientemente aguardaba su respuesta, sin ningún afán, sin ninguna esperanza, con los labios a milímetros de los de su querida amiga; sabía que nada sucedería después de esa noche, el destino estaba dispuesto a distanciarlos, y su propia voluntad afianzaba aquella decisión. Él estaba allí, buscando una recompensa por algo que no creía merecer, y con eso en mente rozaba la espalda de la dama con sus manos, pasando sus dedos lentamente por aquel dorso que deseaba en ese instante. Aquel joven se encontraba poseído por el espíritu del deseo. En esa estancia se encontraba una chica siendo seducida por la mismísima lujuria, y sin más, la chica sucumbió ante la crueldad de sus caricias que desencadenó aquellos sentimientos que se encontraban guardados en su caja de pandora; y entre el silencio de la noche los besos resonaban a expensas de dos amantes que poco a poco se iban fundiendo y destrozándose el uno al otro.
Los labios chocaban entre sí, y en poco tiempo fueron embrujados por la pasión desbordante. Sus cuerpos se contorsionaban y su piel fue quedando expuesta a medida que se iban consumiendo en el fuego de la lujuria. No había ninguna palabra esa noche, nadie diría nada, nadie confesaría lo que sentía, y solo por una noche se entregaron a sus deseos, sin importar quienes fueron en el día, ni quienes serían al salir el sol. Simplemente estaban allí destrozándose mutuamente mientras los cabellos se enredaban en las manos del otro. El calor del momento podría haber encendido una hoguera, y los amantes suspiraban de placer ante la complicidad de la soledad, y así como los incendios aquel fuego cesó al pasar las horas, dejando los cuerpos exhaustos y el espíritu quebrantado.
Ella, agotada de amor se recostó sobre el pecho de su amado, escuchando aquel corazón que deseaba, pero que no estaba dispuesto para ella; y él, acariciando su cabello dio paso a la culpa que solo unas horas atrás se encontraba totalmente ausente. Él sabía que la quería, pero el cariño que sentía por ella no bastaría para responderle con justicia; ella merecía algo mejor, un corazón menos dañado que le ofreciera todo lo que ella quisiese, pero era algo que él no podría cumplir; y así duro un tiempo, pensando en aquella chica que demostraba una sonrisa tenue al reposar en el pecho de su anhelo, y aquella imagen tan dulce resultó amarga para su propia conciencia.
Con delicadeza le dijo que era hora de partir, que sabía que era injusto, pero que de seguir allí, las consecuencias podrían lastimarla. Ella le dijo que no importaba, ya se encontraba lastimada por sus propias ilusiones, y que por seguir acariciando su piel podría sufrir un poco más; pero él se negó, por mucho que desease que así se cumpliese no podía ser ajeno a su dolor; se sentía desdichado por haber abierto las heridas, y sabía que no podría seguir en esa estancia sin pensar en lo malo que había llegado a ser; y con dulzura, besó una vez más aquellos labios agotados, y antes de que alumbrara el alba partió dejando atrás a una chica que solo anhelaba pasar una noche junto a él.
En la madrugada de un día de abril dos almas se separaban, quizá para siempre, dejando una conciencia intranquila y un corazón destrozado, abandonándose por completo una vez más.
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