CONTACTO VISUAL
No hay nada peor que cumplir los 35. Sí, cumplirlos sólo. Y cuando digo sólo es sólo. Ni novia, ni amigos, ni familiares, ni siquiera una mascota en la que llorar. ESE O L O. Solo. Fue por eso que cuando Javi, un compañero de trabajo igual de aburrido y sólo que yo, llamó para preguntar si salíamos a tomar algo le dije que sí. Ya había hecho mi tabla de ejercicios de 35 minutos de duración de los viernes, ya había visto cinco capítulos de la última temporada de Los Sopranos y ya había soplado la triste vela que había guardado del año anterior. Así que qué había de malo en salir a tomar unas copas con alguien con quien charlar un rato.
¨Pub-Club Las Vegas¨ era el nombre del local y los dos primeros pringaos en llegar fuimos Javi y yo. Ya me estaba arrepintiendo de la excursión nocturna.
Javi, esto está muy vacío tío- Dije a la espera de que Javi me lo confirmase.
Martín, de verdad, que pesado eres. Está vacío porque la gente está de botellón. Tú y yo no lo necesitamos porque trabajamos y tenemos pasta y eso a las tías les gusta. Tú bebe, olvida y anímate. Venga que te invito a un ¨Jaggerbomb¨de esos. – Un ¨jaggerbomb¨de esos es un veneno que han inventado para que la gente se emborrache antes.
Una hora más tarde Javi y yo bailábamos todas y cada una de las canciones que aquel ¨dj de pendrive¨ ponía. Hasta se montó un círculo a nuestro alrededor que nos aplaudía y vitoreaba a cada paso y movimiento. Puede ser que fueran más risas que aplausos, pero a eso lo llamo yo la magia del alcohol.
De repente Javi dejó su mirada perdida, su cabeza ladeada y dejó de bailar. Como siempre se acababa de enamorar de la más guapa de la discoteca.
- Javi otra vez vas a estar toda la noche intentando con esa y al final te vas a ir sólo. Creo que tienes que bajar el nivel. – Dije sin parar de bailar.
- ¿Qué? – Dijo sin apenas prestarme atención.
- ¡Que busques una más fea, que esa está muy buena!!-le grité al oído.
- Que sí, ¿verdad? ¡Que está muy buena, a por ella voy!!-No sé si no me escuchaba por la música o porque en realidad Javi no es tan tonto como parece.
Javi me abandonó un minuto después y yo me quedé otra vez sólo, sin público y sin pasos de baile. De repente me vi reflejado en un espejo y me sentí igual de ridículo que de viejo. A mi lado una pareja que no superaría los 20 de edad se daban el lote como si no hubiera mañana, y a mí me entró vértigo, el cual me obligó a sentarme en el suelo. ¨Martín todavía eres atractivo, tienes un trabajo que te gusta y algo de personalidad. Sal de ahí¨ Dicho en mi cabeza y hecho. Dejé el local sin mirar atrás y sin avisar tampoco al pobre Javi al que dejé toda la noche dando vueltas buscándome, y me subí en un taxi dirección a una vida distinta.
- Eso me parece muy bien majo. ¿Pero que a dónde lo llevo? Vamos, que se emborrache mi hija con 19 años y se le quede esa cara de tonta vale, pero a tí, con tu edad… ¿Qué te ha dado? ¨ – Interrumpió el taxista.
- Señor era una broma. Lléveme a casa está en Reina de Colores número 5 – Maldito jaggerbomb.
Llegué a casa y me desvestí como pude. Iba más borracho de lo que creía y sacarse el pantalón se convirtió en una aventura. De repente llamaron al timbre. «Joder, ¿quién puede ser a estas horas?» le pregunté a la más absoluta nada.
Me abrí camino por el pasillo, asegurándome de no arrastrar demasiado los pies y no caer. Abrí la puerta de manera prudente, y me encontré de frente con la mujer más bonita que había visto nunca. Luego escuché un golpe y no recuerdo nada más.
Una mano tocó mi cara y abrí los ojos. Estaba en el suelo de mi pasillo y todo daba vueltas. Recuerdo poco de aquello. Ella me levantó por el hombro asegurándose que yo me encontrase bien, me acompañó por el pasillo a pasos lentos como si de un tango se tratase, me desabrochó la camisa y me tumbó en la cama. Yo ya estaba colado hasta el fondo por ella y eso que ni siquiera escuché su voz. Pero su olor inundó cada esquina de mi casa y cada espacio de mi cuerpo. Me quedé dormido inmediatamente y soñé con cosas bonitas por primera vez desde hacía ya mucho tiempo.
No hay peor resaca que aquella en la que despiertas y la noche anterior pasa a ser una nube no muy clara de acontecimientos humillantes. Recordaba a Javi, a los veinteañeros enrollándose, al taxista, a la vecina a la que desperté y.… a ella. La recordaba perfectamente. Su tacto, su olor, sus pasos por el suelo frío de mi habitación. Dónde estaría. Sólo pensar en ella me daba escalofríos y pensar en que no sabía ni su nombre me hacía temblar. ¿Por qué habría pegado a mi puerta? Muchas preguntas y nadie a quién preguntar. Decidí dar una vuelta por casa, pero allí no había nadie, mis pantalones seguían sobre el suelo, mis llaves seguían colgadas de la puerta y todo parecia estar en su mismo y aburrido lugar.
Volví a la cama. Aquello era muy raro para ser verdad, yo me había emborrachado, había llegado a casa y me había desmayado al abrir la puerta. Un ángel me había rescatado y me había metido en la cama. Pero, ¿cómo?
Los días de incertidumbre pasaron a ser semanas y yo seguía sin saber lo que había pasado. Sin embargo, cada noche desde entonces el mismo sueño se repetía. Una mano me mecía hasta que yo quedaba completamente dormido. Entonces la mano pasaba a ser una nube y ésta me acababa absorbiendo. No sé qué significaba aquello, yo de psicología siempre he entendido más bien cero, así que llamé a mi hermana, psicóloga de profesión y come cabezas de toda la vida para ver, si ella, me podía dar alguna pista de lo que estaba ocurriendo.
- Sara, necesito hablar contigo- Dije sin siquiera saludarle o preguntarle cómo estaba.
- Hola Martín. Estoy perfectamente, gracias por el interés. ¿Qué quieres? Me pillas un poco ocupada- Yo sabía que no estaba ocupada, si no molesta por haber faltado a la cena que organizó por el cumpleaños de su marido, pero le dejaba hacerse la interesante.
- Tengo un sueño muy raro desde hace algunas semanas.
- Dios, tú sí que eres raro. A ver, ¿cuál es el sueño?
- Una mano gigante me mece hasta quedarme dormido y luego unas nubes me absorben.
- Menuda gilipollez.
- Sara no empieces y escúchame. Lo sueño todos los días desde que conocí a …
- .. ¿A quién? – Interrumpió entusiasmada- A quién has conocido? ¿Una chica quizás? – Tantas preguntas me dejaron sin palabras y empecé a sudar.
- Vale, te lo cuento. Pero prométeme que no se lo vas a contar a nadie ni me vas a llamar loco.
- ¡Te lo prometo, cuéntame!
- Necesitamos una cita- Dijo ella antes de dar un sorbo al café.
- ¿Una cita? – Odiaba contestar con otra pregunta, pero aquello me había pillado de imprevisto.
- Sí, una cita- respondió sin mirarme.
- Yo creía que las citas se tenían antes de acostarte con alg…- No había terminado la frase y ya me estaba arrepintiendo de haberla dicho.
- ¡Me has traído flores! – Grito Claudia al verme, mientras saltaba a mis brazos, en la puerta del restaurante. La abrace fuerte, muy fuerte.
- ¡Me encantan! Nunca me habían regalado flores, gracias- Y cerró el momento con un beso fuerte en los labios. A mí me temblaban las piernas.
- Ya sabes, nuestra situación económica entonces no era muy buena. Mi madre se deprimió bastante…- hablaba con una sinceridad absoluta, como si por fín se sintiera lo suficientemente segura- Mi abuela me llevaba al colegio y se ocupaba de mí mientras mi madre iba de trabajo en trabajo para sacar dinero
- Pues sí que se aprenden cosas en las citas- Ella sonrió agradecida- Yo nunca había tenido una, ¿sabías? – Abrió los ojos divertida, fingiendo sorpresa
- ¿En serio? – Rio irónica- No lo habría averiguado ni en un millón de años. Por cierto, cuéntame algo sobre ti.
- No soy muy interesante la verdad.
- Eso no lo sabes…Yo creo que eres interesante, por lo menos a mí me interesas- Dijo mientras daba un sorbo al vino y acariciaba mi pierna por debajo de la mesa.
- Pues ni novias de las que hablar, una familia aburrida y bastante simple y unos amigos a los que veo poco…
- Entonces es hora de pedir la cuenta…Comienzo a aburrirme de estar aquí sentada- dijo mientras levantaba la mano y avisaba al camarero.
Mi hermana me ayudó más bien poco. Ella se divirtió con sus preguntas insignificantes y yo me aburrí de responder con escuetos «no sé»
El verano pasó por la capital dejándome con dos kilos menos y una abundante barba de más de un mes. Yo no me había cogido vacaciones así que mis días más cálidos del año los pasé disfrutando del aire acondicionado de la oficina, dando largos paseos hasta casa por el retiro y fumando cigarro tras cigarro en el balcón de mi casa, de madrugada, sin poder dormir por el calor.
Comenzaba septiembre y uno de mis días de insomnio, asomado por el balcón, mientras fumaba el último cigarro del paquete, la vi. Pasaba por mi calle y era ella. Ni siquiera pensé. Me ví de repente con un pantalón medio a abrochar corriendo por la calle, corriendo hacia ella. Mis piernas corrían rápido, ellas me conocen bien, saben que el miedo me paraliza a veces. La tenía cerca, muy cerca. La cogí del brazo y tiré de ella hacia mí con cuidado. Se giró sorprendida pero no asustada y sonriendo me dijo «Por fin me has encontrado».
CONTACTO EMOCIONAL
Postrada sobre la cama me observaba con una picardía que a veces daba risa pues no era de ese tipo de mujeres sexy con vestidos ajustados y tacones de aguja infinitos. Era inocente, tan inocente como lo puede ser un niño, un niño asustado al que necesitas proteger. No obstante, tenía carácter en ciertos aspectos de la vida. Era fuerte y cálida y sus abrazos sabían tan cercanos, tan familiares. Créanme no fue fácil sostenerle aquella mirada que gritaba que la amase, que le diese lo mejor de mí, que ella me cuidaría. No me la merecía en absoluto, no me la merecía para nada. Bajé la mirada y ella notó mi timidez. Sonrió con amabilidad y empezó a desnudarse. Comenzó por una camisa de seda, color ciruela, que hacia resaltar el color rojizo de sus pómulos. Sus vaqueros se deslizaban dejando paso a sus piernas desnudas, y caían por ellas como una melodía perfecta. Me levanté, me abalancé sobre ella y ella me frenó a tiempo. “Despacio” susurró. Y yo me excité. Su voz me excitó. Su aliento recorrió mi oído “despacio, despacio” susurraba una y otra vez. Me besó en la frente con dulzura, luego en el cuello…la apreté contra mi pecho y le dije “No te vayas nunca, no me dejes jamás”. Me desnudó, apagó las luces y nos quedamos en vela toda la noche.
La siguiente semana la pasamos bajo sábanas. Su nombre era Claudia y había llegado para quedarse. La primera noche me contó divertida cómo me había descubierto, escondida tras la mirilla de casa de su abuela, intentar abrir borracho la puerta de casa.
Ella no vivía allí, un día a la semana dormía con su abuela para hacerle compañía. Aquella noche ambas se habían despertado al escuchar a una vecina mandarme callar. Al parecer pasé quince minutos sentado en el rellano intentando averiguar cual de las dos llaves que colgaban de mi llavero abrían, efectivamente, la puerta de mi casa. Al verme en tan pésima situación decidió pasarse a ver si estaba bien.
No hace falta decir que bien, bien, no estaba, sólo decía tonterías sin casi poder vocalizar, así que ella, apiadándose de un borracho al que no conocía, me levantó y me llevó a la cama.
Claudia parecía conocer cada respuesta sin preguntar, y con sólo una mirada me lo decía todo. Yo nunca me había sentido más vivo, más humano, más querido. Era una felicidad diferente, esa de poderla mirarla dormir hasta el amanecer, esa de acariciarla en medio de la noche y hacerle suspirar, esa de tenerla entre mis brazos y no querer dejar de amar. Ella correspondía cada gesto. Ni siquiera le importaba las machas de café en el sofá, o el montón de ropa sucia tirada en una esquina del salón. Todo era perfecto, tan perfecto que el miedo a perderlo me hacía enloquecer.
Después de evitar el mundo real durante casi dos semanas, Claudia decidió volver a la rutina y normalizar la relación.
Entonces ella se levantó, se bebió toda la taza de un solo sorbo, soltó un suspiro y dijo: «Creo que es hora de que me vaya a casa y volvamos al mundo real». Yo me quedé en el mismo sitio, sentado, tratando de asimilar. ¿Pero y si a ella, entonces, yo no le gustaba ahí fuera?
Aquella noche no dormí. Me había acostumbrado a su presencia y su calor. Saqué un cigarro del cajón de la mesita de noche y salí a fumar al balcón. La temperatura había baja y tuve que arroparme con una manta. Ese balcón era la razón por la que seguía viviendo en aquella casa, desde allí había visto anochecer y amanecer, había tomado decisiones importantes y la había visto a ella. Si aquella noche yo no hubiera estado ahí, nunca la hubiese encontrado. Una hoja voló y cayó a mi lado, otoño comenzaba a sentirse.
Por la tarde Claudia me llamó para preguntarme si iría con ella a cenar a un nuevo restaurante de Sushi que habían abierto en la ciudad. Yo claro que quería, de hecho, quería todo con ella… Llevaba todo el día con una sensación muy rara en el estómago, la echaba de menos.
Habíamos quedado a las 9.30. Aún tenía tiempo para ducharme, buscar algo decente que ponerme, recoger la casa (por si acaso) y comprar unas flores bonitas para regalarle. Yo nunca había sido una persona muy dada a establecer relaciones personales y menos, relaciones íntimas con mujeres. Siempre me había dado una especie de alergia eso de compartir emociones con alguien. Eso no quiere decir que hubiese evitado el sexo, si no la mañana del día siguiente. Con respecto a mis amigos, aún conservaba algunos de mis años de instituto, ellos entendían mi pasotismo y yo me comprometía a llamarles, al menos, una vez al año.
Ella estaba preciosa. Llevaba un ajustado vestido rojo, y su pelo rubio le caía por los hombros hasta llegar casi a la cintura. Yo no hubiese comido por no dejar de mirarla, pero eso ya era demasiado raro. Hablamos de muchas cosas que hasta entonces no habían salido, como que su padre se fue de casa cuando ella era todavía una niña, lo que obligó a su madre y a ella a mudarse a casa de su abuela.
Habló de aquello durante la siguiente media hora. De sus años de rebeldía de adolescente, de sus viajes, de los hombres que le habían querido y los que nos, y de la muerte de su madre… Verla triste era lo último que quería así que decidí cambiar de tema.
El camarero llegó con la cuenta y cuando yo me disponía a pagar, ¿ella frenó mi mano rápidamente y me susurró al oído “Quieres hacer algo realmente interesante de escuchar?» Cinco minutos después corríamos como unos locos por la calle, ella no me soltaba la mano, ni siquiera cuando el barullo de la gente nos impedía el paso. Corrimos como niños durante mucho rato y yo fui inmensamente feliz.
Entramos a mi portal, ella me agarró del brazo, tiro de mí hacia sí, y me besó. Yo le agarré la cabeza, sujetándola muy cerca de la mía para observarla mejor. Ella me volvió a besar. A cada beso suyo, uno mío. Y de repente, un te quiero…
SIN CONTACTO
Había pasado un año de todo aquello. Un año desde que la besé por primera vez, desde que la había encontrado, desde que habíamos decidido vivir juntos. Y ahí estaba yo, escuchándola respirar desde el salón a las 5 de la madrugada. Hacía días que Claudia ya no era la misma, y hacía días que eso, a mí, me había dejado de importar. Últimamente nuestras miradas ya no se cruzaban y evitaba eso de tener que hablar. Ella a veces lloraba por las noches, yo fingía no darme cuenta. Cuando caía la noche nos encerrábamos en la melancolía del pasado. Ella abría una cerveza, sacaba un cigarro y se sentaba en el sofá, pensativa. Yo me sentaba en el suelo, a su lado y nos intercambiábamos el cigarro, la cerveza y un par de palabras más.
– Martín, por qué nos estamos haciendo esto? – comenzaba ella a preguntar. – Hubo un tiempo en el que éramos felices. ¿Tú me quieres?
Esa pregunta me sacaba de mis casillas. No era nada nuevo eso de que ella lo preguntase, lo que era raro es que yo ya no sabía que contestar. Le quería, pero ya no la necesitaba. Me atraía, pero ya apenas hacíamos el amor.
– Claudia no podemos hablar de esto todas las noches- Era la cuarta noche seguida. – Estoy aquí a tu lado, ¿no? Te quiero mucho – Mis mentiras hacían temblar mi voz.
– Martín, creo en tí, es solo que ya no te siento… – Entonces ella se secaba las lágrimas, me besaba en la cara y buscaba la segunda cerveza.
Era verdad que no me sentía. ¿Cómo podía sentirme si yo ya no sentía nada? ¿Cómo encontrar el amor cuando ya se ha perdido? No había podido dormir intentando contestar todas aquellas preguntas, buscando alguna respuesta escondida. Deseé no haberla conocido nunca, no haber tenido que soportar las nauseas, las decepciones… Ella me había amado y yo la había amado a ella. Fue divertido durante un tiempo, luego se comenzó a secar. ¿Y si acaso la perdía para siempre y luego me arrepentía?
Salió el sol, sol de otoño, mi estación favorita. Con cada mañana todas las esquinas de la casa volvían a su mismo color. Era como si el sueño errado de esperar a que las cosas simplemente fueran a mejor delatase la mentira, la inconciencia de prometer arreglar algo que no tenía solución.
Sentí vergüenza. Vergüenza por no dejarla ir, por no dejarla ser amada por alguien que realmente la quisiese y la cuidase. Yo no había demostrado otra cosa que ser un cobarde durante los últimos dos meses. Me rendí ante la comodidad de buscar la culpa en otra persona que no fuera yo, alargando los días tristes, saboreando cada una de sus lágrimas amargas.
Si yo ya no la quería quizás era hora de sentarme con ella a hablar de verdad, de hablarle del vacío interno que sentía y que ella no podía llenar, que el problema era mío no suyo y que no había ya vuelta atrás. Fui al baño a vomitar. Sentía vértigo. Me senté en el sofá. Comencé a llorar.
Aquella tarde después del trabajo decidí dar una vuelta por Madrid. No tenía los cojones de volver a casa, demasiado drama, demasiados gritos, demasiado espacio en el que perderse. Quizás buscaba una idea, un signo, una respuesta. Quizá no buscaba nada, solo tiempo para respirar.
Ordené cada frase en mi cabeza, las pausas dramáticas para llorar o abrazarla, repasé cada palabra, su orden, sus sonidos, los sentimientos por cronología. Y la ví marchar en mi imaginación y me volvieron las ganas de vomitar. ¿Por qué estaba tirando todo a la basura si ni siquiera lo había intentado? Me agobié y respirar se hacía cada vez más complicado. Me senté en el suelo y cerré los ojos. Y todos mis momentos con ella se revivieron en mi cabeza. Las noches abrazándola, sus besos, su risa, nuestras carreras por Madrid cogidos de la mano como si fuéramos niños, como me hacía sentir, como me miraba… Mierda, la echaba de menos.
Los 30 minutos de vuelta a casa se me hicieron eternos. La imaginé sobre la cama, leyendo alguno de sus libros, esperando a que llegara. Yo solo quería disculparme, besarla y decirle lo mucho que la amaba. Era hora de arreglar el desastre que había dejado el antiguo Martín. Odiaba a ese Martín, el que abandonaba todo al primer obstáculo. Estaba tan contento que se podía escuchar mi corazón latir rápido y fuerte. ¡Le haría el amor! ¡El amor y la cena! ¡Y el desayuno, cada día de su vida! Metí la llave con cuidado y abrí la puerta. Corrí hacia la habitación buscando al amor de mi vida…
Pero ella ya no estaba. Ni ella, ni sus cosas. Me había dejado. Busqué por toda la casa una nota, alguna explicación… pero tampoco hacía falta. Ella se fue y no volvería jamás. Nunca había sentido un vacío tan grande como el de perderla. La encontraba en cada rostro, la besaba en cada sueño.
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