A toda prisa, así había pasado tu vida, al igual que la mía; con la única diferencia de que yo seguía aquí y tú en una mal oliente y sucia funeraria a las afueras de la ciudad.
En un pasillo de paredes engordadas por la mugre, con el zumbido insistente de las moscas, allí estabas reposando en un ataúd de madera oscura como tu vida. Me habría gustado recordarte, instantes antes de que cerraras el libro de tu existencia, todo lo que me debías; y reprocharte tu cruel comportamiento. Después de haberte salvado del abismo en tantas ocasiones. Siempre me habías querido llevar al lado oscuro, pero mi excesivo sentido de responsabilidad y, sobre todo, el miedo a saltarme las normas me lo habían impedido; aunque en el fondo lo deseaba.
Me habría gustado recordarte, instantes antes de que cerraras el libro de tu existencia, todo lo que me debías; y reprocharte tu cruel comportamiento.
Quería ser como tú, despreocupado de todo, sin miedo a nada, viviendo al día; siempre con look underground, descuidado y a la vez elegante en tonos vivos en naranja butano, verdes pistacho y blancos rotos… como tú.
Me siento junto al habitáculo donde reposas inmóvil, apenas me atrevo a fijar la mirada unos segundos y me alejo raudo. Una vieja con bastón se zarandea adelante y hacia atrás mientras repite: “Luego viene lo que viene”, “luego viene lo que viene… se lo decía yo”. Vuelve ese zumbido y se instala en mi cabeza, y ese calor… Se me hace costoso respirar, no puedo centrarme, pero cierro los ojos y pienso en ti, antes de ver tu rostro por última vez.
Siempre me acompañaste en los momentos difíciles: cuando la paliza de Clara, la muerte de Sergio, la desaparición de Hugo… Ahí estabas dándome apoyo y animándome a tomar determinaciones aunque resultaran radicales y rotundas.
Te recuerdo sonriente, como casi siempre y animoso… Pero siempre persistente en mi mente, como esas moscas que ahora me acechaban. Eras incisivo y tenebroso pero no podía resistirme a tu insistente voz que me trastornaban y me arrastraba a lo que no quería.
Miro tu rostro de cerca y tu tez sombría. Creo penetrar en tu interior y vislumbrar el final del viaje; pero me invade la duda. Cierro los ojos y te veo y me veo. Tengo miedo de despertar.
Respiro con profundidad y hago acopio de valentía para abrir los ojos de nuevo. Entonces, es a mí a quien veo postrado entre sedas grises y negras, en el ataúd. Me asusto pero también siento una profunda paz. Mi corazón cambia a hielo, me despido de ti…de mí, y los dos abandonamos este mundo ya para siempre.
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