CAPITULO 1 : EL MISTERIO DE LA ESCALERA PEQUEÑA

Tan sencillo como una respuesta. Nueces o almendras. Escoge -se decía a sí misma-. Pero no había manera de salir de ahí. El bol de los martes o el de los jueves. Y así iban pasando los días. Nunca era capaz de decidirse. Ya se li decían en la escuela. Si hasta le habían puesto un mote, que ella felizmente olvidó. Y es que a sus treinta años seguía siendo la misma comedudas de siempre. Y ¿por qué? Os preguntaréis. Pues muy sencillo: En la vida todo debía tener una lógica, una razón de ser, según sus parámetros. Y si no la tenía, pues no se podía seguir adelante. Así era ella, terca como una mula. O sea que, al final no había otra que inventársela. Más que nada por supervivencia, que si no, todavía estaría en su habitación, pensando en qué vestido ponerse el primer día de instituto. Ese día de octubre fue un punto de inflexión en su vida. Bueno, el primero de tantos. Fue el rayo que cayó justo encima de su existencia… eso es! «la rayos», así es como la llamaban sus compañeros, «la rayos» o «la pararayos», según la fuerza de sus excentricidades. Y es que ella iba… cómo os lo diré para que se me entienda, Leyre iba a su bola. Por mucho que le dijeran que Álex estaba colado por Ana, ella seguía detrás de él. Si hasta el día que se los encontró a los dos juntos cogiditos de la mano, en la fiesta de fin de año, ella salió con que era una estratagema de él para hacerle sentir celos. Si es que hay que ser… Es como el tema de la escalera. Sabéis lo que os puede puede ocurrir si pasáis por debajo de una escalera, ¿no? Algunos lo llaman superstición, ella lo llamaba sentido común. Pero si la escalera hace 50×50, como que no. ¿A quién se le podría ocurrir de pasar por debajo?, pues a nuestra Leyre. Para ella era buscarle la lógica a partir de la antilógica.

A) Punto de inflexión

B) Altura considerable

A + B = PELIGRO

Ergo,

A – B = FUERA DE PELIGRO

Y vosotros os preguntaréis qué tiene que ver toda esa historia de la escalera con la chica de las nueces, creadora de la secta vegana más importante jamás creada. Pues todo, señoras y señores, absolutamente todo. ¿Alguno de ustedes se ha dado cuenta del emorme parecido que hay entre la superficie exterior de una nuez y la del cerebro humano? ¿A que es increíble? Simple casualidad, quizás. O no. Como mínimo para nuestra protagonista. Y sólo faltó que un día le viniera su mejor amiga de segundo de primaria con el tema de las propiedades curativas de los frutos secos, en especial de las nueces. -Que sí, que sí, que me lo ha dicho mi madre y ella es médico y sabe mucho de eso-. Qué más daba que esa niña sufriera asma y que el médico se lo hubiera recomendado. Aparte de las inyecciones semanales, claro.

CAPÍTULO 2:

– ¿Cómo quieres las tostadas, Leyri, cariño? ¿Á la française ou á la…?

– No, gracias, mama, no tengo hambre. Además voy tarde. Ya me compraré algo por ahí. – Eso es, Leyre, eres la mejor, ¿quién puede tragarse esas tostadas aparte de tu padre? Pobre hombre, ¡eso sí que es amor! Es que tu madre siempre ha sido tan experimental, tan artística, que hasta en la comida tiene que poner su marca personal. ¡Tostadas caseras con forma de la torre Eiffel! Maldito el día que a Leyre se le ocurrió confesar su repentino amor por la ciudad de las luces.

Así que, rodeando su cuello su inseparable bufanda multicolor y con su boina rojo magenta escondiendo sus trenzas, Leyre sale montanda en su bicicleta hacia el Instituto de arte. Porque eso sí que se lo debe agradecer a su madre: haberle transmitido su pasión por el arte. O simplemente habrá sido cuestión de suerte el haber heredado sus genes y no los de papá. El señor Ferrandiz, ¡qué caballero!, ¡qué señor!, ¡qué…! ¿Pero qué decir de ese hombre? Si ni tan sólo Leyre supo cómo describirle cuando en la escuela le pidieron una redacción sobre su família. Y es que su padre era como el fantasma de la ópera: sólo se le veía su sombra cuando los domingos ponía Radio Clásica y revoloteaba arriba y abajo de las escaleras con el volumen a tope ataviado con una capa tipo siglo XIX de un disfraz de carnaval. De Jack el destripador, para más inri. El resto de la semana ni se le veía por casa. A las 6 salía a trabajar y no volvía hasta la hora de cenar, hacia las diez de la noche. Nadie sabía con certeza cómo era ese hombre. Algunos vecinos aseguraban que era su incapacidad por estarse quieto, como una especie de hiperactividad congénita, mientras que los más chismosos no dudaban en asegurar que todo era una estratagema para evitar a la rara de su mujer. Tan simple como esto. Lo más lógico, vamos.

Sea como sea, el tema es que Leyre tenía un don para cualquier disciplina artística. Así que no cabía duda que acabaría estudiando en el Instituto de Bellas Artes San Agustín. Y como cada día, ese lunes cogió el carril bici que cruza la ciudad de punta a punta. Era un trayecto relativamente corto, de tan sólo veinte minutos, su casa estaba cerca del centro, donde se concentraban todas las escuelas y los institutos, pero como ocurre en todas las ciudades, grandes o pequeñas como la suya, el tráfico se había vuelto una marea peligrosa. A las ocho, a la hora en que salía Leyre de casa, todo el mundo salía de golpe de su guarida.

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