Enterraba los dedos en la arena,

Sintiendo cada grano deslizarse

entre mis bellos,

En un ritual de comunión con lo indecible

La esencia donde gravitamos.

Después de recorrer bosques y montañas

y vagar por callejones solitarios,

Perseguido por la sinfonía de lo inefable

Fue necesario morir

para encontrar sentido a esta eterna cadencia,

Y acariciándome con el pasto, solloce

Arropado por la calidez

de mi propia finitud.

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