Prólogo.
En mitad de la noche y sin previo aviso, apareció la primera sombra. No era una sombra cualquiera, era una figura borrosa que recorría toda la habitación proyectándose como una película y que acabó inundando la habitación junto con otras ocho. Empezaron a danzar en parejas flotando en el aire sin inmutarse por mi presencia y era como si sonase una música que yo no podía oír. Una mezcla de curiosidad y terror me mantuvo despierta con los ojos como platos intentando entender qué era aquello. Quería huir pero no llegaba a atreverme, así que supongo que al final venció el sueño y me dormí.
Ese fue mi primer contacto con Fantasía.
Capítulo 1.
Alguien llama a la puerta de mi habitación aunque aquella no era mi habitación.
Estoy tumbada en una cama alta tamaño king size flanqueada por dos enormes ventanales presidiendo una sala perfectamente decorada en tonos pastel.
Me incorporo un poco para ver mejor. ¿Dónde narices estoy? Es como una habitación de hotel pero sin ser un hotel, se podría decir que es acogedora. Alguien abre la puerta y entra.
Joder, es un mayordomo. O tiene pinta de mayordomo. Traje oscuro, pelo canoso, estirado y con cara de póker. Pues eso, un mayordomo.
– Buenos días, el Señor la espera para desayunar. Cuando esté lista la acompaño al comedor – me dice con un perfecto tono neutral como si fuese un telegrama y sale de la habitación. Así tal cual.
¿Me estaba vacilando? ¿Cómo que «el Señor»? Este tío se había escapado de Orgullo y Prejuiciocomo poco. Bueno, pues habrá que ponerse en pie y averiguar dónde narices estoy. Busco mis cosas esperando verlas tiradas por cualquier lado de la habitación (soy así de ordenada) y no encuentro nada, así que abro el armario y para mi sorpresa está lleno de ropa: tejanos, jerseys, blusas, vestidos… Ropa nueva y de mi talla. Vale, ahora debo estar en Pretty Woman. Esto se pone interesante.
Salgo y el mayordomo me estaba esperando estoicamente a un lado del pasillo. Un pasillo larguísimo con lámparas y con una de esas alfombras ornamentadas de color granate. Ácaros. Yo siempre que veo alfombras de esas pienso en los ácaros. Sigo al mayordomo y recorremos en silencio todo el pasillo, bajamos por unas amplias escaleras de piedra y la alfombra nos acompaña durante todo el recorrido. En serio, ¿dónde estoy? Esto es una especie de castillo con un estilo absurdo mezcla entre Luis XIV y Los Pilares de la Tierra, y yo voy junto a un mayordomo que dice que hay un»Señor» que me está esperando.
– Oye, ¿dónde estoy? – le pregunto sin éxito, pero él ni si quiera se molesta en mirarme.
Mi cabeza empieza a preparar planes de fuga y a pensar qué objeto random puedo utilizar como arma en caso de que las cosas se pongan feas.
Llegamos ante una de esas enormes puertas dobles de madera de roble y chirría al abrirse. El mayordomo me hace un gesto para que entre al comedor y yo me lo quedo mirando en plan <¿Me vas a dejar sola?, ¿en serio? pero si ya casi somos amigos, hemos andado media vida juntos por este castillo alfombrado con ácaros>. De verdad, para mí había sido una eternidad. Contengo el aliento y entro.
El comedor está iluminado por la luz exterior que se cuela a través de las ventanas y es igual de grande que todo este lugar. En el centro hay una mesa rectangular con demasiadas sillas como para contarlas y más platos de comida que hambre tengo. Doy un vistazo rápido por toda la estancia pero allí sólo estoy yo. Bueno, quizá «el Señor» aún no ha llegado y si es el típico de catálogo será de los que siempre llega tarde a cualquier parte para hacerse notar. Me imagino un tipo cuarentón con mucha barriga, cabello rizado color azabache, bebiendo vino tinto a todas horas y con una voz profunda. Uf, estoy describiendo a Robert Baratheon. Observo la mesa en busca de cuchillos y localizo un par de mantequilla .
De pronto, escucho una voz grave masculina que se dirige a mí:
– Puedes sentarte en la silla que queda delante del espejo.
Miro a todas partes y juro que allí no hay nadie. Obedientemente me dirijo a la silla que queda delante del enorme espejo enmarcado en dorado. <¿En este sitio todo es a lo grande o cómo va?>. Pues nada, allí estoy sola con un fantasma y tostadas francesas con mermelada de fresas. Soy más de mermelada de ciruelas pero la verdad es que ahora mismo esa comida sólo serviría para subir una foto a Instagram, tengo cero hambre.
La voz vuelve a hablar:
– ¿No tienes hambre?
¿Me lee los pensamientos? Mi cabeza está pensando en contestar pero no sabe si mi boca va a conseguir pronunciar las palabras que tocan. Lo intento:
– Me gustaría saber dónde estoy, cuánto tiempo llevo aquí y qué hago aquí -. Digo en carrerilla. – Y quién eres tú -. Añado como cayendo en la cuenta que es importante saber quién es mi secuestrador más allá de «el Señor». También me gustaría saber si voy a morir, pero eso no se lo pregunto, sería absurdo.
– Cuántas preguntas, pero tú no has contestado a la mía.
Su voz es grave pero no como la de un energúmeno medieval, sino más bien masculina, adulta, decida y agradable de oír. Es complicado de explicar, nunca he descrito una voz.
Vuelve a hablar a la vista de que yo no digo nada.
– Estás en mi casa – pienso para mí. – Aquí el tiempo funciona diferente, un día equivale a un minuto en tu mundo -. <¿¿Cómo que «en mi mundo»?? Madre mía, ¿en qué casa de locos me han metido?> no entiendo nada. – Y estás aquí porque apareciste aquí.
– ¿Cómo que «aparecí aquí»? Y, ¿cómo que «un día equivale a un minuto»? – digo ansiosamente marcando mucho los «aquí».
– No estás en el mundo de los humanos, por eso el tiempo funciona diferente – dice tranquilamente y me doy cuenta que la voz sale del espejo. <> pienso horrorizada mientras me rasco el dorso de los dedos nerviosa, es una manía que tengo desde que tengo uso de razón. razono para mí. Esos pensamientos hacen que le corte en seco:
– ¿Estás detrás del espejo? – le pregunto sin rodeos pero suena casi a una acusación.
– ¿Siempre eres tan brusca cambiando de tema? – me replica. – Sí, estoy detrás del espejo.
Me viene a la mente Alicia en el país de las maravillas y pienso que este sitio está lleno de referencias literarias. O será mi cabeza.
– ¿Qué hago aquí y quién eres tú? – insisto volviendo a cambiarle de tema.
Me parece haberle oído suspirar con uno de esos suspiros de alguien que está teniendo mucha paciencia. O quizá me lo he imaginado, pero me contesta:
– No tengo ni idea de qué haces aquí, sencillamente apareciste y habrá que ver si puedes cruzar el bosque para volver a tu mundo de humanos – hace una pausa y continúa – Me llamo Terry.
¿He oído bien? ¿Ha dicho «Terry»? Me pregunto a qué criatura fantástica puede pertenecer un nombre así: ¿un duende?, ¿un mago?, ¿un elfo?, ¿un orco?… Mejor dejo de pensar en ello. Estoy a punto de hacerle la siguiente pregunta cuando me corta en seco.
– Come – dice cortante y firmemente – No pienso contestarte ninguna otra pregunta a menos que desayunes algo.
Genial, ahora estamos en 50 Sombras de Grey. Suspiro. Ahora soy yo la que deja entreoír su paciencia saliendo de la boca. Miro la mesa y agarro la jarra de cristal con el zumo de naranja recién exprimido. Lo sé porque esas cosas se saben. Uno diferencia el zumo de brick industrial del zumo natural, esto es así, tienen un color y textura distintos. También me hago con una de esas tostadas francesas con mermelada y le doy un bocado generoso tapándome la boca. Sé que me está mirando y odio que alguien me mire fijamente mientras como. Supongo que es por vergüenza, pero el caso es que intento taparme con la mano izquierda boca abajo haciendo un pequeño arco justo entre medias de la nariz y el labio superior. Mastico mi tostada y al segundo bocado ya me he hecho fan. Está increíble, riquísima. Si este loco no me llega a decir que estoy «en otro mundo», habría pensado que estoy en alguna campiña francesa. Casi puedo imaginar lo ricos que estarán los croissants que tengo delante de mí si es que me gustasen los croissants, que no, no me gustan en absoluto.
Terry habla mientras yo estoy dándole una oportunidad a su maravilloso desayuno.
– Tendremos una reunión diaria de aproximadamente una hora que estableceremos según tu preferencia. Excepto los jueves que será el día libre – me dice estoicamente. Yo he dejado de comer y me encuentro mirando a ese espejo antiguo viendo mi cara pasmada. Prosigue. – Te entrenarás para cruzar el bosque y harás lo que yo te diga si quieres volver a casa -. Y sin dejarme tiempo para replicarle me suelta – El resto del tiempo puedes dedicarlo a lo que se te antoje salvo ir al sótano.
Fantástico. Esto me suena de La Bella y la Bestiapero con un vampiro. Me juego lo que quieras a que tiene una cripta. Claro, ¡cómo no había caído antes! ¡Es un vampiro! Estoy segura. Esa voz amparada detrás de un espejo mientras yo como y él no… ¡Sólo puede ser un vampiro! Se ha alejado de mí para no desayunarme. Entonces, ¿qué narices querrá de mí y por qué iba a ayudarme tan desinteresadamente? No entiendo nada y mi cabeza da vueltas enlazando ideas de conspiración satánicas.
Su voz sale de nuevo del espejo:
– Te dejo acabar de desayunar. Por favor, dile a Oni cuando quieres establecer las reuniones – se despide mientras oigo como arrastra una silla para levantarse e irse. O eso presupongo porque claro, no le veo.
-¡Espera! – le grito con los ojos muy abiertos sintiendo que me quedo abandonada en ese lugar siniestro y lejos de casa – ¡Aún tengo muchas preguntas que hacerte! ¡Espera! ¡No puedes dejarme aquí, quiero volver a mi casa! ¡Oye!
No contesta nadie. Me quedo mirando mi reflejo en silencio. Bueno, por lo menos sigo viva y he descubierto que el mayordomo se llama «Oni». ¡El mayordomo! El mayordomo tenía pinta de ser humano, ¿no lo es? ¡Tengo que averiguarlo!
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Capítulo 2.
Muerdo un trozo de tostada, bebo un trago de agua y salto de la silla esperando ver al mayordomo apostado en el pasillo igual que había estado momentos antes. Efectivamente, abro la puerta y ahí está con su mirada de jugador póker. <¿Pero este hombre no tiene emociones? Parece que se haya dibujado la cara así…> pienso para mí, aunque claro, todavía no sé si realmente es un hombre.
– Oni, ¿verdad? – le llamo con una voz que ha sonado más entrecortada de lo que me habría gustado, pero al fin y al cabo, estoy aquí atrapada con lo que yo creo que son vampiros. Y la verdad es que con 23 años aún no quiero morir. – ¿Por qué se oculta tras un espejo? – le pregunto suspicazmente como diciendo . A ver, Juls, claro que oculta algo, ¡se oculta a sí mismo detrás de un maldito espejo! Si soy la primera humana que conoce este mayordomo, va a pensar que los de nuestra especie somos todos así de idiotas.
Oni abre la boca para responderme con su parsimonia característica.
– Me temo que no puedo responderle a esa pregunta. El Señor tiene sus motivos para hacer lo que hace –. Y esa es su máxima explicación a mi pregunta.
Suelto un bufido. Es verdad, le llama “el Señor». No, no voy a acostumbrarme a eso, sé que no podré, soy una millennial felizmente atada a mis redes sociales. El único “Señor”que he conocido es el de El Señor de los Anillos gracias a un viejo libro que me dejó mi padre cuando era demasiado joven como para entender el valor de ese tipo de literatura. ¡Cómo me aburrió! Pero aún y así lo leí entero porque odio dejar las cosas a medias. Aunque, tengo que decir que las películas sí que me gustaron. Qué le vamos a hacer, no se puede ser perfecta.
Me dirijo a él totalmente exasperada.
– ¿Y qué se supone que voy a hacer ahora? ¡Quiero irme a mi casa! – le espeto y tengo la sensación de que he sonado tan infantil que me muero de la vergüenza, pero aún y así mantengo mi cara enfurruñada.
– Se lo ha dicho el Señor – . pienso para mí mientras él continúa – Puede ir a cualquier parte menos a las dependencias inferiores – continúa él. me digo a mí misma en tono tenebroso.
¿Cuántos años tiene este hombre? ¿Mil? Le corto impacientada.
-Vale, ¿y qué se supone que puedo hacer en el castillo de Bram Stoker? – me lo quedo mirando clavándole los ojos fijamente para ver si ha pillado la brillante indirecta.
– Puede recorrer los jardines, leer en la biblioteca, nadar en la piscina interior, visitar el invernadero, montar a caballo…- dice y yo le corto en seco al oír ésto último.
– Espera, ¿tenéis caballos? Pensaba que eso formaba parte del «mundo de los humanos».
– El Señor cuenta con varios ejemplares magníficos. Los caballos al igual que otros animales también son comunes aquí – me informa y añade – Puede ir a las cuadras y allí uno de los sirvientes le preparará una montura.
Me lo quedo mirando y asiento. Bueno, estoy atrapada en un castillo con caballos, piscina y biblioteca. Algo es algo.
– A propósito, ¿le importa que dejemos agendadas las reuniones de entrenamiento?- me pregunta y yo me lo quedo mirando pensando en cómo serán esos entrenamientos. ¿Qué tipo de ejercicio me van a hacer? Intento imaginar en qué momento del día me va a dar menos pereza correr, nadar, levantar pesas o cualquier tortura china que se inventen.
– ¿A las 11h?- sugiero después de meditarlo brevemente -. ¿Cuántas sesiones me harán falta para volver a casa? Mi familia y amigos estarán preocupados por mí…
– Todo depende de cuánto evolucione en sus entrenamientos – contesta y añade – A las 11h pues. Y ahora si me disculpa, debo marcharme – Oni me hace un gesto con la cabeza, da media vuelta y sale andando por el pasillo.
¿Eso era una reverencia? De verdad, que alguien le actualice el software a este mayordomo.
Me quedo completamente sola viendo marcharse a Oni por el pasillo y me pregunto qué hora será. La verdad es que tengo sueño, siempre me entra un poco justo después de desayunar, así que intento recordar el camino de vuelta a mi habitación (esa que realmente no es mía). Recorro el pasillo alfombrado y las luces del exterior provenientes de las ventanas de algunas de las salas iluminan las motas de polvo en el aire. Las voy curioseando todas sin pararme a entrar en ninguna: muebles de madera, cuadros, candelabros, chimeneas, un piano de cola, sofás, sillones orejeros… Un poco de todo pero nada fuera de lo común. Son vampiros muy normales, la verdad.
Subo a la primera planta y para variar, me pierdo y elijo el camino opuesto al que iba a mi habitación. Abro la puerta que creía que era y doy con unas escaleras de piedra en forma de caracol sin iluminación que suben hacia arriba. Noto la humedad con solo oler ese lugar así que cierro de golpe. No tengo intención de ponerme en plan Sherlock Holmes en mi primer día secuestrada, gracias.
Doy media vuelta y por fin, llego a mi cuarto perfectamente decorado en tonos pastel. María Antonieta aprobaría esta decoración.
Miro la cama y está hecha. << ha debido entrar a hacerla mientras estaba en el comedor> pienso para mí. Miro a las ventanas y a través de ellas se ve un día claro y soleado. Me acerco con paso rápido sintiendo la necesidad de conocer el exterior de este tétrico lugar.
Pero el exterior no tiene nada de fantasmagórico, todo lo contrario. Salgo al balcón y apoyo las manos en el alféizar mirando todo lo que alcanza a ver mi vista desde allí: un jardín verde, el invernadero, estanques, bosque, un laberinto de cipreses…
Espera. ¿Un laberinto? De pequeña me encantaban los laberintos, me parecían súper entretenidos de recorrer y siempre salía disparada entre risas para intentar perderme a propósito y que me tuviesen que buscar. Eso me hace sonreír y creo que es la primera sonrisa del día. Quizá me anime a entrar.
Vuelvo al cuarto y me dejo caer en la cama mirando al techo. me digo en voz alta y suelto un suspiro corto.
Me acomodo y me quedo dormida. Muy típico en mí. Me encanta dormir aunque la mitad de las veces (por no decir casi siempre) tenga pesadillas horribles. Al final, terminé acostumbrándome y ahora sencillamente son historias desagradables que recuerdo al despertar y que duran en mi memoria menos de medio día.
Cuando despierto, miro perezosamente a la chimenea de la habitación (sí, tengo chimenea en mi habitación y si tuviese mi iPhone le habría hecho una foto para subirla a Instagram titulada «¿La encendemos?» bajo el hashtag #chilltime.Postureo máximo, pero el caso es que sé encender chimeneas), y allí encima de la repisa veo un reloj. Me levanto y me acerco para mirar qué hora es me digo y de pronto caigo en la cuenta de que no sé exactamente cuándo me «aparecí» aquí. Ahora son las 13h del mediodía y me doy cuenta de que he dormido demasiado. ¿Cómo puede ser que me quede K.O en mitad de esta novela de terror?
Me pongo mis Vans negras y me doy un vistazo en un enorme espejo que hay en una de las paredes de la habitación. Tengo el pelo castaño revuelto cayendo hasta un poco más abajo de mis hombros y me lo intento acomodar con las manos mientras pienso que siempre lo he llevado igual. La verdad es que mi físico y estética nunca han cambiado demasiado en todos estos años. Siempre he sido de estatura media tirando para alta, atlética (¡gracias mamá por obligarme a ir a natación!), piel exageradamente blanca (¡bendito colorete!) y ojos grandes marrones que no están mal para ser aburridamente marrones. Al final doy por imposible mi pelo y salgo de la habitación. <¿Dónde estará este mayordomo?> digo en voz alta, pero a decir verdad es que no me he cruzado con nadie en todo el día. > argumento convencida de ello.
Vuelvo a la planta inferior y justo al bajar las escaleras principales, veo la puerta a la calle entreabierta. Me dirijo hacia allí y salgo quedándome totalmente asombrada. <¿Pero qué demonios le ha pasado al tiempo? Si hace nada había un sol brillante y ahora hace hasta frío…> digo en un susurro. Tengo ante mi un paisaje completamente gris bajo un cielo con nubes oscuras de colores morado y azulado. Estoy en un porche de piedra oscura que da a un camino de adoquines y que llega hasta un puente con una enorme verja de hierro. Y bosque. Parece que el bosque está por todas partes pero aquí tiene como una niebla que aún lo vuelve más lúgubre. Un escalofrío me recorre la espalda y vuelvo adentro donde oigo el primer ruido en todo lo que llevo en este lugar. Parece una cacerola cayendo al suelo y alguien mascullando en un idioma que no reconozco. Me dirijo hacia allí y doy con una enorme cocina rústica. pienso mientras la recorro con la vista: tiene un techo abovedado de piedra, lamparas de campana cayendo a diferentes alturas, una isla en el centro con taburetes y un banco integrado con cojines, un horno de leña, una despensa de madera oscura… Y una cocinera con la boca abierta que se ha quedado sorprendida al verme. Igual o más de sorprendida que estoy yo al verla a ella, así que ahí estamos las dos con las bocas muy abiertas.
-Hola, perdona si te he asustado – le digo finalmente intentando sonar amable aunque no sé si me entiende porque desde el otro lado de la estancia la había oído maldecir en un lenguaje indescriptible. – He escuchado el ruido y… – me rasco los laterales de los dedos nerviosa sin saber qué más decirle a esa mujer porque la verdad es que estoy alucinando con lo que tengo delante de mí. Es más o menos de mi estatura, pelo negro recogido en un moño alto, lleva un vestido oscuro con un delantal también negro atado a la cintura y hasta ahí, la verdad es que todo es normal. Todo es normal si no me fijo en que tiene la piel de color violeta y unas enormes pupilas dilatadas más negras que la noche.
, me digo a mi misma. No sé qué es pero no tiene nada que ver con Oni, y si no fuese por la cara temerosa que tiene esta curiosa criatura, ya habría salido corriendo de vuelta a mi habitación. Aunque, a decir verdad, dentro de sus peculiaridades, se podría decir que es bonita.
– Siento si la he molestado… – me responde y la entiendo a la perfección. <¡Habla mi idioma!> pienso aún más desconcertada.
– ¡Ah! No, qué va… No te preocupes – le digo agitando las manos y sonrío torpemente. – Por cierto, ¿hablas mi idioma?
Asiente con la cabeza.
-Todo el personal del Castillo Negro sabe hablar las lenguas de los seres humanos
– ¿De verdad? ¿Todas? Uau… -. Esto sí que no me lo esperaba, aunque bueno, tampoco me esperaba que la cocinera fuese a tener la piel violeta. Intento sonsacarle alguna cosa de valor que me de alguna pista de dónde estoy y cuánto tiempo llevo aquí. – Y entonces, ¿cuál es tu lengua?
– Tiene muchos nombres, señorita. Algunos la llaman la lengua de las sombras – me dice.
<¿Señorita?> venga hombre, ¡lo que me faltaba! Me da igual si al Drácula del castillo lo llaman «Señor», pero yo no voy a permitir que me traten como si fuese la reina Ginebra.
– Llámame Juls, por favor – le digo y añado – ¿Qué son las «sombras»?
– No nos está permitido hablar sobre eso, seño… Juls – se apresura a decir cuando la miro apretando los labios pensando en un .
Bueno, lo tenía que intentar y no ha colado. Vamos a ver si cuela la segunda.
– ¿Cómo te llamas? – le pregunto con una pequeña sonrisa intentando ser amistosa.
– Me llamo Faan – dice reposando sus manos sobre el delantal negro.
– Y, ¿sabrías decirme cuánto tiempo llevo aquí? – pregunto y añado – En el Castillo Negro.
– Llegó anoche… Sobre las dos de la madrugada.
– Eso quiere decir que esta noche a las dos de la madrugada hará un minuto que estoy fuera de mi mundo… Bueno, podría ser peor… – comento en un pensamiento en voz alta para mí misma.
Fann no dice nada y nos quedamos en silencio por unos momentos hasta que al final se decide a invitarme a comer un guiso recién preparado y yo acepto. Su compañía es bastante agradable y casi hace que ni me acuerde de que es de color violeta.
Una vez he terminado, le agradezco a Faan la comida y salgo al jardín de la parte trasera del castillo para ver si el tiempo ha mejorado y puedo pasar un rato al aire libre.
Y así es, el tiempo en esta parte del terreno no tiene nada que ver con lo que acababa de ver hacía unas horas en la entrada principal. Aquí la temperatura es agradable, no hace ni mucho frío ni mucho calor así que tanto se podría ir en manga larga como en manga corta. Yo llevo unos vajeros pitillo y una camiseta de manga larga fina así que me resulta muy agradable estar en el exterior notando los rayos de sol sobre mi cara.
Paseo por allí y doy con columpio colgando de un árbol, aunque más que un columpio es una especie de asiento colgante. Me quedo un rato tranquilamente reposando la comida pensando en cómo será la reunión de mañana. Lo cierto es que siento mucha curiosidad y a la vez, temor por estar en un entorno donde no controlo nada. Me siento vulnerable y odio esa sensación. me digo mientras me balanceo suavemente con la punta del pie derecho en el suelo.
Tras un buen rato, me levanto y camino en busca de las cuadras. Allí doy con un chico delgado de pelo anaranjado vistiendo un peto marrón y unas botas altas. Le está cepillando el pelo a un enorme y testarudo caballo negro que no deja de resoplar y zarandear una de sus patas delanteras.
– ¡Relámpago! ¡Ya basta! – grita el muchacho intentando controlar al animal sujetando una de las riendas.
– Qué mal carácter… – le digo mientras me voy acercando poco a poco hasta quedarme a una distancia prudencial.
El chico alza la vista y deja el cepillo a un lado para poder agarrar bien a la bestia. pienso mientras no le quito ojo al animal.
– ¡Hola! – me saluda – Me dijo Oni que vendrías.
– Hola, soy Juls – me presento aunque deduzco que ya sabe quién soy. – Sí, quería ver a los caballos y saber si podría montar alguno un rato esta tarde… – digo aunque ya no tengo tan claro que me apetezca mucho ese plan.
El mozo de cuadras parece entusiasmado y sonríe dejando entre ver unos colmillos más prominentes de lo normal. <¡Un vampiro! ¡Este sí que tiene que ser un vampiro!> sentencio pero acto seguido reflexiono no tenía sentido para mí. <quizá stephenie="" meyers="" no="" andaba="" desencaminada="" con="" sus="" vampiros="" de="" Crepúsculo> razono tomando este argumento como una hipótesis totalmente válida dentro de mi investigación personal sobre estos seres que no dejaban de sorprenderme.
– ¡Claro! Por favor, dame un momento que devuelva a este cabezota a su suite – dice el muchacho mientras intenta llevar al caballo a su cuadra y añade – Por cierto, me llamo Dannelius pero todo el mundo me llama Dan.
El caballo no parece querer volver a su «suite», es más, no deja de mirarme y resoplar cada vez más fuerte y de manera más seguida hasta que al final pega un tirón tan fuerte que a Dan se le escapan las riendas y el animal sale disparado hacia mí provocándome un casi ataque al corazón (o algo peor).
pienso con los puños apretados mientras veo a cámara lenta todo lo que está sucediendo a mi alrededor y escucho a Dan gritar en vano.
Relámpago se detiene justo delante de mí y agacha la cabeza para que… ¿le acaricie? sentencio pero no puedo evitar levantar mi mano lentamente y apoyarla sobre la frente del caballo. Como si hubiese habido algún tipo de conexión entre ambos. Me fijo en que tiene un pelaje corto completamente negro y tan brillante que el sol lo baña entero de luz realzando cada uno de sus músculos. Nunca había visto un caballo igual.
Dan aparece sufriendo casi el mismo ataque al corazón que yo y se disculpa.
– ¡Lo siento muchísimo! ¿Estás bien, Juls? – pregunta. – Es el caballo con más mal genio que tenemos y eso que tenemos siete. Su hermana no tiene nada que ver con él, ella es una yegua blanca la mar de tranquila y obediente.
– Sí, sí… No te preocupes – lo calmo mientras sigo acariciando al animal. – Parece que sólo quería saludarme, ¿verdad? – digo sonriendo.
– ¡Vaya! No me puedo creer que esté pasando esto… Parece que le has gustado. ¿Quieres intentar cepillarle? – me propone Dan y yo acepto aunque con ciertas reservas. Agarro de las riendas a Relámpago y con la otra mano libre le paso con cuidado el cepillo mientras él permanece tranquilo.
Dan intenta acercarse a nosotros pero Relámpago pega un bufido y deja claro que no quiere que se entrometa. me apunto mentalmente esta nota para que no se me olvide.
Veo que el sol se está poniendo y no me había dado ni cuenta. pienso mientras miro el sol ponerse.
Dan parece haber visto lo mismo que yo.
– Se está haciendo tarde… ¿Quieres intentar llevar a Relámpago hasta su cuadra? – me invita sin tenerlas todas consigo.
Asiento y miro fijamente al caballo.
– Vamos a llevarte a tu cuadra y te vas a portar bien, ¿de acuerdo? – le digo como si me entendiese. Tiro levemente de las riendas y el animal me sigue tranquilamente mientras Dan nos mira incrédulo. pienso con orgullo y consigo entrarlo a su cuadra sin ningún tipo de incidente. Le devuelvo el cepillo a Dan y me despido de él esperando visitarlo los próximos días. .
Ha sido un día agotador así que vuelvo a mi cuarto sin pensar en cenar. Me relajo en la bañera durante una hora entera y cuando salgo, me vuelvo a quedar dormida de lado en la cama con un enorme edredón tapandome hasta la nariz.
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CAPÍTULO 3
Me despierto sobresaltada con el corazón latiendo a mil por hora. <Otra pesadilla…> pienso y trato de recordarla por pura curiosidad. Es algo que no puedo evitar por muy horrible que haya sido el sueño. Esta vez ha sido una bestia negra de tres metros sobre un cielo de tormenta y relámpagos la que me ha acompañado durante la noche mientras dormía. <Si pudiese vender mis sueños, me habría hecho de oro. En mi cabeza tengo la mejor ciencia ficción de la historia> bromeo para quitarle importancia al asunto.
Los rayos de sol se cuelan difuminados entre las cortinas blancas e iluminan una parte de la habitación. Me pregunto qué hora es pero lo primero que hago al despertar es cepillarme los dientes, no puedo evitarlo. Desde siempre me ha dado mucha manía sentir la boca pastosa por las mañanas así que cepillarme los dientes es una cuestión de vida o muerte para mí.
Me enjuago la boca y camino descalza hasta la repisa de la chimenea donde agarro el reloj y lo coloco sobre mi mesita de noche. Son las nueve de la mañana y me doy cuenta de que tengo muchísima hambre. <Ayer no cenaste> me recuerdo. Me dirijo al armario mientras me recojo el pelo en una coleta de caballo y allí elijo unos pantalones de pitillo negros, una sudadera blanca sencilla y mis Vans negras. Una vez lista, salgo al pasillo en dirección al comedor. Cuando abro las puertas, la mesa ya está dispuesta con un generoso desayuno igual que el de la mañana anterior. Mientras bebo un sorbo de té chai con leche reparo en el espejo y la piel se me eriza. <¿Me estará mirando?>, la sola idea hace que no me apetezca desayunar allí así que termino rápido mi té y justo cuando estoy a punto de salir, entra Oni.
– Buenos días, señorita – dice y yo resoplo. <No voy a intentar que me llame «Juls» porque será un fracaso y pérdida de tiempo absolutos>. Él continúa – Me alegra ver que está desayunando, espero que todo sea de su agrado – extiende las manos boca arriba en dirección a la gran mesa de roble. – Venía a informarle que la reunión se celebrará en la biblioteca. ¿Sabe dónde queda? – pregunta.
Y lo cierto es que sí que sé dónde queda porque ayer la vi desde el jardín tras una enorme cristalera. <Seguro que es un lugar con muchísima iluminación y debe ser agradable estar allí con las vistas al exterior> pienso para mí misma.
– Sí, sé llegar, no hay problema – le contesto y añado – ¿Tengo que ir vestida de alguna manera en concreto o así va bien? – Esta mañana cuando he elegido la ropa he pensado en ponerme un chándal pero prefería que me dieran ellos las indicaciones. De todas maneras, he elegido lo más cómodo y práctico que he visto en el armario.
Oni me mira de arriba a abajo y al final dice:
– Así va bien pero le recomiendo que repose su desayuno – comenta sin concretar nada más. – La veo luego – se despide y se marcha de la sala dejándome allí plantada.
-¡Espera! ¿Qué has querido decir con que «repose el desayuno»? – grito pero el mayordomo ya se ha ido.
<Bueno, sólo he tomado un té con leche, no creo que haya problema con el reposo…> pienso mientras le echo un último vistazo al espejo con el marco dorado ornamentado.
Vuelvo a no saber qué hora es así que para no llegar tarde a mi encuentro con Terry, me dirijo directamente a la biblioteca. La verdad es que la idea me entusiasma, parece una biblioteca enorme con un montón de libros que seguro que me salvarán la vida en las horas muertas dentro de esta jaula medieval. Cuando llego, me encuentro con unas enormes puertas similares a las del comedor que me anticipan lo que me voy a encontrar dentro. <¡Uau! Conozco bibliotecas nacionales más pequeñas que esta… > digo en voz alta. Y no es para menos: la biblioteca es una enorme sala con suelos de madera oscura de dos plantas con una pared redondeada al fondo y una cristalera gigante que da al jardín y al otro lado, una escalera de caracol. En la planta baja hay una chimenea (alejada de las estanterías, por supuesto), un par de sofás marrones con cojines, tres sillones granates, una mesa de escritorio con una silla a un lado y dos sillas al otro lado y varias lámparas de pie. <¡Qué pasada…!> digo con una enorme sonrisa en la boca pero es que realmente es un lugar impresionante.
Me fijo que uno de los sillones granates está encarado a… un espejo vertical. <Vale, lo pillo> pienso sin quitarle el ojo al espejo. Me pone muy nerviosa pensar que puede estar viéndome desde allí y acabo desarrollando una teoría que verificaré en cuanto salga de aquí.
Me acerco a una de las estanterías y elijo un libro al azar: «Harry Potter y el prisionero de Azkaban«. No puedo evitar soltar una carcajada al pensar en el título del libro. Y para qué mentir: también me ha sorprendido que a un señor medieval le guste J.K Rowling.
Me llevo el libro al sillón y me acomodo, pero justo antes de llegar al tercer capítulo, escucho una voz salir de delante de mí. Su voz.
– ¿Fan de Harry Potter? – pregunta a modo de saludo pero puedo imaginarme su rostro serio al otro lado del espejo.
Alzo la vista y me encuentro mi reflejo mirándome. <Es tan incómodo estar hablando con un desconocido y ver constantemente mi imagen…> pienso y decido no comentárselo. Por ahora.
– Bueno, me gustan sus libros y películas pero no me considero una potterhead– le contesto. – ¿Y tú? ¿Cómo es que tienes libros de Harry Potter?
– ¿Qué quieres decir? – pregunta sorprendido.
– Bueno, que es extraño que los vam… Digo, que es extraño que en un lugar como este hayan libros de Harry Potter – le digo apresurándome a intentar remediar mi torpeza. – No me lo esperaba.
– Como has podido comprobar, es una gran biblioteca con una gran colección de libros – aclara. – Hay libros de muchos orígenes y géneros: ensayos, poesía, novela histórica, novela fantástica… Eso incluye la literatura humana.
Miro a las altas estanterías llenas de libros y asiento con la cabeza. Es verdad, es una biblioteca enorme con cabida para casi cualquier libro.
– Lo que me ha sorprendido es que estéis tan actualizados con novelas contemporáneas humanas y más concretamente, con Harry Potter – insisto porque es algo que me hace mucha gracia.
– Los humanos sois grandes escritores cuando queréis serlo – me afirma. – ¿Quieres seguir hablando de Harry Potter o te interesa saber cómo salir de aquí?
– Me interesa saber cómo salir de aquí – le contesto completamente seria.
– Bien – hace una pausa y prosigue. – Lo primero que tienes que aprender a hacer es a dejar la mente en blanco – dice como si fuese algo obvio y fácil de lograr. – Tienes que aprender a dejar de tener pesadillas, Juliet.
Me quedo atónita mirando al espejo y por unos momentos no reacciono hasta que al final, mis palabras salen a trompicones.
– ¿Cómo sabes lo de mis pesadillas? Y, ¿cómo sabes mi nombre completo?
¡Muy poca gente sabe lo de mis pesadillas! Y nadie me llama Juliet salvo mi madre y mi abuela.
– Eso no importa. El caso es que las tienes y tienes que hacerlas desaparecer si quieres cruzar el bosque – dice y hace una pausa, pero al final añade – «Juls» es una abreviación común de Juliet o Julieta.
<Ya, pero tú has dicho Juliet> pienso apretando los labios. Al final resuelvo no decir nada y dejarlo estar. Tiene razón, eso no importa, yo sólo quiero volver a mi casa.
– ¿Cómo aprendo a dejar la mente en blanco? – le pregunto intentando ser una alumna aplicada.
– Hay varias maneras de desviar la atención de la mente. Una de ellas es dejar la mente en blanco encontrando un foco neutral y pensando en él a voluntad para evitar cualquier otra distracción. Como por ejemplo, pensar en el color blanco para neutralizar el resto de pensamientos. Mientras pienses en ese foco, no dejarás lugar a nada más.
Asiento reflexivamente.
– La teoría la entiendo, pero no sé cómo enfocar la práctica – le digo rascándome pensativa los costados de los dedos. – ¿Pienso en el color blanco antes de ir a dormir y ya está?
No creía que mi libertad iba a resultar tan sencilla, la verdad. Pero presiento que no voy a tener tanta suerte.
– Esa sería una manera – comenta y añade – Luego hay otras que iremos poniendo en práctica con otros ejercicios cuando estés preparada. Juliet, el problema no es sólo que no sabes concentrarte ni relajarte, el problema es otro y tú lo sabes.
– ¿A qué te refieres?- pregunto desconcertada.
– ¿Por qué crees que tienes pesadillas?
Lo miro (o más bien miro mi reflejo) y me muerdo el labio inferior. No quiero hablar sobre eso pero sé que es parte del motivo por el cual tengo pesadillas.
– Tú eso ya lo sabes… – digo casi sin pensarlo, pero en realidad no tengo ni idea de si lo sabe o no lo sabe.
– Quiero oírtelo decir a ti.
Noto su voz más cerca y no sé si son imaginaciones mías o es que se ha inclinado acercándose al espejo.
– Dímelo – me ordena y yo no puedo evitar clavarme los dientes en el labio inferior. Me estoy haciendo daño sin querer pero casi ni lo noto.
Cojo aire y lo mantengo en el pecho para que me dé impulso y poder hablar.
– Está bien – trago saliva y un montón de recuerdos horribles empiezan a nublarme la vista – Un sábado por la noche con 15 años, volviendo a casa andando desde el pueblo de al lado, un coche negro paró y salió un hombre que se ofreció a llevarme. Yo había bebido con los amigos y no pensaba con claridad, así que acepté y me subí.
Hago una pausa, me duele el estómago, no quiero hablar sobre esto pero me obligo a ello porque sé que Terry no va a permitirme dejarlo estar.
– El hombre condujo hacia la montaña y cuando me quise dar cuenta, estábamos adentrados en el bosque. Le grité que me dejase bajar y él acabó parando en mitad de la nada. Yo estaba temblando de miedo, él se acercó a mí desde su asiento para intentar quitarme el teléfono. Forcejeamos, me clavó las uñas haciéndome sangre y finalmente se salió con la suya y me quitó el teléfono.
Instintivamente me toco los nudillos de la mano derecha donde aún me queda una imperceptible cicatriz que sólo yo sé que sigue ahí.
– Ese monstruo salió del coche, abrió la puerta de mi lado y me obligó a bajar tirando de mí con el cinturón medio puesto todavía. Eso me hizo otra marca en el cuello. No sé exactamente qué quería de mí, pero lo peor fue cuando consiguió sacarme del coche y caí al suelo rompiéndome los tejanos y rasgando mi rodilla.
– Y, ¿qué más pasó, Juliet?
– Fue un accidente, no quiero seguir con esto… – digo a duras penas. Siento que el aire no baja de mi pecho y no me llega a los pulmones, estoy mareada y el estómago me duele horrores.
– Continúa – dice Terry sin ningún tipo de compasión.
Trago saliva y revivo la peor parte de la historia. La pesadilla que da origen a todas las demás.
– Estando en el suelo tirada, le di una patada y le hice caer. Cayó por un barranco. Era otoño. Ese otoño… Hubieron muchas tormentas y algunos árboles y ramas se partieron por los temporales… Él hombre rodó por el barranco hasta quedar empalado en una rama gruesa de uno de esos árboles partidos.
A estas alturas, tengo el dorso de los dedos completamente en carne viva. Veo el pellejo de uno de ellos sobresalir y me lo arranco haciéndome sangre. La noto pegajosa mancharme el dedo y me lo llevo a la boca para chuparlo y limpiar la sangre. Para evitar dejarlo todo perdido, aprieto con otro dedo sobre la herida y sigo contando mi historia.
– Le oí sollozar y gritar de dolor pidiendo auxilio pero yo estaba asustada tanto de él como de la situación. Le vi desangrarse boca arriba delante de mí con esa rama atravesándole el estómago. Y no hice nada. Di media vuelta hasta el coche a por todas mis cosas y salí corriendo por el bosque intentando llegar al pueblo. Pero me perdí y caminé durante una eternidad hasta que encontré una casa abandonada. Estaba agotada, hacía frío y se puso a llover, así que entré. Sí, cometí dos veces el mismo error en una noche, pero por suerte, en esa casa no había nadie y me pude quedar dormida en un rincón polvoriento lleno de suciedad, grafitis y botellas de cerveza vacías.
Cuando recuerdo esa casa siempre me sale una mueca de asco y agradecimiento. No sé qué habría sido de mi toda la noche vagando por el bosque bajo la lluvia helada y el cansancio.
– Por la mañana llamé a un amigo y le pasé la localización para que pudiera venir a buscarme. Él me preguntó que qué me había ocurrido pero nunca llegué a contárselo y él lo respetó. Sin embargo, las semanas siguientes encontraron el cadáver de mi captor y en las pruebas de ADN de sus uñas encontraron el mío. Los médicos evaluaron mis heridas y hematomas y el caso se resolvió sentenciando que había sido en defensa propia.
Dejo de apretar la herida del dedo y veo que la sangre ha coagulado, así que lo suelto y escondo los dedos en un puño. Nunca me han gustado mis manos y esconderlas es casi un acto reflejo. Ahora mismo me siento muy incómoda, le he expuesto mis demonios a este desconocido y aún no tengo claro para qué. No sé cómo esto va a hacer que vuelva a mi casa ni por qué es relevante para cruzar un bosque. Toda esta incertidumbre es desconcertante y siento que me estoy agobiando por momentos.
– ¿Eso es todo lo que recuerdas? – me pregunta Terry y yo miro incrédula al espejo.
– ¿Qué más quieres que recuerde? – le espeto. – ¡Te lo he contado todo! ¡Por culpa de eso tengo pesadillas!
– ¿Estás segura de que ése es el comienzo de todo? – Terry pronuncia las siguientes palabras con mucha calma como si quisiera que las procesara detenidamente. – ¿Estás segura de que antes no hubo nada más?
Estoy harta de esto, me ha hecho pasar un muy mal rato y no sé de que va a servir. De verdad que no lo sé. Las pesadillas empezaron así. ¿Qué más quiere que recuerde? No había vuelto a hablar de esta historia desde los 15 años y nadie salvo yo sabe exactamente qué ocurrió aquella noche. A él es al primero al que le cuento lo de la casa abandonada y que quizá podría haber salvado a ese hombre y no lo hice. ¿Qué más quiere de mí? Estoy realmente enfadada y dolida por todo. Por culpa de esa vivencia no he dejado de tener pesadillas y ahora estoy segura de que las de esta noche aún serán más horribles por haber revivido esta parte de mi pasado.
– ¡No eres más que un maldito vampiro cobarde que se esconde detrás de los espejos y que ahora va de psicólogo frustrado cuando ni siquiera puede resolver sus propios asuntos! – le grito y me levanto del sillón hecha una furia corriendo al jardín.
Camino un buen rato con las mejillas rojas por las lágrimas, el ceño fruncido y totalmente sumida en mis pensamientos . <Odio este sitio. Y le odio a él> digo en voz alta maldiciendo el castillo entero.
Sin darme cuenta, llego a la cuadras y veo a Dan con una preciosa yegua blanca. Tiene el cabello plateado y le brilla bajo el sol. Sus ojos son grandes con una tonalidad violeta que aún la hace más mágica.
– ¡Hola, Juls! – me saluda con la mano Dan y lleva consigo su ya habitual sonrisa.
– Hola, Dan – le devuelvo el saludo y no puedo evitar fijarme en sus colmillos. No son excesivamente largos pero lo suficiente como para no ser humanos.
– ¿Estás bien? – me pregunta Dan al ver mi cara roja.
– Sí, no te preocupes – le respondo pero en realidad estoy tan harta de los misterios de este sitio que no puedo evitar preguntarle lo que realmente creo. – ¿Sois vampiros?
Dan suelta una carcajada enorme y deja las riendas de la yegua que se mantiene quieta en su sitio. <Es más tranquila que Relámpago, ¿será su hermana?> me pregunto mientras Dan acaba de reírse de mi pregunta repentina.
– ¿Eso es lo que crees? ¿Que somos vampiros? – dice entre risas. – Aquí hay un poco de todo, pero no somos vampiros.
– ¿Entonces qué sois? ¡Nadie quiere contarme nada! – le digo frustrada haciendo un gesto con las manos señalando al castillo.
– El Príncipe nos lo tiene prohibido – Y acto seguido se lleva el puño a la boca como arrepintiéndose de algo que ha dicho.
Pero yo estoy lo suficientemente atenta como para haberlo captado y no salgo de mi asombro.
– ¿¡Cómo que «el Príncipe»!? Dan, cuéntamelo. Pero, ¿no era un «Señor»? No entiendo nada, ahora no me puedes dejar así.
– Lo siento, Juls, lo tenemos prohibido – dice bajando la mirada y acto seguido la levanta para suplicarme – Por favor, tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie. Prométeme que no le dirás a nadie que te he dicho que es un príncipe.
– ¿Pero por qué?, ¿qué es lo que ocurre, Dan?
– No puedo, de verdad que no puedo. Me castigarán si se enteran y no me pueden echar de aquí – de pronto, seña al bosque y añade – No sobreviviría allí afuera.
Miro al bosque y pienso en lo que debe haber allí como para que esta criatura extraña le tenga tanto miedo. Casi el mismo miedo que vi en los ojos de Faan cuando le intenté sonsacar información. <¿Qué demonios hay en ese bosque…?> me pregunto. Supongo que tarde o temprano lo averiguaré si quiero volver a casa.
Me vuelvo a Dan con una sonrisa tranquilizadora porque al fin y al cabo, no quiero perder al único amigo que he hecho aquí.
– De acuerdo, no insisto. No te preocupes, no se lo diré a nadie. ¿Me presentas a esta bonita yegua? – le digo señalando al caballo.
Dan mira al animal y parece como si se hubiese olvidado que estaba allí, pero reacciona y me responde con su sonrisa de siempre:
– Esta es Tormenta, la hermana de Relámpago y la montura del Señor – me comenta mientras la acaricia. – Es el mejor caballo que tenemos, aunque su hermano sería igual de bueno si no fuese tan testarudo y desobediente.
No puedo evitar reírme al pensar en el enorme caballo negro que hacía sólo un día había estado a punto de provocarme un ataque al corazón.
– ¿Puedo montar un caballo hoy? – le pregunto.
– ¡Claro! – dice mientras lleva a Tormenta a la caballeriza. – Creo que podrías montar a Dust, tiene un carácter tranquilo y te costará muy poco hacerte con él – comenta tras meditarlo – ¡Eso es! ¡Dust! Te va a encantar, tiene un color canela muy bonito y el pelo rubio.
– ¿Dust? ¿Eso es «polvo» en inglés? – pregunto sorprendida pero luego recuerdo que aquí hablan un montón de lenguas.
Dan se ríe y asiente con la cabeza. Voy caminando tras él por la caballeriza y escucho el relincho de uno de los animales. Automáticamente siento que es de Relámpago y cuando paso por su cuadra lo confirmo.
– Hola, alborotador – le saludo con una sonrisa mientras extiendo mi mano y él la embiste para que le acaricie. – ¿Qué tal te va?
Me vuelvo a Dan y le pregunto si puedo montarlo.
– ¿A Relámpago? – reacciona sorprendido. – No es un caballo para principiantes… Bueno, realmente no es un caballo para casi nadie. Sólo hace caso al Señor pero él prefiere montar a su hermana, Tormenta. Es mucho más dócil y leal – me explica.
– ¿Podría intentarlo? – insisto y de pronto pienso en que no sé de donde narices me ha salido esta valentía para querer subirme en lo alto este caballo enrome y peligroso.
Dan duda por unos minutos pero al final abre la puerta de madera de la cuadra de Relámpago y yo le ayudo a sacarlo al patio. Allí me enseña a preparar la silla con los estribos y yo presto atención porque es algo que desconozco por completo y me resulta interesante.
– Bueno, pues ya está – anuncia Dan. – ¿Quieres que te ayude a montarlo?
Asiento y juntos conseguimos subirme a lo alto del caballo sin ningún incidente. Contengo la respiración y casi sin darme cuenta, estoy montándolo por el patio. Relámpago responde bien a todas mis señales, no me está costando en absoluto llevarlo.
– ¡Uaaau…! – suelta Dan – ¡Si no lo veo no lo creo! ¿Cómo diantres lo has conseguido, Juls? – Me grita Dan desde el otro lado del patio. – ¡Esto es increíble! Es imposible que hayas logrado montarlo con esa facilidad, ¡si es el caballo más tozudo y cabezota del mundo! – dice entre risas.
Me siento feliz, siempre me ha gustado montar a caballo pero no he tenido la suerte de poder hacerlo a menudo, así que ahora mismo lo estoy disfrutando muchísimo. Noto los músculos fuertes y definidos del caballo bajo mis piernas y sé que si se revolucionase, me sería casi imposible controlarlo.
– Pues al final no eres para tanto, gruñón. – le digo acariciándole el trasero y él responde con un zarandeo de la cola. – ¿Aceleramos un poco? ¡Vamos! – grito y el animal lo entiende a la perfección porque sale galope.
Recorro con él todos los terrenos exteriores de la parte trasera del castillo y descubro que son mucho más extensos de lo que se ven desde mi habitación. No me había dado cuenta y a simple vista me parecía un jardín normal y corriente, pero es ahora cuando descubro en los pequeños detalles que hay algo oscuro en todo este lugar. Disminuyo el ritmo del caballo y me paro frente a una fuente de mármol negro con una estatua siniestra. Es una figura espeluznante que no soy capaz de reconocer, tiene unas enormes alas desplegadas, cuernos en la cabeza, colmillos en la boca, garras en las manos y una expresión aterradora. La estatua está tan bien tallada, con tantos detalles que parece real y sólo con mirarla me entran escalofríos. <¿Qué clase de demente tiene una estatua así en un precioso jardín como este?> pienso para mí mientras tiro de la rienda de Relámpago para volver a la caballeriza. Cuando lo hago alzo la vista y mis ojos se posan sobre el castillo negro y allí me parece ver una figura oscura parada sobre una ventana. <Es él. Me está mirando. Sé que es él> comento en un susurro y de pronto me siento insegura allí afuera, observada. Insto a Relámpago para volver rápido junto a Dan y cuando le veo, mis músculos se relajan. <Es agradable tener una cara amable a la que recurrir, me alegro de que esté aquí> pienso apretando los labios en una pequeña sonrisa. Me quedo con él un rato más pero empiezo a tener hambre y caigo en la cuenta que desde que estoy aquí apenas sí he comido algo. Además, sigo sin saber qué hora es y eso de mirar la posición del sol nunca ha sido mi fuerte. <Tengo que hacerme con un reloj o terminaré atándome el de mi habitación a la cintura> me digo para mí.
Me despido de Dan y vuelvo al castillo en busca de la cocina para ver si Faan me puede dar algo que llevarme a la boca. Realmente no tengo ninguna preferencia salvo una enorme pizza margarita (adoro los clásicos y cuando estuve en Nápoles con mis amigas, caí rendida a los pies de esta pizza) y un batido de caramelo salado. <¡Qué rico, por favor! Ojalá tuviesen un Telepizza o un Five Guys por aquí cerca…> digo resignada mientras abro la puerta de la biblioteca.
Deshago el camino que horas antes había hecho a la inversa corriendo y me paro frente al espejo.
– ¿Hola? – pregunto, pero no contesta nadie – Así mejor. Los espejos no hablan – digo haciéndole una mueca a mi propio reflejo pero en realidad mi cabeza está pensando en lo que hay al otro lado.
Recojo el libro de Harry Potter y el Prisionero de Azkabandel sillón y lo guardo en su sitio y me dirijo a la salida. Pero cuando estoy agarrando el pomo de la puerta, me doy media vuelta y vuelvo a sacar el libro y me lo llevo conmigo. No tengo intención de leerlo, pero así me recordará que soy una prisionera y que mi objetivo es salir de aquí cuanto antes.
Camino hacia la cocina y allí me encuentro a Faan con su peculiar piel color violeta y su delantal negro. Antes de entrar, ya estaba mirando para la puerta como si me hubiese escuchado llegar, igual que haría un gato o al menos, a mí me recuerda a eso.
– ¡Hola! – la saludo y ella me devuelve el saludo con una tímida sonrisa. – Venía porque se me ha pasado la hora de comer aunque realmente no tengo ni idea de qué hora es… – Digo a modo de disculpa. – Y quería saber si puedo comer algo aunque sea una pieza de fruta, yogur, pan… No sé, cualquier cosa que tengas por ahí. Cualquier cosa humana. – Puntualizo preocupada porque a saber qué tienen en la despensa de este alcázar.
– No te preocupes, Juls. Puedo calentarte un estofado de verduras que he preparado esta mañana – y señala a una cacerola de hierro sobre unos fogones. – Es una receta humana. – añade con una sonrisa y yo no puedo evitar reírme con ella.
– Oye, Faan, ¿sabes qué hora es y dónde puedo conseguir un reloj de pulsera? – le pregunto aunque intuyo su respuesta.
– Lo siento, Juls, la verdad es que desconozco dónde puedes conseguir un reloj de pulsera. Ahora mismo son las 15:25h de la tarde. Aquí todo el mundo sabe qué hora es – la miro desconcertada. – Es algo innato, no sabría explicarte. «Sentimos» el tiempo, por así decirlo.
– Entonces, ¿por qué tenéis relojes en algunas habitaciones?
– Supongo que forman parte de la decoración o de la apreciación del Señor por los objetos de los humanos -.<Eso tiene sentido> pienso mientras pruebo una cucharada del estofado. Está muy bueno la verdad y eso que yo no soy nada de estofados, pero imagino que tengo tanta hambre que casi me habría dado igual que fuese un estofado de verduras que de sapos y ranas.
Cuando termino, me entra sueño. Demasiadas emociones por hoy, así que recorro desganada los pasillos casi arrastrando los pies. Empiezo a conocerme esa parte del castillo y ya hay zonas que me son más familiares. Sin embargo, quiero comprobar algo. Entro en una de la salas de estar que hay con la puerta abierta y la recorro con la mirada. Me fijo en que hay un espejo encima de la chimenea. Salgo de la sala y entro en la sala contigua donde hay un piano de cola y al fondo, otro espejo. <No puede ser casualidad, me digo> y voy abriendo una a una todas las habitaciones del camino de regreso a mi habitación. Todas tienen un espejo como mínimo. Absolutamente todas. <Nos vigila a todos a través de los espejos> digo en voz alta con los ojos muy abiertos como los de alguien que ha descubierto una verdad aterradora.
Nosotros no le vemos, pero él puede vernos en cualquier momento, <<incluso durmiendo>> reacciono y salgo corriendo a mi habitación. Me lanzo sobre el espejo e intento arrancarlo de la pared sin éxito ninguno, está totalmente incrustado al muro. Sin embargo, mi empecinamiento es mayor y tiro de tal manera que un trozo del espejo se parte bajo mi mano y me corta superficialmente. <Mierda…> digo en un susurro, escuece un poco y es una herida más aparatosa de lo que realmente es pero tengo que hacer algo con ella y no tengo ni idea de dónde sacar un botiquín para desinfectar la herida y vendarla. Pero no hace falta, la puerta de mi habitación se abre de par en par.
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