Lo que necesitaba era simplemente decirle que se podía abrir la puerta siempre que lograra abrir ese cerrojo que rara vez nos dejaba llegar temprano. Se reía mucho pero eso no me molestaba, aquella risa se colaba por las rendijas de la puerta de madera y llegaba en forma de canción a mis oídos.
Hoy, tres años después, esa puerta se torna triste, alejada de los recuerdos que tuve una vez de ella. Mi desolación es tanta que no puedo evitar agachar la cabeza y jugar con el pestillo una y otra vez. Lo que ahora puedo hacer es solo recordarla. Anhelamos una vida juntos, pero el reloj se interpuso, mejor dicho su reloj lo hizo. El mío seguirá andando día tras día y más allá de los 3 años. Mi cabellera nunca será blanca, mis manos nunca serán arrugadas y mis dientes estarán completos. Lo único malo de esta vida que se me hará, literalmente, eterna, es que la parte del corazón que llevaste contigo nunca volverá donde debió quedarse.
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